El Sacrificio 28

cadenamiento. Los comportamientos religiosos y morales apuntan a la no-violencia de manera inmediata en la vida cotidiana, y de manera me­diata, frecuentemente, en la vida ritual, por el intermediario paradójico de la violencia. El sacrificio abarca el conjunto de la vida moral y religiosa, pero al término de un rodeo bastante extraordinario. No hay que olvidar, por otra parte, que para ser eficaz el sacrificio debe realizarse en el espí­ritu de la pietas que caracteriza todos los aspectos de la vida religiosa. Comenzamos a entrever por qué aparece a un tiempo como una acción cul­pable y como una acción muy santa, como una violencia ilegítima y como una violencia legítima. Pero todavía estamos muy lejos de una comprensión satisfactoria.

La religiosidad primitiva domestica la violencia, la regula, la ordena y la canaliza, a fin de utilizarla contra toda forma de violencia propiamente intolerable, y ello en una atmósfera general de no-violencia y de apaci­guamiento. Define una extraña combinación de violencia y no-violencia. Cabe decir más o menos lo mismo del sistema judicial.

Todos los medios practicados en alguna ocasión por los hombres para protegerse de la venganza interminable podrían estar emparentados entre sí. Es posible agruparlos en tres categorías: 1) los medios preventivos refe­ridos todos ellos a unas desviaciones sacrificiales del espíritu de venganza; 2) los arreglos y las trabas a la venganza, como las composiciones, duelos judiciales, etc., cuya acción curativa sigue siendo precaria; 3) el sistema judicial cuya eficacia curativa es inigualable.

El orden en que estos medios se presentan va en el sentido de una eficacia creciente. El paso de lo preventivo a lo curativo corresponde a una historia real, por lo menos en el mundo occidental. Los primeros medios curativos están, a todos los respectos, entre un estado puramente religioso y la extrema eficacia del sistema judicial. Poseen en sí mismos un carácter ritual y están frecuentemente asociados al sacrificio.

En las sociedades primitivas, los procedimientos curativos siguen sien­do rudimentarios a nuestros ojos; vemos en ellos unos meros «tanteos» hacia el sistema judicial, pues su interés pragmático es muy visible: no es por el culpable por quién más se interesa, sino por las víctimas no ven­gadas, de las que procede el peligro más inminente; hay que dar a estas víctimas una satisfacción estrictamente medida, la que satisfará su deseo de venganza sin encenderlo en otra parte. No se trata de legislar respecto al bien y al mal, ni tampoco de hacer respetar una justicia abstracta, se trata de preservar la seguridad del grupo poniendo frenos a la venganza, preferentemente a través de una reconciliación basada en un arreglo o, si la reconciliación es imposible, de un encuentro armado, organizado de tal manera que la violencia no tenga que propagarse más allá de su centro; este encuentro se desarrollará a campo cerrado, bajo una forma regulada, entre unos adversarios bien determinados; se celebrará de una vez por todas…

Cabe admitir que todos estos procedimientos curativos ya se «enca­

 

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