Ejemplos. En la clínica y literatura.

Veamos otro ejemplo del funcionamiento de estos medios de identificación con la mujer, aunque con características diferentes. Un hombre maduro, de unos cincuenta años, que residía en una ciudad del interior, acudió a consultarme por un problema de homosexualidad recientemente aparecido según él, y que se le había vuelto torturante. Tenía varias hijas mujeres, una de ellas casada, y su enfermedad surgió prácticamente después del nacimiento del primer nieto. A partir de entonces se le manifestó una llamativa y exagerada ternura y dedicación por el nieto a pesar de haber sido siempre muy reservado en sus afectos, incluso con sus propias hijas. Pero lo alarmante para él fue que paulatinamente hizo extensiva esa ternura a niños de corta edad y hasta a jovencitos por quienes se sentía intensamente atraído por deseos sexuales. Este fue el comienzo de su homosexualidad que poco después se hizo manifiesta impulsándole a la búsqueda de jóvenes y niños a quienes sentía necesidad de hacer objeto de toda clase de caricias para poder obtener placer orgástico. Sus antecedentes familiares fueron muy significativos. Había sido hijo único; su padre murió cuando él con¬taba tres años y se, crió al lado de una madre terriblemente severa que nunca le brindó afecto y que sostenía que de ese modo lo haría hombre. Sin entrar a considerar las otras posibles causas que hubieran surgido durante un tratamiento analítico, podemos plantearnos un esquema de una de las situaciones básicas que con¬dicionaron su perversión. Una parte suya, desdoblada, se identificaba con su madre y actuaba como hubiese querido que ella actuara con él, mientras su otra parte infantil se proyectaba en los niños o jóvenes a quienes prodigaba las caricias que él hubiese deseado recibir. La formulación inconsciente sería lo siguiente: «Si yo fuera mi madre, me hubiese tratado de este modo». Mediante sus síntomas dicha formulación se convertía mágicamente en: «Yo soy mi madre… y trato con todo cariño y deseo sexual a mi parte infantil colocada en este niño».
Otro aspecto del problema puede evidenciarse en la situación de celos. Uno de los rasgos específicos es el sentimiento de humillación que invariablemente lo acompaña, debido al agravio que representa para la propia autoconfianza y seguridad. La persona celosa cree profunda e inconscientemente que si no es amada, o le parece no serlo, es porque no es digna de ese amor. Suele reaccionar con furia y agresión para encubrir y contrarrestar sus sentimientos de humillación y culpa y la vivencia de carecer de cualidades y valores suficientes para merecer dicho amor. El peligro del abandono y la amargura del desamparo, refuerzan e incrementan el mecanismo proyectivo por el cual intentan aliviarse, odiando y condenando a su pareja o, en forma más desplazada, a su rival. La maldad, los defectos y la culpa se ven en el otro y se le condena implacablemente por ello. Quiero aclarar cómo funciona aquí la identificación proyectiva. En los ejemplos anteriores el objetivo consistía en querer ser el otro por lo que el otro tenía o representaba, sin preocuparse mayormente de su destino ulterior. En esta situación se busca esencialmente no tanto ser el otro, sino dejar de ser lo que se es, ubicando lo rechazado en el rival, quien de este modo se transforma en uno mismo. En este caso, el «si yo fuera usted» adquiere más el sentido de «si usted fuera yo» que rápida y automáticamente se convierte en «usted es yo», «entonces puedo acusarlo de todo aquello que no me puedo reprochar a mí mismo, porque si no sufriría las desastrosas consecuencias que quiero evitar»; es decir, la propia condena y la pérdida del ser amado.
En El retrato de Donan Gray tenemos un claro ejemplo de identificación proyectiva de este tipo que consiste en ubicar en el otro, el retrato, todo lo malo y rechazado de uno, con el catastrófico resultado de la reintroyección posterior.
En ocasiones, los celos aparecen como resultado de un empobrecimiento del amor, pero por parte de la persona celosa precisa¬mente que —de este modo— procura ocultar inconscientemente su culpa, atribuyendo la falta de amor a su pareja. El análisis breve de esta situación nos permite apreciar lo siguiente: funciona en primer término el mecanismo de negación: «no soy yo quien no te ama»; en segundo lugar surge el proceso proyectivo: «la parte mía que no ama se encuentra ubicada en ti; luego, eres tú quien no me quiere».
Un analizado que pasó por un período de depresión in tensa en que se sentía atormentado por fuertes sentimientos de desvalorización, desarrolló un episodio agudo de celos con su novia, condicionados precisamente por sus ideas depresivas. Su razonamiento, inconsciente por supuesto, había sido el siguiente: «Si yo fuera tú… no podría quererme y me despreciaría por lo poco que valgo». Este sentimiento reprimido lo llevó a aceptar como realidad una situación sólo existente en su fantasía y como resultado de haberse «ubicado» en el lugar de su novia.
A veces el impulso de ubicarse en el lugar del otro se basa en una necesidad perentoria de vida. El siguiente episodio lo ilustrará. Un paciente que por especiales circunstancias tenía la convicción de una muerte inminente, llegó a la sesión y después de estrecharme la mano cayó en un estado de despersonalización, perdiendo la noción de sí mismo y asistiendo con extrañeza a todo lo que se estaba desarrollando a su alrededor. ¿Qué había ocurrido? Ante la intensa angustia de su temor a la muerte intentó en forma omnipotente fusionarse conmigo o, mejor dicho, transformarse en mí para poder sobrevivir a través de mí. Es como si hubiera dado cumplimiento mágico al «si yo fuera usted» a través del contacto físico con la mano, asegurando así su sobrevida.

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