«IDENTIDAD DE VIDRIO». Vivencias de vacío.

Después de las vacaciones su disociación reapareció en diversas formas, particularmente a través de referencias a «la nena», para poder controlar los dos objetos simultáneos: el «otro país», nuevo, desconocido y el original.
Esta situación se vio claramente en una sesión en que comentó que la hija había descubierto que en el vidrio de la ventana se veían los muebles de la habitación y la calle, y que también la silla estaba «adentro» y «afuera» en la ventana.
Analizando este material pudimos ver que, por una parte, ella deseaba sentirse la silla, con el significado de estar «dentro y fuera» a la vez, es decir, poder estar en dos lugares a un mismo tiempo, con lo cual intentaba negar omnipotentemente la separación, la pérdida y la situación traumática de la migración. Pero, por otro lado, la fantasía básica era sentirse identificada con el «vidrio», en quien podían reflejarse los demás objetos.
Así era como ella veía el rol del analista, quien debía ser so¬lamente eso: pantalla de los analizados sin existencia propia, mamá y papá que sólo existían cuando ella se reflejaba en ellos. Pero aún así, no era una pantalla en la que se pudiera confiar; devolvía una imagen confundida con lo que se veía por transparencia. Era una pantalla-pecho permeable que le comía la identidad.
En última instancia, sentirse vidrio constituía la expresión de su falta de identidad y el sentimiento de estar vacía de pertenencias propias.
«Cada cosa que voy a decir, pienso que es prestada de Ricardo, de interés de él o influida por usted. Entonces me siento comple¬tamente vacía. Adoptaría la forma de cualquiera, podría ser ‘la esposa de XX’. Recuerdo la película ‘La señora y sus maridos’; me siento como si no fuera nadie».
El material de «La señora y sus maridos» demostró además la utilización que hacía de sus objetos como depositarios de todo lo no tolerado, pero donde se le iba todo lo propio valorado, vaciándola. Para ello los fragmentaba (muchos maridos) como para repartir la peligrosidad de lo proyectado y disminuir el peligro de la intro¬yección.
El aspecto negado en este material es que «la señora» de la película imprimía un destino igual a todos sus maridos: los enri¬quecía («les daba suerte») y después se morían. Marisa tenía, efec¬tivamente, también la vivencia de haberme enriquecido (como al marido) pero era tanto el temor de matarme que no podía asumir ninguna responsabilidad por lo que ocurría en la relación; todo era con «la plata de papá» de la que ella era simple intermediaria, como lo era mamá: un vidrio en el que no queda huella de lo reflejado.
A medida que se aproximaba la fecha de la partida, sus ansie¬dades depresivas aparecieron con más fuerza, pero de tal modo que se le hacían intolerables y se intensificó su necesidad de recurrir nuevamente a la disociación e identificación proyectiva.
Este último período de su análisis fue importante porque mar¬có un acmé en su regresión, y sus tentativas de tomar este viaje como repetición de las migraciones anteriores en qué había sido un elemento pasivo, sometido, transportado, en que no había deci¬dido irse ni quedarse.
Todo esto se hizo muy notorio cuando tuvo que empezar a to¬mar medidas concretas en relación con el viaje, que implicaban «moverse» asumiendo algún grado de responsabilidad por sus mo¬vimientos.
Pudimos ver que, además, «moverse» estaba también asociado profundamente para ella con el «movimiento intestinal»; es decir, significaba «salir» de su constipación y de un aspecto de su parálisis interna. Implicaba, por otra parte, el riesgo de «poner en movi¬miento» sus contenidos fecales que, vividos como aspectos concretos de su self, podían quedar desparramados en el afuera, exponiéndola nuevamente al vaciamiento. Tampoco quería enfrentarse con todo aquello que pudiera provocarle dolor.
Tenía que alquilar o vender su departamento y no quería mos¬trarlo a la gente que venía a verlo para no sufrir. Ella se iba de la casa y dejaba al marido para que lo mostrara.
La interpretación en ese material se centró en señalarle que ésa era su actitud respecto de su situación interna: para no sufrir por lo que dejaba, no quería ver qué era lo que tenía. Por otra parte, proyectaba en el marido, junto con las pertenencias del departa¬mento, todo lo negado en ella: tener cosas, querer irse para tener más de algunas y sufrir por irse y perder otras.
Al hacer que el marido fuera quien mostraba el departamento, estaba disociando y proyectando en él el sufrimiento, tomándolo como hermano menor que tiene que sufrir ser echado de la casa, posiblemente porque la hermana debe haber nacido cuando la des¬tetaron; ahora ella intentaba irse maníacamente, dejando en un hermano la parte en que se sentía echada, como también la parte que debía sufrir las ansiedades claustrofóbicas.
Estos hermanos eran también los posibles analizados que ocu¬parían su lugar cuando se fuera. Se había enterado de que algunas personas de su conocimiento me habían solicitado análisis, pedidos que no pude satisfacer. Esto le producía gran placer porque tenía en quien proyectar su vivencia de sentirse echada y se defendía de los celos hacia la persona que ocuparía sus horas, indicándome a quién debía tomar. Pero no podía evitar sus fuertes sentimientos de envidia frente a mí, al pensar que podía tener otros hijos, lo que le hacía suponer que ella, entonces, perdía todo valor «propio» para mí.

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