2. Importancia de la comunicación no verbal en el proceso de interpretación

2. Importancia de la comunicación no verbal en el proceso de interpretación

A efectos prácticos hemos optado por hacer una división simplista del proceso de interpretación en fase de preparación, fase semasiológica (recepción) y fase onomasiológica (reverbalización):

2.1. Fase pre-interpretativa o de preparación

Antes de la interpretación en sentido estricto, el intérprete recibe una serie de informaciones muy valiosas que en muchos casos nada tienen que ver con la documentación específica para el congreso, las negociaciones o la entrevista que va a interpretar. Es decir, informaciones acerca de la macroestructura del acontecimiento para el que han sido contratados sus servicios. Nos referimos a datos como el lugar en el que va a interpretar, el escenario concreto en que va a actuar, a quién va a interpretar, en qué circunstancias, etc. Del hecho de que va a tener que interpretar en un restaurante, el intérprete extrae una serie de consecuencias muy útiles acerca de la situación en que va a desarrollar su trabajo. Sobre todo, el conocimiento de la personalidad o actitudes de los emisores/receptores permitirá al intérprete contar con una serie de preconocimientos, investigados y acumulados durante esta fase de preparación, que le ayudarán a decidir su estrategia interpretativa y que podrán ser activados en las fases de interpretación propiamente dichas.

2.2. Fase semasiológica 2.2.1. Discurso integral

El que la Association Intemationale des Interprétes de Conferénce (AJIC) prevea entre sus normas, la necesidad de que el intérprete tenga visión directa a sala es fácilmente explicable, al margen de las transparencias, diapositivas, etc. que en ocasiones, el intérprete debe observar.

Nos referimos a todos los elementos no verbales que el emisor utiliza para subrayar, modificar, sustituir o incluso negar lo que sus palabras parecen decir. Si el intérprete no percibe o no com­prende que la «comunicación verbal y la no verbal deberian tra­tarse como una unidad total e indivisible» (Knapp 1988, 26), se producirán deficiencias en la fase semasiológica, que inevitablemente repercutirán en la fase onomasiológica.

En esta fase el intérprete escucha, analiza, comprende y memoriza. La comprensión sólo será posible si añadimos a la escucha, la visualización que nos permitirá la percepción de lo no verbal. De esta forma lo oído y lo visto se integrarán formando un todo en el análisis, comprensión y memorización.

Un discurso se compone de elementos verbales y no verbales. La comunicación, como hemos visto, no es una suma de signos lingüísticos. En ocasiones, los elementos verbales predominan claramente sobre los no verbales. En este caso la labor del intérprete se ve facilitada: éste «se limita» a analizarlos, comprenderlos, memorizarlos e interpretarlos. Otras veces, sin embargo, las palabras por alguna extraña razón no comunican lo que el emisor efectivamente trata de comunicar o lo hacen de forma deficitaria. En este otro caso, el intérprete debe enfrentarse a un cúmulo de signos no verbales que son los que efectivamente le ayudarán a analizar y comprender el mensaje del emisor. Baste señalar en este lugar la ironía, en la que las palabras son matizadas o negadas a través de una sonrisa.

El hecho de que en IS el emisor se encuentra normalmente a mayor distancia del intérprete que en IC o IB, no es óbice para que éste pueda percibir la mayoría de los elementos no verbales.

2.2.2. Reglas no verbales de interacción

Una interacción se regula no sólo por palabras sino también y sobre todo por elementos no verbales. El turno de palabra y la recepción de una intervención, entre otros, se desarrollan a través de elementos como cambios de postura, movimientos de cabeza, fruncimiento de cejas o miradas. El comprender estos mensajes no verbales significará para el intérprete una información suplementaria que le ayudará a determinar, a modo de ejemplo, el momento en que habrá de intervenir.

Una buena interacción depende en gran medida de la buena receptividad de estas señales, ya que

«las señales no verbales […] favorecen la sincronización de las intervenciones de los participantes en la interacción, distribuyendo turnos de palabra entre los interlocutores. A través de un minucioso análisis del rostro ajeno se pueden también llegar a recoger informaciones de retomo (feedback): el que habla desea saber si los oyentes están interesados o aburridos, molestos o divertidos, si entienden o no, si están de acuerdo o en desacuerdo con lo que se está diciendo. Si los interlocutores están visibles, se hallan físicamente presentes, sus expresiones (boca indicando agrado o desagrado, cejas fruncidas o no) revelan las informaciones solicitadas» (Ricci 1980, 118).

2.3. Fase onomasiológica

Hasta ahora hemos hecho referencia a la CNV situándonos en el intérprete como receptor de la misma y a lo sumo como receptor activo de carácter sui generis (receptor cualificado que utiliza la información verbal y no verbal obtenida para transmitirla al receptor último de la misma).

En esta fase, el intérprete deberá hacer uso efectivo de esa información a través de su interpretación:

2.3.1. Interpretación del discurso integral

En la fase de reverbalización el intérprete debe tomar una serie de decisiones estratégicas de interpretación respecto a los elementos no verbales contenidos en el discurso del emisor. El intérprete:

a)                  no tiene en cuenta esos elementos no verbales porque él sólo tiene que interpretar lo que el emisor «dice». Sin embargo, en discursos en los que predomine el componente no verbal el intérprete habría errado en su función principal como mediador interlingüístico, ya que habria desdeñado una parte de los re-cursos utilizados por el emisor para hacer llegar su mensaje.

b)                  sí tiene en cuenta estos elementos no verbales transmitiéndolos en su interpretación de forma verbal. Según nuestro punto de vista, esta estrategia tiene frente a la anterior la virtud de introducir los elementos no verbales en la interpretación, pero presenta al menos dos problemas: – alarga necesariamente la duración de la interpretación. El resultado no seria el adecuado ya que tanto en el caso de IC e IB que ya de por sí alargan el acto comunicativo, como en el caso de IS en el que el intérprete no debe ampliar el desfase ni sobrecargar su memoria, se producirian efectos no deseados. – se produce una inadecuación entre el discurso original y la interpretación que puede conducir a problemas de comprensión /valoración de lo percibido en el receptor. Según Kirch (1987,65):

«Widerspriiche zwischen der verbalen und der nichtverbalen Kommunikation verursachen Unruhe im Vemehmenden, aber er weiss nicht warum, denn meistens werden nichtverbale Signale unter dem Bewusstsein vemommen und gedeutet».

Kirch se refiere aquí a la contradicción entre la comunicación verbal y no verbal que emite un mismo sujeto. Sin embargo nos atrevemos a extrapolarlo al discurso original frente a la interpretación.

c)                  transmite los elementos no verbales exclusivamente por elementos no verbales correspondientes. Llevada esta posibilidad a sus últimas consecuencias querría decir que allí donde hubo un golpe acalorado en la mesa el intérprete también golpearía colérico la mesa (JC o IB) o allí donde hubiese un grito el intérprete también grita (IS, IC o IB). El sentido común nos advierte del riesgo. Pero además del sentido común, existe otra fundamentación más teórica: el intérprete debe facilitar la comunicación, debe respetar la intencionalidad del discurso original y sobre todo su función, pero: ¿la respeta efectivamente si como un repetidor insertara el golpe, la risa, el grito o la postura del orador? Seguramente no, porque emisor y receptor creerían estar ante una parodia. El intérprete se habría convertido en el centro de atracción y provocaría las risas o los enojos de emisor/receptor. Si, en el supuesto excepcional de que así fuese, el emisor pronunciase el resto de su discurso seguramente ya no utilizaría tantos elementos no verbales.

d)                  combina elementos no verbales y verbales en su interpretación. Esta estrategia, por la que optamos, combina el uso de unos y otros para transmitir el tono global de un discurso y los cambios de actitud por los que ha atravesado el emisor a lo largo del discurso.

El intérprete tiene todo un repertorio de elementos no verbales que puede utilizar sin caer en la parodia: provienen funda‑

mentalmente de la quinésica y de la paralingüística: una leve sonrisa, un levantamiento de cejas, un discreto movimiento de manos o un oportuno cambio de entonación. Pero allí donde el intérprete no pueda llegar con lo no verbal, es decir, allí donde el emisor haya hecho uso de signos no verbales exagerados o social-mente no aceptados, el intérprete completará en caso necesario con elementos verbales cortos pero efectivos que permitan respetar el discurso integral del emisor.

Esta última opción que estamos analizando resuelve las desventajas citadas anteriormente: alargamiento de la duración de la interpretación, dado que aquí los elementos verbales que se añaden son un mero suplemento a los elementos no verbales utilizados. Se preserva, además, la cercanía y coherencia entre discurso original e interpretación, ya que el receptor puede percibir el mismo tono global del discurso y una combinación similar entre elementos no verbales y verbales.

2.3.2. Estrategias de valoración y corrección de la interpretación

También en esta fase, el intérprete puede y debe hacer un uso concreto de la información no verbal obtenida durante la interacción. Como ya se ha dicho, una buena interacción depende en gran medida de la buena receptividad de las señales. Esta receptividad debe ser traducida en una adecuada respuesta: reafirmación o corrección de la estrategia interpretativa.

La corrección, si bien entendida más bien en el sentido de corrección de errores a nivel verbal, es analizada, entre otros, por Salevski. En un proceso dinámico del proceso cognitivo de la interpretación, incorpora la corrección integrando también, y esto es muy importante, el control y la valoración que el propio intérprete va realizando de su interpretación (Salevsky 1990, 151).

Aplicando este último modelo e integrando los elementos no verbales, el proceso resultante podría ser el siguiente: el

intérprete percibe determinados elementos no verbales que le reafirman en la valoración positiva de su actuación o bien percibe elementos que dan lugar a una valoración negativa y que por tanto le inducen a una corrección estratégica.

Un ejemplo seria el siguiente: el intérprete que después de analizar a los receptores ha llegado a la conclusión de que debe ofrecer cierta información suplementaria a la contenida en el discurso original para mantener la efectividad de éste, advierte en el transcurso de su interpretación gestos de impaciencia en el público que le avisan de que esta información es redundante y por tanto innecesaria. La corrección se centraría en un cambio de estrategia: suprimir a partir de entonces esta información adicional innecesaria y perturbadora. En el ejemplo contrario el intérprete debería introducir información suplementaria que en un principio no consideró necesaria si observa comportamientos en el público que denotan falta de comprensión.

2.3.3. Intérprete comunicador

El intérprete no es un autómata neutro y estéril sino que por sí mismo es alguien que comunica algo con independencia del discurso que interpreta. El intérprete comunica su personalidad, su estado emocional, etc. Es decir, el intérprete transmite algo dicho por otra persona, pero a la vez, por el simple hecho de estar presente en ese acto de comunicación, transmite inconsciente o conscientemente un gran número de información que va a repercutir en la percepción de su interpretación por el receptor.

Según Watzlawick (1981, 50):

«[…] no hay nada que sea lo contrario de conducta. En otras palabras, no hay no-conducta, o, para expresarlo de modo aún más simple, es imposible no comportarse. Ahora bien, si se acepta que toda conducta en una situación de interacción tiene un valor de mensaje, es

decir, es comunicación, se deduce que por mucho que uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes a su vez, no pueden dejar de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican.

El intérprete, pues, comunica a través de la quinésica, de la paralingüística, de su aspecto exterior o del uso que haga de la proxémica y ello, incluso de una manera inconsciente. Como afirma Corraze (1986, 15): «En lo que se refiere a la intención consciente, se observa que el hombre domina muy poco, en las circunstancias corrientes de la vida, sus comunicaciones no verbales. En primer lugar comunicamos a pesar nuestro, sin ser en absoluto conscientes de los gestos que utilizamos y, en segundo lugar, no escogemos siempre los medios más adecuados para hacerlo».

La conclusión es que la propia persona del intérprete se sitúa como blanco de una serie de juicios por parte de los receptores. El intérprete que carraspea frecuentemente, que dubitativo introduce pausas, que tambalea de un pie a otro, que esté más pendiente de su bolígrafo que de mirar al público y que encima lleve unos pantalones vaqueros en una cena de gala, tiene que contar probablemente con un juicio negativo por parte de emisor y receptores de la interpretación y ello a pesar de que la interpretación pueda ser calificada de excelente desde el punto de vista de los elementos verbales.

Si el público percibe la indecisión o el nerviosismo del intérprete, seguramente interpretará estas manifestaciones como de indecisión o nerviosismo no frente a la situación concreta (porque puede presuponer que el intérprete está habituado a situaciones de estrés) sino frente al propio rendimiento. La credibilidad del intérprete quedará malherida y su interpretación no podrá ser calificada de exitosa.

El intérprete como comunicador que es debe ser, por tanto, consciente de los elementos no verbales que utiliza (tanto intencionados como no intencionados). El receptor no debe ser sobrecargado con condicionamientos particulares del intérprete que lo desvíen de su objetivo fundamental: la recepción del discurso original.

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