LA PSICOLOGÍA ESTÁ EXPLÍCITAMENTE RELACIONADA CON LA ACTIVIDAD POLÍTICA

LA PSICOLOGÍA ESTÁ EXPLÍCITAMENTE RELACIONADA CON LA ACTIVIDAD POLÍTICA

La psicología, en tanto que ideología, no es la típica memez a desde­ñar cuando hacemos política de verdad, tampoco la capa de nata que se quita sin más. Las nociones psicológicas pululan por los programas de televisión, proporcionando falsas explicaciones de los problemas del mundo, y nos confunden a la hora de hacer de este mundo un lugar mejor. La psicología también se construye a partir de cómo hemos aprendido a pensar en nosotros mismos como individuos y, por tanto, en cómo nos vemos como agentes políticos. Por ello influye tanto en nuestra forma de interpretar el mundo como en la manera en que intentamos cambiarlo.

Por ejemplo, en la escuela estamos maniatados a las categorías de capacidad e inteligencia, las cuales dejan profundas cicatrices en lo que nos han hecho pensar que es nuestra «psicología» individual. La clasificación y ordenamiento de las personas en distintos tipos de escuelas, como ocurre en el sistema inglés, marcan la posición social y la identidad de los menores, quienes viven su paso por el sistema educativo como una experiencia psicológica y el fracaso escolar de manera alienante, como si tuviera que ver con algo que está muy dentro de ellos mismos y que no alcanzan a comprender o que se les escapa. Por nuestra parte, nos sentimos más impotentes si cabe al ver cómo nuestros hijos e hijas jóvenes están inmersos en un sistema en el que proliferan cada vez más las evaluaciones y las decisiones sobre lo que no les está permitido.

La mayoría estamos dispuestos a cambiar nuestro comporta­miento y el modo en que hablamos para adaptarnos al mundo. Aunque la sociedad capitalista depende aún de los asalariados y de

 

LA PSICOLOGÍA COMO IDEOLOGÍA

la clase trabajadora, que es todavía la mayoría de la población, la sociedad se presenta a sí misma como clase media, como si los trabajadores fueran una minoría desafortunada y cada vez más escasa. Semejante contradicción entre la apariencia y la realidad, que no es sino una impostura acerca de quiénes somos, supone que según nos acomodamos y vivimos intentamos adoptar las me­didas más adecuadas para sobrevivir, para evitar pensar que tenemos algún problema. No obstante, las decisiones individuales que encubren las desigualdades estructurales alimentan aún más la psicologización. La capacidad de hablar acerca de nuestros sen­timientos y nuestros recorridos interiores se convierte en garantía para los demás y para nosotros mismos de que no causaremos molestia alguna. Se nos inculca así la idea de abandonar la inicia­tiva del cambio social y aceptar que cambiar el mundo obedecía a sentimientos psicológicos como el resentimiento y la envidia del éxito ajeno.

Los que se niegan a aceptar esta situación, las personas que permanecen firmes y perseveran en la política socialista y femi­nista y los que ahora construyen los nuevos movimientos sociales tienden a poder mantener a raya la psicologización, es decir, mantener a la psicología en su sitio, así y con todo, la psicología sigue siendo una fuerza poderosa. En ocasiones, nuestras luchas nos estresan, nos queman o traumatizan, y cuando nos derrumba­mos de cansancio y desesperación, es fundamental saber qué pedir a los profesionales que viven de remendar a las personas cuando se sienten destrozadas. Precisamente porque la psicología es parte del problema —porque individualiza y psicologiza los procesos socia­les—, necesitamos aprender a entender nuestros problemas como procesos sociales en lugar de dejarnos en manos de aquellos que volverán a convertirlos en aspectos psicológicos.

Uno de los aspectos más destructivos de la alienación es la escisión de la personas de sus propios sentimientos de dolor y de rabia, ya deriven de la gravedad de su situación grave o de la de otros. Los psicólogos tratan el sufrimiento como un desorden, un fracaso o una enfermedad; transforman y redefinen nuestra propia opresión como «pensamientos negativos» que nos hacen sentir mal y que se encuentran dentro de nosotros, al tiempo que conciben la

 

IAN PARKER

opresión de los otros como un destino desafortunado de los inadaptados. La sociedad capitalista, regida por el beneficio y el imperativo de consumo, apremia ahora a la «psicología positiva», de manera que la felicidad se ha convertido en el estado normal y los antidepresivos y la caridad han desplazado a la ayuda mutua y a la solidaridad.

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