Asociaciones a la enfermedad.

Al surgir en las asociaciones «las enfermedades» por las cuales los médicos habían hecho irrupción en la vida de la paciente y se habían convertido en personajes que integraban el cuadro familiar, se pudo apreciar la extensión e intensidad de su angustia persecu¬toria en niveles más regresivos y esta vez en relación con el objeto materno.
Desde su infancia había sufrido una variada sintomatología oral-digestiva, predominando la anorexia y una constipación perti¬naz, síntomas que se mantenían al iniciarse su análisis.
Esta modalidad de funcionamiento retentivo se evidenciaba en el trato que daba a las interpretaciones: no se refería nunca a algo que yo le hubiera dicho en la sesión, ni acusaba recibo de inter¬pretación alguna, sino hasta la sesión siguiente, después de haberlas llevado a su casa y desmenuzado en lugar seguro, lejos de mi pre¬sencia. Surgía así su ansiedad y desconfianza frente al alimento, y a todo lo que la madre le podía meter dentro, consecuencia de los conflictos de su lactancia, como veremos luego, y del extremo control que debía ejercer sobre su esfínter para ponerse a cubierto de la posibilidad de que le sacaran sus contenidos por la fuerza. Estas fantasías se confirmaban por un acontecimiento muy trau¬mático que surgió como un recuerdo un tanto confuso. A los doce años, en un período en que su padre empezó a desempeñar cargos en el extranjero y sufrió varios cambios de destino sucesivos que le creaban una situación de incertidumbre, sus trastornos se agu¬dizaron, y en uno de los países de tránsito tuvieron que tomarle radiografías del aparato digestivo. Pero no pudo eliminar la «leche opaca» que le dieron: hizo un cuadro grave de retención intestinal y hubo que extraerle el bolo fecal formado.
Recurrió, profundamente, a la disociación entre el país de ori¬gen —leche buena— que se había visto obligada a abandonar, y el país nuevo —leche mala— que asumía las características persecuto¬rias. Esta última estuvo representada por la «leche de bario» que era la leche mala que se le metía para «mirarla» desde adentro y delatarla, como ahora su analista, mostrando lo que había en su interior. Este episodio estaría denunciando, además, una reacción melancólica frente a la pérdida del país, por medio de la retención masoquista del bario.
Pero no era ésa su primera situación de migración. Su lactan¬cia también había transcurrido en otro país, por razones familiares. Esta lactancia se prolongó hasta los dos años, porque su madre des¬confiaba de los alimentos que se podrían obtener en el «otro país». En esa época no padecía anorexia y era un bebé rollizo. Pero esa leche que recibía iba acompañada de fantasías paranoicas de la madre a una edad en que necesitaba otro tipo de alimentos, creán¬dole la sensación de que «todo lo de afuera era malo», y llevándola a una regresión con incremento de la idealización del pecho, en última instancia, del «adentro» *. Un pecho que daba leche pero poco contacto afectivo, tal vez por la depresión de la madre por la misma situación de migración. Esto se puede deducir de algunos sueños que surgieron durante el análisis.
La otra situación importante que gravitó en sus posibilidades de identificaciones introyectivas fue haber cursado parte de la escuela primaria en una institución de una colectividad extranjera a la que no pertenecía, sintiéndose extranjera entre sus compañeras, en su propio país, por ser argentina. Al mismo tiempo la direc¬tora de esa escuela era su profesora particular, ya que el padre estaba interesado en que aprendiera el idioma del país al que pro¬bablemente sería destinado. En síntesis, era «diferente» porque era extranjera, o porque no lo era donde todos lo eran (colegio) porque era muy rica (le daba vergüenza mostrar su casa excesiva¬mente ostentosa) , porque gozaba de privilegios (la directora) o porque podía perder todos los privilegios al menor cambio político.
El acontecimiento de la leche de bario se vinculó también para la paciente con la menarca, que se tiñó a su vez con las mismas fantasías catastróficas de tener el interior atacado violentamente y robado. La madre se refería a su menstruación preguntándole si estaba «enferma», y en general tendía a fomentar sus preocupacio¬nes hipocondríacas, sugiriéndole frecuentemente que visitara a dis¬tintos médicos porque suponía que pudiera padecer de una u otra enfermedad. Desde ya, con esta actitud, la madre condenaba su femineidad: ser mujer era ser enferma.
Ella se mostraba muy disgustada por ser mujer, a pesar de lo cual hacía las cosas que consideraba que una mujer «debe» hacer: ir a la peluquera, modista, etcétera, pero despreciaba estas activi¬dades, ya que lo único valioso era ser inteligente y estudiar.
La valoración de la «cabeza», sede de la mente y de la tan preciada inteligencia, contrastaba con el desprecio que manifestaba por su cuerpo **.

*La adscripción a cada lugar de un estado de ánimo distinto, habiendo proyectado la disociación interna en el espacio, es característica de estos pacientes agoraclaustrofóbicos, como los describió J. Mom (5) .

** García Reinos() (1) dice: «La disociación cuerpo-mente sería un conflicto producto de las tempranas ansiedades paranoides y de las defensas esquizoides contra dichas ansiedades. La mente aparece con frecuencia como el objeto bueno y el cuerpo como el objeto malo».

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