NOTAS

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I. Algunos estudios psicológicos sobre el funcionamiento del cerebro son real­mente buenos, si bien el problema surge cuando dicen que las descripciones fisiológicas tienen que ver necesariamente con la psicología (véase, por ejem­plo, Stirling, 1999). Los contenidos más interesantes de la licenciatura de psicología a menudo no tienen nada que ver con la psicología, y sería una deba­cle para los departamentos de Psicología si sus investigaciones se trasladaran a las disciplinas en las que realmente se inspiran. Los investigadores más desta­cados de la teoría evolucionista son muy precavidos a la hora de extrapolar sus hallazgos a la psicología (por ejemplo, Gould, 1996-2007; Lewontin, 2001­2001) y los biólogos que investigan el cerebro no se ven capaces de decirnos cómo pensamos (por ejemplo, Rose, 2006-2008). De hecho, estos investiga­dores evolucionistas y biólogos han cuestionado con firmeza los intentos de definir la «naturaleza humana» y las especulaciones acerca de las diferencias entre grupos humanos (por ejemplo, Rose et al., 1990-2003).

  1. Geras (1983) señala de manera convincente que los marxistas, a menudo caricatu­rizados como ávidos por negar la existencia de cualquier necesidad humana con base biológica, necesitarán tener ciertas nociones de la naturaleza humana si han de rebatir la injusticia y la desigual distribución de los recursos bajo el capitalismo. Obviamente, el proceso evolucionista que dio origen a la especie humana con una constitución biológica determinada también permitió a los seres humanos des­arrollar el lenguaje y la cultura por medio de los cuales reflexionany transforman su «naturaleza primigenia» en algo mucho más complejo que podemos conceptualizar como la «segunda naturaleza» humana, que dista de ser psicológica, y sobre la que volveremos en capítulos posteriores de este libro. Las autoras feministas y antirra­cistas han defendido posturas en total consonancia con este planteamiento, mostrando que el «género» y la «cultura» son reproducidos y transformados a lo largo de la historia; Haraway (1989) y Mamdani (2005) son ejemplos ya clá­sicos de estas posturas; sobre la naturaleza específica de la «barbarie» en distintos tipos de civilización véase Achcar (2006-2007).
  2. Existen prolijas investigaciones históricas sobre las interpretaciones que hacen los humanos de las diferencias sexuales, las cuales indican que no existe una correspondencia natural entre el sexo biológico y el sentido de lo que somos como

 

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géneros separados o sexualidades distintas. Por ejemplo, durante un amplio periodo, la supuesta diferencia sexual entre hombres y mujeres fue considerada como un hecho que contradecía la idea de una estructura genital idéntica en lugar de confirmarla (Laqueur, 1990-1994), e incluso la Iglesia católica en la Europa medieval estuvo dispuesta a bendecir los matrimonios del mismo sexo (Boswell, 1994). Estas investigaciones son muy anteriores a la ‘teoría queer» y a la idea que plantea que nuestra experiencia del «sexo» es determinada por el modo en que se nos asigna y vivimos el «género» (por ejemplo, Butler, 1990/2007 y 1993/2005), por lo que estas investigaciones suponen un valioso correctivo a las historias esen­cialistas contadas por los psicólogos, incapaces de conceptualizar lo que ven y quienes en sus investigaciones, toman como punto de partida ideas que dan por sentadas (por ejemplo, Lynn e Irwing, 2004).

4. Las investigaciones sobre la raza dicen no estar supuestamente interesadas en las personas menos inteligentes y les gusta referirse a «investigaciones» que resaltan las puntuaciones más elevadas obtenidas por los japoneses en test de inteligencia, para evitar así que se les acuse de hacer apología de la supremacía Blanca (véase, por ejemplo, Lynn, 1982).

5. Véase el excelente análisis de Ratner (1971) sobre los vínculos entre el indivi­dualismo y el totalitarismo en psicología. Los enfoques críticos del «desarrollo» y del desarrollo individual en psicología han tomado un rumbo similar (véase, por ejemplo, Broughton, 1987). Véase, también, Morss (1990) sobre la «biologización» de la infancia.

6. El teórico de la «hegemonía» más influyente en la teoría política fue el marxista Antonio Gramsci, cuyo trabajo actualmente es interpretado como si el enfrenta­miento de ideas hubiese reemplazado a las luchas político-económicas entre las clases sociales (Gramsci, 1971/1999). No obstante, el planteamiento de Gramsci sobre la lucha ideológica estaba principalmente interesado en los enfrentamien­tos existentes en el interior de las clases sociales, en vez de entre las clases. Así, la clase trabajadora era un campo de batalla en el que las diferentes corrientes revolucionarias se enfrentaban a los reformistas. También consideraba que la «hegemonía» de ciertos análisis y teorías del cambio social entre las organizacio­nes de clase trabajadora conducirían a un tipo de estrategia para enfrentarse a la burguesía y el Estado. Para un debate de este aspecto de la obra de Gramsci, véase Anderson (1976-1977). La idea de que la lucha ideológica atraviesa las clases sociales y que puede reemplazar al derrocamiento del Estado es una interpreta­ción del trabajo de Gramsci afín al reformismo (por ejemplo, Laclau y Mouffe, 2001/1987). La hegemonía de determinadas psicologías en el mundo académico y en la práctica profesional resulta igualmente atractiva para los interesados en el cambio social, si bien no nos interesa participar en el debate sobre la manera más adecuada de asegurar el control social. En su lugar, deberíamos debatir sobre el desarrollo de estrategias pie conecten lo personal y lo político sin recurrir en absoluto a la psicología.

7. Para un estudio del enfoque empirista y cómo llega a asociarse con la tradición filosófica «inglesa», véase Norton (1981); y sobre el empirismo como fuerza estructurante en la cultura inglesa véase Fox (2004). Para un debate sobre las diferencias entre el pragmatismo como ideología y el marxismo como teoría y práctica de la transformación social, véase Novack (1975); un debate acerca de estas cuestiones en el ámbito de la psicología se encuentra en Newman (1999), y para el planteamiento de problemas filosóficos y alternativas «performati­vas» se puede consultar Newman y Holzman (1996).

8. Con la salvedad de las revistas de «psicología social» afines al paradigma experi­mental al uso que se conforma con informar acerca de los estudios realizados sobre interacciones a pequeña escala, sin atender a las cuestiones de la estructura

 

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social, hay otras revistas académicas dedicadas a desentrañar la relación entre la «estructura» y la «agencia» social —como el Journal for the Theory of Social Behavioury buena parte de ellas a las teorías de la «estructuración» de la «ter­cera vía» que han resultado ser un callejón sin salida para la sociología y las ciencias políticas, y que ahora son igualmente estériles para la psicología social (véase, por ejemplo, Giddens, 1979 y 1998/2003).

9. Desde fuera del ámbito de la psicología, los textos precursores del feminismo de la «segunda ola» analizaron cómo en el sistema patriarcal el conocimiento está infundido por las asunciones masculinas de predicción y control (por ejemplo, De Beauvoir, 1968/2005). Una nueva ola de publicaciones feministas ha analizado las representaciones denigrantes de las mujeres que provee la disciplina. Ussher (1989/1991) trató de mostrar la manera en que la psicología patologiza los cuerpos de las mujeres y Walkerdine (1988) investigó cómo los modelos psicológicos del desarrollo infantil asumen nociones de racionalidad y masculinidad. Por su parte, Burman (1990) abordó las representaciones de las mujeres en la disciplina y el control ejercido por los hombres en la psico­logía académica y profesional. Para un análisis de la masculinidad ligado al «desarrollo» cognitivo entendido como parte del proceso disciplinario (basa­do en el trabajo de Piaget), véase Broughton (1988).

lo. Una buena revisión de esta temática se encuentra en Morawski (1997). La argumentación de las teóricas feministas del «punto de vista» se ha centrado en esta problemática (por ejemplo, Hartsock, 1987), y en psicología las feminis­tas interesadas en la importancia de la subjetividad en la investigación han incorporado estas consideraciones (por ejemplo, Hollway, 1989).

u. Sobre la exclusión de las personas negras de la psicología estadounidense, véase, por ejemplo, Guthrie (1976), y un riguroso análisis de los planteamientos racis­tas promovidos por la psicología puede verse en Richards (1997). Howitt y Owusu-Bempah (1994) ofrecen un análisis muy crítico de las representaciones de las personas negras en psicología, aunque terminan apelando a una supuesta «psicología negra» basada principalmente en estudios estadounidenses. Mama (1995) plantea que idealizar a la familia negra con la intención de neutralizar las idealizaciones de las familias blancas puede tener consecuencias opresivas para las mujeres. Por su parte, el libro de Fine (2004) incluye diferentes perspectivas sobre la importancia de las «blancuras» en psicología.

12. Obviamente, la tesis sobre «la colonización interna» conviene tratarla con caute­la. Este planteamiento puede deslizarse con gran facilidad en el diagnóstico psicológico de las personas sometidas al colonialismo y, de este modo, dar lugar a formas de «culpabilización de las víctimas». Los análisis del trabajo del psiquiatra radical negro Frantz Fanon (1967/1977 y 1970/2009) se han centrado en abordar las profundas consecuencias subjetivas del racismo sin que las víctimas pasaran por «terapia», como si esta medida resolviera el problema (Bulhan, 1985).

13. Sears (1986: 527).

14. Aunque la psicología «transcultural» que compara a las personas en Occidente con aquéllas consideradas como menos civilizadas está ahora mal vista, sigue habiendo una profunda concepción orientalizadora que enfila a Japón y que ofrece con frecuencia una suerte de «caso límite» para el estudio de los facto­res culturales en la psicología del desarrollo. Sobre el análisis de estas cuestiones véase Burman (2007).

15. Peters y Ceci (1982) pusieron de manifiesto cómo los artículos enviados a las revistas de psicología tenían más probabilidades de ser publicados si procedían de instituciones prestigiosas. Se llegó a dar el caso de que un mismo artículo había sido previamente rechazado por esa revista cuando fue remitido desde otra institución. Los primeros trabajos de Lubek (1976 y 1980) que reclamaban el

 

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derecho a expresarse en la estructura de poder de la psicología fueron retomados años después en un análisis del modo en que los manuales estadounidenses están estructurados para excluir nuevas aproximaciones o cuestionamientos de los marcos teóricos existentes (Lubek, 1993). Walkerdine (1990) realiza una importante reflexión sobre el modo en que la estructura de clase de la psicología afecta a las mujeres de clase trabajadora. La misma autora aporta una serie de estudios sistemáticos sobre esta misma temática en Walkerdine (1996). Un estu­dio feminista centrado en el racismo en psicología se encuenta en Bhavnani y Phoenix (1994), y un análisis del heterosexismo en KitzingeryWilkinson (1994). Sobre el modo en que la psicología oprime a las lesbianas feministas, especial­mente en el ámbito de la psicología clínica, véase Kitzinger y Perkins (1993).

  1. Véase Roiser (1974/1983) sobre las merecidas respuestas que reciben las ridículas preguntas que plantea la psicología y también sobre las restricciones impuestas a las personas que cumplimentan los cuestionarios. No obstante, Roiser y Willig (2006) muestran la utilización que Marx y Engels hicieron de las encuestas como parte de sus análisis empíricos (y no empiristas) de la sociedad de clases. Una extensa argumentación contra las teorías psicológicas estandarizadas de las «acti­tudes» en las que se basan las investigaciones sin sentido realizadas por medio de cuestionarios se encuentra en Potter y Wetherell (1987), en un libro que inauguró una «tradición» discursiva alternativa en la psicología social británica.
  2. [N. del TI en el original inglés, «subjects», que aquí entrecomilla el autor por el doble sentido del término: como «sometidos al» estudio y como «sujetos» de investigación.
  3. Cuando los «sujetos» se prestan a colaborar, sus actos se patoligizan bajo la cate­goría de «características de la tarea» (Orne, 1962), y los que se brindan a participar suscitan sospechas, dado que el psicólogo debe tener en cuenta una serie de «características de los sujetos voluntarios» (véase Rosenthal, 1965). En este mundo de espejos invertidos, las «hipótesis» que formula el psicólogo remiten a conjeturas acerca de lo que sucederá al manipular la situación en la que se hallan los sujetos. Las situaciones que manipulan las denominan «variables indepen­dientes» y lo que pueden medir a consecuencia de esta manipulación lo llaman «variables dependientes» (en tanto que dependen de lo que los psicólogos hacen a sus «sujetos»). Un aspecto característico del paradigma de investigación experi­mental en psicología consiste en que los investigadores crean que deben «falsar» una hipótesis en vez de probar que su conjetura es correcta. Obviamente, esta cir­cunstancia implica un razonamiento descabellado, de doble vínculo, en el que, en última instancia, se les exige aspirar a que sus conjeturas no sean correctas.
  4. Rosenthal y Rosnow (1975) sostienen que las personas que participan volunta­riamente en los experimentos de psicología tienden a tener una buena formación, a ser más inteligentes, de un estatus social más elevado y más socia­bles y necesitados de reconocimiento (cuestiones a tener en cuenta si te «entra» un psicólogo y te decides a colaborar en sus investigaciones).
  5. Para un discusión pormenorizada, véase Rose (2006/2008).
  6. Sobre esta argumentación que esclarece las afirmaciones que los psicólogos realizan acerca de la «cognición», véase Maturana y Varela (1980/1980).
  7. Véase el libro de Skinner (1969/1979) para una explicación estandarizada y radical conductista de las «contingencias del refuerzo».
  8. Sobre los planteamientos skinnerianos acerca de la conciencia consciente como mero epifenómeno, en este caso aplicado a palomas (a las cuales obviamente no se les pregunto qué pensaban sobre el tema), véase Epstein et al. (1981).
  9. La historia del desarrollo de los test de inteligencia en Estados Unidos elaborada por Block y Dworkin (1977) indicaba que, inicialmente, las mujeres obtenían mejores puntuaciones que los hombres. Joseph (2003) aporta una crítica actua­lizada de las explicaciones genéticas de las diferencias individuales.

 

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25. Sampson (1981) explora el funcionamiento ideológico de la psicología cognitiva, Wilson (1999) ofrece una crítica feminista (que intenta salvar parte de la psicología cognitiva) y Kvale (1975) elabora una crítica marxista (en realidad maoísta) de la misma. Esto significa, por tanto, el corto trecho que separa las representaciones de la mente a partir de metáforas computacionales y los diagramas de flujo y las espe­cificaciones para el desarrollo armamentístico. La psicología ha sido una de las áreas de conocimiento con mayores aplicaciones para el desarrollo de tecnologías militares. Véase Bowers (1990) para un análisis de las conexiones entre la psicolo­gía cognitiva y el ejército. Weizman (2006a) plantea una peregrina explicación de la utilización del trabajo de Deleuze y Guattari (1977/1995) por parte del ejército israelí. Véase, también, la argumentación más desarrollada en Weizman (2oo6b).

26. Sarbin (1986) plantea que las metáforas en psicología permiten asentar ciertas representaciones del yo y Soyland (1994) retorna la idea en un análisis más extenso acerca de la importancia de determinadas metáforas para mantener unida a la psicología como disciplina. Estos trabajos llegan lejos, pero no lo suficiente; deberían ser ampliados con análisis más pormenorizados acerca del funcionamiento ideológico de la psicología; véase, por ejemplo, Ingleby (1972) y Sedgwick (1974/1983). Desde entonces los debates sobre la ideología en la psicología —que siguen una línea de trabajo más «narrativa» o «discursi­va»— han tendido a eludir el papel ideológico de la psicología a favor de una interpretación, que, en ocasiones, acaba convirtiéndose en un reformulación psicológica de la ideología (por ejemplo, Billig, 1982).

27. Gibson (1966) elaboró una aproximación distinta de la percepción en conso­nancia con esta crítica y Reed (1996) plantea una ferviente defensa del trabajo de Gibson en la que establece las bases para una teoría marxista de la percep­ción. La obra coordinada por Costall y Still (1991) es una importante aportación sobre las limitaciones de la noción de actividad defendida por la psicología cognitiva.

28. Véase el estudio de Berger (1990/2002) sobre el arte occidental y sus suposi­ciones acerca del mundo. Los análisis de las «psicologías indígenas» encaminadas a cuestionar las concepciones psicológicas occidentales del suje­to humano suelen emplear el término «psicología» de una manera muy laxa, y algunos de estos estudios que recurren a la antropología social proporcionan argumentos importantes opuestos al limitado modelo psicológico del indivi­duo. Algunos ejemplos importantes de estos trabajos se han recogido en la obra coordinada por Heelas y Lock (1981).

29. Lo cierto es que el trabajo clásico de Erikson (1965/1983) estaba interesado en las condiciones culturales específicas que dieron lugar a diferentes concepcio­nes de identidad, si bien la noción de «identidad» propiamente dicha reformuló las teorías psicoanalíticas de la «identificación» en términos com­prensibles para los psicólogos. Véase K. McLaughlin (2oo3b) para un planteamiento opuesto a las «identidades» en el trabajo social.

3o. El libro coordinado por Tazi (2004) sobre temáticas de «identidad» con con­tribuciones procedentes de los diferentes continentes trata de mostrar cuán provincianas son las visiones estadounidenses y europeas. Una de las aportacio­nes más destacadas de esta obra es la explicación de Mamdani (2004) sobre la insistencia de los poderes coloniales en Africa para que las personas adoptaran «identidades» étnicas (y, por tanto, cómo el «fundamentalismo» en lo referen­te a la identidad era una consecuencia del colonialismo).

31. En Reino Unido, Emler (2002) examina las pruebas existentes sobre la «auto­estima», y aunque su informe está encaminado a reforzar la idea de los efectos perjudiciales de la baja autoestima (como el buen psicólogo social que difun­de el mensaje que dictan sus patrocinadores), a lo largo del libro también

 

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señala que la alta autoestima puede resultar agotadora. En Estados Unidos, Baumeister y sus colegas (Baumeister et al., 1996) han señalado los peligros de la alta autoestima, por lo que han sido objeto de fuertes críticas, como cabía esperar, por parte de los acólitos de Ayn Rand, quienes valoran sobre todo la fortaleza individual y consideran al individuo como fuente y consecuencia de las virtudes del capitalismo (por ejemplo, Campbell y Foddis, 2005). Tampoco sorprende que estas personas —que se denominan «objetivistas»— sean entu­siastas de las psicología cognitiva (véase, por ejemplo, Campbell, 1999).

32. En el marxismo hay una tradición de investigación académica que recurrió a las perspectivas de la elección racional para el análisis de los procesos econó­micos (por ejemplo Roemer, 1986), y no es de extrañar que este intento psicologizador alejase a estos autores totalmente del marxismo. Véase Bensaid (2002/2003) para un análisis crítico de esta tradición y Mandel y Novack (1970) para un debate sobre los estudios marxista de la alienacion y de la equivocación que supone abordarla desde la experiencia individual. Por su parte Bottomore (1991/1984) elabora una definición marxista de alienación.

33. Véase Breggin (1995) para entender cómo el marketing del Prozac impone felicidad, y Healy (2004) acerca del papel de la industria farmacéutica en la investigación sobre la depresión.

34. Incluso los marxistas atrapados en el razonamiento psicológico cometen este error, como, por ejemplo, Augoustinos (1999).

35. Para un análisis de la globalización del capitalismo, véase Went (2000).

36. Morss (1996) plantea un análisis crítico de Piaget como parte de un maravillo­so y vitriólico ataque contra el proyecto de la psicología en general. Véase, también, Vandenburg (1993) para un debate específico de los problemas que plantea la noción de «progreso» en la psicología del desarrollo.

37. Sobre el socialismo cristiano de Piaget, véase Vandenburg (1993); para una defensa de Piaget (a pesar de la línea crítica general de esta revisión de las teo­rías del desarrollo), véase Burman (1994/1998); y para un análisis a favor de las tesis de Vygotsky, véase, por ejemplo, Newman y Holzman (1993).

38. Véase Vygotsky (1966) y para una crítica, véase Morss (1996).

39. Nadar (1997: 115). El capítulo de Nadar es una interesante descripción de la uti­lización de la investigación antropológica por parte del ejército estadounidense para comprender y controlar las poblaciones foráneas y nativas. El estudio muestra que las disciplinas afines a la psicología pueden ser igualmente peligrosas y pone sobre aviso a los que contemplan el fomento de la investigación interdisciplinar como una solución progresista.

4o. Véase, por ejemplo, la mordaz revisión de la investigación psicológica africana elaborada por Bulhan (1993), incluida en una obra coordinada por autores radicales en el preámbulo de las primeras elecciones tras el apartheid en Sudáfrica, y Bulhan (1981). Sobre la psicología y el «Tercer Mundo» en relación a la psicología comunitaria y la psicología del desarrollo, véanse, respectiva­mente, Sloan (199o) y Burman (1995).

41. A. J. la Grange, citado en Foster (1993: 70).

42. Véase Hook y Eagle (2002) para un debate sobre cómo determinados usos de la psicología sirvieron para reforzar estereotipos raciales y mantener a la pobla­ción negra controlada dentro del régimen del apartheid y el modo en que la disciplina continuó en esta misma línea en la Nueva Sudáfrica.

43. Véase Laurie y Bondi (2003) para un análisis de la corrosión del activismo en dife­rentes partes del mundo que conlleva la profesionalización en el neoliberalismo.

44. Herrnstein y Murray (1994) utilizan la curva de la distribución normal para justificar las desigualdades de clase, raza y género desde una perspectiva mar­cadamente ideológica. Kamin (1995) hace una dura reseña de este libro.

 

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  1. Hernstein argumentó, con gran éxito, que la naturaleza había coloreado sabia­mente a las distintas razas para que resultara más fácil identificar a los listos y a los torpes. La obra coordinada de Block y Dworking (1997) contiene nume­rosos fundamentos y evidencias que contradicen los planteamientos de Hernstein acerca de la raza y la inteligencia. Charles Murray, coautor del libro sobre la curva de la distribución normal, fue un antiguo compañero de las fuerzas del control social, como escribe Nader (1997:129): «En la década de los sesenta estuvo trabajando en Tailandia en la contrainsurgencia».
  2. El análisis de Ritzer (2004/2007) sobre la «macdonalización» resulta más rele­vante para el proceso de psicologización, dado que considera los procesos de trabajo y las condiciones materiales en las que las personas son escolarizadas y evaluadas, que el planteamiento afín de Bryman (2004) sobre la «disneyliza­ción» centrado en la cultura de masas.
  3. Véase Went (2000) y Cammack (2003) para un análisis de este tipo de globali­zación. Hardt y Negri (2000/2002 y 2004/2004) y Holloway (2002/2002) analizan las políticas de antiglobalización y los movimientos anticapitalista implicados en la nueva distribución de poder y de resistencia al neoliberalis­mo. Véanse también Laurie y Bondi (2004) para argumentaciones feministas contra el neoliberalimso desde la perspectiva de la geografía y los estudios del desarrollo.

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