La crisis sacrificial 70

define lo monstruoso y que desempeña, claro está, un papel de primer plano en lo sagrado.

En el caso de los hermanos enemigos, se recupera la realidad en un contexto familiar perfectamente regular: ya no se trata de una extravagancia siniestra o divertida. Pero la misma verosimilitud del conflicto tiende siempre a desvanacer su alcance simbólico, esto es, a conferirle un carác­ter simplemente anecdótico. Tanto en un caso como en otro, el símbolo nos disimula paradójicamente la cosa simbolizada que es la destrucción de todo simbolismo. El juego de la reciprocidad violenta extendida por doquier es lo que destruye las diferencias, y este juego nunca ha sido realmente reve­lado; o bien sigue la diferencia y permanecemos dentro del orden cultu­ral, en unas significaciones que deberían ser borradas, o bien ya no hay diferencia en absoluto pero lo indiferenciado sólo surge bajo la forma de una diferencia extrema, la monstruosidad de los gemelos, por ejemplo.

Ya hemos verificado una cierta repugnancia y una cierta impotencia del lenguaje diferenciado en expresar la desaparición de toda diferencia. Pese a cuanto diga, el lenguaje siempre dice a la vez demasiado y demasiado poco; aunque se limite a «each thing meets in mere oppugnancy» o también a «the sound and the fury signifying nothing».

En cualquier caso, la realidad de la crisis sacrificial se deslizará siempre entre las palabras, amenazada siempre por la historia anecdótica de una parte y por lo monstruoso de otra. La mitología cae incesantemente en el segundo peligro; la tragedia está amenazada por el primero.

Lo monstruoso es omnipresente en la mitología. Esto nos lleva a de­ducir que la mitología se refiere incesantemente a la crisis sacrificial, pero que sólo habla de ella para disfrazarla. Cabe suponer que los mitos surgen de crisis sacrificiales de los que son una transfiguración retrospectiva, una relectura a la luz del orden cultural surgido de la crisis.

En los mitos, las huellas de la crisis sacrificial son más difícilmente descifrables que en la tragedia. O, mejor dicho, la tragedia siempre es un desciframiento parcial de los motivos míticos; el poeta sopla sobre las ceni­zas enfriadas de la crisis sacrificial; suelda los fragmentos esparcidos de la reciprocidad difunta, reequilibra lo que las significaciones míticas desequili­bran. Engendra un torbellino de reciprocidad violenta; las diferencias se funden en este crisol al igual que se fundieron anteriormente en la crisis transfigurada por el mito.

La tragedia devuelve todas las relaciones humanas a la unidad de un mismo antagonismo trágico. No hay diferencia, en la tragedia, entre el conflicto «fraternal» de Eteocles y Polinice, el conflicto entre el padre y el hijo en Alcestes o Edipo rey, o incluso el conflicto entre unos hombres que no están unidos por ningún lazo de parentesco, Edipo y Tiresias por ejemplo. La rivalidad de los dos profetas no se distingue de la rivalidad de los hermanos. La tragedia tiende a disolver los temas del mito en su violencia original. Realiza en parte lo que temen los primitivos cuando

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