La envidia por el otro sexo.

La envidia por el otro sexo es otra de las situaciones relativamente frecuentes que promueven la fantasía del «si yo fuera usted». Uno de los componentes más importantes de dicha envidia lo constituye el sentimiento de carencia y el deseo de adquirir algo que no se posee. Se relaciona literalmente con los aspectos corporales y las funciones que nunca se tendrán. La mujer puede envidiar al hombre su pene y sus diversas clases de «potencia» que le adjudica en la vida: su fuerza física, sus poderes intelectuales, su capacidad de tomar iniciativas o de ganarse la vida, etc. Si este sentimiento se presenta en forma muy aguda, la mujer buscará inconscientemente la forma de llevar a la práctica el «si yo fuera… hombre», colocándose en situaciones en que intentará demostrar que su capacidad es equiparable a la del hombre. En casos extremos, renunciará —siempre en el plano inconsciente— a sus atributos femeninos, desvalorizando las satisfacciones que podría conseguir en su condición de mujer (amor, hijos, etc.) y procurando reafirmarse en la masculinidad apetecida. Naturalmente, me estoy refiriendo a un aspecto parcial del problema con fines ilustrativos, pero quiero dejar sentado que pueden intervenir muchos otros factores en el condicionamiento de estas situaciones.
La envidia del hombre por la mujer no es menos frecuente, pero suele ser menos reconocida y comprendida. La razón principal de esta envidia se relaciona con las, para él, misteriosas funciones y procesos que tienen lugar en el interior del cuerpo de la mujer; sobre todo con la capacidad creadora de su función maternal: tener hijos. En forma sublimada esta aspiración se pone de manifiesto en los artistas (pintores, escritores, etc.) , quienes satisfacen —en cierto sentido— esta parte femenina de sus personalidades, «dando a luz» sus trabajos como lo hace una mujer en el parto después de un tiempo de preñez. Quizás el ejemplo más gráfico y pintoresto que pueda proporcionar, correspondiente a la aplicación del «si yo fuera… mujer» de acuerdo con lo anteriormente señalado, es el rito primitivo conocido con el nombre de couvade. Según dicho ceremonial, el hombre cuya esposa está por dar a luz se comporta exactamente como lo hace su mujer durante todo el período que dura el parto. Simula tener dolores, se queja y repite todos los síntomas de la parturienta. Recuerdo el caso de un analizado que durante la permanencia de su mujer en el sanatorio cuando estaba por nacer su primer hijo, pasó por un estado típico de couvade. Sufrió una crisis intensa de cólicos intestinales con fantasías de expulsión, tipo parto, y sueños donde se evidenciaba claramente el deseo de ocupar el lugar de la mujer. En la sesión siguiente tuvo varios lapsus confirmatorios de esta situación, pero por primera vez y en franco contraste con su modalidad habitual, reaccionó airado rechazando mis interpretaciones. A los pocos minutos cambió su actitud y confesó sentirse apenado por el «embarazoso» (expresión textual) episodio ocurrido.
En otras ocasiones, el motivo que condiciona el deseo inconsciente de ubicarse en el lugar femenino, no es ya sólo la envidia sino la necesidad profunda de recibir pasivamente las atenciones y el afecto de un hombre (que representa al padre) , y da lugar así al surgimiento de una de las formas clínicas de homosexualidad.

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