INTRODUCCION A LA VERSION CASTELLANA

INTRODUCCION A LA VERSION CASTELLANA

El libro que tiene en sus manos el lector surgió del trabajo clínico con niños autistas de un grupo de psicoanalistas y psicoterapeutas de orientación kleiniana durante la década de 1960, bajo la conducción de Donald Meltzer.

Lo que inicialmente fue un grupo de discusión sobre el material clínico de los casos tratados, se convirtió en un grupo de investigación con el patrocinio del Melanie Klein Trust y, finalmente, en el equipo que redactó un libro donde aparece un enfoque original del «autismo precoz infantil» de Kanner, que ilumina diversos aspectos del desarrollo temprano e interroga sobre algunos temas funda­mentales de la teoría psicoanalítica.

La obra se divide en tres partes. La primera, que escribe el doctor Meltzer, expone los lineamientos teóricos de la investigación y la psicología del autismo; la segunda ofrece los hallazgos clínicos que son la columna vertebral del libro y sus teorías; la última desarrolla las implicaciones derivables de esos estudios en dos parámetros teóricos: la relación del autismo con los estados obsesivos y la construcción del espacio mental —la dimensionalidad, como la llama Meltzer­en el niño autista (o, mejor dicho, postautista).

Si bien la modestia y la actitud metodológica de los autores califican a esta labor como exploración, vale la pena advertir al lector que no sólo se encontrará con un rico material clínico, lleno de sugerencias y de observaciones precisas, sino también con un cuerpo de teoría que seguramente lo llevará a volver a pen­sar algunos de los conceptos básicos del psicoanálisis. Porque, efectivamente, a través de su trabajo clínico y al confrontar a los distintos pacientes entre sí, los autores llegaron a localizar algunas modalidades del funcionamiento mental de los niños autistas, que aparecen y reaparecen continuamente, y que sin duda tienen también alcance general. Estos fenómenos son, principalmente, una forma especial de disociación que ya Meltzer estudió en Sexual States of Mind con el nombre de desmantelamiento, una falla notoria y singular en las categorías de espacio y tiempo, una utilización arcaica de los mecanismos ob­sesivos y el fenómeno de la desmentalización, que puede considerarse como el caso extremo del desmantelamiento.

Desde el punto de vista nosográfico el aporte más importante del libro es, sin duda, la neta separación que establece entre el estado autista (autismo precoz infantil propiamente dicho) y los estados postautistas. La relación entre uno y otros es la clásica de enfermedad y secuela, como proceso y defecto esquizo­frénico, por ejemplo.

 

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Lo que caracteriza al estado autista es la suspensión inmediata y transitoria de la actividad mental. Este fenómeno, la desmentalización (la elegante palabra inglesa mindlessness se convirtió en la edición castellana en el insatisfactorio neo­logismo «desmentalización»), parece ser un intento de paralizar literalmente la vida mental, con su cualidad significativa y su inherente relación de objeto. La desmentalización se compone de una serie de hechos (o eventos), pero no de experiencias en cuanto acontecimientos significativos capaces de almacenarse como símbolos mnémicos a la manera de los elementos alfa de Bion. Se trata de una serie de secuencias lineales neuro-fisiológicas cerebrales, no de actos psíquicos, donde se suspende la vida mental como en el petit mal. Como es na­tural, si esto es así, en el análisis nos encontramos con una momentánea suspen­sión de las transacciones transferenciales.

Esta concepción del estado autista surge, pues, de la observación psicoana­lítica en su campo específico, la transferencia; y alcanza una importante confir­mación indirecta al estudiar el desmantelamiento en los estados postautistas. Cuando este fenómeno opera en toda su amplitud, cuando se van desmante­lando uno a uno los diversos sentidos, se llega a la desmentalización del estado autista, en que se suspende la percepción del paso del tiempo.

Mientras que la disociación (splitting), tal como la entiende Mehnie Klein, emplea impulsos destructivos para efectuar ataques al vínculo o bjetal ( Bion), el desmantelamiento es un proceso muy diferente. Ante todo, es pasivo, pues se realiza a través de una momentánea suspensión de la atención, en el estricto sentido en que ya lo descubrió Harry Stack Sullivan en sus esquizofrénicos de los años treinta. La atención se deja atraer por los estímulos, con lo que se pierde el «sentido común» de Bion (y de Sullivan). Los sentidos vagan y se ads­criben, versátiles, á los estímulos más llamativos del momento. Con este procedi­miento, el aparato mental se descompone: en el doble sentido de que no fun­ciona y queda en pedazos. Este proceso, sin embargo —afirma Meltzer— en cuanto se realiza pasivamente y no echa mano al sadismo ni a la violencia, no tiene por qué acompañarse (ni de hecho se acompaña) de angustia, de dolor mental.

Este razonamiento, central sin duda en las teorías del libro, debe considerarse plausible pero difícil de testear. Para sostenerlo hay que recurrir a la hipótesis ad-hoc de que el sadismo que aparece en los historiales clínicos de los niños autis­tas presentados (y desde luego en los perversos, donde el desmantelamiento expli­ca buena parte de la psicopatología, como propone Meltzer en el capítulo 15 de Sexual States of Mind cuando estudia el juguete fetichista) no se refiere a la esencia de la situación sino a lo que se agrega. Esto merece, a mi juicio, una cui­dadosa reflexión, máxime si se tiene en cuenta que la suspensión de la atención que se describe como el punto de partida de todo el proceso es al fin de cuentas un acto activo que, por tanto, hace responsable:al yo que lo ejecuta. No se puede

descartar que operen aquí mecanismos fuertemente sádicos, como los que Bion describe en las otras psicosis, como el ataque al aparato mental y al pensamiento —paralelo al ataque al vínculo—. La geografía de la personalidad en cuanto al espacio vital o mental, que ya preocupa a Meltzer en 1966 (Anal Masturbation and projective identification)

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y en 1967 (The Psychoanalytical Process), adquiere esta vez una diáfana claridad. Se definen sus cuatro (o cinco) regiones especiales: interno o externo al self, dentro y fuera del objeto y, quinto, el no-lugar de las formaciones delirantes. Salomón Resnik, entre otros autores, se ha ocupado penetrantemente en los úl­timos años de la vivencia del espacio, una línea de investigación que viene de la fenomenología categorial de ciertos existencialistas, como por ejemplo Ellen­berger, que se apoyan en Le temps vécu, de Minkowski, y en los también clásicos trabajos de Binswanger sobre la manía.

Los niños autistas sufren un retardo en el desarrollo porque no pueden dife­renciar estas cuatro áreas de la fantasía. Este proceso es muy temprano y no se ve afectado en otras enfermedades mentales; para los autores —he aquí su importancia—es anterior a las confusiones geográficas de la identificación proyectiva masiva.

Lo que llama la atención en el comportamiento del niño en el cuarto de juego (en la transferencia) es que no puede adquirir la experiencia de estar dentro y fuera del objeto, porque el objeto (madre) es plano, bidimensional, sin espesor ni interior. El objeto aparece abierto y sin defensas, sin esfínteres, y es sólo a través de la reconstrucción de esos esfínteres a partir de un pezón-pene guardián, que se repara la figura materna y se la transforma en un continente adecuado, como lo prueban convincentemente el hermoso material de Barry y el excelente trabajo de su analista en el capítulo, quizá central del libro.

Los autores se inclinan a pensar que esta especial configuración del objeto materno tiene que ver sin duda con la actitud de una madre que no presta al niño la debida atención (como lo sugiere el hallazgo de cuadros depresivos post-par­tum), pero principalmente con la estructura del niño, por sus intensos deseos posesivos, sus celos, su exacerbada y voraz sensualidad, etcétera. En este punto los autores se acercan al área del desarrollo emocional primitivo de Winnicott pero no a sus soluciones, ya que no piensan que todo depende de las deficien­cias radicales de la madre, sino también y especialmente de los impulsos del hijo, de su estructura mental.

De todos modos, la estructura del yo que observan en los niños autistas acerca a los autores a los conceptos freudianos de identificación primaria y de nar­cisismo primario, donde se superponen la identificación y la carga de objeto, con lo que tendríamos que replantear todo el desarrollo temprano en cuanto a la teo­ría de las posiciones, de Melanie Klein.

Uno de los aportes más brillantes del libro es el estudio de los mecanismos ob­sesivos en los niños autistas. Sigue aquí Meltzer una línea de investigación que lo ha preocupado desde su ya citado trabajo de 1966, y en realidad antes, cuando en 1963 hizo su valiosa Contribución a la metapsicología de los estados ciclotímicos. Los mecanismos obsesivos tienen que ver primariamente con el control omnipo­tente y la separación de los objetos en la constelación edípica. Los niños postautis­tas prueban que estos mecanismos pueden ejercitarse sin recurrir al sadismo y al ataque al vínculo, sino simplemente al desmantelamiento que desconecta los objetos entre sí en el mundo interno sin que sobrevenga daño o dolor mental. (Cabe aquí el mismo interrogante anterior: ¿cómo es posible que los celos no se acompañen de sadismo?)

 

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Meltzer considera que los mecanismos obsesivos de los niños autistas son los más primitivos de la patología y, en ese sentido, ofrecen una perspectiva singular para comprenderlos mejor en otras áreas, porque aquí muestran, con particular simplicidad, la esencia del fenómeno que puede descubrirse sencillamente como una técnica de aislamiento sensorial. Como hemos visto, la tesis del desmantela­miento implica que los procesos más primitivos de la percepción se realizan a tra­vés de la integración de los sentidos, en el pasaje del nivel neurofisiológico al mental. A esta categoría pertenecería la función alfa de Bion, que reúne el mate­rial en bruto del funcionamiento mental, los datos a los cuales se les va a atribuir un significado (véase pág. 189 de esta obra). Vale la pena destacar que, para. Meltzer, este significado no se obtiene por un proceso de creciente abstracción sino por la conjunción constante de las preconcepciones con las realizations de Bion.

La esencia del autismo radicaría en este punto, es decir, en el punto en que apoya el mecanismo obsesivo, como un tipo especial de funcionamiento mental que ataca en su origen la capacidad de realizar los actos mentales que llevan a esta­blecer el sentido común de Ilion, es decir, a integrar las diversas experiencias sensoriales a las cuales se les pueda asignar significado (véase pág. 190). El me­canismo obsesivo arcaico que opera en el autismo tiende a separar las expe­riencias sensoriales a través del desmantelamiento, de modo que se les quita su significado, en cuanto descienden del nivel del «sentido común» al de eventos o hechos neurofisiológicos.

El otro campo de investigación que se abre a partir del autismo es el de la concepción de la mente en función del espacio, donde Meltzer parte del breve pero inagotable trabajo de Esther Bick de 1968.

Mientras que el mundo «desmentalizado» del autismo propiamente dicho se puede caracterizar como unidimensional, el mundo del estado postautista es cla­ramente bidimensional.

El mundo unidimensional superpone el tiempo y la distancia con el instinto (trieb), tal como lo describe Freud en el Proyecto, en el capítulo séptimo, y en los Tres ensayos. Es un mundo radial que tiene su centro en el self, del que parten los impulsos hacia los objetos.

El mundo bidimensional —que en alguna forma Freud describió en El yo y el ello— concibe el objeto como una superficie, y el yo no puede ser más que otra superficie sensible, que percibe las cualidades sensoriales del objeto. En este inundo no cabe la introyección de los objetos ni el pensamiento y la memoria: nada cambia y el tiempo es circular. Como hemos visto antes, este tipo de rela­ción tiene su punto de partida en un objeto abierto, sin defensas ni esfínteres, un pecho sin pezón-pene que lo haga resistente a la penetración. (La similitud de algunas de estas concepciones con las descripciones del psiquismo fetal de Arnaldo Rascovsky saltan a la vista.)

Es sólo después que los objetos se han podido vívenciar como resistentes a la penetración que dejan de ser de papel y adquieren orificios, esfínteres, espa­cialidad. La etapa decisiva del análisis de Barry (y también de John) se da preci­samente en este conflicto fundamental.

 

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Sólo ahora puede el self sentirse contenido en el objeto, puede ubicarse den­tro o fuera de él, y sólo ahora —como dice E. Bick— empiezan a operar los meca­nismos de identificación proyectiva; el tiempo se hace reversible y oscilatorio, en cuanto se lo computa como entrar y salir del objeto. Es el mundo tridimen­sional, donde funciona soberana la identificación proyectiva.

Como ya sabemos por trabajos anteriores de Meltzer, un mundo tetradimen­sional se alcanza por fin con el advenimiento de la posición depresiva, es decir, con la. operación de la identificación introyectiva que nos hace sentir dolorosa­mente que el tiempo es irrecuperable y avanza sin cesar.

Hay que subrayar que el tipo bidimensional de relación de objeto recién descrito se define también por una forma especial de identificación: la identifica­ción adhesiva.

Uno de los capítulos más importantes del libro es, sin duda, el que trata del proceso de identificación. Freud había distinguido dos tipos de identificación, primaria y secundaria, esta última heredera del complejo de Edipo y proveniente del proceso de introyección que Ferenczi describió en 1909; aquélla, anterior a toda carga de objeto.

A partir del trabajo de 1946, y siguiendo hasta cierto punto estos geniales atisbos freudianos, Melanie Klein distingue también dos tipos de identificación, proyectiva e introyectiva, que dentro del marco de sus teorías quedan referidas a la posición esquizoparanoide y depresiva. Durante muchos años los seguidores de Melanie Klein consideraron que identificación proyectiva era sinónimo de identificación narcisista, tanto como identificación introyectiva lo era de duelo y pérdida, de relación objeta’.

El trabajo de Esther Bick abre un nuevo sendero al afirmar que, al lado de ( ¡y antes de!) la identificación proyectiva, existe otro tipo narcisístico de iden­tificación, la identificación adhesiva, nombre éste que quiere subrayar el tipo superficial, de piel a piel, que caracteriza el proceso. Por todo lo que se ha dicho antes, se comprende que la identificación adhesiva de Bick está ligada inequí­vocamente; en las teorías de Meltzer, a la relación de objeto bidimensional.

Estos conceptos, identificación adhesiva y relación de objeto bidimensional, parecen ser dos instrumentos sensibles para comprender algunos aspectos de la psicopatología, que ya llamaron la atención de Helene Deutsch, Winnicott y mu­chos otros. Es discutible, en cambio, si implican también una teoría del desarro­llo temprano. Sí consideramos, como a veces parecen pensar E. Bick y los autores de este libro, que la relación de objeto bidimensional y la identificación adhesiva son condición necesaria para que se pongan en marcha los procesos de disocia­ción e idealización que según M. Klein inician el desarrollo humano, deberemos entonces admitir algo previo a la posición esquizoparanoide. Esto nos acerca al narcisismo primario de Freud y de Anna Freud, de Spitz y tantos otros teóricos del psicoanálisis, lo mismo que al desarrollo emocional primitivo de Winnicott y a las ideas que José Bleger expuso brillantemente entre nosotros a partir de sus con­ceptos de sincretismo, posición glischro-cárica y objeto aglutinado.

Recuerdo una conversación que, tiempo después de haber terminado mi análisis, mantuve con Racker sobre la depresión primaria que él –como Enrique

 

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Pichon Riviére— ponía al comienzo del desarrollo. Decía Heinrich que le pro­puso esta idea a Melanie Klein y que ella pensó y dudó, hasta que finalmente dijo que no, que no había una depresión primero que la posición esquizoparanoi­de. (Después, León Grinberg reformuló el problema al postular que la culpa per­secutoria es anterior a la posición depresiva.)

Conversando recientemente con Meltzer, le pregunté si creía que los hallaz­gos con los niños autistas implicaban una revisión del desarrollo. Contestó con prudencia y modestia que se está explorando algo nuevo pero es todavía impo­sible decidir hasta dónde pueden llegar (y llevar) estas ideas.

Para terminar este largo prólogo —que ya se está convirtiendo en una intro­ducción algo pesada a un libro hermoso— diré que creo posible que, al comienzo del desarrollo, las relaciones de objeto sean simultáneamente bi y tridimensio­nales y que los mecanismos de introyección y proyección no necesiten un ámbi­to especial y espacial para ponerse en marcha. Es posible que, como diría un etólogo, vengamos programados para ello —es decir, que existan en nosotros a priori las categorías kantianas— y que, como nos recuerda bellamente el poeta, se hace camino al andar.

R. Horacio Etchegoyen.

Buenos Aires, 2 de mayo de 1979.

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