Objeciones a Mahler. Opinión del autor, y aportes desde Bick.

 

Una primera objeción que formularíamos a estas afirmaciones de M. Mahler se refiere a la época en que ubica la fase de separa­ción-individuación. Para nosotros, comienza más precozmente y depende de la formación del yo, que coincide prácticamente con el nacimiento, aunque se trate de un yo rudimentario, de cohesión débil y fluctuando entre la integración y la desintegración. Sin embargo, el surgimiento de este yo temprano es simultáneo con el establecimiento de las relaciones objetales. El yo utiliza funciones, mecanismos y defensas primitivas, en especial los de disociación e identificación proyectiva, desde el primer momento para protegerse de la actuación del instinto de muerte dentro del organismo y para controlar activamente al objeto. Esta disociación, defensiva al principio, se transforma en un factor primordial para la función discriminativa ulterior entre el self y el objeto.

La situación inicial de integración precaria es corroborada por observaciones de bebés de pocas semanas que, al quedar sin ropas, se agitan e intranquilizan, a veces con sacudidas de todo su cuerpo, como sintiéndose en peligro; o se aferran a las ropas de la madre o a lo que tengan a su alcance. E. Bick (2) lo interpreta como ex­presión de la fantasía de desparramarse o derramarse como si estu­vieran en estado líquido, y el miedo a caer sin fin como volcándose de sí mismos. Necesitan aferrarse cuando tienen miedo de desin­tegrarse, porque sentirían no contar aún con una «piel», vivida como propia, que los contenga. Es una ansiedad específica: puede ser la sensación de desangrarse hasta morir como si se escapara toda la sangre, por ejemplo. Se puede observar más tarde en situaciones traumáticas, en niños o adultos, cuando hay una pérdida de control: un no poder contener los límites del cuerpo, como en momentos de incontinencia de materia fecal, u orina, vómitos, etcétera.

La observación muestra que solamente el pezón en la boca, «como un tapón para una botella», o los brazos que sostienen estre­chamente, calman el terror del niño de que nadie lo contenga integrado y sus partes unidas endeblemente se separen y se caigan. El bebé se va integrando en base al holding materno: el pezón en la boca, la introyección del pezón, la proyección del pezón, etc., operaciones que van configurando un objeto bueno interno y una «piel» continente que sostiene y separa del objeto malo que se expulsa. A partir de este momento hay también una mayor conexión con el objeto externo-madre.

Lo que E. Bick destaca especialmente es que la piel del bebé y sus objetos primarios constituyen factores de cohesión de las partes de la personalidad que se vivencias desunidas. Pero la función interna de la piel —de contener las partes del self— depende inicial­mente de la introyección de un objeto externo. Hasta que no se hayan introyectado las funciones de contención, es imposible que aparezca el concepto de un espacio dentro del self y se ponen de manifiesto todas las confusiones relativas a la identidad. En el estado infantil no integrado, la necesidad de encontrar un objeto contenedor lleva a la frenética búsqueda de un objeto susceptible (le ser vivenciado como algo que une las diversas partes de la per­sonalidad. El objeto óptimo es el pezón dentro de la boca, junto con la madre que sostiene al bebé, le habla y de la cual emana un olor familiar. El objeto que sirve como continente se vivencia concretamente como una piel.

Al instalarse la posición depresiva, hay un momento de re-conomiento, en que todos los conocimientos fragmentarios adquiridos hasta entonces por el bebé se estructuran con un nuevo significado. Lo que hasta ahí había sido una voz, unas manos, un olor, una calidez, un contacto, un sabor, algo que calmaba el miedo o el dolor, algo que causaba miedo o dolor, es ahora todo eso, pero donde todo eso mantiene ciertas relaciones entre sí: es una persona, la madre. El bebé, mientras mama, empieza a mirar alternativamente el pecho y la cara de la madre, uniendo ambos: es el comienzo de ver que el pecho y la cara se pertenecen el uno al otro, comienzo de una relación de objeto total: como si el mirar permitiera hacer la síntesis pecho-cara.

Para saber que la madre es esa totalidad, el bebé deja de lado como algo distinto cantidad de otras cosas que conoce, pero que no son la madre. Delimita así un objeto, mediante la combinación de elementos que guardan entre sí una relación constante, con lo cual determina lo que Poincaré (16) denominó «el hecho seleccio­nado».* Este «hecho seleccionado» es el elemento que da coherencia a los objetos de la posición esquizo-paranoide, e inicia de este modo la posición depresiva.

Para ese entonces, al sentirse más integrado tanto en el espacio como en el tiempo, el bebé no se angustia tanto por estar des­vestido o suelto, sino que puede, por el contrario, enojarse cuando le ponen los pañales, porque son restricciones, limitaciones. Esta es la diferencia fundamental: antes la ansiedad provenía del temor a caerse y romperse en pedazos, o volcarse, y ahora la dificultad es enfrentar la dependencia, los cambios y la existencia del tiempo: que las cosas empiecen y terminen. Al principio la necesidad era estar dentro de un continente; luego, cuando ya se está «separado» y «afuera» en un continente propio, aparecen todos los problemas de las relaciones con los otros como tales, asumir la propia identi­dad y la dependencia de los otros.

*Más adelante, el niño aplicará el mismo proceso para reunir elementos que están dispersos, pero que guardan una relación constante, por medio de un nombre» o denominación, que le permitirá integrarlos para delimitar el ob­jeto y reconocerlo. La palabra «mamá» servirá entonces para juntar y otorgar significado al conjunto de lo que antes sólo eran un pecho, una voz, unos indicios, un olor, etcétera. De la misma manera, usará su propio nombre para reconocerse e identificarse.

 

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