Rebrote pulsional y latencia.

Cuando las pulsiones genitales vuelven a tomar la primacía, después del primer intento durante la llamada «fase genital previa» (1) en el desarrollo del complejo de Edipo temprano, una nueva crisis se desencadena, que llevará al niño a identificarse y recono­cerse. La renuncia a la gratificación directa de los deseos sexuales dirigidos a la madre o al padre, implica el reconocimiento del niño de que es «como» el padre pero no «es» el padre. Al referirse al complejo de Edipo y a las relaciones con el superyó, Freud señaló como mandato de aquél: «Así (como el padre) debes ser» pero «así (como el padre) no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado» (5) . Esto supone no sólo la prohibición del incesto, sino también un estímulo para la discriminación. En esta afirmación aparecen contenidos entonces dos factores muy importantes para el establecimiento y consolidación del sentimiento de identidad: identificación y discriminación.

Esta crisis, que implica la necesidad de elaborar el duelo por la madre perdida como objeto sexual, promueve a su vez cambios en distintas áreas: se consolida su capacidad de espera y de aceptar postergaciones, en función de una imagen futura de sí mismo, como adulto y pareja sexual. Se intensifican las sublimaciones que posibilitan la escolaridad; la latencia sexual hace al niño menos dependiente de la vida sexual de los padres y lo pone en condiciones de abrirse a nuevas experiencias y un nuevo mundo social: la escuela, donde asumirá roles nuevos y donde proyectará y de donde recibirá nuevas imágenes de sí mismo.

Los juegos «con reglas» de esta época, si bien son expresión del incremento de los mecanismos obsesivos que refuerzan la represión de las fantasías edípicas y la masturbación, son también intentos de limitar la omnipotencia. Estos juegos alternan, sin embargo, con aquellos en que el niño «se viste de» adulto o de un personaje admirado, en que participan tanto el mecanismo de identificación proyectiva en su carácter de imprescindible como una etapa de aprendizaje, como las fantasías mágico-omnipotentes en que «poseer» algo del otro es «ser» ese otro.

De este interjuego de identificaciones, de calidades realistas y mágicas, se continuará construyendo la experiencia de la identidad, como una integración de estados sucesivos de la mente, y en que la identificación con un objeto por introyección dará fuerza y solidez a ese sentimiento, mientras que la identificación con un objeto por proyección lo hará ilusorio en cuanto a completud y unicidad.

 

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