a. Organización del espacio vital

a. Organización del espacio vital

Creemos que el campo de estudio de los niños autistas proporciona benefi­cios muy ricos respecto de la comprensión de los comienzos de la vida mental, revelando procesos realmente tan primitivos que son por entero inaccesibles a otros métodos o con otro tipo de pacientes. Estos niños parecen sufrir un impe­dimento absoluto para progresar en su desarrollo, debido a su dificultad en diferen­ciar las cuatro áreas geográficas de la fantasía. Experimentan una confusión de tipo geográfico mucho más compleja que la inducida por la identificación pro­yectiva masiva. ¿Cómo es que esto sucede? O, tal vez, la pregunta más correcta es la inversa: ¿cómo es que la diferenciación ordinaria no sucede? La respuesta que podemos ofrecer es bastante complicada.

Para explicar este fracaso debemos volver a la disposición de estos niños, particularmente a su alto grado de oralidad, sus intensos celos posesivos del obje­to materno, su primitiva sensualidad y su tierno modo de ser, no sádico, todo lo cual los predispone a experiencias depresivas tempranas e intensas. La sensua­lidad y posesividad inducen una fuerte tendencia a la fusión con el objeto, que en el cuarto de juegos se reconoce fácilmente por acciones como la de penetrar en el terapeuta, horadándolo, apropiarse de sus manos para lograr manipularlas o la pretensión de usar el cuerpo del terapeuta como si fuera un mueble. Esta misma insistencia en controlar el cuerpo del terapeuta revela un fracaso en el logro de cualquier grado de identificación proyectiva. Este hecho sorprendente, y el extraordinario comportamiento que lo hace manifiesto, también concierne al cuarto, a la casa, debajo de la mesa o dentro del armario. El niño no puede expe­rimentar, durante ningún período de tiempo, la diferencia entre estar adentro y afuera del objeto. Mirar al terapeuta en los ojos puede transformarse inmediata­mente en mirar afuera a través de la ventana. Sin embargo, el momento de triunfo sobre, por ejemplo, los pájaros en el jardín representando los excluidos bebés externos, inmediatamente se convierte en un enfurecido mostrar los puños y .golpear la cabeza en la ventana, para luego golpear la cabeza en el pecho del te‑

 

rapeuta y horadarlo. Los bebés externos se convirtieron repentinamente en bebés internos triunfantes, y el triunfo del niño se transformó en sorprendente rabia.

Un niño nos mostró la respuesta en un solo golpe de intensidad creativa. Durante meses había dibujado puertas y portones, generalmente con rejas muy complicadas de hierro forjado. Después aparecieron gradualmente casas de estilo gótico victoriano. Un día, con gran esfuerzo, dibujó de un lado del papel una casa muy ornamentada vista de frente, una casa en Northwood, mientras que del otro lado dibujó la parte de atrás de una taberna en Southend. Así, el niño demos­tró su vivencia de un objeto bidimensional: cuando uno entra por la puerta delan­tera, simultáneamente sale por la de atrás de un objeto diferente. Es, en realidad, un objeto sin interior.

Pero, ¿cómo es que surge un objeto así? Para responder a esto, uno debe re­considerar la intrusión extremada e insistente de estos niños respecto del objeto materno, y la manera en que la sensualidad primitiva permite un fácil intercambio entre objetos animados e inanimados, de manera muy semejante a como surgen los objetos transicionales de Winnicott —tema al que volveremos en el resumen final—. Esta fácil sustitución, aun fuera del autismo propiamente dicho y aun cuan­do los objetos sean aprehendidos consensualmente, apoya la omnipotencia de las fantasías invasoras. En efecto, como veremos en el material de Barry, el objeto materno se experimenta como abierto, con sus orificios desprotegidos, sin esfín­teres, expuesto tanto a las inclemencias del tiempo como al merodeador. Como Tintern Abbey*, la distinción entre adentro y afuera no es un hecho; es sólo una idea surgida de la imaginación. Es por supuesto tentador imaginar que durante sus primeros meses de vida estos niños fueron expuestos a un grado extraordina­rio de despreocupación maternal, a ese tipo de atención en que lo que entra por un oído sale por el otro: «sí, querido». Ocasionalmente, esto se corrobora por la historia de una severa depresión post-partum de la madre. Sin embargo, nos incli­namos más a buscar la solución del enigma en el niño mismo, dado que segura­mente muchos niños reciben bastantes «sí, querido» de sus ocupadas mamás.

Los intercambios en el cuarto de juegos sugieren marcadamente que la insis­tente intrusión, la promiscua sensualidad y la intensa posesividad llevan a estos niños a experimentar la posesión absoluta de un objeto no poseíble, rico en cuali­dades de superficie pero carente de sustancia; un objeto fino como un papel, carente de interior. Esto produce un fracaso primario de la función continente del objeto externo, y en consecuencia del concepto de un self continente. Este serio defecto no parece ser exactamente el mismo que Bick describe como una piel inadecuada para el self en cuanto no parece involucrar ninguna deficiencia en la formación del concepto sino más bien una inadecuada función continente por el stress de la ansiedad. No se observa el característico desparramo de las par­tes del self, ni la función de la piel secundaria que ella ha descrito tan clara­mente.

Por el contrario es nuestra impresión que la falta de espacio interno en el

 

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self y en el objeto del niño con personalidad postautista es un defeCto continúo, que no se relaciona al stress por ansiedad. También parece tener una relación diferencial con las distintas modalidades sensoriales, lo que concuerda con la tendencia general al aflojamiento de la función consensual. La más débil de estas modalidades en lo que se refiere a la función de contener, parecería ser la audi­tiva, especialmente en relación a la función del lenguaje. Parece ser el caso de «lo que me entra por un oído me sale por el otro», muy concretamente. Es en el defecto de esta área donde miramos en busca de una explicación de la aparente sordera, que a menudo llama primero la atención de los padres y provoca su alarma. La relación de esto con el mutismo es un problema muy complejo, cuya detallada consideración debe aún esperar.

Esta cualidad deficitaria del self como continente relacionada a la falta de espacio interno produce una cualidad maníaca en la personalidad, que va a ser vista muy claramente en John y en Timmy. La falta de habilidad para retener objetos tiene un efecto equivalente a su expulsión sádica como heces, que se observa en los desórdenes maníacos; pero con una cualidad automática y deses­perada muy característica, que puede repentinamente resultar en un catastrófico colapso depresivo de sollozos desconsolados. El material que se refiere al «com­primir» de Timmy ilustrará la lucha del niño por cerrar sus orificios. Pero la aber­tura del niño no está confinada solamente a la dificultad en retener contenidos mentales, y en consecuencia también contenidos físicos. Nos inclinamos a ver a estos niños como sufriendo también de una abertura sensorial que se experimenta como un bombardeo de sensaciones. Este bombardeo parece que compone la di­ficultad en retener, y hace que el proceso ordinario de elaboración en la fantasía (y por ende probablemente en sueños) sea relativamente ineficiente para el juego y, en consecuencia, para el aprendizaje. La consecuencia de esto es un grado ex­traordinario de dependencia, no sólo de los cuidados, sino también de las funcio­nes mentales del objeto externo.

Creemos que estas consideraciones explican en gran parte la aparente defi­ciencia mental de estos niños altamente inteligentes. Tal vez sería importante elaborar un poco este punto, pues tiene implicaciones significativas tanto para la comprensión de la personalidad postautista como para guiar nuestro enfoque terapéutico. Freud consideraba al pensamiento como una forma económica de actividad de ensayo. Cuando nuestro equipo interno no es suficiente para resol­ver la complejidad de representaciones concernientes a un problema particular, recurrimos a contadores —por ejemplo un ábaco, un tablero de ajedrez con sus piezas, papel y lápiz o instrumentos de geometría—. El niño usa sus juguetes en la misma forma, como contadores para los objetos de la fantasía y el pensamiento. Cuando los contadores toman vida propia y otro valor que el asignado en la re­presentación, decimos que el juego se ha convertido en concreto y que hay una falla evidente en la formación de símbolos.

La personalidad postautista, igual que todos los estados primitivos, pre­senta un cierto nivel de concreción en el pensamiento y la fantasía. De hecho, sin embargo, esto no se observa en el alto grado que uno esperaría, dada la no­table inmadurez. En lugar de esto se puede observar un proceso más complejo que concierne al empleo del objeto materno (o el objeto de la transferencia ma‑

 

terna) como una extensión del self para ejecutar las funciones del yo. En cir­cunstancias en que otro niño se subiría al alféizar de la ventana, John simple­mente hacía movimientos anticipatorios para ser levantado; cuando Piffie no podía sostener en sus manos todas las figuras y piezas las depositaba muy na­turalmente en la falda de la terapeuta. Cuando Tirnmy quería hacer desaparecer los juguetes que sospechaba habían sido usados por otros niños, los depositaba bajo la silla del terapeuta como si dejara basura para el barrendero. Otros niños se hubieran procurado un lugar seguro o hubieran tirado esos juguetes en el papelero.

Lo que queremos puntualizar es que lo natural para estos niños es experimen­tar la situación de manera tal que el terapeuta lleve a cabo una función yoica. Debe funcionar no solamente como sirviente o subordinado sino como actor principal de la situación; no sólo debe llevar a cabo la acción, sino también deci­dir qué acción debe efectuarse, y tomar de esta manera la responsabilidad. En este sentido puede decirse que la actividad del niño muestra una incapacidad de tipo político, como un potentado oriental que no sabe nada del régimen de impuestos pero que está pronto a decapitar a su visir si hay alguna prueba de injusticia. Surge aquí la pregunta de qué relación existe entre este tipo de dependencia y la omni­potencia y el control omnipotente de los objetos. Consideramos a ambos procesos como muy diferentes y puede observárselos actuando de manera muy distinta en estos niños, el último como un aspecto de la obsesionalidad y el primero como un tipo especial de dependencia. La desobediencia del terapeuta con res­pecto al control tiránico omnipotente provoca una reacción normal de rabia; mientras que cuando el terapeuta falla en el desempeño de la función yoica requerida por el niño, surge su azoramiento y una tendencia a aislarse en el estado del autismo propiamente dicho. Esto es también un índice claro de que los estados autistas propiamente dichos no pueden ser comprendidos como derivando de los mecanismos de defensa contra la ansiedad, sino que tienden a ser provocados por el bombardeo de sensaciones en presencia a la par de un equipo inadecuado y del fracaso de la dependencia.

Esto da lugar naturalmente a preguntarse sobre la relación entre la personali­dad postautista y la personalidad durante el primer mes de vida. En esta área sólo podemos, por supuesto, hacer conjeturas; pero parece convincente que la cualidad de la dependencia observada en el estado postautista es muy semejante a la del recién nacido, que necesita del objeto tanto para que lo atienda como para que realice sus funciones yoicas. Ésto implica un vínculo narcisista que no sólo pro­longa el cuerpo del niño en el más capacitado del objeto, sino también la mente misma, Esto sugeriría un proceso muy relacionado a la identificación descrita por Freud como característica del narcisismo primario, de cualidad muy diferente a la confusión entre self y objeto debida, por ejemplo, a la identificación proyec­tiva. En esta última, la mente y el cuerpo del niño son los que dirigen el proceso, más allá de todas las limitaciones funcionales que caracterizan al yo infantil. Es por esta razón que el comportamiento seudomaduro debido a la identificación proyectiva es meramente una caricatura infantil de la conducta adulta.

Si concebimos a este tipo de dependencia en el sentido del narcisismo primario y recordamos que Freud afirma que en los primeros tiempos relación

 

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de objeto e identificación son indiferenciables, nos vemos nuevamente dirigidos al problema de la cualidad bidimensional del objeto y el self en la estructura de la personalidad del niño autista. La concepción de Bion de la réverie materna co­mo proceso en el que la madre incorpora la parte perturbada de la personalidad del bebé, le reduce su incomodidad y la devuelve al niño, parece ser aquí una idea clarificante y unificadora; pero necesitamos verla funcionando de una manera distinta del cuidado maternal ordinario. En principio, estos niños parecen reque­rir que la madre incorpore, contenga y reduzca el dolor del niño entero, no sólo de una parte. Por esto, y tal vez por ciertas limitaciones del estado mental de la madre, tiene lugar un fracaso primario de la dependencia. Nosotros creemos que el niño lo experimenta como si el pecho o la madre fueran finos como el papel.

Como probablemente no podemos ir más allá en este punto hasta ver el material clínico, vamos a concentrarnos en la segunda dimensión de la estructura de la personalidad y su perturbación en la organización postautista.

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