NOTAS

NOTAS

  1. Coincide con el cambio de orientación en laAsociaciónAmericana de Psicología hacia la investigación aplicada en lugar de básica, lo cual permite agrandar aún más la «bre­cha científico-práctica» hasta conseguir que los «prácticos» estén al frente de la profesión (véase, por ejemplo, Rice, 1997), deseosos de obtener su derecho de recetar medicamentos para los problemas psicológicos y publicitar la psicología para que se conceda mayor relevancia social a los psicólogos. Para un planteamiento contrario a esta tendencia, véase Holzman (1999).
  2. Para una defensa entusiasta del «alfabetismo emocional» en las escuelas, véase, por ejemplo, Sharp (2001), y para una crítica del énfasis en el «alfabetismo emo­cional» en la educación, argumentando que refuerza los roles de género, véase Burman (2006).
  3. En la década de 1960 George Miller (1969) mantuvo que la psicología debería inte­resarse en el «bienestar humano», y el mero hecho de que tuviera que mantener esta postura indica el mal estado en el que se hallaba la disciplina entonces.
  4. Seligman (1998) aprovechó su discurso presidencial dirigido a los miembros de la Asociación Americana de Psicología para reclamar un giro hacia la psicología posi­tiva. Desde entonces, ha habido una proliferación de publicaciones dentro y fuera de Estados Unidos en respuesta a este reclamo.
  5. Harré y Secord (1972) abogaron por un «nuevo paradigma» en psicología. Alentados por el trabajo del historiador de la ciencia, Thomas Kuhn (1962/2006), establecie­ron un paralelismo entre el estado de la psicología y el progreso de las ciencias naturales. Kuhn había mostrado cómo la astronomía, por ejemplo, tuvo que experi­mentar una «revolución paradigmática» para dejar atrás la antigua suposición sobre el movimiento del Sol alrededor de la Tierra y adoptar una nueva concepción que explicase las anomalías en los datos. Esta revolución científica tuvo una dimensión política y Galileo se vio obligado a persuadir a los que miraban a través de su teles­copio del que podían ver algo más (véase Feyerabend, 1975/1989).
  6. La pretensión de desarrollar el enfoque conocido como «análisis fenomenológico interpretativo» es indicativa (véase, por ejemplo, Smith, 2004). Lo cierto es que en la práctica este enfoque termina describiendo en términos psicológicos lo que pien­san las personas e indaga en las motivaciones últimas de sus comportamientos, sin conseguir contextualizar las explicaciones para mostrar cómo han sido elaboradas. Además de los problemas que comportan las «interpretaciones», muchos de los estudios realizados en su nombre no son ni «interpretativos», ni «fenomenológi­cos», ni, ni siquiera, «análisis».
  7. Por ejemplo, la propuesta de Hollway y Jefferson (2000) de emplear la «libre aso­ciación» sirve únicamente para justificar su utilización de las teorías de Melanie Klein (1986/1975).
  8. Véase Easthope (1990) para una explicación de las teorías de la «comunicación» en la psicología dominante, que parten del supuesto de que las ideas están envueltas en palabras para poder trasmitirse a otra persona quien seguidamente las desenvuelve. Esta teoría de la comunicación sería uno de los objetivos de la crítica por parte del sector de la psicología británica influido por el posestructuralismo (por ejemplo, Henriques et al., 1984), si bien seguía habiendo diferencias significativas con los planteamientos originales de los autores posestructuralistas (para una crítica, véase Easthope, 1988).
  9. Véase Crossley (2000). Para una respuesta a las críticas que redundan en los mis­mos planteamientos, véase también Crossley (2003). Los enfoques psicoanalíticos tienen incluso ideas más firmes sobre las narrativas normales y anormales (véase, por ejemplo, Hollway y Jefferson, 2001).

 

LA PSICOLOGÍA COMO IDEOLOGÍA

lo. Véase, por ejemplo, Crossley (2004). Esta investigación fue realizada desde la tradi­ción de la «psicología narrativa» interpretativa, aunque procuró a su vez incluir una mirada psicoanalítica. Sobre las vergonzosas interpretaciones y la patologización del sexo gay en el estudio de Crossley, véase Barker et al. (2007).

u. Véase Parker (2005a) para una discusión sobre la posición estructural del investiga­dor y algunas cuestiones relacionadas con dinámicas de poder. Para un intento de

encontrar estrategias de investigación alternativas para subvertir esta posición pri­vilegiada del investigador, véase Lather (1995). Sería conveniente señalar que Lather (1994) trabaja desde una perspectiva de investigación radical en el área de la educación en vez de la psicología.

12. Sobre este razonamiento «defensivo», véase Hollway y Jefferson (2000).

13. Obviamente, el planteamiento clásico de este enfoque fue realizado por el psicólogo conductista Skinner (1957/1983). Para una defensa marxista de Skinner, véase Burton y Kagan (1994) y también Ulman (1991y 1996).

14. Uno de los primeros textos de la «psicología discursiva», que sigue siendo la mejor introducción a este enfoque, se publicó en la década de 198o en el ámbito de la psi‑

cología social británica (Potter y Wetherell, 1987). Posteriormente, se publicaron

algunos estudios interesantes sobre el racismo, que incluían un análisis del rol de
la ideología (Wetherell y Potter, 1992), si bien la preocupación por el lenguaje

como constituyente de la realidad (Potter, 1996/1998) llevó a su actual estado de

marcado hermetismo (para un posicionamiento evidente, véase Potter, 1998).
Véase Hook (2001) para un análisis de cómo las distintas corrientes discursivas en

psicología inspiradas en el trabajo de Foucault suelen malinterpretarlo para exage­rar el papel del lenguaje. Y para ejemplos de cómo la investigación discursiva puede utilizarse para la crítica política en psicología, véanse Burman et al. (1996) y Hansen et al. (2003).

15. Para la postura que mantiene que el giro lingüístico y discursivo puede haber sido un «error necesario» para dar paso a la investigación radical, véase

Papadopoulus y Schrauber (2004). Una explicación crítica de este reduccio – nismo lingüístico en la tradición discursiva es proporcionada por Nightingale y Cromby (1999). Y para un intento de ampliar el análisis del discurso a otros fenómenos sociales estructurados semióticamente, véase Parker y Bolton Discourse Network (1999).

16. Véase Edwards (1992) para un análisis crítico incompleto de la psicología cog­nitiva (en el sentido de que no aborda la reinscripción lingüística de los procesos

cognitivos). Compárese el trabajo de Edwards con otros análisis políticos del uso de la psicología cognitiva elaborados en décadas anteriores (Shallice, 1984). Véase también Prilleltensky (1990).

57. Insistir en la idea de que «fuera del texto» no existe nada que merezca ser abordado conduce a una serie de extrañas tergiversaciones de la teoría de la

«deconstrucción» desarrolladas fuera del campo psicológico y que serán luego

utilizadas para fundamentar la psicología discursiva (véase, por ejemplo,
Hepburn, 2000). Un ejemplo de las objeciones de la psicología discursiva a la

hora de abordar cuestiones «políticas» a partir del análisis del lenguaje se encuentra en Widdicombe (1995), y para una defensa (en el mismo volumen) de la política (feminista) véase Gill (1995).

18. Para una exploración del modo en que el concepto de «Englishness» (o identi­dad inglesa o anglicidad) sirve para aclarar algunas de las suposiciones acerca de la investigación empírica realizada por los psicólogos discursivos, véase Easthope (1999), y para una historia del desarrollo de la psicología discursiva que aborda estas cuestiones, véase Parker (2004).

19. Véase Smith (1988, 199o) como ejemplo de trabajos desarrollados desde una sociología feminista.

 

IAN PARKER

2o. Para un ejemplo inicialmente entretenido, pero finalmente tedioso y vano, véase Ashmore (1989). Este trabajo se convirtió en referente para otros análi­sis de la psicología discursiva, y cuya lógica lleva a algunos autores a considerar las alusiones al Holocausto como un mero argumento retórico en su intento denodado de cuestionar las posturas relativistas en las ciencias sociales (véase Edwards et al., 1995). Una crítica y réplica se encuentra en Parker (1999e y 2oo2). Para una comprensión distinta del papel de la «reflexividad» en la investigación, véase Finlay y Gough (2003).

  1. Un ejemplo de «análisis de la conversación» que retorna las cuestiones políti­cas es el estudio de Atkinson (1984) sobre la estructura de las ponencias basadas en contrastes y en la repetición de tres elementos («listas de tres», corno él las denomina).
  2. Un análisis crítico del discurso se interesa por las funciones ideológicas de la «higiene verbal» en lugar de limitarse a participar de ella corno es el caso de los psicólogos discursivos. Sobre la «higiene verbal», véase Cameron (1995), y véase, también, Cameron (2000) para otro ejemplo de análisis de la impor­tancia otorgada actualmente a la «comunicación».
  3. Véanse Brown (1973) y Heather (1976/1981) corno ejemplos estadounidense y bri­tánico, respectivamente. Para una defensa de la «psicología social crítica» en el mundo anglosajón previo a la versión actual de esta corriente, véase Wexler (1983).
  4. Véase la postura que mantiene que los experimentos reproducen una forma determinada de poder y que su análisis crítico permite dilucidar la naturaleza del poder en la sociedad capitalista (Reicher, 1997). Para un uso crítico de los procedimientos experimentales conductistas en la «construcción» del com­portamiento, véase Cullen et al. (1981), y para una «planificación» de la atención comunitaria que incluye un análisis de la comunidad skinneriana marxista de «Los Horcones», en México, véase Cullen (1991).
  5. Véase Deleuze y Guattari (1977/1995) para una exposición y celebración de las conexiones rizomáticas horizontales. Una aplicación interesante de estas ideas para una crítica de la psicología social tradicional se halla en Brown y Lunt (2002).
  6. El frenesí de libros que «deconstruyen» esto y lo otro formaba parte de la moda de incorporar teorías formuladas desde ámbitos ajenos a la psicología (véase, por ejemplo, siguiendo el orden cronológico, Parker y Shotter, 1990; Burman, 1994/1998; Parker et al., 1995; Burman 1998; Parker, i999b). No obstante, la pretensión de despolitizar la deconstrucción desde dentro de la psicología crí­tica resulta evidente en la respuesta que ofrece Hepburn (1999) ante estos planteamientos que anticipan la línea argumental seguida en un trabajo pos­terior sobre la «psicología crítica» (Hepburn, 2003), un texto que caricaturiza y rechaza los enfoques marxistas.
  7. Para perspectivas críticas de la psicología y alternativas internacionales a la misma, véase Dafermos et al. (2006).
  8. La avalancha de estudios en psicología interesados en el feminismo y el discurso sería sintomática (véase, por ejemplo, Wilkinson y Kitzinger, 1995). Posteriormente, la psicología consideraría a la investigación feminista como una corriente de la «psicología crítica». Para una defensa de la psicología feminista como formación autónoma, véase Wilkinson (1997), y para el planteamiento de que la psicología les­biana y gay es de por sí «psicología crítica», véase Kitzinger (1999).
  9. Al mismo tiempo existen iniciativas que dan cabida a propuestas políticas radicales identificadas con la «psicología crítica» como ilustran, entre otros, los trabajos de Fox y Prilleltensky (1997), Sloan (2000) y Hook (2004); en la «psicología social crítica», véase Gough y McFadden (2001), Hepburn (2003) y Tuffin (2004).

 

LA PSICOLOGÍA COMO IDEOLOGÍA

3o. Lyotard (1984/2006) desarrolló uno de los planteamientos más sistemáticos de la «condición posmoderna» y Gergen (1991/2003) contestó con una de las posturas liberales más entusiastas identificada con la cultura posmoderna. Una versión (pos)marxista de estos argumentos se hallan en Newman y Holzman (1997). Para una explicación marxista de la posmodernidad entendida como «la lógica cultural del capitalismo tardío», véase Jamenson (1991), y para un análisis crítico del tér­mino Callinicos 1-COS ( 9R / 1994)

  1. Parker (1989) plantea esta idea, quien, por entonces, parecía estar embelesado con la «posmodernidad» como alternativa radical a la psicología «moderna». Para una obra colectiva sobre las relaciones entre la psicología y la posmodernidad, véase Kvale (1992).
  2. Para un análisis pormenorizado del papel del posmodernismo en la psicología, véase Parker (1998a), y para una contestación y debate adicional, Parker (2002).
  3. En Duckett (2005) se encuentran ejemplos de intervenciones de la psicología comunitaria que han suscitado preguntas sobre la violencia política.

34 Para análisis de las dimensiones ideológicas del «empoderamiento», véanse Bhavnani (1990), Kagan y Burton (1996) y Riger (1993).

35 Burman (2005) presenta un análisis de la «minorización» entendida como un proceso en lugar de una identidad. Véase también Burman y Chantler (2002) para un análisis de las investigaciones sobre este proceso y de la violencia hacia las mujeres.

  1. Para un estudio de «investigación-acción» realizado desde la psicología crítica que versa sobre las personas que una comunidad considera «discapacitadas», véase Goodley y Parker (2000).
  2. Un análisis de las relaciones históricas entre la antropología social, la investi­gación etnográfica y el colonialismo se halla en Clifford y Marcus (1986).
  3. Véase Cooke y Kothari (2001) para una colección internacional que muestra cómo la participación exigida por los «investigadores de la acción» puede resultar opresiva y reproductora del control colonial.
  4. Cooperrider y Whitney (2005) ofrecen un análisis apreciativo. 4o. Véase Goodley y Lawthom (2004).
  5. Sobre la tentación de desvanecerse en la «comunidad» y perder cualquier dis­tancia crítica de la estructura política y las contradicciones que constituyen una comunidad, véase Jiménez-Domínguez (1996). Para el planteamiento de que el etiquetado de «comunidad» sirve para suprimir las distinciones, véase Badiou (2001/2004), y para un análisis de las ideas de Badiou sobre la psico­logía, véase Parker (2005b).
  6. Sobre la respuesta de los psicólogos estadounidenses al desempleo en la déca­da de los treinta, véase, por ejemplo, Finison (1976), y véase también Finison (1972) para una movilización en apoyo del bando republicano en la guerra civil española.

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