Problemas adolescentes

Problemas adolescentes

No me pueden asustar con sus espacios vacíos.

Entre las estrellas —sobre las estrellas a donde no ha llegado la raza humana. Lo tengo en mi interior, muy cerca de casa.

Para asustarme a mí mismo con mis propios lugares desiertos.

ROBERT FROST

Poeta norteamericano, siglo XX

 

 

En varios puntos de este libro, hemos mencionado los problemas adolescentes. Por ejemplo, en el Capítulo 7: «La escuela», co­mentamos los problemas relacionados con los centros educativos; en el Capítulo 11: «Sexualidad», analizamos los problemas se­xuales, y en el Capítulo 13: «Rendimiento académico, opciones educativas y trabajo», vimos algunos problemas relacionados con el rendimiento académico y el desarrollo vocacional. En este ca­pítulo analizaremos ampliamente los problemas adolescentes. Cuando concluya este capítulo, debería poder alcanzar los si­guientes objetivos de aprendizaje:

Objetivo de aprendizaje 1  Conocer la naturaleza de los pro­blemas adolescentes.

Objetivo de aprendizaje 2 Analizar los factores que impulsan al consumo de drogas y alcohol, así como la incidencia de estos problemas.

Objetivo de aprendizaje 3 Analizar las causas de la delin­cuencia juvenil.

Objetivo de aprendizaje 4 Definir la depresión y el suicidio adolescente.

Objetivo de aprendizaje 5 Entender los trastornos de la ali­mentación.

Objetivo de aprendizaje 6 Comprender la relación entre los problemas y la prevención.

 

ANNIE Y ARME

 

Algunas mañanas, Annie, una animadora de 15 años, estaba demasiado borracha para ir al insti­tuto. Otros días, cuando se dirigía al instituto por la mañana, se paraba varias veces para tomarse un par de cervezas y una copa. Era alta, rubia y atrac­tiva, y ninguna de las personas que le servían al­cohol le preguntaba cuántos años tenía. Conse­guía el dinero haciendo de canguro, a lo que añadía lo que le daba su madre para comer fuera de casa. Al final, Annie fue expulsada del equipo de animadoras por faltar a los entrenamientos. Al poco tiempo, ella y algunas de sus amigas bebían prácticamente cada mañana. A veces, faltaban a clase y se iban de bares. Toda la vida de Annie em­pezó a girar entorno al alcohol. Siguió bebiendo durante dos años y, el pasado verano, siempre que te la encontrabas estaba borracha. Al cabo de un tiempo los padres de Annie empezaron a detectar el problema que tenía su hija con la bebida. Pero, por mucho que la castigaran, ella continuaba be­biendo. Al final, Annie empezó a salir con un chi­co que le gustaba mucho y que no estaba dis­puesto a soportar su adicción al alcohol. Annie estuvo de acuerdo en pedir ayuda a Alcohólicos Anónimos y acaba de completar el tratamiento con éxito. Ya lleva cuatro meses sin beber, y su meta es continuar con la abstinencia.

Arnie tiene ahora 13 años, pero ya posee una larga trayectoria de robos y agresiones físicas. Su primer robo lo perpetró cuando tenía 8 años —se llevó un radiocasete de una tienda de artículos electrónicos—. Su primera agresión física impor­tante tuvo lugar un año después, cuando aplastó a su hermano menor de 7 años contra la pared, le dejó la cara ensangrentada y le amenazó con ma­tarlo con un cuchillo de carnicero. Recientemen­te, los robos y las agresiones han aumentado. Esta semana ha robado un televisor y a golpeado repetidamente a su madre, amenazándola con que la iba a matar. También ha roto varias farolas del vecindario y ha amenazado a varios jóvenes del barrio con una llave inglesa y un martillo. El pa­dre de Arnie abandonó a la familia cuando el niño tenía 3 años. Hasta que el padre se fue de casa, los padres de Arnie discutían constantemente y su padre pegaba a su madre con frecuencia. La ma­dre de Arnie afirma que, cuando su hijo era me­nor, se sentía capaz de controlarlo, pero en los úl­timos años las cosas se le han ido de las manos y no se siente capaz de aplicarle ninguna sanción por su comportamiento antisocial. El comporta-miento impulsivo y violento de Arnie ha hecho que vaya a vivir a un un piso tutelado comparti­do con otros delincuentes juveniles.

 

 

 

ANALIZAR LOS PROBLEMAS ADOLESCENTES

A continuación analizaremos qué factores pueden inter­venir en la aparición de problemas adolescentes, así como los distintos enfoques que se han desarrollado para en-tender las causas de este tipo de problemas y sus carac­terísticas.

Los factores biológicos

En el enfoque biológico los problemas adolescentes se atribuyen a un funcionamiento inadecuado del cuerpo del adolescente. Hoy en día, los científicos que adoptan un enfoque biológico se centran en el cerebro y en los facto-res genéticos como posibles causas de los problemas adolescentes. En este enfoque se acude al tratamiento far­macológico para solucionar los problemas. Por ejemplo,

si un adolescente está deprimido, le recetarán un antide­presivo.

Los factores psicológicos

Entre los factores psicológicos que pueden provocar pro­blemas adolescentes se encuentran los pensamientos dis­torsionados, la confusión emocional, el aprendizaje ina­decuado y las dificultades para interactuar con otros. Dos de los enfoques teóricos que expusimos en el Capítulo 2: «La ciencia del desarrollo adolescente» tratan sobre las causas que pueden contribuir a que los adolescentes de­sarrollen problemas. Recordemos que los teóricos psico­analíticos atribuyen los problemas a las experiencias tem­pranas estresantes que tienen los niños con las figuras paternas. Los teóricos de la conducta y los sociocogniti­vos creen que los problemas adolescentes son una conse­cuencia de las experiencias sociales que tienen los ado­lescentes con otras personas.

 

Se considera que la familia y el grupo de iguales son influencias especialmente importantes en la gestación de los problemas adolescentes. Por ejemplo, cuando expon-gamos el tema del abuso de sustancias y de la delincuen­cia juvenil, veremos que las relaciones de los adolescen­tes con sus padres y con los iguales están íntimamente relacionadas con este tipo de problemas.

Los factores socioculturales

Los problemas psicológicos que tienen los adolescentes se dan en la mayoría de las culturas. Sin embargo, la fre­cuencia e intensidad de los problemas varía de unas cultu­ras a otras, asociándose estas variaciones a los aspectos sociales, económicos, tecnológicos y religiosos existentes de cada una de ellas (Draguns, 1990; Tanaka-Matsumi, 2001).

Entre los factores socioculturales que influyen sobre el desarrollo de los problemas adolescentes se incluyen el nivel socioeconómico y la calidad del barrio en el que se vive (Brown y Adler, 1998). Por ejemplo, la pobreza es un factor que contribuye notablemente a la delincuencia.

El enfoque biopsicosocial

Algunos expertos consideran que los tres tipos de facto-res —biológicos, psicológicos y socioculturales— pue­den estar implicados en el hecho de que un adolescente desarrolle determinados problemas. Así, el hecho de que un adolescente empiece a consumir drogas puede obede­cer a una combinación de factores biológicos (predispo­sición genética y procesos cerebrales), psicológicos (con-fusión emocional y dificultades relaciónales) y socioculturales (pobreza). La combinación de todos estos factores recibe el nombre de enfoque biopsicosocial.

En enfoque de la psicopatología del desarrollo

El campo de la psicopatología del desarrollo se centra en describir y analizar la trayectoria evolutiva de los pro­blemas. Muchos de los investigadores que trabajan en este campo intentan establecer relaciones entre los pre­cursores de un problema (como los factores de riesgo y las experiencias tempranas) y los resultados o conse­cuencias finales (como la delincuencia o la depresión) (Egeland, Pianta y Ogawa, 1996; Egeland, Warren y Aquilar, 2001; Harper, 2000; Popper, Ross y Jennings, 2000). La trayectoria evolutiva describe las continuidades y transformaciones en los factores que influyen sobre los resultados finales (Chang y Gjerde, 2999; Kremmen y Block, 2000).

Los problemas adolescentes se pueden categorizar en dos tipos diferentes: problemas de interiorización y pro­blemas de exteriorización. Los problemas de interiori‑

zación ocurren cuando la persona dirige sus problemas hacia su interior. Entre los problemas de interiorización se incluyen la ansiedad y la depresión. Los problemas de exteriorización ocurren cuando la persona dirige sus problemas hacia el exterior. Un ejemplo de problemas de exteriorización es la delincuencia juvenil. Se han esta­blecido relaciones entre los problemas durante la infan­cia y los problemas en la etapa adulta. En un estudio se comprobó que los individuos de sexo masculino que te­nían problemas de interiorización (como la ansiedad y la depresión) durante los años de enseñanza primaria tenían más probabilidades de presentar el mismo tipo de pro­blemas a los 21 años, pero no tenían un mayor riesgo de presentar problemas de exteriorización (Quinton, Rutter y Gulliver, 1990). Del mismo modo, la presencia de pro­blemas de exteriorización (como la agresión y el com­portamiento antisocial) durante la infancia elevaba el riesgo de presentar comportamientos antisociales a los 21 años. En el sexo femenino tanto los problemas de inte­riorización como los de exteriorización predijeron pro­blemas de interiorización a los 21 años.

Alan Sroufe y sus colaboradores (1999) comprobaron que los problemas de ansiedad durante la adolescencia correlacionan con el apego ansioso/evitativo durante la primera infancia, y que los problemas de conducta du­rante la adolescencia correlacionan con el apego evitati­vo durante la primera infancia. Sroufe cree que la com­binación de un apego seguro en la primera infancia y una buena integración en el grupo de iguales durante esta mis­ma etapa contribuyen a impedir el desarrollo de proble­mas durante la adolescencia. En otro estudio reciente de psicopatología evolutiva, Ann Masten y sus colaborado-res (en prensa) hicieron el seguimiento de 205 niños du­rante 10 años desde la infancia hasta la adolescencia. Es-tos autores comprobaron que el buen funcionamiento intelectual y las prácticas educativas paternas adecuadas desempeñaban un papel protector, impidiendo que los adolescentes se implicaran en comportamientos antiso­ciales. Más adelante en este capítulo, cuando analicemos la capacidad de recuperación de los adolescentes, pro­fundizaremos más en estos factores.

Las características de los problemas adolescentes

El espectro de problemas adolescentes es muy amplio. Los problemas varían tanto en gravedad como en su incidencia en función del sexo y del nivel socioeconómi­co. Algunos problemas son de escasa duración; otros pueden persistir durante años. Un niño de 13 años se pue­de comportar de forma impulsiva en el centro escolar, in­terfiriendo en la marcha de la clase. Al cumplir los 14 años, tal vez sea asertivo y agresivo, pero haya dejado de interrumpir en clase. Otro niño que con 13 años presen­taba una pauta similar de comportamiento impulsivo, a los 16 años puede haber sido arrestado repetidamente por

 

cometer distintos tipos de conductas delictivas y seguir interfiriendo en la marcha de la clase.

Algunos problemas tienen más probabilidades de apa­recer en algunos niveles evolutivos que en otros. Por ejemplo, los miedos son más habituales al principio de la etapa preescolar, muchos problemas relacionados con los estudios emergen por primera vez en la etapa escolar, y los problemas relacionados con el abuso de sustancias predominan más en la adolescencia (Achenbach y Edel­brock, 1981). En un estudio, se puso de manifiesto que la depresión, el absentismo escolar y el abuso de sustancias predominaban más entre los adolescentes de más edad, mientras que discutir, pelearse y hacer demasiado ruido son comportamientos más frecuentes entre los adoles­centes más jóvenes (Edelbrock, 1989).

En una investigación a gran escala llevada a cabo por Thomas Achenbach y Craig Edelbrock (1981), se com­probó que los adolescentes pertenecientes a niveles socio-económicos bajos tenían más probabilidades de presentar problemas que los de clase media. La mayoría de proble­mas que presentaban los adolescentes de baja extracción social fueron de exteriorización, como son los comporta­mientos impulsivos y descontrolados —por ejemplo, des­truir objetos ajenos o pelearse—. Estos comportamientos también eran más característicos de los chicos que de las chicas. Entre los adolescentes de clase media y las chicas predominaban los problemas de interiorización y de ex-ceso de control —por ejemplo, ansiedad y depresión.

Los problemas que motivan más visitas de adoles­centes a clínicas de salud mental son los sentimientos de tristeza, desánimo o depresión y el bajo rendimiento aca­démico (véase la Figura 14.1). Las dificultades en los es­tudios, sean primarias o secundarias a otros problemas, representan un elevado porcentaje de visitas.

En otra investigación, Achenbach y sus colaboradores (1 991) estudiaron los problemas y las competencias de

2.600 niños y adolescentes de edades comprendidas en­tre los 4 y los 16 años, evaluados en el momento de su admisión en un servicio de salud mental, comparándolos con otros 2.600 niños y adolescentes de características demográficas similares. Los niños y adolescentes de baja extracción social tenían más problemas y menos compe­tencias que sus homólogos de nivel superior. Los niños y adolescentes tenían más problemas cuando no vivían con adultos a los que les unían vínculos familiares, eran hijos de padres separados o divorciados, pertenecían a familias que habían recibido ayudas económicas de los servicios sociales y tenían familiares que habían recibido servicios de salud mental. Los niños y adolescentes que tenían más problemas de exteriorización procedían de familias en las que los padres no estaban casados, eran separados o divorciados, o sus familias recibían algún tipo de subsi­dio.

Muchos estudios han constatado que factores como la pobreza, una educación paterna inadecuada y los trastor­nos mentales de los padres predicen los problemas ado­lescentes. Los predictores de problemas se denominan factores de riesgo. La expresión «factor de riesgo» signi­fica que en los grupos de personas que presentan deter­minadas características existen muchas probabilidades de que se presente un determinado problema. A los niños que poseen muchos factores de riesgo se les conoce como niños «de alto riesgo», pero eso no significa que todos ellos vayan a desarrollar problemas.

El Search Institute de Minneapolis ha elaborado una lista de 40 recursos evolutivos que necesita completar todo adolescente para obtener resultados positivos en su vida (Benson, 1997). La mitad los recursos son internos y la otra mitad externos. Los 20 recursos externos inclu­yen el apoyo (por ejemplo, de la familia y del barrio), la autorización (por ejemplo, que haya adultos en la comu­nidad que valoren a los jóvenes, y que éstos desempeñen

 

 

FIGURA 14.1

Los dos ítems que mejor permiten distinguir entre los niños y adolescentes que son remitidos a la consulta de un psicólogo.

 

roles útiles en la comunidad), límites y expectativas (por ejemplo, que los padres establezcan normas claras y con-secuencias claras de su incumplimiento y que supervisen el comportamiento de sus hijos y con quién se relacionan) y un uso constructivo del tiempo (por ejemplo, participar en actividades creativas tres o más veces a la semana y en programas juveniles organizados tres o más horas a la semana). Los 20 recursos internos incluyen el compro­miso con los estudios (por ejemplo, estar motivado por sacar buenas notas y dedicar por lo menos una hora diaria a las tareas escolares en los días lectivos), valores po­sitivos (por ejemplo, ayudar a los demás y mostrar inte­gridad), competencias sociales (por ejemplo, saber planificar y tomar decisiones, y poseer competencias in­terpersonales como la empatia y la capacidad de estable­cer amistades) e identidad positiva (por ejemplo, tener la sensación de control sobre la propia vida y una alta au­toestima).

En la investigación realizada por el Search Institute los adolescentes que tenían más recursos informaron de que se implicaban en menos comportamientos de de ries­go, tales como el consumo de alcohol y tabaco, el man­tenimiento de relaciones sexuales y el comportamiento violento. Por ejemplo, en una encuesta que se pasó a más de 12.000 estudiantes de entre 14 y 18 años, el 53 por 100 de los que tenían entre 0 y 10 recursos informaron haber consumido alcohol en tres o más ocasiones durante el úl­timo mes, o haberse emborrachado más de una vez en las dos últimas semanas, lo que sólo ocurrió en el 16 por 100 de los estudiantes que tenían de 21 a 30 recursos y en el 4 por 100 de los que tenían entre 31 y 40.

La capacidad de resistencia

A pesar de que algunos niños o adolescentes deben afron­tar condiciones adversas, como la pobreza, ¿hay caracte­rísticas que pueden ayudarles a contrarrestar este tipo de condiciones, o esos niños y adolescentes están abocados inevitablemente a un resultado evolutivo negativo? Hay algunoas que efectivamente son capaces de sobreponerse y triunfar a pesar de las adversidades de la vida (Gar­mezy, 1993; Luthar, Cicchetti y Becker, 2000; Markstrom y Tryon, 1997; Taylor y Wong, 2000). Ann Masten (Mas-ten y Coatsworth, 1998; Willis et al, 2001) revisó la li­teratura sobre la capacidad de recuperación e identificó una serie de factores individuales (como un buen funcio­namiento intelectual), familiares (relación estrecha con una figura paterna cercana y afectuosa) y extrafamiliares (vínculos con adultos prosociales fuera de la familia) que caracterizan a los niños y adolescentes que son capaces de afrontar con éxito las condiciones desfavorables (véa­se el Cuadro 14.1).

Norman Garmezy (1993) describió un escenario en el barrio de Harlem de la ciudad de Nueva York para ilus­trar algunos de los factores que potencian la capacidad de recuperación. En el vestíbulo de un edificio de aparta‑

CUADRO 14.1

Características de los niños y adolescentes con capacidad de recuperación.

mentos sin ascensor hay un gran panel en la pared, justo a la entrada. Contiene las fotografías de los niños que vi-ven en el edificio, junto a una petición escrita de que si alguien ve a alguno de esos niños en la calle en una si­tuación comprometida o peligrosa, lo traigan de vuelta a su casa. Garmezy comentó que éste es un ejemplo exce­lente de competencia y preocupación de los adultos por la seguridad y el bienestar de los niños.

Hasta aquí, hemos analizado algunos factores que contribuyen a la aparición de problemas durante la ado­lescencia. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con este tema.

Después de examinar estos factores, nos centraremos en los problemas específicos que tienen algunos adoles­centes.

PROBLEMAS Y TRASTORNOS

¿Cuáles son algunos de los principales problemas y tras-tornos que afectan a los adolescentes? Para responder a esta pregunta podemos señalar el consumo de drogas y alcohol, la delincuencia juvenil, los problemas relacio­nados con los estudios, los problemas sexuales, la de-presión y el suicidio y los trastornos de la alimentación. Ya hemos hablado de los problemas escolares y sexua­les en los capítulos previos. Ahora analizaremos el resto de los problemas, empezando por el consumo de drogas y alcohol.

 

Objetivo de aprendizaje 1           Conocer la naturaleza de los problemas adolescentes.

  • Para explicar los problemas adolescentes se han propuesto causas biológicas, psico­lógicas y socioculturales. El enfoque biopsicosocial reconoce el influjo de los tres ti-pos de factores —biológicos, psicológicos y socioculturales— en el desarrollo de los problemas adolescentes.
  • El enfoque de la psicopatología del desarrollo hace hincapié en la descripción y ex­ploración de las trayectorias evolutivas de los problemas.
  • El espectro de problemas adolescentes es muy amplio, variando en función de la gra­vedad, el nivel evolutivo, el sexo y el nivel socioeconómico. Se puede distinguir en­tre problemas de interiorización y problemas de exteriorización. Los adolescentes de clase media y los de sexo femenino tienen más problemas de interiorización, mien­tras que los de extracción social inferior y los de sexo masculino tienen más proble­mas de exteriorización.
  • Los adolescentes que disponen de múltiples recursos internos y externos tienen me-nos problemas que los que tienen menos.
  • En la vida de los niños y de los adolescentes que muestran capacidad de recupera­ción ante la adversidad, destacan tres tipos de características: 1) capacidades cogni­tivas y respuesta positiva por parte de los demás; 2) familias caracterizadas por la ca­lidez y la cohesión, así como por la presencia de adultos afectuosos, y .5) alguna fuente de apoyo externo a la familia.

 

Las drogas y el alcohol

¿Por que consumen drogas los adolescentes? ¿Qué incidencia tiene este problema en Estados Unidos y los paí­ses occidenlales?¿Qué tipo de drogas consumen los adolescentes y cuáles son sus efectos? ¿Qué factores con­tribuyen al consumo de drogas entre los adolescentes? Éstas son algunas de las cuestiones que vamos a tratar de responder en las páginas siguientes.

¿Por qué consumen drogas los adolescentes?

Durante una etapa de su carrera, Sigmund Freud experi­mentó con los usos terapéuticos de la cocaína. Estaba in­vestigando las posibles aplicaciones médicas de este fármaco como analgésico en la cirugía ocular. Muy pron­to comprobó que esta droga inducía al éxtasis. Hasta es­cribió a SLI novia para explicarle que una dosis reducida de cocaína producía sensaciones sublimes y maravillosas. Pero, al hacerse evidente que algunas personas se volvían psicológicamente adictas a la cocaína y al morir alguna de ellas por sobredosis, Freud dejó de utilizar esta droga. Desde el principio de la historia, los seres humanos han buscado sustancias que les ayudaran y les protegieran y también que actuaran sobre el sistema nervioso pro­duciendo sensaciones placenteras. Las personas se sien-ten atraídas por las drogas porque estas sustancias les ayudan a adaptarse a un ambiente cambiante. Fumar, be­ber y consumir otras drogas son comportamientos que re­ducen las tensiones y la sensación de frustración; mitigan el aburrimiento y la fatiga; y en algunos casos ayudan a

evadirse de la dura realidad. Las drogas proporcionan pla­cer induciendo una sensación de paz interior, alegría, re­lajación, percepciones ealeidoscópicas, oleadas de eufo­ria o una sensación prolongada de vigor y energía. Y pueden ayudar a los adolescentes a desenvolverse mejor en su mundo. Por ejemplo, las anfetaminas pueden hacer que se mantengan despiertos durante más tiempo para preparar un examen.

Las drogas también satisfacen la curiosidad de los adolescentes —algunos adolescentes prueban las drogas porque se sienten intrigados por los relatos que circulan en los medios de comunicación—. Otros pueden escuchar una canción y preguntarse si las drogas descritas en ella les proporcionarán experiencias únicas y profundas. Las drogas también se consumen por motivos sociales, ya que producen una sensación de bienestar y facilitan la inte­racción con los otros.

Pero el consumo de drogas con fines de gratificación y adaptación temporal implica un precio muy alto: la dependencia con respecto a la sustancia consumida; la de­sorganización personal y social, y la predisposición a contraer enfermedades graves y a veces fatales (Gullota. Adams y Mointemayor, 1995; Ksir, 2000). Por lo tanto, lo que se hace con una finalidad adaptativa acaba siendo desadaptativo. Por ejemplo, el consumo prolongado de ta­baco, en el que la droga activa es la nicotina, es uno de los problemas de salud más grave, aunque evitable. Al­gunos expertos han descrito el hecho de fumar como un «suicidio a cámara lenta».

A medida que los adolescentes siguen consumiendo la misma droga desarrollan tolerancia a la misma, que

 

¿Por qué consumen drogas los adolescentes?

 

significa que necesitan cada vez mayor cantidad de dro­ga para obtener los mismos efectos. Por ejemplo, la pri­mera vez que una persona ingiere 5 miligramos de Valium, este fármaco hará que se sienta muy relajada. Pero, si sigue tomando Valium durante seis meses segui­dos, probablemente acabará necesitando 10 miligramos de la misma sustancia para lograr el mismo efecto.

La dependencia física es la necesidad física de con-sumir una sustancia, que va acompañada de síntomas desagradables, propios del síndrome de abstinencia, cuando se interrumpe el consumo. La dependencia psi­cológica es el intenso deseo de consumir una droga por motivos emocionales, como el deseo de mitigar el estrés V de experimentar una sensación de bienestar. Tanto la dependencia física como la psicológica significan que la droga está desempeñando un papel muy importante en la vida del adolescente.

Tendencias generales en el consumo de drogas

Durante los años 1960 y 1970 creció considerablemente el consumo de drogas ilícitas. En este período de con­vulsión social y política, muchos jóvenes se aficionaron a la marihuana, los estimulantes y los alucinógenos. En aquella época también se produjo un incremento del con-sumo de alcohol entre los estudiantes (Robinson y Gre­ene, 1988). En los últimos años se han registrado datos más precisos sobre el consumo de drogas.

Cada año, desde 1975, Loyd Johnston, Patrick O’Ma­lley y Gerald Bachman que trabajan en el instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Michigan

han estudiado el consumo de drogas por parte de los estu­diantes norteamericanos de bachillerato en una muestra representativa de centros públicos y privados. Desde 1991, también han registrado datos sobre el consumo de drogas entre los alumnos de enseñanza secundaria obligatoria de 13-14 años y 15-16 años. Este estudio de la Universidad de Michigan se conoce como el «Monitoring the Future Study».

El consumo de drogas entre los estudiantes nortea­mericanos de secundaria se redujo en la década de 1980, pero empezó a recuperarse a principios de los años no-venta (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). En el año 2001, el consumo de todas las drogas ilícitas estaba por debajo de los niveles máximos alcanzados en el año 1997 (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). La Figura 14.2 muestra las tendencias generales en el consumo de dro­gas entre los estudiantes de bachillerato norteamericanos desde el año 1975.

De todos modos y a pesar de esta reciente estabiliza­ción de los niveles de consumo, Estados Unidos continúa teniendo el índice de consumo de drogas más alto del mundo desarrollado. Además, lo más probable es que el estudio llevado a cabo por la Universidad de Michigan subestime el porcentaje de adolescentes que consumen drogas, ya que no incluye a aquellos que dejaron los es­tudios, que tienen un índice de consumo de drogas más elevado que los adolescentes que continúan estudiando. Johnston, O’Malley y Bachman (1999) creen que el «ol­vido generacional» contribuyó al incremento del consumo de drogas entre los adolescentes durante los años noven­ta, momento en que las creencias de los adolescentes so­bre los riesgos asociados al consumo de drogas perdie-

 

FIGURA 14.2

Tendencias en el consumo de drogas entre los estudiantes de bachillerato norteamericanos.

En este gráfico se representa el porcentaje de estudiantes de bachillerato que afirman haber consumido drogas ilícitas en el último mes. Fíje­se en el claro incremento que se produjo durante la segunda mitad de la década de los setenta, la reducción en los años ochenta y una cierta recuperación durante los años noventa. [Fuente: Johnston, O’Malley y Bachman (2201).]

 

ron mucho peso. A continuación analizaremos de forma separada las distintas drogas que consumen los adoles­centes.

El alcohol

Para saber más sobre el papel que desempeña el alcohol en la vida de los adolescentes, analizaremos cómo influ­ye su consumo y abuso sobre el comportamiento y la ac­tividad cerebral, así como los factores de riesgo que pre­disponen a los adolescentes a abusar de esta droga.

Efectos del alcohol sobre la actividad cerebral y el comportamiento de los adolescentes. El alcohol es una droga sumamente potente. Actúa sobre el cuerpo como un depresor y enlentece la actividad cerebral. Si se utiliza en cantidades elevadas puede, incluso, matar los tejidos, tanto los musculares como los cerebrales. Los efectos mentales y conductuales del consumo de alcohol incluyen una mayor desinhibición y una disminución en la capaci­dad de juicio.

Al principio, el alcohol produce en el adolescente una sensación de mayor segundad en sí mismo. Sin embargo, conforme va ingiriendo más alcohol, va perdiendo peri­cia en tareas complejas como la conducción de vehículos, y tanto su funcionamiento intelectual como su control conductual y su capacidad de juicio se van debilitando. Al final, entra en un estado de somnolencia y se duerme. En los casos de intoxicación severa, el bebedor puede entrar en estado de coma. Todos estos efectos conductuales va‑

rían en función de cómo metabolice el alcohol el cuerpo del adolescente, su peso corporal, la cantidad de alcohol ingerido y su historia previa de consumo de alcohol, que ha podido o no generarle tolerancia.

El alcohol es la droga más ampliamente consumida en los países occidentales. Ha producido muchos momentos divertidos y también muchos momentos tristes. El alco­holismo es la tercera causa de muerte en Estados Unidos. Cada año, mueren aproximadamente 25.000 personas y 1,5 millones sufren lesiones provocadas por conductores borrachos. En el 65 por 100 de las agresiones que cometen los hombres hacia las mujeres, el agresor se en­contraba bajo los efectos del alcohol (Goodman et al., 1986). En muchos de los casos de conducción temeraria o agresión sexual perpetrados bajo los efectos del alco­hol, el agresor era adolescente. En Estados Unidos hay más de 13 millones de personas reconocidas como alco­hólicas, muchas de las cuales empezaron a beber durante la adolescencia.

En investigaciones recientes, el consumo regular de grandes cantidades de alcohol, durante la adolescencia, se ha asociado a deterioro cerebral:

El escáner cerebral de adolescentes que abusan del alcohol indica lesiones a nivel del hipocampo, una región del cerebro que participa sobre todo en el aprendizaje y la memoria. En un estudio, se compa­raron 24 adolescentes y adultos jóvenes que tenían graves problemas con el alcohol con personas de edades similares que no tenían este tipo de proble-

 

mas (De Ballis et al., 2000). El escáner cerebral mostró que el hipocampo de los bebedores era un 10 por 100 menor que el de los que no bebían, lo que supone una diferencia considerable.

En otro se comparó el escáner cerebral de mujeres que habían bebido mucho alcohol durante la ado­lescencia, pero que habían dejado ese hábito al lle­gar a la adultez, con el escáner cerebral de mujeres de la misma edad que no habían abusado del alco­hol durante la adolescencia (Tapert et al., 2001). Las imágenes cerebrales se obtuvieron mientras las mujeres realizaban una tarea de memoria en la que tenían que recordar la posición de un objeto en la pantalla. En comparación con las mujeres que no habían abusado del alcohol durante la adolescencia, las que sí habían abusado de esta sustancia tuvie­ron más problemas para recordar la posición de los objetos en la pantalla y las imágenes de sus cere­bros revelaron menor actividad cerebral. La Figura 14.3 muestra las diferencias existentes entre los cerebros de dos mujeres de 20 años, una de las cua­les había abusado del alcohol durante la adolescen­cia y la otra no.

Hace falta investigar más antes de extraer conclusio­nes definitivas sobre la relación entre el abuso del alcohol durante la adolescencia y el deterioro cerebral. De todos modos, estos estudios sugieren que el consumo de alco­hol posee efectos nocivos sobre el cerebro adolescente.

Consumo y abuso del alcohol entre los adolescentes. El consumo de alcohol se ha reducido levemente durante los últimos años pero sigue siendo muy alto entre los adolescentes (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). La prevalencia mensual de consumo de alcohol entre los es­tudiantes de bachillerato era del 73 por 100 en 1980, pero disminuyó al 50 por 100 en 2001. La conducta de beber en exceso (definida en la Universidad de Michigan como tomarse cinco o más copas seguidas en las dos últimas se‑

manas) descendió del 41 por 100 al 33 por 100 en los mismos años. Se ha detectado una diferencia significati­va entre ambos sexos, implicándose más en este tipo de conductas los chicos que las chicas. En 1997, el 39 por 100 de los estudiantes de bachillerato de sexo masculino afirmaban haberse emborrachado alguna vez en las dos últimas semanas, en comparación con el 29 por 100 de sus compañeras de sexo femenino.

Factores de riesgo para el consumo de alcohol. Entre los factores de riesgo para que un adolescente abuse del alcohol se incluyen la herencia, las influencias familiares, las relaciones con los iguales, los rasgos de personalidad y la transición a la universidad. Cada vez se acumulan más pruebas sobre la existencia de una predisposición genéti­ca al alcoholismo, aunque es importante recordar que en este tipo de problemas están implicados tanto los factores genéticos como los ambientales (Moos, Finney y Cronki­te. 1990).

El consumo de alcohol durante la adolescencia se co­rresponde con el tipo de relaciones que mantiene el ado­lescente con sus padres y con sus iguales. Los adolescen­tes que beben mucho suelen tener un apego inseguro con respecto a sus padres y pertenecer a familias donde hay mucha tensión. Los padres no son afectuosos, utilizan prácticas poco eficaces en la organización de la vida fa­miliar (falta de supervisión, expectativas confusas, esca­so refuerzo del comportamiento adecuado) y sancionan el consumo de alcohol (Barnes, Farell y Banerjee, 1995; Pe­terson et al., 1994).

El grupo de iguales es especialmente importante en el abuso del alcohol entre los adolescentes (Dielman et al., 1992). En un estudio reciente, la exposición al con-sumo y abuso del alcohol por parte de los iguales, junto con la susceptibilidad a la presión del grupo se revelaron como importantes predictores del consumo abusivo (Dielman, Shope y Butchart. 1990).

El hecho de que los adolescentes tengan amigos ma­yores, de la misma edad o menores también está relacio‑

 

 

FIGURA 14.3

Imágenes cerebrales de dos mujeres jóvenes, una que abusó del alcohol durante la adolescencia y otra que no lo hizo.

La imagen cerebral (MRI) de la iz­quierda corresponde al cerebro de una mujer joven que abusó del alco­hol durante la adolescencia. La falta de zonas oscuras indica una escasa actividad cerebral. Sin embargo, la imagen cerebral de la derecha, corres­pondiente a una mujer de la misma edad que no abusó del alcohol du­rante la adolescencia, tiene más zonas oscuras, lo que sugiere una mayor ac­tividad cerebral.

 

nado con el consumo de alcohol y otras drogas durante la adolescencia. En un estudio se comprobó que los adoles­centes que consumían drogas tenían más probabilidades de tener amigos mayores que los que no las consumían (Blyth. Durant y Moosbrugger, 1985).

En otro estudio, la aplicación del programa Friendly PEERsuasion redujo la incidencia del consumo de alco­hol entre las chicas que ya bebían y pospuso el momento en que empezaron a beber alcohol las chicas que no bebían antes de la aplicación del programa (Girls, Inc. 1993). El programa PEERsuasion también mejoró la asertividad. Las chicas que habían participado indicaron que eran menos proclives a permanecer en una situación de consumo abusivo que las que no habían participado. El programa consta de catorce sesiones de una hora de duración que incluyen actividades interactivas y diverti­das relacionadas con el consumo de drogas. A las ado­lescentes se les enseñan formas saludables de afrontar el estrés, detectar la presión para consumir alcohol en el grupo de iguales y en los medios de comunicación, y a tomar decisiones responsables sobre el consumo de dro­gas. Seguidamente, las chicas que participan en el pro-grama actúan como líderes para planificar y aplicar acti­vidades de prevención del abuso de sustancias dirigidas a niñas de entre 6 y 10 años.

En un estudio reciente sobre más de 3.000 estudian-tes de bachillerato de 16-17 años, se detectó una elevada correlación entre la presión del grupo de iguales y el con-sumo de alcohol (Borden, Donnermeyer y Scheer, 2001). En este estudio también se comprobó que el hecho de participar en actividades escolares y extraescolares se asociaba a una menor incidencia del consumo de drogas y de alcohol durante el último año.

En otro estudio se identificaron tres tipos de bebe-dores entre los estudiantes de 15 y 16 años: 1) los que presentaban una elevada incidencia de conductas proble­máticas; 2) los adolescentes muy ansiosos que afirmaron padecer ansiedad de ejecución en contextos académicos, y 3) los adolescentes populares y con un buen nivel de funcionamiento (Barber, Eccles y Stone, 2001).

¿Existe algún perfil de personalidad que proporcione información sobre el riesgo que tienen los adolescentes de tener problemas con el alcohol? Robert Cloninger (1991). investigador especializado en el consumo abusi­vo de alcohol, afirma que hay tres rasgos que ya están presentes a los 10 años de edad que se asocian al alcoho­lismo a los 28 años: 1) proclive al aburrimiento, necesita actividad y desafíos constantes; 2) guiado por la evitación de las consecuencias negativas de las acciones, y 3) ne­cesitado de recompensas externas inmediatas cuando se esfuerza. Cloninger recomienda a los padres que detecten estos rasgos en sus hijos, sean niños o adolescentes jóve­nes, y que se aseguren de proporcionarles un entorno es­tructurado y estimulante, así como un gran apoyo.

No cabe duda de que una sólida estructura familiar es un factor protector importante para reducir la incidencia del consumo abusivo del alcohol entre los adolescentes

(Waldron. Brody y Slesnick. 2001). ¿Hay algún otro fac­tor? ¿Serviría de algo el hecho de elevar la edad legal para beber alcohol? En un estudio, se comprobó que elevar la edad legal para beber alcohol redujo la frecuencia de ac­cidentes automovilísticos en los que estaban implicados los adolescentes, pero no redujo la incidencia del consu­mo abusivo de alcohol (Wagennar, 1983). Otro intento de reducir este tipo de conductas fue un programa imparti­do en el centro educativo en el que los adolescentes dia­logaban entre sí sobre cuestiones relacionadas con el al­cohol (Wodarski y Hoffman, 1984). Al cabo de un año, los estudiantes que habían participado en el programa in-formaron de que habían bebido menos y que habían ani­mado a sus amigos para que no bebieran en mayor me­dida que sus homólogos que no habían participado en el programa. Las iniciativas para ayudar a los adolescentes a superar los problemas que tienen con la bebida varían considerablemente. El tratamiento puede incluir trabajar con otros miembros de la familia, participar en grupos de discusión con otros adolescentes y técnicas conductuales específicas. Lamentablemente, ha habido escaso interés por identificar distintos tipos de bebedores adolescentes e intentar ajustar los programas de tratamiento a los pro­blemas particulares de cada adolescente. La mayoría de los esfuerzos se han limitado a asumir que los adoles­centes que tienen problemas con la bebida son un grupo homogéneo, sin tener en cuenta las diferentes pautas evo­lutivas y las trayectorias sociales diferentes de cada ado­lescente. Algunos adolescentes que tienen problemas con la bebida se pueden beneficiar más de la terapia familiar, otros de los consejos de sus iguales, y otros de estrategias conductuales intensivas, dependiendo del tipo de proble­ma que tengan y de los agentes sociales que más influ­yan sobre ellos (Maguin, Zucker y Fitzgerald, 1995).

En un estudio reciente se analizó el consumo abusivo de alcohol de un grupo de sujetos desde la adolescencia temprana hasta la edad adulta (Chassin, Pitts y Prost, 2001). Se comprobó que las personas que se emborra‑

¿Qué tipo de problemas se asocian al hecho de beber en exceso en los años universitarios?

 

chaban con frecuencia cuando tenían entre 18 y 23 años habían empezado a beber muy pronto y en grandes can­tidades, sus padres tenían problemas con el alcohol, te­nían amigos que también bebían mucho, consumían otras drogas y se implicaban en conductas antisociales. Estos factores de riesgo se evaluaron cuando los sujetos tenían sólo 13 años.

La transición del instituto de secundaria a la univer­sidad puede ser un momento crítico para comenzar a abu­sar del alcohol (Schulenberg y Maggs, en prensa; Schu­lenberg et al., 2001). La gran mayoría de los adolescentes y los jóvenes que beben reconocen que la conducta de be­ber es habitual entre la gente de su edad y que se trata de algo ampliamente aceptado, e incluso esperado, en el gru­po de iguales. También perciben algunos beneficios so­ciales asociados al hecho de consumir alcohol, e incluso de hacerlo en exceso. De todos modos, también es cierto que los jóvenes suelen reducir el- consumo de alcohol a medida que se van adentrando en la edad adulta.

A menudo el hecho de emborracharse con frecuencia pasa factura a los estudiantes universitarios. En una en-cuesta de ámbito nacional realizada en Estados Unidos sobre los hábitos de consumo de alcohol de los estudian-tes universitarios, casi la mitad de los que bebían en ex-ceso informaron sobre diversos problemas, que incluían faltar a clase, lesiones, problemas con la policía y sexo sin protección (véase el Cuadro 14.2) (Wechsler et al., 1994, 2000). Los estudiantes que tendían a beber en exceso te­nían 11 veces más probabilidades de ir mal en los estu­dios, 10 veces más probabilidades de conducir después de beber alcohol y el doble de probabilidades de mantener relaciones sexuales sin protección que los estudiantes que no solían beber.

Aunque la mayoría de los jóvenes empiezan a beber alcohol mucho antes de comenzar la universidad, se suele producir un incremento del consumo de alcohol durante

los dos primeros cursos universitarios (Schulenberg, 1999; Schulenberg y Maggs, en prensa). Si embargo, en los jóvenes que no van a la universidad se suele producir una reducción del consumo de alcohol después de com­pletar los estudios secundario (Schulenberg, 1999; Schu­lenberg et al, 2000). En los estudiantes universitarios, el hecho de beber en exceso es más habitual en el sexo mas­culino que en el femenino, así como en los estudiantes que viven lejos del hogar paterno, sobre todo en pisos de estudiantes (Schulenberg, 1999). No cabe duda de que es importante que las universidades reconozcan que la tran­sición del instituto a la universidad es un momento crítico y que desarrollen programas orientados a reducir el con-sumo excesivo de alcohol en los campus universitarios (Santrock y Halonen, 2002; Schulenberg et al., 2001).

Muchos jóvenes reducen el consumo de alcohol a medida que se van adentrando en los roles adultos, por ejemplo, cuando encuentran un trabajo estable, se casan o empiezan a vivir en pareja y/o tienen hijos (Schulen­berg y Maggs, en prensa).

Alucinógenos

Los alucinógenos son drogas que alteran las experien­cias perceptivas de los individuos y producen alucina­ciones; también se conocen como drogas psicodélicas. Primero, revisaremos los efectos del LSD, que tiene in-tensas propiedades alucinógenas, y después los de la ma­rihuana, un alucinógeno mucho más suave.

LSD. El LSD, dietilamida del ácido lisérgico, es un alu­cinógeno que, incluso a dosis bajas, produce intensos cambios perceptivos. Los objetos brillan y cambian de forma. Los colores se vuelven caleidoscópicos. Cuando se cierran los ojos, se ven imágenes increíbles. A veces son imágenes agradables, a veces desagradables o aterra‑

 

CUADRO 14.2

Consecuencias negativas de beber en exceso durante los años de universidad.

1 Los universitarios que bebían en exceso se definieron como aquellos que tomaron al menos cinco copas seguidas por lo menos en tres oca­siones durante las dos últimas semanas.

2 Estas cifras se refieren a universidades donde por lo menos el 50 por 100 de los estudiantes bebían en exceso.

 

doras. En un viaje o alucinación, el consumidor de LSD puede ver una cascada de colores preciosos y escenas ma­ravillosas; en otro viaje, la misma persona puede ver imá­genes terroríficas y grotescas. Los efectos del LSD sobre el cuerpo pueden incluir vértigos, náuseas y temblores. Los efectos emocionales y cognitivos producen cambios rápidos en el estado de ánimo y déficits de atención y me­moria.

La gran popularidad que alcanzó el LSD durante las décadas de los años sesenta y los setenta fue seguida de una reducción de su consumo a mediados de los años se­tenta, cuando salieron a la luz sus efectos impredecibles. Sin embargo, el uso de esta droga entre los adolescentes creció en los años noventa (Johnston, O’ Malley y Bach­man, 2001). En 1985, el 1,8 de los estudiantes norteame­ricanos de bachillerato informaron haber consumido LSD en algún momento durante los últimos 30 días; en 1994 esta cifra aumentó al 4 por 100, pero declinó al 2,3 por 100 en el año 2001.

La marihuana. La marihuana, un alucinógeno mucho más suave que el LSD, procede de la planta de cáñamo Cannabis sativa, que aunque es originaria de Asia Cen­tral, actualmente se cultiva en muchas partes del mundo. La marihuana se elabora con las hojas secas de la planta del cáñamo; su resina desecada se conoce como hashish. El ingrediente activo de la marihuana es el THC, que son las siglas del compuesto químico tetrahidrocanabinol del-ta 9. Este ingrediente no se parece a los componentes quí­micos que contienen otras drogas psicodélicas. Debido a que la marihuana se metaboliza muy despacio, sus efec­tos pueden permanecer durante varios días.

Entre los efectos físicos de la marihuana se incluyen: aceleración del pulso y de la presión sanguínea, enroje­cimiento de los ojos, tos y sequedad de boca. Los efectos psicológicos incluyen una combinación de efectos excita­torios, depresivos y alucinógenos, lo que dificulta la clasi­ficación de esta droga. El consumo de marihuana puede producir ideas espontáneas e inconexas, percepciones del tiempo y el espacio distorsionadas, verborrea o mutismo, y a veces incrementa la sensibilidad a los sonidos y a los colores. La marihuana también interfiere con los proce­sos atencionales y de memoria, lo que sugiere que el he-cho de fumar marihuana no es precisamente lo más ade­cuado para tener un rendimiento académico óptimo. Cuando esta droga se consume diariamente y a dosis ele­vadas también puede repercutir negativamente sobre el sistema reproductor y es posible que provoque algunas malformaciones congénitas.

El consumo de marihuana entre los adolescentes dis­minuyó en la década de los ochenta. Por ejemplo, en 1979, el 37 por 100 de los estudiantes de bachillerato afir­maban haber fumado marihuana en el último mes, mien­tras que en 1992 esta cifra había descendido al 12 por 100. En la Figura 14.4 se muestra el incremento del con-sumo de esta droga entre los estudiantes norteamericanos de 13-14, 15-16 y 17-18 años durante los años noventa,

FIGURA 14.4

Tendencias en el consumo de marihuana entre los estu­diantes norteamericanos de 13-14,15-16 y 17-18 años: con-sumo durante el último año.

Fíjese en el notable incremento del consumo de marihuana en la segunda mitad de la década de los setenta, la disminución de los años ochenta y la recuperación que tuvo lugar durante los años no-venta.

aunque el consumo se ha empezado a estabilizar. En un estudio, se comprobó que el incremento del uso de la ma­rihuana en la década de los noventa no estaba relaciona-do con factores como el compromiso religioso o las no­tas, sino que se asociaba a la mayor aceptación social de su consumo y a la menor percepción de sus efectos noci­vos (Johnston, O’Malley y Bachman, 1999).

Los estimulantes

Los estimulantes son drogas que incrementan la activi­dad del sistema nervioso central. Los más utilizados son la cafeína, la nicotina, las anfetaminas y la cocaína. Ace­leran la tasa cardiaca y la respiración, y hacen subir la temperatura, pero reducen el apetito. Los estimulantes au­mentan la energía, reducen la sensación de fatiga y ele-van el estado de ánimo y la segundad en uno mismo.

No obstante, cuando sus efectos desaparecen, el con­sumidor suele sentirse cansado, deprimido e irritable y a veces tiene dolor de cabeza. Pueden crear dependencia fí­sica, aparte de psicológica.

 

El tabaco. Fumar tabaco (en el que la droga activa es la nicotina) es uno de los problemas de salud más gra­ves, aunque prevenibles. Los adolescentes suelen empe­zar a fumar cuando tienen entre 12 y 15 años, pero una cantidad nada despreciable de jóvenes todavía están esta­bleciendo unos hábitos de consumo de tabaco regulares durante los años de bachillerato y la universidad. Desde que Johnston, O’Malley y Bachman iniciaron sus en-cuestas en el año 1975, el tabaco ha sido la sustancia más frecuentemente consumida entre los estudiantes de ba­chillerato.

Se suele empezar a fumar durante la adolescencia tem­prana. El grupo de iguales juega un papel importante en el inicio de este hábito (McRee y Gebelt, 2001). En un estudio reciente se comprobó que el riesgo de fumar regu­larmente se asociaba al establecimiento de amistades en un grupo en el que por lo menos la mitad de los miem­bros del mismo fumaba, uno o dos de los mejores ami­gos fumaba y el hecho de fumar era algo habitual en el centro educativo (Alexander et al. 2001).

La buena noticia es que el hábito de fumar está dis­minuyendo entre los adolescentes. Según la encuesta de ámbito nacional llevada a cabo en Estados Unidos por el Instituto de Investigaciones Sociales, el porcentaje de estudiantes de bachillerato que fumaban regularmente siguió disminuyendo durante el año 2001 (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). El consumo de cigarrillos por parte de los estudiantes de bachillerato alcanzó el máximo en el año 1997, y desde entonces ha ido diminu­yendo regularmente. El porcentaje de estudiantes de ba­chillerato que afirmaban haber fumado uno o más cigarri­llos durante los últimos 30 días se redujo del 36,5 por 100 en 1997 al 29,5 en 2001. Entre los estudiantes de 13-14 y 15-16 años, la reducción de este hábito todavía fue más acentuada. De todos modos, a pesar de esta reducción, aproximadamente un tercio de los adolescentes nortea­mericanos son fumadores activos cuando tienen entre 17 y 18 años.

Los efectos devastadores del consumo temprano de tabaco se pusieron de manifiesto en un estudio reciente en el que se comprobó que el hecho de fumar durante la adolescencia provoca cambios genéticos permanentes en los pulmones e incrementa el riesgo de padecer cáncer de pulmón, a pesar de que el fumador abandone el hábito de fumar (Weincke et al., 1999). Este tipo de lesiones eran mucho menos probables entre los fumadores que empe­zaron a fumar después de cumplir veinte años. Uno de los hallazgos más significativos de este estudio fue que la precocidad en el hábito de fumar se reveló como mejor predictor de las lesiones genéticas que la cantidad de ci­garrillos fumados.

En dos estudios recientes el hábito de fumar, durante la adolescencia, se asoció a la aparición de problemas emocionales. En el primer estudio, se hizo un seguimien­to de más de 15.000 adolescentes a lo largo de un año para evaluar la posible asociación existente entre el con-sumo de tabaco y la depresión (Goodman y Capitman,

2000). Los que empezaron a fumar durante el estudio de un año de duración tenían cuatro veces más probabilida­des de deprimirse al final de ese año. En el segundo estu­dio, se hizo un seguimiento de más de 600 adolescentes (con una edad promedio de 16 años) hasta los primeros años de la etapa adulta (22 años) a fin de identificar po­sibles relaciones entre el consumo de tabaco durante la adolescencia y la prevalencia de trastornos mentales du­rante la etapa adulta (Johnson et al., 2000). Se comprobó que aquellas personas que habían fumado mucho durante la adolescencia tenían muchas más probabilidades de padecer trastornos de ansiedad durante la etapa adulta.

Cualquier adolescente, por joven que sea, puede ac­ceder fácilmente al tabaco. Tres cuartas partes de los es­tudiantes de entre 13 y 14 años afirmaron que, si querí­an, podían conseguir cigarrillos con bastante facilidad. Y más del 90 por 100 de los estudiantes de entre 15 y 16 años dijeron que podían obtener cigarrillos fácilmente.

En otro estudio, se puso de manifiesto que el consu­mo de tabaco crecían rápidamente a partir de los 10 años de edad y alcanzaban el pico máximo entre los 13 y los 14 años (Escobedo et al., 1993). Los estudiantes que em­pezaron a fumar a los 12 años o antes tenían más proba­bilidades de fumar mucho y de forma regular que los estudiantes que empezaron a fumar más tarde. Los estu­diantes que habían participado en competiciones deporti­vas entre centros de enseñanza tenían menos probabili­dades de fumar que los que no habían participado en tales competiciones. En otro estudio se comprobó que los ado­lescentes hijos de padres fumadores tenían más probabi­lidades de fumar que aquellos cuyos padres no fumaban (Kandel y Wu, 1995). Los hábitos de consumo de tabaco de la madre correlacionaban más con los hábitos de con-sumo de tabaco de los adolescentes (especialmente los de sexo femenino) que los del padre.

Los programas escolares tradicionales sobre educa­ción para la salud han sido eficaces a la hora de sensibi­lizar a los adolescentes sobre los efectos a largo plazo del consumo de tabaco, pero han tendido muy poca repercu­sión sobre sus hábitos de consumo. Es decir, los fuma-dores adolescentes saben tanto sobre los riesgos para la salud asociados al consumo de tabaco como los fumado-res, pero este conocimiento tiene escaso impacto sobre sus hábitos de consumo (Miller y Slap, 1989). La nece­sidad de desarrollar programas de intervención eficaces ha propiciado que los investigadores se centren en aque­llos factores que colocan a los adolescentes en una situa­ción de alto riesgo para el consumo de tabaco, especial-mente las presiones sociales procedentes del grupo de iguales, los miembros de la familia y los medios de co­municación (Copeland, Heim y Rome, 2001; Kuling et al, 2001)

Una serie de investigadores han desarrollado estrate­gias para interrumpir los patrones de conducta que de­sembocan en el hábito de fumar (Bruess y Richardson, 1992; Perry, Kelder y Komro, 1993). En una investiga­ción, estudiantes de los últimos cursos de secundaria par-

 

ticiparon en un programa para ayudar a estudiantes más jóvenes, de entre 12 y 13 años, a resistir a la presión del grupo para empezar a fumar (McAlister et al. 1980). Los estudiantes mayores instaron a los más jóvenes a resistirse a la influencia de aquellos anuncios que sugieren que las mujeres liberadas fuman, diciéndoles: «no debe de estar tan liberada si está enganchada al tabaco». Los estudiantes también participaron en ejercicios de representación de roles denominados «cobardes». En estos ejercicios, los adolescentes mayores llamaban cobardes a los más jóvenes por no atreverse a probar el tabaco. Los estu­diantes más jóvenes practicaban la resistencia a la presión del grupo contestando: «sería cobarde si lo probara sólo para impresionarte». Después de varias sesiones, los es­tudiantes que participaron en este programa de preven­ción contra el tabaquismo tenían la mitad de probabilida­des de empezar a fumar que otro grupo de estudiantes de la misma edad de un instituto del mismo barrio, a pesar de que los padres de ambos grupos tenían el mismo índice de consumo de tabaco.

La psicóloga clínica Cheryl Perry y sus colaboradores (1989) desarrollaron un programa integral de educación para la salud, que incluye un intento de atajar el tabaquis­mo entre los adolescentes. Se desarrollaron tres proyectos basados en las normas del grupo de iguales, los modelos de rol saludables y el entrenamiento en habilidades socia-les. Los líderes elegidos en los grupos de iguales se for­maron como instructores. Los estudiantes de 12-13 años asistieron a un curso de seis sesiones titulado «Keep It Clean», que significa «Mantenlo limpio», que remarcaba los efectos negativos del hábito de fumar. Cuando tenían entre 13 y 14 años, los estudiantes participaron en el pro-grama «Health Olympics», que significa «Olimpiadas de salud», un enfoque que incluía el intercambio de postales sobre el tabaco y la salud con adolescentes de otros paí­ses. Cuando tenían entre 14 y 15 años, los estudiantes par­ticiparon en el programa de seis sesiones titulado «Shif­ting Gears», que significa «Cambio de marcha», que se centraba en el entrenamiento en habilidades sociales. En este programa, los estudiantes analizaban críticamente los mensajes transmitidos por los medios de comunicación y creaban sus propios vídeos sobre un enfoque positivo de la salud. Al mismo tiempo que se aplicaban los programas mencionados en el centro educativo, se pusieron en mar-cha otros dos programas: uno para reducir el consumo del tabaco y otro sobre la dieta saludable, ambos dirigidos a la comunidad. Al cabo de cinco años, los estudiantes que habían participado en los programas preventivos mencio­nados tenían muchas menos probabilidades de fumar ta­baco, consumir marihuana o beber alcohol que sus homó­logos que no participaron en tales programas.

La cocaína. La cocaína es un estimulante procedente de la planta de la coca, originaria de Bolivia y Perú. Duran-te muchos años, los bolivianos y los peruanos masticaban hojas de coca para tener más energía. Hoy en día, la co­caína se esnifa o se inyecta en forma de cristales de pol‑

vo. Su efecto consiste en la rápida aparición de senti­mientos de euforia que, cuando remiten, dan paso a sen­timientos depresivos, letargo, insomnio e irritabilidad. La cocaína tiene diversos efectos perjudiciales sobre la salud, pudiendo provocar ataques al corazón, hemorragias cere­brales y crisis convulsivas.

¿Cómo está de extendido el consumo de cocaína en­tre los adolescentes? El consumo de cocaína en el último mes entre los estudiantes de bachillerato descendió de un valor máximo del 6,7 por 100 en 1985 al 2,1 por 100 en el año 2001 (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). Cada vez son más numerosos los estudiantes de secundaria que llegan a la conclusión de que el consumo de cocaína im­plica riesgos considerables e impredecibles. De todos modos, el porcentaje de adolescentes que ha probado la cocaína sigue siendo peligrosamente alto. Aproximada-mente uno de cada 13 estudiantes de bachillerato ha con-sumido cocaína por lo menos en una ocasión.

Una parte especialmente preocupante de la historia de la cocaína se refiere al peligroso cambio que se ha pro­ducido en la forma en que se administra, debido, en par-te, a la aparición del crack —una forma purificada, fu­mable y barata de la cocaína—. El consumo de crack está especialmente extendido entre los jóvenes urbanos que no van a cursar estudios universitarios.

Las anfetaminas. Las anfetaminas, son unos estimu­lantes que con frecuencia se toman por prescripción mé­dica, a veces bajo la forma de «pastillas para adelgazar». El consumo de anfetaminas entre los estudiantes de ba­chillerato ha disminuido significativamente. Descendió del 10,7 por 100 en 1982 al 5,6 por 100 en el año 2001. Sin embargo, el consumo de medicamentos para mante­nerse despierto que se venden sin receta médica, y cuyo ingrediente activo es la cafeína, ha aumentado considera­blemente durante los últimos años. El consumo de medi­camentos para adelgazar, que contienen anfetaminas, también ha disminuido durante los últimos años, aunque, al final del bachillerato, el 40 por 100 de las chicas han utilizado alguna vez este tipo de fármacos.

El éxtasis. El éxtasis, nombre coloquial que recibe la droga MDMA, tiene efectos estimulantes y alucinógenos. Su estructura química es similar a la de las anfetaminas. Generalmente se presenta en forma de comprimidos. En-seguida provoca tolerancia, por lo que, al cabo de cierto tiempo, los consumidores tienen que tomar tres o cuatro comprimidos a la vez para obtener los mismos efectos que al principio conseguían con uno. El éxtasis produce sensación de euforia y una exacerbación de las sensacio­nes (especialmente táctiles y visuales). Esta droga está de moda en las fiestas nocturnas donde los jóvenes bailan durante toda la noche. Sus consumidores habituales sue­len volverse hiperactivos e insomnes. El éxtasis pue­de provocar peligrosas subidas de la tensión arterial, así corno hemorragias cerebrales y ataques de corazón (Johnston, O’Malley y Bachman, 2000). El consumo fre-

 

cuente de éxtasis puede lesionar las áreas del cerebro que participan en la regulación del estado de ánimo, la res-puesta sexual, el sueño y la sensibilidad al dolor.

Actualmente, el consumo de éxtasis entre los adoles­centes es un tema que preocupa mucho. En un estudio de alcance nacional llevado a cabo en Estados Unidos por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Michigan, el porcentaje de alumnos de último año de ba­chillerato que habían consumido éxtasis durante el año anterior creció del 5,6 por 100 en 1998 al 9,2 por 100 en el año 2001 (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). También se han detectado incrementos similares, aunque con porcentajes inferiores, en el consumo de éxtasis en­tre los estudiantes de 13-14 y 15-16 años.

Los depresores

Los depresores son fármacos que ralentizan el funcio­namiento del sistema nervioso central, las funciones cor­porales v el comportamiento. Médicamente, los depreso­res se han utilizado para tratar la ansiedad e inducir el sueño. Entre los depresores más ampliamente utilizados se encuentran el alcohol, del que ya hemos hablado, los barbitúricos y los tranquilizantes. Los opiáceos, aunque su uso está mucho menos extendido, son unos depresores especialmente peligrosos.

Los barbitúricos, como el Nembutal y el Seconal, son fármacos depresores que inducen el sueño o mitigan la ansiedad. Los tranquilizantes, como el Valium y el Xa­nax, son fármacos depresores que reducen la ansiedad y favorecen la relajación. Cuando una persona se habitúa a ellos y deja de consumirlos, puede presentar síntomas de abstinencia. Desde las primeras encuestas, llevadas a cabo en 1975, el consumo de este tipo de fármacos entre los estudiantes de bachillerato ha disminuido. Por ejem­plo, en 1975, un 4,7 por 100 de los estudiantes de bachi­llerato afirmaban haber consumido barbitúricos por lo menos en una ocasión en los últimos 30 días, mientras que en el año 2001 el porcentaje había descendido al 2,8 por 100. En lo que se refiere a los tranquilizantes, el por­centaje se redujo del 4,1 por 100 al 3,0 por 100 durante el mismo período de tiempo.

Los opiáceos, integrados por el opio y sus derivados, deprimen la actividad del sistema nervioso central. Colo­quialmente, se conocen como narcóticos. Hay muchos fármacos que se han producido a partir de la planta del opio, entre los que se incluyen la morfina y la heroína (que se convierte en morfina cuando penetra en el cere­bro). Después de consumir un opiáceo, se experimenta euforia, disminución del dolor y un incremento del ape­tito sexual y de alimentos durante varias horas. Sin em­bargo, los opiáceos se encuentran entre las drogas que provocan más dependencia física. El cuerpo enseguida pide más heroína y experimenta síntomas de abstinencia muy dolorosos si no se incrementa la dosis.

Los índices de consumo de heroína son bastante ba­jos entre los adolescentes, pero en la década de los no‑

venta aumentaron significativamente entre los estudian-tes de edades comprendidas entre los 13 y los 18 años (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). En 2001, el 0,4 por 100 de los estudiantes de bachillerato afirmaban ha­ber consumido heroína en alguna ocasión durante el últi­mo mes. Un aspecto positivo de las encuestas realizadas recientemente por la Universidad de Michigan es que ac­tualmente hay más estudiantes que perciben la heroína como peligrosa que en las encuentras realizadas a princi­pios de los años noventa. La peligrosidad percibida de una droga suele ser un buen indicador del descenso de su consumo.

Hasta este punto, nuestra exposición se ha centrado en los depresores, los estimulantes y los alucinógenos. En el Cuadro 14.3 de la página siguiente, se resumen los usos médicos, la duración de los efectos, los síntomas de la so­bredosis, los riesgos del consumo para la salud, y los ries­gos de dependencia física y psicológica de todas las dro­gas y fármacos comentados en las páginas anteriores.

Los esteroides anabólicos

Los esteroides anabólicos son fármacos derivados de la hormona sexual masculina (testosterona). Favorecen el crecimiento muscular y el desarrollo del tejido corporal magro. Los esteroides anabólicos tienen aplicaciones mé­dicas, pero cada vez son más utilizados por los atletas y las personas que desean mejorar su rendimiento y/o su atractivo físico. El uso inadecuado de estos fármacos en­traña diversos riesgos para la salud, tanto físicos como psicológicos (National Cleringhouse for Alcohol and Drug Information, 1999).

En ambos sexos, el consumo de dosis elevadas de es­teroides anabólicos se suele asociar a cambios en las ca­racterísticas sexuales secundarias. En el sexo masculino, puede provocar reducción del tamaño de los testículos, reducción de la cantidad de esperma producido, impo­tencia, calvicie prematura, engrosamiento de la próstata, crecimiento de las mamas y dificultades o dolor al orinar. En el sexo femenino, puede desencadenar la aparición de acné severo en cara y cuerpo, debilitamiento de los ten-dones (que pueden llegar a romperse o desgarrarse), re­ducción del colesterol HDL y subida de la tensión arte­rial. Entre los efectos psicológicos que pueden tener los esteroides anabólicos sobre ambos sexos, se incluyen: irritabilidad, ataques de ira incontrolables, cambios drás­ticos del estado de ánimo (que pueden desembocar en de-presión cuando se interrumpe el consumo de esteroides), disminución de la capacidad de juicio derivada de una sensación de omnipotencia y celos paranoides.

En el estudio de la Universidad de Michigan (Johns­ton, O’Malley y Bachman, 2001), el 1,6 por 100 de los estudiantes de 13-14 años, el 2,1 por 100 de los de 15-16 años y el 2,4 por 100 de los de 17-18 años afirmaron ha­ber consumido esteroides anabólicos durante el último año. En otro estudio reciente llevado a cabo en Suecia, el uso de esteroides anabólicos entre los estudiantes de se-

 

CUADRO 14.3

Drogas psicoactivas: depresores, estimulantes y alucinógenos.

 

cundaria se asoció a la práctica del culturismo, el consu­mo de tabaco y de altas dosis de alcohol y el absentismo escolar (Kindlundh et al., 1999).

Factores que influyen sobre el consumo de drogas entre los adolescentes

Previamente, en este mismo capítulo, hemos expuesto los factores que colocan a los adolescentes en situación de riesgo para el abuso del alcohol. Los investigadores tam­bién han examinado los factores que influyen sobre el consumo de otras drogas y fármacos, especialmente el pa­pel que desempeña el nivel madurativo, los padres, los

iguales y los centros de enseñanza (Hops, 2002; Petrai­tis, Flay y Miller, 1995).

La mayoría de los adolescentes consumen algún tipo de droga en algún momento de su desarrollo, indepen­dientemente de que este consumo se limite al alcohol, la cafeína y el tabaco, o se extienda a la marihuana, la co­caína o las drogas duras. Un aspecto especialmente pre­ocupante es el consumo de drogas como estrategia para afrontar el estrés, ya que esto puede interferir con el de­sarrollo de habilidades y estrategias de afrontamiento adecuados y la toma de decisiones responsables. Los in­vestigadores han comprobado que el consumo de drogas durante la infancia y la adolescencia temprana tiene efec-

 

tos a largo plazo más perjudiciales sobre el desarrollo de comportamientos responsables y competentes que cuan-do dicho consumo se inicia en la adolescencia tardía (Newcomb y Bentler, 1989). Los adolescentes muy jóve­nes que empiezan a desempeñar roles adultos como por ejemplo el matrimonio y el trabajo y que utilizan las dro­gas para afrontar el estrés, es muy probable que fracasen en otros roles si no han alcanzado el nivel de desarrollo socioemocional adecuado.

¿Cuándo empiezan a consumir drogas los adolescen­tes? En la encuesta de ámbito nacional realizada por el Instituto de Investigaciones Sociales de Estados Unidos, se incluyeron por primera vez estudiantes de entre 13 y 15 años en las muestras del año 1991 (Johnston, O’Ma­lley y Bachman, 1992). Cuando empezó a crecer el con-sumo de drogas en Estados Unidos (a finales de los años sesenta y principios de los setenta), el consumo era mu­cho más elevado entre los estudiantes universitarios que entre los estudiantes de bachillerato, que, a su vez, tenían índices de consumo más elevados que los estudiantes de enseñanza secundaria obligatoria. Sin embargo, actual-mente los índices de consumo de drogas de los estudian-tes universitarios y de bachillerato son muy parecidos, y los índices de consumo de los adolescentes más jóvenes no difieren de los índices de los adolescentes mayores tanto como cabría esperar.

En el año 2001, bebían alcohol el 42 por 100 de los estudiantes de 13-14 años, el 64 por 100 de los de 15-16 años y el 73 por 100 de los de 17-18 años (Johnston, O’Malley y Bachman, 2001). El 17 por 100 de los estu­diantes de 13-14 años afirmó haberse emborrachado en alguna ocasión durante el año anterior. El 37 por 100 de los estudiantes de 13-14 años habían fumado tabaco en alguna ocasión, y el 12 por 100 de ellos (con una edad media de 13 años) afirmaban haber fumado en el último mes. Una cantidad relativamente escasa de estudiantes ha­bían probado la cocaína cuando tenían entre 13 y 14 años (el 4,3 por 100) o entre 15 y 16 años (el 5,7 por 100). También se detectó una diferenciación en función de la edad en el consumo de la marihuana, que suele ser una de las primeras drogas ilegales que prueban los adoles­centes. De los estudiantes que tenían 13-14 años, el 15 por 100 informó haber consumido marihuana el año anterior, en comparación con el 33 por 100 de los que tenían 15-16 años y el 37 por 100 de los estudiantes de bachillerato. El consumo de las drogas que se inhalan, como las colas, los aerosoles y el butano, está bastante ex-tendido entre los adolescentes más jóvenes —el 9 por 100 de los estudiantes de 13-14 años informó haber consumi­do este tipo de drogas en el año anterior, en comparación con el 7 por 100 de los estudiantes de 15-16 años y el 5 por 100 de los de 17-18 años.

Los padres, los iguales y el apoyo social desempeñan un papel muy importante en la prevención del abuso de sustancias entre los adolescentes (Chapman y Saxman, 2000; Dishion, 2001; Mayes y Truman, 2002; Medler, 2000; Urberg, Goldstein y Toro, 2002). Judith Brook y

sus colaboradores (1990) propusieron un modelo evolu­tivo sobre el abuso de las drogas (1990). Esta autora con­sidera que el primer paso se da durante la infancia, cuan-do los niños no reciben de sus padres el cariño y el apoyo que necesitan y crecen en familias dominadas por el con­flicto. Estos niños no consiguen interiorizar la personali­dad, las actitudes y el comportamiento de sus padres y arrastran esta pauta de vinculación afectiva durante la adolescencia. Los rasgos propios de la adolescencia, como la ausencia de una orientación convencional y la di­ficultad para controlar las emociones, se expresan en la afiliación con los iguales que consumen drogas, lo que, a su vez, favorece el consumo de estas sustancias. Los es­tudios llevados a cabo posteriormente por Brook y sus co­laboradores han ofrecido resultados que permiten ratifi­car este modelo.

En una encuesta reciente de ámbito nacional realiza-da en Estados Unidos, se comprobó que los padres que estaban más implicados en el establecimiento de límites (de cualquier tipo, desde a dónde iban sus hijos después del instituto hasta qué veían en la televisión, internet o los videoclips) tenían más probabilidades de que sus hijos no consumieran drogas (National Center for Addiction and Substance Abuse, 2001). Los investigadores catalogaron a estos padres como «implicados». Sin embargo, los hi­jos de padres «no implicados» —despreocupados y que apenas les ponían límites— tenían el doble de probabili­dades de fumar tabaco, beber alcohol o consumir otras drogas. Aunque los adolescentes a menudo se quejan de este tipo de intrusiones, es probable que la estrecha su­pervisión paterna les transmita el mensaje de que se pre­ocupan por ellos.

En un estudio reciente sobre más de 4.000 estudian-tes de edades comprendidas entre los 11 y los 14 años, la implicación y las espectativas paternas sobre el hecho de no abusar de las drogas y la opinión positiva que tenían los adolescentes de sus padres se asociaron a un menor consumo de tabaco y alcohol por parte de los adolescen­tes más jóvenes (Simons-Morton et al., 2001). En este es­tudio también se puso de manifiesto que la presión directa de los iguales y el hecho de relacionarse con amigos pro­blemáticos se asociaban a conductas como beber y fumar. En otro estudio, el hecho de tener amigos que abusaban de las drogas se asoció al inicio del consumo de drogas entre los adolescentes (Simons, Walker-Barnes y Ma­son, 2001).

En una revisión sobre el papel que pueden desempe­ñar los centros educativos en la prevención del abuso de drogas, Joy Dryfoos (1990) concluyó que:

1. La intervención precoz resulta más eficaz que la tardía. Estas intervenciones dan mejores resulta-dos cuando se aplican antes del inicio del consu­mo de drogas. Los primeros años de la enseñanza secundaria obligatoria se suelen considerar como un momento excelente para iniciar los pro-gramas de prevención del abuso de drogas en los

 

centros educativos. En una evaluación de la efi­cacia de los programas de prevención del abuso de drogas que se habían aplicado en distintos centros educativos en la década de los noventa, se constató que la prevención precoz era un fac­tor fundamental en el éxito de los programas (Shin, 2001).

  1. De todos modos, para que los programas de pre vención del abuso de drogas sean eficaces, es preciso adoptar un enfoque que abarque desde la educación infantil hasta el último curso de bachi llerato, con contenidos adaptados a las distintas edades a las que van dirigidos.

Cuando se aplican este tipo de programas, es preciso que los estudiantes reciban atención con­tinua y que se lleve a cabo un seguimiento. Los estudiantes deberían poder acceder a servicios de asesoramiento sobre temas relacionados con el consumo de drogas durante todos los años que dura su escolarización.

  1. La formación del profesorado es un elemento muy importante en los programas de prevención del abuso de drogas que se aplican en los centros educativos. El programa mejor diseñado resultará ineficaz en manos de un profesor mal preparado. Los sistemas educativos deben ofrecer al personal docente el tiempo y los recursos necesarios para que se puedan beneficiar de una formación y su pervisión continuadas.
  2. El entrenamiento en habilidades sociales, espe cialmente el que se centra en las habilidades de afrontamiento del estrés y la resistencia a la pre sión del grupo, es el elemento más prometedor de la nueva ola de programas de prevención del abu so de drogas aplicados en los centros educativos. De todos modos, todavía no se ha evaluado la efi cacia a largo plazo de este tipo de programas, ni si resultan eficaces con adolescentes de alto riesgo.
  3. Los programas aplicados por adolescentes suelen ser más eficaces que los aplicados por profesores o adultos, especialmente cuando los estudian tes mayores (por ejemplo, de bachillerato) actúan como tutores o para estudiantes más jóvenes (por ejemplo, los de los primeros años de secundaria).
  4. La mayoría de los programas escolares de pre vención del abuso de drogas se han dirigido a to dos los estudiantes, en vez de a los adolescentes de alto riesgo. Se necesitan más programas diri gidos específicamente a este último grupo de ado lescentes.
  5. Los programas escolares de prevención del abuso de drogas más eficaces suelen formar parte de los esfuerzos preventivos de carácter global que im plican a toda la comunidad en su conjunto. Apar te del centro educativo, participan los padres, los iguales, los medios de comunicación, la policía

Desarrollar un programa
de prevención del abuso de drogas para adolescentes

El abuso de las drogas es uno de los problemas más im­portantes que tienen los adolescentes. Hemos expuesto distintos aspectos del abuso de drogas, incluyendo la na­turaleza de la adicción, así como los roles que desempe­ñan el nivel madurativo, los padres, los iguales y los centros educativos. Imagínese que le acaban de elegir Di-rector de la Comisión Presidencial contra el Abuso de Drogas entre los Adolescentes. ¿Cuál sería el primer pro-grama que intentaría aplicar? ¿De qué componentes cons­taría? ¿Serían los centros educativos uno de los princi­pales frentes de actuación? ¿Desempeñarían los medios de comunicación un papel fundamental en el programa?

local, los juzgados, las empresas locales y los ser-vicios dirigidos a los jóvenes.

La filosofía básica de los programas que implican a toda la comunidad es que deben aplicarse al mismo tiem­po en diversos contextos. El Midwestern Prevention Pro­gram, desarrollado por Mary Ann Pentz (1994), inició una campaña de promoción de la salud de carácter global, que utilizó los medios de comunicación locales, la educación comunitaria y los programas dirigidos a los padres, en conjunción con el currículo escolar para prevenir el abu­so de sustancias aplicado en los centros educativos. La evaluación de los resultados del programa al cabo de 18 meses y de cuatro años reveló índices de consumo de al­cohol y marihuana significativamente más bajos entre los adolescentes que se habían beneficiado del programa en comparación con los adolescentes de otras zonas de la ciudad donde no se había aplicado el programa.

Desde el último repaso, hemos analizado diferentes aspectos sobre el consumo de drogas, fármacos y alcohol. El repaso de la siguiente página le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.

Después de revisar la incidencia del consumo de dro­gas y alcohol entre los adolescentes, dirigiremos nuestra atención hacia otro importante problema adolescente: la delincuencia juvenil.

Delincuencia juvenil

Arnie, de 13 años, el adolescente con el que abríamos este capítulo, tiene una larga trayectoria de robos y agresiones físicas. Arnie es un delincuente juvenil. ¿Cuáles son los antecedentes de la delincuencia? ¿Qué tipo de interven­ciones se han utilizado para prevenir o reducir la inci­dencia de la delincuencia?

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 2 Analizar los factores que impulsan al consumo de drogas y alcohol, así como la inci­dencia de estos problemas.

  • Las drogas se han utilizado desde el principio de la humanidad con diferentes moti­vos: por placer, por utilidad, por curiosidad y/o por motivos sociales. La compren­sión de las drogas implica entender la adicción y la dependencia psicológica.
  • Las décadas de los sesenta y los setenta fueron un período de marcado incremento del consumo de drogas ¡legales. El consumo de estas drogas empezó a decaer en los años ochenta, pero se recuperó en los noventa. Estados Unidos tiene el índice de con-sumo de drogas entre adolescentes más elevado de todos los países desarrollados.
  • El alcohol es una droga depresora y la más consumida entre los adolescentes. El abu­so del alcohol es uno de los problemas adolescentes más graves. Entre los factores de riesgo, se incluyen la herencia, las influencias negativas de los familiares y otros adolescentes, ciertos factores de personalidad y la transición a la universidad.
  • Entre las drogas y fármacos que pueden ser nocivos para los adolescentes se inclu­yen los alucinógenos (el LSD y la marihuana —cuyo uso ha aumentado en la déca­da de los noventa), los estimulantes (como la nicotina, la cocaína y las anfetaminas), y los depresores (como los barbitúricos, los tranquilizantes y el alcohol). El consumo de esferoides anabólicos ha aumentado entre los adolescentes.
  • El consumo de drogas durante la infancia y la adolescencia temprana tiene efectos a largo plazo más perniciosos que el consumo de estas sustancias durante la ado­lescencia tardía. Los padres y los iguales pueden desempeñar un papel de apoyo muy importante en la prevención del consumo de drogas entre los adolescentes. En las iniciativas para reducir el consumo de drogas con base en los centros de enseñan­za, son útiles la prevención precoz, un enfoque que abarque todos los años de es­colarización, la formación del profesorado, el entrenamiento en habilidades socia les y otras estrategias.

 

 

¿Qué entendemos por delincuencia juvenil?

El término delincuencia juvenil se utiliza para referirse a un amplio conjunto de conductas llevadas a cabo por niños y adolescentes, incluyendo el comportamiento so­cialmente inaceptable (como comportarse deforma agre­siva o impulsiva en el centro de enseñanza), las faltas co­metidas por menores (como escaparse de casa) y los actos criminales (como robar). Desde el punto de vista legal, se distingue entre actos criminales y faltas de con­dición o de menores. Los actos criminales, independien­temente de que sean cometidos por jóvenes o adultos, incluyen comportamientos como los robos, los asaltos ca­llejeros, las violaciones v los homicidios. Las faltas co­metidas por menores, como escaparse de casa, el ab­sentismo escolar, beber sin haber cumplido la edad legalmente establecida, la promiscuidad sexual o la fal­ta de control, son ofensas menos graves que los actos cri­minales. Son perpetradas por personas jóvenes cuya edad se sitúa por debajo de un límite, por lo que se cla­sifican como faltas juveniles. Los estados suelen diferir con respecto a la edad a partir de la cual una persona deja de considerarse joven y pasa a considerarse adulta. La mayoría de los países desarrollados han establecido los 18 años como la edad que marca la transición entre la ju­ventud y la edad adulta. De todos modos, en algunos es‑

tados el punto de transición se ubica en los 16, 17 o 19 años. Por lo tanto, escaparse de casa a los 17 años se con­sidera una falta en algunos estados y en otros no.

Una cuestión a tener en cuenta en la justicia juvenil es si a un adolescente que comete un acto criminal se le debe tratar o no como a un adulto (Cassel y Bernstein, 2001). En un estudio se comprobó que, al intentar tratar a los delincuentes adolescentes como si fueran adultos, se incrementó, en lugar de reducir, su índice de delitos (Myers, 1999). En este estudio se evaluó a más de 500 jóvenes violentos de Pensilvania, con los que se había adoptado una política de «mano dura». A pesar de que es-tos jóvenes delincuentes recibieron castigos más duros en comparación con un grupo control que fue juzgado en el tribunal de menores, después de cumplir sus penas, fue-ron arrestados por nuevos delitos en más ocasiones y al cabo de menos tiempo. Estos datos sugieren que el pre­cio a pagar por una mayor seguridad pública lograda a corto plazo castigando a los delincuentes juveniles como si fueran adultos puede conllevar un incremento de la de­lincuencia a largo plazo.

A raíz de este análisis, se propuso que los adolescen­tes que tuvieran 12 años o menos no deberían ser juzga-dos con las leyes criminales adultas, pero los que tuvieran 17 años o más sí (Steinberg y Cauffman, 1999). También se recomendó evaluar individualmente a los adolescentes

 

que tuvieran entre 13 y 16 años para determinar si se de­berían juzgar en un tribunal de menores o en uno de adul­tos. Este enfoque se opone radicalmente a la tendencia a basar la decisión del tipo de tribunales que deben juzgar un delito en la edad del supuesto delincuente, teniendo en cuenta su madurez evolutiva.

Al margen de la distinción legal entre actos crimina­les y faltas cometidas por menores, muchos de los actos considerados como delictivos se incluyen en las clasifi­caciones del comportamiento patológico. El trastorno disocial es una categoría de diagnóstico psiquiátrico re­ferida a la ocurrencia de múltiples actividades delictivas a lo largo de un período de seis meses. Estas actividades incluyen el absentismo escolar, escaparse de casa, pro­vocar incendios, cometer actos de crueldad contra los animales, ocasionar destrozos o allanar la propiedad aje­na, e implicarse excesivamente en peleas y otros. Cuan-do se dan simultáneamente tres o más de estas conduc­tas, antes de los 15 años, y el niño o adolescente resulta imposible de manejar o controlar, se le diagnostica un trastorno disocial.

Resumiendo, la mayoría de niños o adolescentes en algún momento de su vida se comportan de forma im­pulsiva, o cometen actos destructivos o problemáticos tanto para ellos como para los demás. Si estos comporta­mientos ocurren muy a menudo durante la infancia o la adolescencia temprana, los psiquiatras emiten el diag­nóstico de trastorno disocial. Si estos actos cometidos por jóvenes son ilegales, la sociedad etiqueta a los ejecutores como delincuentes.

En el Pittsburg Youth Study, una investigación longi­tudinal donde se hizo un seguimiento de más de 1.500 chicos que vivían en barrios urbanos céntricos, se identi­ficaron tres trayectorias evolutivas diferentes que desem­bocaban en la delincuencia (Loeber et al., 1998):

  • Conflicto con la autoridad. Los jóvenes que si­guieron esta trayectoria mostraron una acentuada testarudez antes de cumplir 12 años y después adoptaron un comportamiento de desafío y evita­ción de la autoridad.
  • Encubierta. Esta trayectoria incluía actos menores encubiertos, tales como mentir, seguidos de daños a la propiedad y de actos de delincuencia primero mo­deradamente graves y de conductas delictivas.
  • Abierta. Esta trayectoria incluía agresiones meno­res seguidas de peleas y violencia.

¿Cuántos adolescentes se arrestan cada año por co­meter actos delictivos? En 1997, las instituciones encar­gadas de hacer cumplir la ley en Estados Unidos hicieron una estimación de 2,8 millones de arrestos de individuos que tenían menos de 18 años (Office of Juvenil Justice and Prevention, 1998). Esta cifra representa aproximada-mente el 10 por 100 de los norteamericanos de edades comprendidas entre los 10 y 18 años. Hemos de tener en cuenta que la cifra señalada refleja solamente los casos

en que los adolescentes fueron arrestados, sin incluir a aquellos que cometieron actos delictivos pero no fueron arrestados.

Las estadísticas recientes recogidas por el gobierno del Estados» Unidos revelan que 8 de cada 10 casos de de­lincuencia juvenil fueron perpetrados por individuos de sexo, masculino (Snyder y Sickmund, 1999). Aunque es cierto que los chicos siguen teniendo muchas más proba­bilidades que las chicas de cometer actos delictivos, en las dos últimas décadas ha crecido más la delincuencia ju­venil femenina que la masculina (Hoyt y Scherer, 1998). Tanto en los actos delictivos cometidos por chicos como en los cometidos por chicas, los índices de las agresiones contra la propiedad superan a los índices de los demás ti-pos de agresiones (por ejemplo, agresiones contra las per­sonas, tráfico de drogas y disturbios del orden público).

Los antecedentes de la delincuencia juvenil

Entre los predictores de la delincuencia se incluyen la identidad negativa, un escaso autocontrol, el inicio tem­prano de la actividad delictiva, el sexo masculino, las ba­jas expectativas educativas y el escaso compromiso con los estudios, el bajo rendimiento académico en los pri­meros cursos escolares, una fuerte presión del grupo de iguales y una baja resistencia ante ésta, el nivel socioe­conómico bajo, las influencias familiares negativas (falta de supervisión paterna, falta de apoyo, y disciplina poco eficaz), y un barrio de baja calidad (urbano y con altos ín­dices de criminalidad y movilidad). En el Cuadro 14.4 de la página siguiente, se resumen estos predictores de la de­lincuencia juvenil.

A continuación analizaremos más detalladamente algunos de los factores que están relacionados con la de­lincuencia. Erik Erikson (1968) cree que los adolescen­tes cuya trayectoria evolutiva les ha privado del desem­peño de roles sociales aceptables o les ha hecho sentir que no pueden colmar las demandas (o expectativas) que se han depositado sobre ellos pueden elegir una identidad negativa. Los adolescentes que tienen una identidad ne­gativa pueden encontrar un apoyo a su imagen de delin­cuentes en el grupo de iguales, lo que reforzará su iden­tidad negativa. Según Erikson, la delincuencia es un intento de establecer una identidad, aunque en este caso se trata de una identidad negativa.

Actualmente la delincuencia es un problema que afec­ta tanto a las clases desfavorecidas como a las que no lo son, cosa que no sucedía en el pasado. No obstante algu­nas características propias de las clases menos desfavo­recidas pueden potenciar la delincuencia. Las normas de muchos grupos y bandas de clase baja son antisociales o contraproducentes para las metas y normas de la sociedad en general. Meterse en problemas y salir airoso son dos rasgos característicos en la vida de algunos adolescentes que viven en barrios desfavorecidos. Los adolescentes de baja extracción social pueden sentir que una forma de atraer la atención y ganar estatus es cometer actos anti-

 

CUADRO 14.4

Los antecedentes de la delincuencia juvenil.

Según John W. Santrock, Copyright © The McGraw-Hill Companies.

 

sociales. Ser «duro» y «masculino» son rasgos muy va­lorados entre los chicos de clase baja, y estos rasgos se suelen evaluar en función del éxito de los adolescentes a la hora de cometer actos delictivos y salir airosos.

Las características de una determinada comunidad pueden favorecer la delincuencia juvenil (Farrington, 2000; Tolan, Guerra y Kendall, 1995). En una comunidad con un índice de criminalidad elevado los adolescentes se exponen a muchos modelos que se implican en activida­des delictivas y es posible que sean recompensados por este tipo de comportamientos. Estas comunidades suelen caracterizarse por la pobreza, el paro y los sentimientos de alienación. La calidad de los centros educativos, la cuantía de los fondos destinados a la educación y la exis­tencia de actividades organizadas en el barrio son otros factores de la comunidad que pueden estar relacionados con la delincuencia.

¿Hay adultos en los centros educativos y los barrios que puedan convencer a los adolescentes con tendencias delictivas de que la educación es el mejor camino hacia el éxito? Cuando el apoyo familiar resulta inadecua­do, este tipo de apoyos comunitarios adquieren una im­portancia fundamental en la prevención de la delin­cuencia.

Los sistemas de apoyo familiar también están relacio­nados con la delincuencia (Henry, Tolan y Gorman-Smith, 2001). Los padres de delincuentes tienen menos habilida­des para hacer desaparecer el comportamiento antisocial y fomentar el comportamiento prosocial que los padres cuyos hijos no son delincuentes. La supervisión paterna es un factor especialmente importante en la determinación de si un adolescente se acabará convirtiendo o no en de­lincuente (Patterson, DeBarsyhe y Ramsey, 1989; Petit et ai, 2001). Un padre que supervise el comportamiento de sus hijos debería responder afirmativamente a la pregun­ta: «Son las 10 de la noche; ¿sabe dónde están sus hijos?». Los conflictos familiares y la disciplina inconsistente e inapropiada también se asocian a la delincuencia.

Una cantidad creciente de estudios ha concluido que los hermanos pueden tener una gran influencia sobre la delincuencia (Conger y Reuter, 1996; Lyons et al, 1995). En un estudio reciente, los niveles elevados de hostilidad en las relaciones entre hermanos y el hecho de que el her­mano mayor fuera delincuente se asociaron a delincuen­cia en el hermano menor tanto en pares de hermanos como de hermanas (Slomkowski et al, 2001).

Las relaciones entre iguales también desempeñan un papel importante en la delincuencia. El hecho de tener ami-

 

gos delincuentes incrementa el riesgo de participar en ac­tividades delictivas (Henry, Tolan y Gorman-Smith, 2001).

Violencia y juventud

En Estados Unidos, un aspecto cada vez más preocupante son los altos índices de violencia adolescente (Price, 2001; Tolan, 2001; Weist y Cooley-Quille, 2001). En un curso escolar relativamente reciente, el 57 por 100 de los directores de centros de enseñanza primaria y secundaria norteamericanos informaron de la ocurrencia de uno o más incidentes criminales y/o violentos en su centro y de la consecuente notificación de los mismos a las autorida­des legales pertinentes (National Center for Education Statistics, 1998). El 10 por 100 de todos los centros de en­señanza públicos sufren uno o más delitos violentos gra­ves (asesinatos, violaciones, agresiones físicas, enfrenta­mientos armados, atracos) cada año (National Center for Education Statistics, 1998). Las agresiones físicas o las peleas en las que se utilizan armas encabezan la lista de delitos. En Estados Unidos, cada año son expulsados de los centros educativos 6.000 alumnos por llevar armas de fuego o explosivos a clase.

En un estudio reciente, el 17 por 100 de los estudian-tes de secundaria informaron de haber llevado un arma de fuego o de otro tipo en el último mes (National Center for Health Statistics, 2000). En el mismo estudio, un porcen­taje menor de estudiantes (el 7 por 100) afirmó haber asis­tido al centro educativo llevando un arma. De todas for­mas, no todos los actos de violencia implican el uso de armas. En este estudio, el 44 por 100 de los chicos y el 26 por 100 de las chicas afirmaron haberse implicado en agresiones físicas por lo menos en una ocasión.

A finales de los años noventa, una serie de matanzas acontecidas en centros educativos norteamericanos capta-ron la atención pública internacional. En abril de 1999, dos estudiantes de secundaria del Columbine High School (en Littleton, Colorado): Eric Harris (de 18 años) y Dylan Klebod (de 17) dispararon con armas de fuego, matando a 12 alumnos y un profesor e hiriendo a otros 23, y des­pués se quitaron la vida. En mayo de 1998, Kip Kindel, de complexión delgada, entró en la cafetería del Thurs­ton High School (en Springfield, Oregon) y disparó con­tra sus compañeros de clase, asesinando a dos e hiriendo a muchos más. Cuando la policía acudió al domicilio de Kip, encontraron a sus padres muertos en elsuelo, tam­bién víctimas de la violencia de Kip.

En 2001, Charles Andrew («Andy») Williams dispa­ró contra los alumnos del Santana High School (en San­tee, California), matando a dos compañeros de clase e hi­riendo a otros 13. Según los compañeros de clase de Andy, éste era una víctima habitual de los matones del centro y había bromeado sobre sus violentos planes el fin de semana anterior, pero nadie le tomó en serió porque después dijo que les estaba tomando el pelo.

¿Existe alguna forma de anticipar si un joven se vol-verá violento? Se trata de una tarea compleja, pero los

Andrew («Andy») Williams, escoltado por la policía después de ser arrestado por matar a dos compañeros de clase y herir a otros 13 en el Santana High School. ¿Qué factores pueden contribuir a las ma­tanzas cometidas por adolescentes?

psicólogos ya han reunido algunos indicadores (Cowley, 1998). La inmensa mayoría de los jóvenes violentos son de sexo masculino y muchos de ellos están dominados por sentimientos de debilidad o impotencia. La violencia parece infundirles una sensación de poder.

Las matanzas que acontecen en ciudades pequeñas llaman mucho la atención, pero la violencia juvenil está infinitamente más extendida en las áreas dominadas por la pobreza de los barrios céntricos de las grandes ciuda­des. La pobreza urbana favorece los sentimientos de im­potencia y la rabia a ellos asociada. Vivir en la pobreza es frustrante y los barrios céntricos de las grandes ciuda­des proporcionan oportunidades diarias para observar ac­tos violentos. Muchos jóvenes urbanos que viven en la pobreza también carecen de la adecuada implicación y supervisión paternas.

James Garbarino (1999, 2001) afirma que la ignoran­cia desempeña un papel muy importante en este tipo de si­tuaciones. Los padres a menudo no quieren reconocer lo que puede ser una realidad muy dolorosa. Harris y Klebod eran miembros de la Mafia Guerrera, integrada por los marginados del instituto. El otoño anterior habían graba-do un vídeo para una asignatura del instituto donde se les veía paseando juntos por los pasillos del instituto y dispa­rando contra otros alumnos. Se hicieron acusaciones de que el mismo año en que ocurrió el trágico suceso se ha­bía informado al Departamento del Sheriff de que Harris había comentado en un chat en internet que él y Klebold habían fabricado cuatro bombas. Kip Kinkel estaba obse-

 

sionado con las armas de fuego y los explosivos, tenía an­tecedentes de malos tratos a animales y un temperamento muy irascible cuando se les llevaba la contraria. Cuando la policía examinó su habitación, encontraron dos bombas pequeñas, tres bombas de mayor tamaño e instrucciones para fabricar bombas que Kip se había bajado de internet. Es evidente que en la vida de estos jóvenes había algunos signos que sugerían la existencia de problemas graves, pero sigue siendo muy difícil predecir si jóvenes como és­tos darán o no rienda suelta a su rabia y a su sensación de impotencia hasta el punto de llegar a cometer un asesinato.

Garbarino (1999, 2001) ha entrevistado a varios jó­venes que han cometido asesinatos. Concluyó que nadie sabe realmente por qué una pequeña minoría de jóvenes comete este tipo de actos, pero podría ser por una falta es­piritual. En los jóvenes que entrevistó, Garbino encontró un acentuado vacío espiritual o emocional que les impul­só a buscar el sentido en el lado oscuro de la vida.

Los siguientes factores confluyen a menudo en los jó­venes de riesgo y parecen impelerles a cometer actos vio-lentos (Walker, 1998):

  • Consumo precoz de drogas y alcohol.
  • Fácil acceso a las armas, especialmente revólveres.
  • Asociación con grupos antisociales y marginales.
  • Intensa exposición a la violencia en los medios de

comunicación.

Muchos de los adolescentes de riesgo son muy fáciles de provocar, reaccionando con rabia y agresividad ante las ofensas reales o imaginarias, a veces con trágicas con-secuencias. Mal interpretan los motivos e intenciones de los demás debido a la hostilidad y a la agitación que lle­van en su interior (Coie y Dodge, 1998). Consecuente-mente, a menudo se implican en enfrentamientos hostiles con compañeros o profesores. No es nada raro que los adolescentes proclives a la ira amenacen a otros compa­ñeros de clase con agredirles físicamente.

En un estudio reciente basado en datos recogidos en el National Study of Adolescent Health (Estudio Nacio­nal sobre Salud Adolescente), se comprobó que el apego seguro a los padres, vivir en una familia intacta e ir a misa con los padres se asociaba a una menor incidencia de los comportamientos violentos en los estudiantes de 12 a 18 años (Franke, 2000).

Seguidamente reproducimos algunas de las recomen­daciones del Oregon Social Learning Center para dismi­nuir la violencia juvenil (Walker, 1998):

  • Que los padres se responsabilicen de educar a sus hijos con seguridad y eficacia. Esto implica utilizar prácticas educativas que han demostrado favorecer la salud mental y el ajuste social de los niños. Esta prácticas incluyen una disciplina justa y consisten te que no sea excesivamente dura o muy punitiva, controlar y supervisar atentamente a los hijos, utili zar técnicas de organización familiar positivas, im‑

plicarse en la vida diaria de los hijos, hablar habi­tualmente con ellos sobre sus experiencias diarias y enseñarles estrategias de resolución de problemas.

  • Hacer de la prevención una realidad. Con frecuen­cia no se presta suficiente atención a las estrategias preventivas, sin invertir en ellas lo suficiente para que resulten eficaces.
  • Apoyar más a los centros educativos que están ha­ciendo grandes esfuerzos para educar a una po­blación que incluye a muchos niños de riesgo.
  • Potenciar la cooperación eficaz entre las familias, los centros educativos, los servicios sociales, la iglesia v otras instituciones para crear experiencias de socialización que proporcionen a todos los jó­venes oportunidades para desarrollarse de forma positiva.

David y Roger Johson (1995) consideran que es im­portante ir más allá de la prevención de la violencia, in­cluyendo el entrenamiento en resolución de conflictos en los centros educativos. Es cierto que en los centros esco­lares se debe prevenir la violencia, pero muchos progra­mas de prevención de la violencia no han sido eficaces porque estaban mal estructurados (eran demasiado gene­rales y no se centraban específicamente en los grupos relativamente reducidos de estudiantes que más los nece­sitaban), proporcionaban materiales pero no se centraban en cómo se tenían que aplicar los programas (con fre­cuencia asumían que unas pocas horas bastaban para «orientar» a los estudiantes violentos o conflictivos) y eran poco realistas al subestimar la importancia de los facto-res sociales que favorecen el comportamiento violento (los centros educativos no pueden solucionar ellos solos los problemas sociales de todo un país, como los barrios deteriorados, la falta de implicación paterna y un largo et­cétera).

Dos enfoques de los programas de resolución de con­flictos son la mediación y la resolución pacífica de conflictos. En la mediación se forma a un grupo reducido de estudiantes para que actúen como mediadores de los alumnos de todo el centro. Johnson y Johnson no creen que este enfoque sea tan eficaz como la resolución pací­fica de conflictos, en el cual todos y cada uno de los alum­nos aprenden a afrontar los conflictos de forma construc­tiva, negociando acuerdos y mediando en conflictos entre compañeros. Una desventaja de este segundo enfoque es que su aplicación requiere una gran inversión de tiempo y personal. De todos modos, cuantos más estudiantes se beneficien del entrenamiento en resolución de conflictos de forma pacífica, más probabilidades habrá de que los conflictos se resuelvan de forma constructiva.

Johnson y Johnson (1991) desarrollaron un ejemplo de la resolución pacífica de conflictos. Su programa, ti­tulado «Teaching Students to Be Peacemakers» (Enseñar a los estudiantes a ser pacificadores), implica tanto estra­tegias de negociación como de mediación. Los pasos que aprenden los estudiantes para negociar son: (1) definir lo

 

que quieren; (2) describir sus sentimientos; (3) explicar los motivos que subyacen a sus deseos y sentimientos; (4) adoptar la perspectiva del otro estudiante para ver el con­flicto desde ambos puntos de vista; (5) generar por lo me-nos tres acuerdos que beneficien a ambas partes, y (6) lle­gar a un acuerdo sobre la mejor solución del conflicto.

Los pasos que aprenden los estudiantes para actuar como mediadores son: (1) poner fin a las hostilidades; (2) asegurarse de que las partes enfrentadas se compro-meten con la mediación; (3) facilitar la negociación entre las partes enfrentadas, y (4) formalizar el acuerdo.

Una vez que los estudiantes han completado el entre­namiento en negociación y mediación, el centro educati‑

vo o el profesor aplica el programa de Pacificadores (Pea­cemakers), eligiendo cada día a dos alumnos para que ha­gan de mediadores. El hecho de hacer de mediador ayu­da a los estudiantes a aprender a negociar y a resolver conflictos. Las evaluaciones que se han hecho de este programa han sido positivas, presentando los estudiantes que participaron en él habilidades de resolución de con­flictos más constructivas que los que no lo hicieron (John­son y Johson, 1995).

Desde el último repaso, hemos comentado una serie de ideas relacionadas con la delincuencia juvenil. El si­guiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con este tema.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 3

Analizar las causas de la delincuencia juvenil.

  • La delincuencia juvenil engloba un amplio espectro de comportamientos, desde las conductas socialmente indeseables hasta los delitos más graves. Desde el punto de vista legal, se establece una distinción entre los actos criminales y las faltas cometi­das por menores. El trastorno disocial es una categoría psiquiátrica que se suele uti­lizar para describir los comportamientos delictivos.
  • Entre los predictores de la delincuencia juvenil se incluyen la identidad negativa, un escaso autocontrol, el inicio precoz de la actividad delictiva, la falta de interés por los estudios, una fuerte presión del grupo, una escasa supervision paterna, una dis­ciplina poco eficaz y vivir en un área urbana con altos índices de criminalidad.
  • Un aspecto cada vez más preocupante son los altos índices de violencia juvenil exis­tentes en muchos países desarrollados. En Estados Unidos el 10 por 100 de los cen­tros educativos públicos sufren por lo menos un incidente violento grave cada año.
  • Se han propuesto diversas estrategias para reducir la violencia juvenil, incluyendo el entrenamiento en resolución de conflictos.

 

 

Hasta aquí, en nuestra exposición sobre los problemas adolescentes nos hemos centrado en las drogas, el alco­hol, y la delincuencia juvenil. Seguidamente revisaremos la depresión y el suicidio.

La depresión y el suicidio

Como ya hemos mencionado anteriormente en este mis­mo capítulo, uno de los principales motivos por los que los adolescentes solicitan ayuda para recibir tratamiento psicológico es la tristeza o depresión, especialmente en el sexo femenino. En este apartado comentaremos las ca­racterísticas de la depresión y el suicidio adolescentes.

La depresión

Cuando un adolescente dice: «Estoy deprimido», puede estar describiendo un estado de ánimo que sólo dura unas horas o bien un trastorno mental mucho más duradero y grave. El trastorno depresivo es la categoría diagnóstica

que se utiliza para describir a aquellos individuos que ex­perimentan un episodio depresivo, caracterizado por la presencia de una sintomatología depresiva, como apatía y desesperanza, durante un período mínimo de dos semanas, lo que interfiere con su funcionamiento diario. Según la clasificación de los trastornos mentales del DSM-IV (American Psychiatric Assocition, 1994), hay nueve sín­tomas que definen un episodio depresivo y, para diagnos­ticar este trastorno a una persona, ésta debe presentar por los menos cinco de estos síntomas durante un período de dos semanas:

  1. Estado de ánimo deprimido durante la mayor par-te del día.
  2. Interés o placer reducido en todas o la mayoría de las actividades.
  3. Pérdida o ganancia de peso significativa, o dismi‑

nución o aumento significativo del apetito.

  1. Dificultades para dormir o hipersomnia (dormir

en exceso).

  1. Agitación o enlentecimiento psicomotor.
  2. Fatiga o falta de energía.
    1. Sentimientos de inutilidad o culpababilidad exce sivos o inapropiados.
    2. Dificultades para pensar, concentrase o tomar de cisiones.
    3. Pensamientos recurrentes sobre la muerte y el sui cidio.

 

En la adolescencia, los síntomas depresivos se pueden manifestar de distinta manera, por ejemplo, a través de la tendencia a vestir de negro, de escribir poesías melancó­licas, o a aficionarse a la música de contenido depresivo. Los problemas de sueño pueden adoptar la forma de pa­sarse toda la noche viendo la televisión, tener dificulta-des para levantarse por las mañanas o quedarse dormido durante el día. La pérdida de interés por actividades que antes resultaban placenteras puede dar paso al retrai­miento y a la evitación de las relaciones sociales, pasando el adolescente la mayor parte del tiempo a solas y sumido en el aburrimiento. La falta de motivación y energía puede revertir en el absentismo escolar. La sensación de aburrimiento también puede ser un indicador de depre­sión. La depresión adolescente también se puede dar junto con el trastorno disocial, el abuso de sustancias y los trastornos de la alimentación.

¿Qué gravedad tiene la depresión durante la adoles­cencia? Las encuestas han permitido averiguar que apro­ximadamente un tercio de los adolescentes que acuden a los centros de salud mental sufren de depresión (Fleming, Boyle y Offord, 1993). La depresión abunda más en los años de adolescencia que en los de enseñanza primaria (Compás y Grant, 1993). Aproximadamente a los 15 años, las chicas tienen un índice de depresión que duplica al de los chicos. Entre los motivos que se han men­cionado para dar cuenta de esta diferencia entre sexos, se incluyen los siguientes:

  • Las chicas tienden a ensimismarse más en su esta-do de ánimo depresivo y a amplificarlo.
  • Las imágenes de las chicas, especialmente sus imá­genes corporales, son más negativas que las de los chicos.
  • Los cambios hormonales propios de la adolescencia incrementan la vulnerabilidad a la depresión duran-te esta etapa evolutiva, sobre todo entre las chicas.
  • La pubertad ocurre antes en el sexo femenino que en el masculino, lo que determina que las chicas ex­perimenten un cúmulo de cambios y experiencias vitales en los primeros años de la enseñanza se cundaria, lo las hace más proclives a deprimirse.

Los profesionales de la salud mental consideran que muchas depresiones pasan desapercibidas durante la ado­lescencia. ¿Por qué no suele detectarse la depresión du­rante la adolescencia? A menudo los adolescentes nor­males presentan cambios en el estado de ánimo y son proclives a ensimismarse, dar vueltas a las cosas, expre‑

sar lo aburridos que están de la vida y transmitir una sen­sación de desesperanza. Estos comportamientos pueden ser transitorios, sin reflejar ningún trastorno mental sub-yacente, sino tan sólo unos pensamientos y sentimientos bastante propios de esta etapa evolutiva.

Los estudios longitudinales sobre adolescentes depri­midos indican que los síntomas depresivos experimenta-dos durante la adolescencia permiten predecir problemas similares en la etapa adulta (Garber et ai, 1988). Esto sig­nifica que debemos tomarnos muy en serio la depresión adolescente. No se trata de algo que simplemente acabe desapareciendo. Contrariamente, los adolescentes a quie­nes se les diagnostica una depresión tienen más probabi­lidades de experimentar el problema de forma recurrente durante la etapa adulta que aquellos a quienes no se les diagnosticó un trastorno depresivo durante la adolescen­cia. En otro estudio longitudinal más reciente, los pro­blemas transitorios durante la adolescencia se relaciona-ron con factores situacionales específicos (como los acontecimientos negativos con los iguales), mientras que los problemas crónicos se definieron en función de las ca­racterísticas individuales, como las conductas de interio­rización (Brooks-Gunn y Graber, 1995).

Los factores familiares también están implicados en la depresión adolescente (Sheeber, Hops y Davis, 2001). Tener un progenitor deprimido es un factor de riesgo para la depresión durante la infancia y la adolescencia (Windle y Dumenci, 1998). Los progenitores que son emocional-mente inaccesibles, están inmersos en sus conflictos ma­ritales y tienen problemas económicos pueden crear un caldo de cultivo propicio para la aparición de una depre­sión en sus hijos adolescentes (Marmorstein y Shiner, 1996; Sheeber et ai, 1997).

El hecho de tener pocas amistades o malas relaciones con los iguales también se asocia a la depresión adoles­cente. No tener ninguna relación estrecha con amigos, re­lacionarse poco con los iguales o ser rechazado por éstos son factores que incrementa las tendencias depresivas de los adolescentes (Vernberg, 1900).

El hecho de experimentar cambios difíciles o de te­ner que afrontar retos complejos durante la adolescencia también se asocia a síntomas depresivos (Compás y Grant, 1993). El divorcio de los padres favorece la apari­ción de síntomas depresivos en los adolescentes. Asimis­mo, los adolescentes que atraviesan la pubertad en el mo­mento en que están haciendo la transición de la enseñanza primaria a la secundaria informan sobre más síntomas de­presivos que cuando atraviesan esta etapa evolutiva des­pués de haber hecho la transición a la enseñanza secun­daria (Petersen, Sargiani y Kennedy, 1991).

La depresión se ha tratado con medicamentos y téc­nicas de psicoterapia (Beckham, 2000). Los fármacos an­tidepresivos reducen los síntomas depresivos aproxima­damente en el 60-70 por 100 de los casos, requiriéndose frecuentemente un período de tratamiento de dos a cua­tro semanas para lograr una mejoría en el estado de áni­mo. La terapia cognitiva también ha dado buenos resul-

 

tados en el tratamiento de la depresión (Beck, 1993; Ho­llon, 2000).

El suicidio

El comportamiento suicida es raro durante la infancia pero su incidencia aumenta significativamente al llegar a la adolescencia. En la actualidad el suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes estadounidenses de 13 a 19 años de edad (National Center for Health Sta­tistics, 2000). A pesar de que la incidencia del suicidio en la adolescencia ha aumentado en las últimas décadas, si­gue siendo un suceso relativamente raro durante esta eta-pa evolutiva. En el año 1998, 4.135 personas de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años se quitaron la vida en Estados Unidos, aproximadamente 11 de cada 100.000 individuos en este grupo de edad (National Vital Statistics Reports, 2001).

Pero hay muchos más adolescentes que contemplan la posibilidad del suicidio o que intentan suicidarse sin éxi­to. En una encuesta de ámbito nacional realizada en Es­tados Unidos, una quinta parte de los estudiantes de se­cundaria dijeron que habían considerado seriamente la posibilidad del suicidio o que habían intentado suicidar-se en los últimos 12 meses (National Center for Health Statistics, 2000). Menos del 3 por 100 informaron sobre intentos de suicidio que acabaron en heridas, envenena-miento o sobredosis de fármacos o drogas que requirie­ron tratamiento médico. En este estudio, se comprobó que las adolescentes eran más proclives a plantearse la posi­bilidad del suicidio que sus compañeros de sexo mascu­lino. Entre las estudiantes de secundaria, las probabilida­des de contemplar el suicidio crecieron entre los 14 y los 18 años, pero esta tendencia no se detectó en los estu­diantes de sexo masculino de la misma franja de edad. Los chicos que intentaban suicidarse tenían más probabi­lidades de quitarse la vida que las chicas, porque tendían a utilizar métodos letales, como por ejemplo las armas de fuego. Mientras que las chicas tendían a cortarse las ve­nas o a tomarse una sobredosis de fármacos, métodos que tienen menos probabilidades de provocar la muerte.

¿Por qué intentan suicidarse los adolescentes? No hay ninguna respuesta simple a esta compleja pregunta. Pero ayuda bastante pensar en el suicidio teniendo en cuenta sus factores proximales y distales. Los factores proxima­les, o inmediatos, pueden desencadenar un intento de sui­cidio. Las circunstancias muy estresantes, como la pérdi­da de un novio o una novia, sacar malas notas en el instituto o un embarazo no deseado, pueden desencade­nar un intento de suicidio. El consumo de drogas puede ser un factor de riesgo proximal para el suicidio, y es po­sible que este riesgo haya aumentado durante los últimos años (National Center for Health Statistics, 2000).

Las experiencias distales, o alejadas en el tiempo, también pueden estar implicadas en los intentos de suici­dio. Por ejemplo, un adolescente puede tener una larga historia de infelicidad e inestabilidad familiar (Reinherz

et al., 1994). Al igual que la falta de afecto y apoyo emo­cional, el exceso de control paterno y una presión exce­siva para que rinda en los estudios durante la infancia pueden propiciar la depresión en un adolescente, y ésta combinación de experiencias familiares puede actuar como factor distal en un intento de suicidio. Muchos ado­lescentes que intentan suicidarse también carecen de amistades que les apoyen. En un estudio sobre el suicidio en las mujeres superdotadas, se comprobó que en sus vi-das estaban presentes los siguientes elementos: intentos de suicidio previos, ansiedad, inestabilidad visible en el trabajo y las relaciones, depresión o alcoholismo (Tom­linson-Keasey, Warren y Elliot, 1986). Estos factores son similares a los que permiten predecir el suicidio entre los hombres superdotados.

En un estudio reciente, la vinculación familiar se aso-ció a menor incidencia de los intentos de suicidio entre los adolescentes (Borowsky, Ireland, y Resnick, 2001). En este estudio, el consumo de drogas y el hecho de tener un amigo que se había suicidado se asociaron a una mayor in­cidencia de los intentos de suicidio entre los adolescentes.

Del mismo modo que los factores genéticos están rela­cionados con la depresión, también lo están con el suici­dio. Cuanto más emparentada está una persona con otra que se haya suicidado desde el punto de vista genético, más probabilidades tiene de cometer un intento de suicidio.

¿Cuál es el perfil psicológico de los adolescentes sui­cidas? La mayoría de los jóvenes que se suicidan tienen antecedentes de problemas serios. Los adolescentes sui­cidas presentan con frecuencia síntomas depresivos (Gad­paille, 1996). Aunque no todos los adolescentes deprimi­dos intentan suicidarse, la depresión es el factor que se asocia de forma más consistente al suicidio adolescente. Los sentimientos de desesperanza, la baja autoestima y la elevada tendencia a culpabilizarse también se asocian al suicidio adolescente (Harter y Marold, 1992).

A veces, los suicidios adolescentes ocurren a oleadas. Es decir, cuando se suicida un adolescente, otros adoles­centes que se enteran del suceso siguen sus mismos pasos.

Estos suicidios «en cadena» plantean la cuestión de si estos sucesos deberían difundirse en los medios de co­municación porque podrían inducir al suicidio a otros adolescentes.

El Cuadro 14.5, contiene información muy útil acer­ca de lo que se debe y no se debe hacer cuando se sos­pecha que alguien puede intentar suicidarse.

Los trastornos de la conducta alimentaria

Los trastornos de la alimentación están adquiriendo cada vez más importancia durante la adolescencia. He aquí al­gunos de los resultados de las investigaciones sobre este tipo de trastornos:

Las chicas que tenían una autoimagen corporal negativa durante la adolescencia temprana tenían más probabilidades de desarrollar trastornos de la

 

CUADRO 14.5

¿Qué se debe, o no, hacer cuando se sospecha que alguien puede intentar suicidarse?

alimentación, dos años después, que aquellas que no tenían una imagen corporal negativa (Attie y Brooks-Gunn, 1989).

  • Las chicas que tenían una relación positiva con sus padres tenían hábitos alimentarios más sanos que las que mantenían una mala relación con alguno de sus progenitores (Swarr y Richards, 1996). Las re­laciones negativas entre padres y adolescentes se asociaron a una mayor tendencia a hacer régimen a lo largo de un período de un año (Archibald, Gra­ber y Brooks-Gunn, 1999).
  • Las chicas que mantenían relaciones sexuales con sus novios y se encontraban en la transición pube­ral tenían más probabilidades de estar haciendo ré­gimen o de presentar comportamientos anormales con respecto a la comida (Caufmann, 1994).
  • Las chicas que estaban haciendo un gran esfuerzo por tener el mismo aspecto que la imagen femeni­na difundida por los medios de comunicación te­nían más probabilidades de estar obsesionadas con el peso (Field et al., 2001).
  • Muchas adolescentes tienen un fuerte deseo de per der peso (Graber y Brooks-Gunn, 2001).

Seguidamente examinaremos distintos trastornos de la alimentación que pueden aparecer en la adolescencia, empezando con la obesidad.

La obesidad

En una encuesta de ámbito nacional realizada reciente-mente en Estados Unidos, se comprobó que el 14 por 100 de las personas de edades comprendidas entre los 12 y los 19 años tenían sobrepeso (National Center for Health Sta­tistics, 2000). El sobrepeso se determinó a partir del ín­dice de masa corporal (IMC), que se calcula mediante una fórmula que tiene en cuenta la estatura y el peso de una persona. En la categoría de sobrepeso sólo se inclu­yeron aquellos adolescentes que estaban por encima del centil 95 de IMC. Esto representa un incremento signifi­cativo de la obesidad en los últimos años.

Las pautas de alimentación establecidas durante la in­fancia y la adolescencia están muy relacionadas con la obesidad en la etapa adulta. Por ejemplo, el 80 por 100 de los adolescentes obesos se convierten en adultos obe­sos. Muchos adolescentes obesos están convencidos de que todo sería maravilloso en sus vidas si consiguieran perder peso. Un ejemplo típico es el caso de Debby, que tiene 17 años y es obesa desde los 12. Pertenece a una fa­milia de clase media y sus padres siempre la han presio­nado para que perdiera peso, enviándola repetidamente a la consulta del endocrino y a centros de adelgazamiento. Un verano, Debby fue a unas colonias para perder peso, entró con 90 Kg y salió con 68. Al regresar a casa, se de­cepcionó muchísimo cuando sus padres le presionaron para que siguiera perdiendo peso. Al aumentar las ten­siones familiares y la preocupación de sus padres, Debby dejó de hacer régimen y enseguida volvió a engordar. Debby se aisló y se empezó a obsesionar con el tema del peso. Posteriormente, sus padres pidieron ayuda profesio­nal y afortunadamente Debby pudo rebajar la hostilidad que tenía hacía sus padres y entender su comportamiento autodestructivo. Al final, desarrolló un cierto autocontrol y quiso perder peso por ella misma, en vez de por sus pa­dres o por sus amigos.

Se han hecho muy pocos estudios transculturales so­bre la obesidad en la infancia y la adolescencia.

Sin embargo, en un estudio reciente, los niños y ado­lescentes (de 6 a 18 años) norteamericanos tenían cuatro veces más probabilidades de ser clasificados como obesos que sus homólogos chinos y casi tres veces más probabi­lidades que los niños y adolescentes rusos (Wang, 2000).

En otro estudio reciente se constató que los adoles­centes norteamericanos que tenían un padre o una madre con sobrepeso tenían más probabilidades de presentar so­brepeso (Dowda et al, 2001). En este estudio también se puso de manifiesto que las adolescentes que veían cuatro o más horas de televisión diarias tenían más probabilida­des de tener sobrepeso que las que veían menos de cuatro horas de televisión al día. Los adolescentes de sexo mas­culino que formaban parte de equipos deportivos y hacían ejercicio tenían menos probabilidades de tener sobrepeso.

En la obesidad están implicados tanto factores gené­ticos como ambientales (Stunkard, 2000). Algunas per­sonas heredan la tendencia a tener sobrepeso. Sólo el 10

 

por 100 de los niños cuyos padres no son obesos se vuel­ven obesos, mientras que el 40 por 100 de los niños que se vuelven obesos tienen un progenitor obeso y el 70 por 100 tienen ambos padres obesos. Asimismo, los gemelos idénticos tienen pesos corporales similares, incluso aun-que se críen de forma separada.

Una prueba convincente del papel que desempeñan los factores ambientales en la obesidad es el hecho de que en Estados Unidos se hayan duplicado los índices de obe­sidad desde principios del siglo xx, así como el incre­mento significativo de la obesidad adolescente desde la década de los sesenta. Este crecimiento desmesurado de la obesidad obedece, probablemente, a la mayor disponi­bilidad de alimentos (sobre todo ricos en grasas), el uso de dispositivos que permiten ahorrar energía y la dismi­nución en la práctica de la actividad física. Además, los adolescentes norteamericanos son más obesos que los eu­ropeos y que los adolescentes de muchas otras partes del mundo.

La anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa

Dos trastornos de la alimentación que pueden aparecer en la adolescencia son la anorexia nerviosa y la bulimia ner­viosa.

La anorexia nerviosa. La anorexia nerviosa es un trastorno de la alimentación que implica la persecución de la delgadez, extrema, reduciendo la ingesta, pudiéndo­se llegar incluso a la muerte por inanición. Se trata de un trastorno grave que puede llevar a la muerte. Tres de las principales características de la anorexia nerviosa son (Davisony Neale, 2001):

  • Pesar menos del 85 por 100 de lo que se considera normal teniendo en cuenta la edad y la estatura.
  • Tener un profundo temor a ganar peso, un temor que no disminuye con la pérdida de peso.
  • Tener una imagen corporal distorsionada. Las per sonas afectadas por este trastorno, incluso cuando están extremadamente delgadas, se siguen viendo demasiado gordas. Nunca creen estar lo suficiente mente delgadas, especialmente en el abdomen, las nalgas y los muslos. Se suelen pesar frecuente mente, se toman medidas y se observan crítica mente en los espejos.

La anorexia nerviosa suele aparecer en la adolescen­cia temprana o media, a menudo después de hacer régi­men y de la ocurrencia de algún acontecimiento vital es­tresante. Es 10 veces más frecuente en el sexo femenino que en el masculino. A pesar de que la mayoría de las chi­cas norteamericanas han hecho régimen en alguna oca­sión, un poco menos del 1 por 100 de ellas desarrolla ano­rexia nerviosa (Walter y Kendler, 1994)

Cuando la anorexia nerviosa afecta a un adolescente de sexo masculino, los síntomas y otras características

La anorexia nerviosa se ha convertido en un problema cada vez más importante entre las adolescentes y las mujeres adultas jóvenes. ¿Cuáles son algunas de las posibles causas de la anorexia nerviosa?

(tales como el conflicto familiar) suelen ser similares a los que presentan las chicas (Olivardia et al., 1995).

La mayoría de las personas que padecen anorexia ner­viosa son adolescentes de sexo femenino o mujeres jóve‑

La batalla
de una adolescente anoréxica

Al igual que su madre, Melinda Montovani es una ado­lescente de baja estatura y huesos finos. Siempre había sido «la mas delgada» de la familia, una imagen que le gustaba. Cuando su cuerpo empezó a cambiar en la pu­bertad, a Melinda le empezó a preocupar la idea de dejar de ser tan delgada. Al cumplir 14 años se propuso perder peso. Dijo: «Mi meta era pesar sólo 34 kg. Sabía que lo podía conseguir. Yo tenía el control e iba a tener éxito. Recuerdo que, cuando me subí a la balanza y vi el 34, me sentí realmente orgullosa de mi misma.» Ése fue el principio de una batalla de diez años contra la anorexia nerviosa. Desde fuera, parecía que Melinda lo tenía todo —buenas notas, capitana del equipo de atletismo… Pero ella sentía que no gustaba a nadie. «En lo único que era buena era en perder peso y, por mucho que perdiera, nunca tenía suficiente. Me odiaba a mí misma».

Murphy (1995)

 

nes de raza blanca pertenecientes a familias de clase me­dia o media con un buen nivel educativo y adquisitivo, competitivas y que van muy bien en los estudios. Se fi-jan metas elevadas y son muy exigentes consigo mismas, se estresan por no poder alcanzar esos niveles de exigen­cia y les preocupa mucho la imagen que causan en los demás (Striegel-Moore, Silberstein y Rodin, 1993). Inca-paces de responder ante unas metas tan exigentes, se re­fugian en algo que sí pueden controlar: su peso.

La imagen femenina que está de moda en la cultura occidental, que hace hincapié en que lo «delgado es be­llo», contribuye a la incidencia de la anorexia nerviosa. Esta imagen se refleja en el dicho anglosajón «You never can be too rich or too thin» («Nunca se es demasiado rica o demasiado delgada»). Los medios de comunicación re-tratan la delgadez como sinónimo de belleza en su elec­ción de las modelos, a quienes muchas adolescentes quie­ren emular.

Aproximadamente el 70 por 100 de las pacientes con anorexia nerviosa se acaban recuperando. Suelen tardar de seis a siete años y con frecuencia tienden a tener re-caídas hasta que alcanzan una pauta estable de alimenta­ción y mantenimiento del peso corporal (Strober, Free­man y Morel, 1997). En un estudio longitudinal sobre personas que tuvieron anorexia nerviosa durante la ado­lescencia, al cabo de 10 años aproximadamente dos ter­cios estaban completamente recuperadas, el 3 por 100 se-guía presentando anorexia y ninguna de ellas había fallecido (Herpertz et al., 2001). Sin embargo, en otro es­tudio longitudinal, se concluyó que 21 años después de haber sido diagnosticadas de anorexia nerviosa, el 16 por

100 de las afectadas había muerto a causa de factores re­lacionados con la anorexia nerviosa (Lowe et al., 2001).

La bulimia nerviosa. La bulimia nerviosa es un tras-torno de la alimentación en la que se sigue consistente-mente un patrón alimentario de atracarse y purgarse. El bulímico ingiere cantidades excesivas de alimento y des­pués se purga autoinduciéndose el vómito o utilizando la­xantes. Al igual que los anoréxicos, la mayoría de bulími­cos están obsesionados con los alimentos, les aterra llegar a tener sobrepeso y están deprimidos o ansiosos (Davison y Neale, 2001). A diferencia de la anorexia nerviosa, la pauta de atracones seguidos de purgas propia de la buli­mia ocurre dentro de los límites de peso considerados como normales, lo que dificulta la detección de este tras-torno (Mizes y Miller, 2000).

La bulimia nerviosa aparece en la adolescencia tardía o en los inicios de la edad adulta. Aproximadamente el 90 por 100 de las personas afectadas son de sexo femenino. Se estima que este trastorno afecta entre el 1 por 100 y el 2 por 100 de las mujeres (Gotesdam y Agras, 1995). Mu­chas mujeres que desarrollan bulimia nerviosa tenían un poco de sobrepeso antes de la aparición del trastorno y la tendencia a los atracones suele aparecer durante un pe­ríodo de dieta. Como en la anorexia nerviosa, aproxima­damente el 70 por 100 de las personas que desarrollan bu­limia nerviosa acaban recuperándose (Keel et al, 1999).

Desde el último repaso, hemos expuesto una serie de ideas sobre la depresión, el suicidio y los trastornos de la alimentación. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 4   Definir la depresión y el suicidio adolescente.

  • La incidencia de la depresión es más alta entre los adolescentes que entre los niños. Las adolescentes son mucho más proclives a deprimirse que sus compañeros de sexo masculino. Los adolescentes que presentan síntomas depresivos tienen más proba bilidades de padecer trastornos depresivos durante la etapa adulta. Para tratar la de presión se han utilizado tanto fármacos como psicoterapia.
  • En Estados Unidos, el índice de suicidio entre los adolescentes se ha triplicado des de la década de los cincuenta. En un suicidio pueden estar implicados tanto facto res cercanos como lejanos en el tiempo.

Objetivo de aprendizaje 5   Entender los trastornos de la alimentación.

  • Los estudios sugieren que en Estados Unidos cada vez hay un mayor porcentaje de adolescentes obesos. En la obesidad están implicados tanto los factores hereditarios como los ambientales.
  • La anorexia nerviosa es un trastorno de la conducta alimentaria que implica la per secución de la delgadez extrema reduciendo la ingesta de alimentos. La anorexia ner viosa afecta fundamentalmente a mujeres de raza blanca no hispanas de clase me dia o media alta.
  • La bulimia nerviosa es un trastorno de la conducta alimentaria en la que se sigue un patrón alimentario consistente en atracarse seguido de purgas.

 

Hasta aquí, en este capítulo hemos analizado diversos problemas y trastornos adolescentes. A continuación revi­saremos los múltiples problemas que caracterizan a mu­chos adolescentes de riesgo.

RELACIÓN ENTRE LOS PROBLEMAS Y LA PREVENCIÓN

Los adolescentes de alto riesgo suelen presentar más de un problema. Los investigadores han detectado que mu­chas de las conductas problemáticas de los adolescentes están interrelacionadas (Santelli et al, 2001; Tumban, Windle y Windle, 1996). Por ejemplo, el abuso de sus­tancias está relacionado con la precocidad sexual, sacar malas notas, dejar los estudios y la delincuencia. La pre­cocidad sexual se asocia al consumo de tabaco, alcohol, marihuana y otras drogas ilícitas, sacar malas notas, dejar los estudios y la delincuencia. La delincuencia se relacio­na con la precocidad sexual, los embarazos precoces, el abuso de sustancias y el hecho de dejar los estudios. Nada menos que el 10 por 100 de la población adoles­cente de Estados Unidos tiene múltiples y graves proble­mas de conducta (adolescentes que han dejado los estu­dios o han repetido muchos cursos, consumen drogas duras, fuman tabaco o marihuana regularmente y son se­xualmente activos pero no utilizan métodos anticoncep­tivos). Se puede decir que muchos de estos jóvenes de alto riesgo, aunque no todos, «tienen muchos proble­mas». Hay otro 15 por 100 de adolescentes que participa en muchas de estas conductas, pero con una frecuencia ligeramente menor y consecuencias menos nocivas. Es-tos jóvenes de alto riesgo participan en dos o tres de las conductas problemáticas arriba mencionadas (Dryfoos, 1990).

Además de entender que muchos adolescentes se im­plican en múltiples conductas problemáticas, también es importante desarrollar programas para reducir los pro­blemas adolescentes. En una revisión sobre los programas que han sido eficaces a la hora de prevenir o reducir los problemas adolescentes, el investigador especializado en adolescencia Joy Dryfoos (1990) identificó los compo­nentes que compartían todos esos programas. Esos ele­mentos comunes fueron los que se describen a continua­ción:

1. Atención individualizada e intensiva. En los pro-gramas eficaces, los adolescentes de alto riesgo se vinculan a un adulto responsable que les dedica toda su atención y responde a sus necesidades es­pecíficas. Éste fue un elemento común a diversos programas. En un programa eficaz para reducir el abuso de sustancias, a cada estudiante se le asig­naba un orientador a quien podía acudir en cual­quier momento para pedirle asesoramiento y po­sibles ayudas para el tratamiento.

¿Por qué es más probable
que una trayectoria de riesgos
en la adolescencia tenga consecuencias
más graves hoy en día que en el pasado?

El mundo se ha convertido un lugar peligroso para de­masiados adolescentes, sobre todo para los que pertene­cen a familias, barrios y centros educativos de baja ex-tracción social. Muchos adolescentes tienen una gran capacidad de resistencia y afrontan los desafíos sin de­masiados tropiezos, pero otros se esfuerzan en vano por encontrar trabajo, son calificados como de perdedores en sus centros educativos tienen hijos antes de estar prepa­rados para ser padres o arriesgan sus vidas abusando de las drogas. La adolescencia ha sido prácticamente en cualquier época una etapa de asunción de riesgos, puesta a prueba de los límites y toma de decisiones impru­dentes. Pero, ¿por qué las consecuencias de elegir una trayectoria de riesgo son probablemente más peligro­sas hoy en día que en ningún otro momento de la histo­ria?

  1. Enfoques de alcance comunitario que implican la colaboración entre distintos servicios e institucio­nes. La filosofía básica de los programas de alcan­ce comunitario consiste en la aplicación conjunta y simultánea de diversos programas y servicios. Por ejemplo, en un programa eficaz para reducir el consumo de sustancias, se puso en marcha una campaña de promoción de la salud de alcance co­munitario que utilizó los medios de comunicación y de educación locales en conjunción con un cu­rrículo sobre abuso de sustancias impartido en los centros educativos.
  2. Identificación e intervención precoz. Llegar a los niños y a sus familias antes de que los primeros desarrollen problemas o cuando éstos se encuen­tren en sus fases iniciales es una buena estrategia (Botvin, 1999; Hill et ai, 1999). Hay un progra­ma de preescolar que es un modelo excelente para prevenir la delincuencia, los embarazos no desea-dos, el abuso de sustancias y el abandono de los estudios. Aplicado por la High Scope Foundation, con sede en Ypsilanti (Michigan), el programa de preescolar Perry ha tenido un impacto positivo a largo plazo sobre los alumnos que se beneficiaron de él. Este programa de enriquecimiento, dirigido por David Weikart, está pensado para niños afro-americanos pertenecientes a familias desfavoreci­das. Estos niños asisten a un programa de educa­ción preescolar de alta calidad de dos años de duración y reciben visitas semanales en sus casas

 

del personal del programa. Según los registros po­liciales, cuando tenían 19 años, los individuos que se habían beneficiado del programa de preescolar Perry tenían menos arrestos y habían cometido menos faltas que los del grupo control. Estos es­tudiantes también tenían menos probabilidades de haber dejado los estudios, y los profesores eva­luaron su comportamiento social como más com­petente que el de un rupo control que no se había beneficiado de la experiencia de enriquecimiento preescolar del programa.

Desde el último repaso, hemos comentado algunas ideas sobre la relaciones entre los problemas y la pre­vención. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los ob­jetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.

En este capítulo, el último de este libro, hemos ana­lizado diversos aspectos sobre los problemas y trastornos adolescentes. Para concluir el libro, el siguiente capítulo es un Epílogo diseñado para fomentar la reflexión sobre algunos de los principales temas que hemos ido tratando a lo largo del libro y para que el lector se plantee cómo serán las vidas de los adolescentes en el futuro.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 6 Comprender la relación entre los problemas y la prevención.

  • Los investigadores están constatando cada vez más que los comportamientos proble­máticos de los adolescentes están estrechamente relacionados.
  • Según el análisis de Dryfoos, los factores que tienen en común los programas de pre­vención/intervención eficaces son: 1) atención individualizada e intensiva; 2) inter­vención de alcance comunitario, y 3) identificación e intervención precoces.

 

 

ALCANZAR LOS OBJETIVOS DE APRENDIZAJE

Al principio de este capítulo formulamos seis objetivos de aprendizaje e instamos al lector a ir repasando el material relacionado con estos objetivos en cinco puntos del capí­tulo. Éste es un buen momento para retomar esos repasos y utilizarlos como guía de estudio para alcanzar los ob­jetivos de aprendizaje.

Objetivo de aprendizaje 1 Conocer la naturaleza de los problemas adolescentes.

 

Objetivo de aprendizaje 2 Analizar los factores que impulsan al consumo de drogas y alcohol, así como la incidencia de estos problemas.

Objetivo de aprendizaje 3 Analizar las causas de la delincuencia juvenil.

Objetivo de aprendizaje 4 Definir la depresión y el suicidio adolescente.

Objetivo de aprendizaje 5 Entender los trastornos de la conducta alimentaria.

Objetivo de aprendizaje 6 Comprender la relación entre los problemas y la prevención

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