Los síntomas.

Se trata de un paciente de treinta y cuatro años de edad, inte­ligente y bien parecido, aquejado por un problema de impotencia aparecido desde los primeros contactos sexuales con prostitutas; a esto se agregaba una erotofobia y tics consistentes en movimientos bruscos de cabeza y hombros, con compulsión a tocarse los ojos y la boca. En relación con el primer síntoma, manifestaba sentirse profundamente amargado por su inferioridad sexual porque le ori­ginaba enormes dificultades en el plano social y en los demás aspectos de su vida. En consecuencia, se sentía embargado por una depresión que consideraba insuperable ante el pesimismo con que vivía su problema. Experimentaba ansiedad toda vez que partici­paba en una reunión por pequeña e íntima que ésta fuera y aun cuando conversaba a solas con un amigo. Su temor constante era que surgiera en la conversación alguna referencia sexual porque de inmediato percibía el enrojecimiento de su rostro. Le angustiaba la idea de que pudieran descubrir que era impotente, y que por ello lo despreciaran y ridiculizaran. Las dificultades de su potencia consistían en pérdida de la erección y retardo o imposibilidad de llegar a la eyaculación. Respecto de los trastornos de su capacidad eréctil solía utilizar expresiones, cada vez que se refería a ella, que indicaban su relación con el proceso de despersonalización que estudiamos. Decía, por ejemplo, que «el pene se le moría» al intro­ducirlo en la vagina y que dejaba de percibirlo, como si ya «no le perteneciera. Su conflicto con la vagina se debía a la reviviscencia de sus primitivas frustraciones orales frente al objeto, como se verá más adelante en el material. Para su inconsciente, su pene adquiría el significado de una boca hambrienta que amenazaba a la vagina-pecho con la destrucción y a la vez, lo identificaba con el objeto frustrador (pecho vacío que no da leche) que sufría las consecuen­cias de su sadismo oral proyectado sobre la vagina-boca.

 

Deja un comentario