LOS PRIMEROS TRES AÑOS DE TRATAMIENTO

LOS PRIMEROS TRES AÑOS DE TRATAMIENTO

En esta sección intentaremos reunir la enorme cantidad de fenómenos que Timmy presentó en el cuarto de juegos, ordenados de manera que pueda hacerse evidente la evolución de un proceso transferencial. Pero deseamos también hacerlo de manera descriptiva, tan libre como sea posible de la jerga del marco referencial particular dentro del cual se realizó el trabajo interpretativo. En un principio, nos parecía que la tendencia general de la conducta y los sentimientos de Timmy en­traban en dos categorías particulares, más tarde en una tercera y finalmente en una cuarta. Las dos primeras, su relación sensual con los objetos y su relación corporal con el espacio, fueron al comienzo tan primitivas y fragmentadas, que sólo gradualmente hicieron su aparición la tercera, su relación con el tiempo, y la cuarta, sus relaciones objetales en la fantasía. Gradualmente llegamos a la con­clusión de que este primitivismo de la relación sensual con los objetos y de la re­lación corporal con el espacio eran las propiedades esenciales del autismo propio, de las cuales pudo él más tarde emerger por períodos más y más largos, y retomar una existencia en el tiempo y una relación con los objetos de la fantasía.

El autismo propio parecía estar compuesto por una galaxia de ítems relacio­nados al azar. La sesión número quince nos muestra algo de esto; pero debemos dar una descripción más completa. El comportamiento autista de Timmy nos pa­reció estar compuesto por eventos sensuales, que en las mejores circunstancias sólo tenían una continuidad muy tenue. Desde el principio tomó un interés sen­sual por ciertos artículos —tal vez «interés» sea un término demasiado complejo—. Durante los cuatro años de tratamiento estos artículos y su modo de relacionarse

 

AUTISMO PROPIAMENTE DICHO                                                                     49

con ellos no varió. Tendía a chupar el cerrojo de la ventana, a morder a la peque­ña ternera, a chupar la vaca, a beber de un jarrito y también a escupir en él, a mostrar el puño al jardín, a las flores, los pájaros o los niños de los jardines veci­nos, a refunfuñar y sacudir sus dedos a los lunares y trazos de linóleo con su mano en la boca, a apoyarse en el diván o en la pierna del terapeuta, a escuchar el sonido distante de los aeroplanos, lamer el vidrio de la ventana, oler la plastilina o el asiento, acariciar la cara del terapeuta, morder la pipa de plástico, masturbarse contra el diván o la rodilla del terapeuta.

A partir de este deslumbrante muestrario, arribamos a la conclusión de que en el estado autista propiamente dicho existía una desmentalización en la cual su equipo sensorial era desmantelado y dejaba de tener un modo de funcionamiento unido o consensual. Parecía que cada modalidad tendía a buscar un artículo se­parado del ambiente con el cual establecer contacto, y que el comportamiento motor que a esto se asociaba era de lo más rudimentario, mecánico, de un estilo libre de toda fantasía, sin tener origen en otro artículo, ni continuarse en los si­guientes. En tanto que todo parecía corresponder a los despojos de fantasías y relaciones objetales descompuestas, la actividad interpretativa del terapeuta estaba dirigida a identificar la imagen fragmentada, de manera muy semejante a como un arqueólogo reconstruye un vaso a partir de los escombros en un basural. Esto es, en un sentido, muy diferente de la práctica analítica de reconstrucción de la fan­tasía inconsciente a partir de sus derivados conscientes. Correspondería, más bien, a la reconstrucción por parte del arqueólogo de una cultura a partir de cacharros, lo que implica elevar la interpretación a un nivel de abstracción más alto. En este sentido, casi no podrían llamarse psicoanalíticas las interpretaciones hechas por el terapeuta en el estado autista propiamente dicho, ya que no intentan de­terminar las ansiedades y las defensas, la metapsicología, sino solamente reunir los fragmentos de una experiencia desmantelada. No queremos decir que fue esto lo que el terapeuta se propuso hacer; sino lo que se encontró haciendo de hecho.

Cuando se encontraba en el estado autista propiamente dicho, junto a esta relación sensual desmantelada con los objetos, Timmy presentó una confusión casi total en lo que respecta a la geografía de su ambiente. Tendía a sumergirse en el cuarto, a empujar su cabeza contra el vidrio de la puerta del jardín. Podía en un momento aparecer triunfante sobre los pájaros del jardín, y amenazarlos con celos al momento siguiente. Tanto podía sumergirse en el diván o enterrar su cabeza en los almohadones, como podía asimismo sumergirse en el terapeuta o enterrar la cabeza en su abdomen. Timmy era capaz de mirar intensamente a través de la ventana y un momento más tarde hacer lo mismo dentro de la boca, oído u ojo del terapeuta. Sus intentos de salir corriendo de la pieza no po­dían distinguirse de correr hacia dentro de la pieza, el jardín, el diván o los brazos del terapeuta. Escupir fuera de su boca, en el cuarto, dentro del jarro, fuera de un escondite, parecían serle indiferenciables y la orientación hacia adentro o hacia afuera tan rápidamente reversibles que resultaban disparatadas. Un sonido podía invadir su espacio tan concretamente como la visión de un hombre tra­bajando en el jardín.

A partir de estas características de la conducta de Timmy, junto con el grado de superficialidad en el contacto con los objetos, llegamos a la conclusión de que

 

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su espacio vital carecía de forma, y que su objeto, y probablemente también su cuerpo, eran bidimensionales hasta el punto de que no había escondites en el universo de su autismo, y ningún objeto podría ser poseído en un escondite in­terno. Ciertamente nunca intentó colocar cosas en su bolsillo o vaciarlo. Las cosas introducidas en su boca o sus manos parecían salir de nuevo tan rápidamente que uno tenía la impresión de que se le habían caído.

Pero esta superficie, esta cualidad bidimensional del mundo de Timmy, tenía un aspecto atormentador que iba más allá de la frustración de su impulso de esconderse en un objeto, o de esconder posesivamente un objeto dentro suyo. Estas superficies parecían estar pobladas por rivales diminutos, representados especialmente por los lunares del linóleo y los pájaros del jardín. Debido a esta perturbadora contaminación, a menudo parecía que estaba forzado a ir de objeto a objeto, de modalidad sensorial a modalidad sensorial. Aunque durante los pri­meros meses estas experiencias eran acompañadas solamente por un gruñido de rabia, podían a veces salir de su mutismo total las palabras «bebé» y «Bobby» que usaba como si fueran intercambiables.

Al principio todo estaba contaminado. Gradualmente fue algo que se locali­zaba en unas vagas figuras humanas de una colorida copia del «Ascot» de Dufy que colgaba de la pared del cuarto de juegos. Durante el cuarto año la conta­minación comenzó a fijarse a sonidos ocasionales que los hijos del terapeuta producían en la parte alta de la casa. El material del cuarto año, que presenta­remos brevemente, fue, de alguna manera, precipitado por el único incidente en que Timmy vio, por un instante, al salir de su sésión, a uno de los hijos del terapeuta.

Al mismo tiempo que la contaminación con los Bobby-bebés fue gradual­mente localizada, dejando un espacio relativamente sin perturbación, también el tiempo del análisis fue dividido. En los primeros meses la única evidencia de co­nocimiento del tiempo de que Timmy diera señales era que la cualidad de su conducta autista era más violenta luego del fin de semana, como en la sesión que hemos presentado (N° 15). Pronto también los viernes tomaron esta caracterís­tica, y gradualmente incluyó las vacaciones. El desconsuelo comentado en la historia reapareció y alcanzó un crescendo en el cuarto año, de manera que había noches en que era inconsolable; lloraba, se golpeaba la cabeza, una vez incluso atravesó con ella el vidrio de una ventana.

Retrospectivamente, se puede entonces describir un cierto progreso en los compartimientos de su vida. Tomó una forma muy interesante, que tuvo su germen en las primeras sesiones y adquirió su forma más desarrollada en el ma­terial del cuarto año. Es necesario notar que en la decimoquinta sesión Timmy escupió• y volcó agua en el alféizar de la ventana que da al jardín. En la mayo­ría de las sesiones, corría constantemente entre la puerta de entrada al cuarto de juegos y la puerta del jardín. Estos dos aspectos pronto se metamorfosearon en comportamiento de «cordón» (cordoning) y comportamiento «espejo».

El «cordón» sobrevino primero y consistió en el uso de escupidas, y más tarde también de orina, con el fin de clausurar el acceso entre el cuarto de juego y el jardín, como si fuera un campo minado. Una vez que esto quedó estable­cido, tendió a aparecer una nueva forma finalista de conducta, para reemplazar

 

su salir corriendo feliz visto en la sesión quince, o el más frecuente enroscarse y negarse a salir. Lo que Timmy descubrió fue su imagen en el espejo del co­rredor, y comenzó a despedirse de su imagen reflejada, a menudo con diversos métodos de sacar la lengua.

Durante los primeros tres años del análisis, mientras el espacio transferen­cial se iba aclarando de los despojos del estado autista propiamente dicho, co­menzó a tomar lugar otro desarrollo que alteró gradualmente la cualidad estética de las horas. De un proceso en el cual ciertos aspectos ocasionales de la transfe­rencia podían ser localizados en el tumulto del fenómeno autista, emergió algo un poco más coherente. El proceso transferencia] podía ahora verse incrustado en la matriz de los ítems autistas. Fue éste un proceso muy directo, y gradual­mente vino a estar más y más centrado en un objeto particular, la cabeza del terapeuta, quizás incluso su mente. Los ítems de contacto con el cuerpo del te­rapeuta, algunos de los cuales aparecieron en la sesión quince, y que tenían esa cualidad impersonal que los hacía indiferenciables del contacto con los objetos inanimados del cuarto, cambiaron en forma consistente y característica. Dos regio­nes ganaron importancia: el área bajo la silla del terapeuta y su cabeza.

Al principio del tratamiento, Timmy tomaba en forma característica los objetos de la caja de juguetes uno a uno, para luego descartarlos con rabia, des­parramándolos a troche y moche, una vez mordidos, olidos o chupados. Este tirar al azar se convirtió en un modelo bastante regular de distribución casual en los rincones del cuarto, bajo el diván o debajo de la pileta. En esto incluyó más tarde al papelero, pero finalmente los juguetes comenzaron a ser tirados en la falda del terapeuta y, finalmente, a ser apilados bajo su silla.

Coincidente con esta tendencia, la conducta de Timmy hacia la cabeza del terapeuta fue gradualmente más personal y complicada. Miraba dentro de los orificios, acariciaba sus mejillas y su cabello, lo lamía y olía su aliento. A veces, mientras hablaba, intentaba taparle la boca con su mano o su codo. Pero final­mente tendía más y más a poner su oreja cerca de la boca del terapeuta e incluso acercar su propia boca y hacer movimientos de succionar o comer. Pero los ante­ojos y el bigote eran sus enemigos, o al menos sus rivales, y eran atacados en varias formas. Sobre este fondo de convergente apego, comenzó a tomar forma cierto drama, que a continuación presentaremos en detalle: el «material comprimido» (squeezling material). De la matriz autista por un lado, y de la reiteración de la obsesionalidad por el otro, intentaremos elegir una serie de ítems que van a contar esta historia, indicando el número de la sesión correspondiente a cada uno.

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