La crisis sacrificial 71

se encuentran en presencia de gemelos; difunde el contagio maléfico, multi­plica al infinito los gemelos de la violencia.

Si bien la tragedia tiene una afinidad especial con el mito, ello no quiere decir, por consiguiente, que marche en su mismo sentido. A pro­pósito del arte trágico, no debería hablarse de simbolismo sino de desim­bolización. La tragedia no puede trabajar en sentido contrario a la elabo­ración mítica, por lo menos hasta cierto punto, porque la mayoría de los símbolos de la crisis sacrificial, los hermanos enemigos especialmente, se prestan de manera admirable al doble juego del rito y del acontecimiento trágico. Es lo mismo que ya hemos observado respecto a las sucesiones rea­les en Africa, de las que no sabemos si hacen intervenir a los hermanos enemigos del ritual o a los de la historia y de la tragedia.

Paradójicamente, la realidad simbolizada en este caso es la pérdida de todo simbolismo. La pérdida de las diferencias se ve obligatoriamente traicionada por el lenguaje diferenciado. Aparece ahí un fenómeno tan espe­cial que es imposible concebirlo en el seno de las concepciones habituales del simbolismo. Sólo la lectura de la tragedia puede ayudarnos, una lectura radicalmente «simétrica» que recupere la inspiración trágica. Si el propio poeta trágico recupera la reciprocidad violenta siempre subyacente en el mito, es porque lo aborda en un contexto de diferencias menguantes y de violencia creciente; su obra es inseparable de una nueva crisis sacrificial, aquélla a que nos referíamos al comienzo de este capítulo.

Al igual que todo saber de la violencia, la tragedia va unida a la vio­lencia; es hija de la crisis sacrificial. Para entender la relación entre la tragedia y el mito, tal como comienza a dibujarse aquí, cabe hacer intervenir una relación análoga, la de los profetas de Israel con algunos textos del Pentateuco que citan en más de una ocasión. He aquí, por ejemplo, un texto de Jeremías:

«Desconfiad de un hermano:

pues todo hermano hace lo mismo que Jacob,

todo amigo esparce la calumnia.

El uno engaña al otro…

¡Fraude sobre fraude! ¡Engaño sobre engaño!»

La concepción de los hermanos enemigos que se esboza aquí a propó­sito de Jacob es exactamente idéntica a la lectura trágica de Eteocles y Polinice. La simetría conflictiva es lo que define la relación fraterna, y esta simetría ni siquiera está limitada en este caso a un número reducido de héroes trágicos; pierde cualquier carácter anecdótico; es la misma comu­nidad la que pasa a primer plano. La alusión a Jacob está subordinada a la intención principal que es la descripción de la crisis sacrificial; la socie­dad entera se descompone en la violencia; todas las relaciones se asemejan a las de los hermanos enemigos. Los efectos estilísticos de la simetría están

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