El Sacrificio 16

Para confirmar la vanidad de lo religioso, siempre se utilizan los ritos más excéntricos, los sacrificios para pedir la lluvia y el buen tiempo, por ejemplo. Sin lugar a dudas, eso existe. No hay objeto o empresa en cuyo nombre no se pueda ofrecer un sacrificio, a partir del momento, sobre todo, en que el carácter social de la institución comienza a difuminarse. Existe, sin embargo, un común denominador de la eficacia sacrificial, tanto más visible y preponderante cuanto más viva permanece la institución. Este denominador es la violencia intestina; son las disensiones, las rivalidades, los celos, las peleas entre allegados lo que el sacrificio pretende ante todo eliminar, pues restaura la armonía de la comunidad y refuerza la unidad social. Todo el resto se desprende de ahí. Si abordamos el sacrificio a par­tir de este aspecto esencial, a través de este camino real de la violencia que se abre ante nosotros, no tardamos en descubrir que está realmente relacionado con todos los aspectos de la existencia humana, incluso con la prosperidad material. Cuando los hombres ya no se entienden entre sí, el sol brilla y la lluvia cae como siempre, sin duda, pero los campos están menos bien cultivados, y las cosechas se resienten.

Los grandes textos chinos reconocen explícitamente al sacrificio la fun­ción que aquí proponemos. Gracias a él, las poblaciones permanecen tran­quilas y no se agitan. Refuerza la unidad de la nación (Ch’u Yü, II, 2). El Libro de los ritos afirma que los sacrificios, la música, los castigos y las leyes tienen un único y mismo fin: unir los corazones y establecer el orden.3

Al formular el principio fundamental del sacrificio fuera del marco ri­tual en que se inscribe, y sin llegar a mostrar todavía de qué manera es posible dicha inscripción, nos exponemos a pasar por simplistas. Parece­mos víctimas del «psicologismo». El sacrificio ritual no puede ser com­parado al gesto espontáneo del hombre que asesta a su perro el puntapié que no se atreve a asestar a su mujer o al jefe de su oficina. Es indudable. Pero los griegos tienen unos mitos que no son más que unas variantes colosales de esta anécdota. Furioso contra los caudillos del ejército griego que se niegan a entregarle las armas de Aquiles, Ajax da muerte a los rebaños destinados a la subsistencia del ejército. En su delirio, confunde unos apacibles animales con los guerreros de los que quería vengarse. Las bestias inmoladas pertenecen a las especies que ofrecen tradicionalmente sus víctimas sacrificiales a los griegos. El holocausto se desarrolla al mar­gen de cualquier marco ritual y Ajax aparece como un demente. El mito

3. Citado por A. R. Radcliffe-Brown, Structure and Function in Primitive Society (Nueva York, 1965), p. 158.

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