Edipo y la víctima propiciatoria 89

hijo de Aquiles que ha matado a Héctor), y a tener hijos de este asesino. Toda la raza de los bárbaros está hecha igual. El padre se acuesta con la hija, el hijo con la madre, la hermana con el hermano. Los más próximos también se matan entre sí sin que ninguna ley lo prohiba. No introduzcas estas costumbres entre nosotros.»

La «proyección» es evidente. La extranjera encarna por sí sola toda la crisis sacrificial que amenaza la ciudad. Los crímenes de que la declaran capaz constituyen un auténtico catálogo de los argumentos trágicos en el universo griego. La siniestra y última frase: «No introduzcas estas costum­bres entre nosotros», ya sugiere el terror colectivo que podría desenca­denar contra Andrómaca el odio de Hermíone. Se está esbozando el meca­nismo de la víctima propiciatoria…

Es difícil creer que Eurípides no sabía lo que hacía cuando escribía este texto, no poseía ninguna conciencia de la estrecha relación entre los temas de su obra y los mecanismos colectivos a los que aquí aludía, no intentaba oscuramente prevenir a su público, provocar un malestar que él se niega a sí mismo por otra parte, o que jamás consigue precisar ni disipar.

Nosotros mismos creemos conocer bien los mecanismos de la violencia colectiva. Sólo conocemos sus formas degeneradas y los pálidos reflejos de los resortes colectivos que aseguran la elaboración de un mito como el de Edipo. La unanimidad violenta se nos revelará, en las páginas siguientes, como el fenómeno fundamental de la religión primitiva; en todas partes donde desempeña un papel esencial, desaparece completamente, o casi, de­trás de las formas míticas que engendra; avizoramos únicamente unos fenómenos marginales y bastardos, improductivos en el plano de los mitos y del ritual.

Nos imaginamos que la violencia colectiva y, en especial, la unión de todos contra una víctima única sólo constituyen, en la existencia de las sociedades, unas aberraciones más o menos patológicas, cuyo estudio no es capaz de ofrecer una contribución importante a la sociología. Nuestra ino­cencia racionalista —sobre la que habría mucho que hablar— se niega a atribuir a la violencia colectiva una eficacia que no sea temporal y limi­tada, una acción «catártica» análoga, como máximo, a la que anteriormente hemos reconocido al sacrificio ritual.

La permanencia varias veces milenaria del mito edípico, el carácter imprescriptible de sus temas, el respeto casi religioso con que sigue rodeán­dole la cultura moderna, todo eso sugiere, ya, que los efectos de la violen­cia colectiva están terriblemente subestimados.

El mecanismo de la violencia recíproca puede describirse como un círculo vicioso; una vez que la comunidad ha penetrado en él, ya le resulta imposible la salida. Cabe definir este círculo en términos de venganza y de represalias; cabe dar de él diferentes descripciones psicológicas. Mientras exista en el seno de la comunidad un capital acumulado de odio y de des‑

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