Hay dos tipos de soberbia intelectual (u omnipotencia como decimos los psicólogos). La soberbia por exceso y la soberbia por defecto. La soberbia por exceso de valoración de lo que se sabe, cuando se lo proyecta subrepticiamente sobre lo que se es. Es decir cuando sigilosamente cambiamos la regla última de valoración de nuestros méritos elevando el conocimiento al sancta sanctorum donde solo debe reinar la bondad. Esa es la que todos reconocemos fácilmente y estamos muy prontos a denunciar. Pero está también la soberbia por defecto de valoración de lo que el otro sabe y exceso de valoración de la propia ignorancia, es cuando el que sabe menos al sentirse amenazado por el que sabe más lo acusa de soberbio, a guisa de mecanismo de defensa, cuando comienza a quedar en evidencia su propia ignorancia. Esa es la soberbia (u omnipotencia) del mediocre que no reconoce su nivel inferior de conocimiento y pone a todo el mundo en una igualdad inemergente, en una igualdad de la cual él es la única medida y empareja el universo al minúsculo tamaño de su cabecita.
a modo de ilustracion…
Menos palabras técnicas y lenjuage rebuscado, se supone que es para dar claridad a los que tenemos dudas y no que nos den clases de cátedra, filosofías, y mucho menos lenguaje técnico, empecé leyendo esto y no entendí nada, para que seguir leyendo algo que ni ustedes mismos entiende, RECOMENDACION: cuando publiquen algo sean claros, precisos y contundentes
Su comentario no podría ser una más adecuada ejemplificación de lo que se dice en el artículo.
FUERA DEL POBRE NO HAY SALVACIÓN
por Fr. Santiago Agrelo. Arzobispo de Tánger, Marruecos.
Estaban allí, cerca del crucificado, subidos al árbol arrogante de la pureza, del saber y de la ley; estaban allí para despreciar desde su altura el dolor del humillado y alegrarse de su muerte; allí gritaban sarcasmos y burlas, pues la arrogancia instigaba a herir también con palabras a un hombre ya desgarrado por látigos, espinas y clavos.
Algunos fingen olvidar que allí estábamos todos: soldados y curiosos, jefes del pueblo y ladrones, letrados y sacerdotes.
Fuimos nosotros quienes pusimos en aquel día del mundo la noche más oscura del mal. Aquel lugar y aquel tiempo, sin el amor de aquel crucificado, sin su vida entregada y su perdón ofrecido, no serían más que un infierno, pura ausencia de piedad y ternura, de derecho y justicia, de corazón y de lágrimas.
En nombre de purezas, saberes y leyes, desterrándole a él de la vida, intentamos desterrar de la nuestra la misericordia y la compasión que aquel crucificado derrochaba con prostitutas y adúlteras, enfermos y endemoniados, publicanos y pecadores, excluidos y humillados, reconocidos por él como señores del sábado y huéspedes del corazón de Dios.
En nuestro pequeño y mísero mundo de elegidos, de guardianes que no buscadores de la verdad y de la fidelidad, los puros nos reservamos el derecho al sarcasmo y a la ira, al honor y a la recompensa, a juzgar y a condenar, a despreciar, injuriar y matar.
Pero en el día del Señor no me avalará la pureza, no me protegerá el saber, no me justificará la ley: sólo podrá salvarme aquel pobre crucificado al que ya no puedo dejar de amar y cuidar.