LA SUPERFICIALIDAD COMO UNA ORGANIZACION DEL CARACTER

LA SUPERFICIALIDAD COMO UNA ORGANIZACION
DEL CARACTER

Material clínico. Una mujer joven, atractiva y buena moza que vino a anali­zarse años después de la muerte de uno de sus padres demostró en su conducta cierto aire social, habilidad para charlar con agudeza e intereses muy dispersos, que estaban por un lado en marcado contraste con las características del ambiente

* Shallowness, falta de profundidad, frivolidad. [N. del S.l

 

LA DIMENSIONALIDAD                                                                         207

de su niñez y, por el otro, con sus aspiraciones. Tenía gran admiración por las personas de convicciones apasionadas, devoción, fidelidad, siempre dispuesta

a acudir al llamado de los demás, y era muy consciente de que esas cualidades

le faltaban por completo. Su relación con el tiempo era vaga, aunque no era impun­tual. Más bien, observaba en sí misma una especie de «espera» indolora, que tam‑

bién notaban sus amigos, y acerca dedo cual le hacían bromas pues siempre se la

encontraba sentada detrás de un periódico. Los demás debían buscarla, lo cual hacíaii, ya que ella era atrayente y amistosa, pero no provocaba en ellos senti‑

mientos intensos, excepto por su atractivo sexual. Su respuesta emocional más intensa era provocada por cuestiones de «buen gusto» en materia de vestir, de­coración de casas y comportamiento social. Lo que le impresionaba de los otros eran, en primera instancia, la apariencia y las ropas, de modo que, al parecer, la relación con su piel se distinguía poco de la relación con su propia ropa.

Durante el segundo año de análisis desarrolló varias perturbaciones menores en la piel, y se pudo observar que su relación con el analista y con su médico

clínico eran ambas indiferenciables de la relación con su peluquero, cuando éste

le hacía un mal arreglo. Era evidente que se sentía sucia más que enferma, humillada más que preocupada, irritable e impaciente más que interesada en el

tratamiento de su perturbación dermatológica. Fue muy pronto evidente en el análisis que una organización narcisista de esclavitud respecto de un aspecto de sí misma cuñada-mayor era el factor determinante de la persistencia de esta actitud. Pero mientras servía para aclarar su forma respecto del mundo exterior, no explicaba realmente su cualidad fundamental, la frivolidad (shallowness).

Algunos años de análisis trajeron muchos logros en la organización de su per­sonalidad en otros aspectos. Se casó, tuvo hijos. Se sentía feliz pero no satisfecha,

ya que notaba que sus intereses eran todavía extendidos y superficiales; sus activi­dades eran más dependientes de las exigencias de otros que dirigidas desde aden­tro, y ningún sentimiento de fuerza individual e identidad parecía crecer natural­mente en ella.

La irrupción de esta superficialidad sobrevenía a veces abruptamente, sólo para volver a desaparecer con igual prontitud. Un torrente de amor en la transferencia

podía hacerla volver de manera transitoria a momentos igualmente raros en su

relación infantil con su madre, para luego desaparecer y ser reemplazados por re­cuerdos de sus vestidos sucios o mojados. Un interesante sueño ilustra este proceso

con cierta elocuencia. En el sueño ella y su hijita parecían estar viviendo en la casa

de su empleada doméstica, y ella se sentía muy impresionada a la vez por la cuali­dad de la vida en la casa y por la enorme cantidad de trabajo que la señora C. era

capaz de realizar. Y el jardín del frente era muy hermoso (como el del consultorio del analista) y su hijita se desplazaba por la superficie de hielo de un pequeño lago con peces. Pero repentinamente se caía a través del hielo, y la paciente, en un momento de intenso dolor más que de pánico, se tiró al agua para rescatarla. De alguna manera, cuando emergió, sólo la parte delantera de su vestido estaba un poco mojada, como cuando se mofaba de pequeña.

El proceso de la toma de contacto con sentimientos más intensos era para­lelo con otro aspecto del trabajo analítico, es decir, la investigación de su voyeu­rismo envidioso. Una y otra vez fue necesario aportarle la prueba de que su minu‑

 

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cioso escrutinio de las cualidades superficiales de la vida del analista —sus ropas, el consultorio, casa, jardín, etc.— estaba en realidad acompañado por invasiones dañinas, como se ilustró en el sueño de la niña que caía a través de la superficie de hielo, menoscabando su objeto y reduciéndolo a ser «la mujer de la limpieza», el tipo de sirvienta que venía a limpiar la casa, se le pagaba y no se pensaba más en ella. Sólo muy gradualmente disminuyó la omnipotencia de su voyeurismo y emergió la apreciación de la privacidad y el misterio fundamental de sus objetos.

El material de este caso puede ayudar a demostrar cómo un área particular de la relación infantil inconsciente con la madre interna como objeto total (la señora C., la mujer de la limpieza) y con el pecho como objeto-parcial (el laguito de los peces) puede deteriorarse en cuanto a ser piel-continente y a la dimensio­nalidad, socavando la fuerza y la vitalidad de la personalidad como un todo, mientras que apenas producía efecto alguno que pudiera identificarse desde un punto de vista descriptivo puramente psiquiátrico. La paciente en cuestión está en un alarmante contraste con, digamos, Barry, y ponerlos juntos sirve para ilus­trar la importancia de los factores económicos y de la matriz total de la personali­dad dentro de la cual se encuentra incrustada una particular área defectual. En el caso descrito, la bidimensionalidad no era un fracaso primario del desarrollo, sino que fue instrumentada regresivamente en la infancia como una organización defensiva frente al complejo de Edipo genital y reforzada en la tardía adolescen­cia frente a la muerte repentina de uno de sus padres. Cabe ahora plantearse la pregunta de la forma en que la bidimensionalidad que describimos difiere de la renegación de la realidad psíquica, que se ve por ejemplo en la latencia, con su sentido común, su falta de imaginación y el empobrecimiento del afecto.

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