Identidad, individuo y sociedad. Conclusiones al respecto.

W. James (8) señala que todos tenemos necesidad de ser «reconocidos» por los otros. Cooley (2) , autor de la teoría denominada del «yo-espejo» (looking-glass self) , destacó el papel que la imaginación desempeña en la interacción social. Según él, nuestro yo es función de cómo nos imaginamos percibirlo en la mente de los otros.

Laing sostiene que «la identidad ‘propia’ de una persona nunca puede ser completamente abstraída de su ‘identidad para los otros’. Su identidad, en cierta medida, depende de la identidad que los otros le atribuyen, pero también de las identidades que él atribuye a los otros, y por lo tanto de la identidad o identidades que él supone que los otros le atribuyen a él…» :(13) . Plantea la función de complementariedad por la cual el sentimiento de identidad re­quiere la existencia del «otro» por el cual uno es conocido. Esto puede aplicarse a los aspectos de la identidad que se expresan por medio del ejercicio de determinados roles: una madre necesita de la existencia de un hijo para poder ser madre.

Sin embargo, los roles también pueden servir como disfraces de la identidad. Esto lleva a uno de los problemas más arduos rela­cionados con el tema: la autenticidad de la identidad de cada indi­viduo. Así, por ejemplo, muchos autores, siguiendo a Erikson, pare­cen aceptar que el individuo logra la consolidación de su auténtica identidad cuando encuentra en su contexto social aspectos especiales con los que pueda identificarse claramente y funcionar en la forma en que la sociedad espera que funcione. Uno de nosotros (5) ha sostenido que «en términos demasiado simplificados podría decirse que la identidad auténtica es el ‘ser algo’, mientras que el estar funcionando ‘como algo’ es una seudoidentidad». A. Melillo (17) , al comentar el párrafo precedente, escribe: «Pienso que la afirma­ción de ‘ser algo’ se hace, implícitamente, frente a otra cosa que no es, en términos de diferenciación y oposición, con la consi­guiente apertura de un proceso dialéctico, mientras la relación se mantenga. En cambio, al funcionar ‘como algo’ se asume discri­minadamente a la otra parte, y se regresa a una situación indiferen­ciada, simbiótica, anterior a todo lo que se puede llamar identidad… Si tomamos como los polos de una relación el individuo y la socie­dad, que el individuo funcione como la sociedad espera de él (‘como algo’) configuraría lo que Grinberg llama seudoidentidad y, sin embargo, en el sentido que le dan Lynd y Wheeles, y tal vez Erikson, el resultado sería un sentimiento de identidad auténtico».

Ratificamos el criterio de que desempeñar roles para funcionar «como algo», o sea como la sociedad lo exige, implica una identidad precaria, falsa, que se asume por carecer de la capacidad para algo» y que expresa el sometimiento pasivo a la sociedad y a sus exigencias. P. Heimann (7) ya había señalado que un niño que es «demasiado bueno» absorbe indiscriminadamente sus objetos, continúa siendo un receptáculo de personificaciones e imitaciones y no llega a tener «personalidad». Los adolescentes que se rebelan sin aceptar los roles que la sociedad les impone y luchan por modi­ficar los sistemas sociales opresores, buscan —en realidad— la ma­nera de lograr el objetivo de una identidad más auténtica: «ser algo».

Según la terminología de Lévi-Strauss (14) , el individuo pacta implícitamente con la «sociedad», comprometiéndose a renunciar a los beneficios de una etapa, por ejemplo, la niñez, y a aceptar ciertas restricciones para poder optar a los beneficios de la etapa siguiente, la adultez. Vamos asimilándonos gradualmente a nuestra cultura a través de una sucesión de pactos, y nos hacemos complacientes y coherentes con las instituciones aceptadas. Aceptamos los roles que nos han sido asignados y funcionamos según ellos.

Estos pactos pueden llegar a traicionar aspiraciones y necesi­dades básicas del individuo, pero se mantienen por el grado de angustia que despierta la posibilidad de un cambio social.

Ante el cambio, el individuo reacciona no sólo con angustia frente a la situación nueva y desconocida sino también con senti­mientos depresivos, ya que el cambio significa también la pérdida de las estructuras previas (duelo por el objeto) más la pérdida de los aspectos del propio self ligados a ellas (duelo por el self) Si este duelo no puede elaborarse, condicionará también, como la angustia, la resistencia al cambio ‘ya que estas pérdidas de partes del self son sentidas como amenazas de pérdida de la identidad, como veremos más adelante.

Por otra parte, el no-cambio puede implicar el mantenimiento de seudoidentidades.

El gran problema que enfrenta el individuo, en este sentido, es resolver cómo puede vincularse creativamente con los otros y, al mismo tiempo, mantener un contacto suficiente consigo mismo y su propia integridad, para evitar transformarse en una pieza más del sistema social, alienada de sus propios valores verdaderos y de su propia experiencia auténtica.

 

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