Edipo y la víctima propiciatoria 92

El parricidio y el incesto procuran a la comunidad exactamente lo que necesitan para borrar la crisis sacrificial. Ahí está el texto del mito para demostrarnos que se trata de una operación engañosa, ciertamente, pero formidablemente real y permanente en el plano de la cultura, fundadora de una nueva verdad. Es evidente que la operación no tiene nada que ver con un vulgar camuflaje, con una manipulación consciente de los datos de la crisis sacrificial. Dado que la violencia es unánime, restablece el orden y la paz. Las significaciones falaces que instaura adquieren a partir de este hecho una fuerza inquebrantable. Con la crisis sacrificial, la resolución uná­nime desaparece detrás de estas significaciones. Constituye el resorte estruc­turante del mito, invisible en tanto que la estructura permanezca intacta. No habría temas sin la virtud estructurante del anatema. El auténtico objeto del anatema no es Edipo, que no es más que un tema entre otros, sino que es la propia unanimidad que, para no dejar de ser eficaz, debe perma­necer protegida de todo contacto, de toda mirada, de toda posible mani­pulación. Este amatema sigue perpetuándose en nuestros días, bajo la forma del olvido, de la indiferencia que inspira la violencia colectiva, de su pre­sunta insignificancia en el mismo lugar donde es percibida.

Todavía hoy, la estructura del mito no está quebrantada; proyectarla por entero a lo imaginario no significa quebrantarla, antes bien al contrario; es menos analizable que nunca. Ninguna lectura ha llegado nunca a lo esencial; ni siquiera la de Freud, la más genial y la más engañosa, ha llegado al auténtico «refoulé» del mito que no es un deseo del parricidio y del incesto sino la violencia que se disimula detrás de estos temas exagera­damente visibles, descarta y disimulada la amenaza de destrucción total mediante el mecanismo de la víctima propiciatoria.

La presente hipótesis no exige en absoluto la presencia, en el texto mítico, de un tema de condena o de expulsión adecuado para evocar direc­tamente la violencia fundadora. Muy al contrario. La ausencia de este tema en algunas versiones no compromete la hipótesis que aquí propone­mos. Las huellas de la violencia pueden y deben borrarse. Eso no quiere decir que desaparezcan sus efectos; son más vivos que nunca. Para que el anatema produzca todos sus efectos, es bueno que desaparezca y que pro­voque incluso su olvido.

No la ausencia del anatema, sino más bien su presencia es lo que pudiera representar un problema en la tragedia, si previamente no hubié­ramos entendido que la inspiración trágica opera una deconstrucción parcial del mito. Más que una supervivencia, un signo de arcaísmo, hay que ver en la exhumación trágica del anatema religioso una «arqueología». Con­viene alinear el anatema de Edipo entre los elementos de la crítica sofo­diana del mito, más radical tal vez de cuanto nosotros la imaginamos. El poeta pone en boca del héroe unas palabras extremadamente reveladoras:

«¡Cuanto antes, por los dioses, fuera, a algún lugar / id ya a

Deja un comentario