Identificaciones. Grupos y parejas.

Si nos ubicamos por un instante en el escenario de un grupo terapéutico, tendremos oportunidad de apreciar con qué frecuencia y nitidez surgen los mecanismos de identificación. Se podría asegurar que es allí donde el proceso del «si yo fuera usted» se manifiesta en forma objetiva y casi «palpable», si cabe la expresión. Cuando varias personas se encuentran en un grupo, cada una de ellas proyecta sobre las demás distintos objetos y conflictos de sus fantasías inconscientes, intentando recrear, de este modo, las relaciones específicas que hayan tenido con ellos. Es como si cada integrante procurara, inconscientemente, ubicar a los restantes en ciertas posiciones «como si fueran piezas de un juego de ajedrez». Pero las distintas oscilaciones que se suceden en el movimiento de un grupo responden esencialmente a los ya mencionados mecanismos de identificación. El ser humano, por su propia esencia, ha sido siempre y continúa siendo miembro de un grupo: familiar, de la escuela, del trabajo, de las amistades, etcétera. Por lo mismo, ha debido mantener inevitables (como también anheladas) relaciones con los integrantes de los diversos grupos a los que ha pertenecido. Pero la calidad de los vínculos creados con el primer grupo, el familiar, determinaron un molde básico, un patrón de reacción diríamos, que continuó rigiendo e influyendo sus restantes y ulteriores relaciones.
La forma y el contenido de «dar» o de «recibir» de los demás, condicionados por el «recibir» y «dar» primitivos, se fueron repitiendo incesantemente en las distintas circunstancias y en los diversos escenarios hasta llegar al actual, el del grupo terapéutico, dispuestos y preparados, inconscientemente, a repetir una vez más su «destino». Es por esta razón que en la distribución automática de roles y funciones que ocurre en un grupo apenas integrado, cada cual tenderá a colocarse en el rol que por motivos inconscientes de su constelación personal, se habrá sentido obligado a desempeñar toda su vida. Así, por ejemplo, suelen encontrarse los que actúan como sumisos, agresivos, escépticos, chivos emisarios, optimistas, depresivos, etc. Sin embargo, y aquí entra a funcionar el «si yo fuera usted», es común que haya una variación y alternancia en el desempeño de los diferentes roles; lo cual constituye una característica esencial de la dinámica del grupo terapéutico. Es decir que, muy frecuentemente, cada participante no sólo adopta el rol del vecino, sino que le adjudica a su vez aquel aspecto de su propia personalidad que, por distintos motivos, prefiere rechazar. Cuando en un grupo sus miembros reaccionan airados contra uno de ellos criticándole su egoísmo, puede deberse a que lo han utilizado inconscientemente como depositario de la parte egoísta de cada uno de los demás. Por otra parte, no es raro que una persona habitualmente inhibida se «ubique» en la posición de la que había actuado con desenvoltura. Estas situaciones, tan comunes en el grupo, dieron lugar a que Foulkes las denominara «reacciones de espejo» (2) . Cada individuo logra tomar conciencia de sus sentimientos profundos, dándose cuenta de sus actividades y formas de conducta por el hecho de poder «verse reflejado en los demás». Pero al mismo tiempo sirve de espejo a los otros, en la medida en que se ubica o se transforma, aunque más no sea transitoriamente, en el otro.
En varias parejas, a quienes he tratado por conflictos matrimoniales con la misma. técnica que aplico a los grupos terapéuticos (la pareja constituye, en este caso, un grupo especial integrado por dos personas) , pude apreciar con particular intensidad el funcionamiento de dichos mecanismos proyectivos. Resulta especialmente llamativo por comprobarlo «in sito», en el mismo instante en que se están produciendo; es decir, mientras se adjudican o atribuyen características ajenas o propias recíprocamente, dramatizando el «si yo fuera usted».

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