El Sacrificio 44

sangre que envejece en el mismo lugar donde ha sido derramada coincide con la sangre impura de la violencia, de la enfermedad y de la muerte. A esta mala sangre inmediatamente estropeada, se opone la sangre fresca de las víctimas recién inmoladas, siempre fluida y bermeja, pues el rito sólo la utiliza en el instante mismo en que es derramada y no tardará en ser limpiada…

La metamorfosis física de la sangre derramada puede significar la do­ble naturaleza de la violencia. Algunas formas religiosas sacan un partido extraordinario de esta posibilidad. La sangre puede literalmente hacer ver que una única y misma sustancia es a la vez lo que ensucia y lo que lim­pia, lo que hace impuro y lo que purifica, lo que empuja los hombres a la rabia, a la demencia y a la muerte, y también lo que les amansa, lo que les permite revivir.

No hay que ver aquí una simple «metáfora material» en el sentido de Gaston Bachelard, una diversión poética sin consecuencias. Tampoco hay que ver en la ambigüedad de la sangre la realidad última disimulada detrás de los derramamientos perpetuos de la religión primitiva, como hace la señora Laura Makarius? Tanto en uno como en otro caso, desapa­rece lo esencial que es el juego paradójico de la violencia. Al acceder únicamente a este juego a través de la sangre o de otros objetos simbó­licos del mismo tipo, lo religioso lo aprehende imperfectamente pero ja­más lo elimina del todo, a diferencia del pensamiento moderno tan pró­digo siempre en «fantasías» como en «poesía», delante de los grandes datos de la vida religiosa primitiva, pues jamás llega a descubrir nada real.

Hasta las más extrañas aberraciones del pensamiento religioso siguen demostrando una verdad que es la identidad del mal y del remedio en el orden de la violencia. En ocasiones la violencia presenta a los hombres un rostro terrible; multiplica enloquecidamente sus desmanes; otras, al contrario, se muestra bajo una luz pacificadora, esparce a su alrededor los beneficios del sacrificio.

Los hombres no comprenden el secreto de esta dualidad. Necesitan diferenciar la buena violencia de la mala; quieren repetir incesantemente la primera a fin de eliminar la segunda. El rito no es otra cosa. Como hemos visto, para ser eficaz la violencia sacrificial debe parecerse lo más posible a la violencia no sacrificial. Esta es la causa de que existan ritos que se nos presentan simplemente como la inexplicable inversión de las prohibiciones. En algunas sociedades, por ejemplo, la sangre menstrual pue­de llegar a ser tan benéfica en el seno del rito como maléfica fuera de él.

La naturaleza doble y única de la sangre, esto es, de la violencia, aparece ilustrada de manera estremecedora en una tragedia de Eurípides, Ion. La reina Creúsa piensa en dar muerte al héroe con la ayuda de un talismán extraordinario: dos gotas de una sola y misma sangre, la de la

Gorgona. Una es un veneno mortal, la otra un remedio. Entonces el viejo esclavo de la reina pregunta:

¿Y cómo se cumple en ellas el doble don de la diosa?

CREÚSA. — Bajo el golpe mortal, de la vena vacía brota una

gota…

EL ANCIANO. — ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su virtud?

CREÚSA. — Aleja las enfermedades y aumenta el valor.

EL ANCIANO. — ¿Y cómo actúa la segunda?

CREÚSA. — Mata. Es el veneno de las serpientes de la Gor‑

gona.

EL ANCIANO. — ¿Las llevas juntas o separadas?

CREÚSA. — Separadas. ¿Mezclarías tú lo saludable y lo no‑

civo?

Nada más diferente que estas dos gotas de sangre y, sin embargo, nada más semejante. Es fácil, por consiguiente, y tal vez tentador, confundir las dos sangres y mezclarlas. Si se produce esta mezcla, desaparece cual­quier distinción entre lo puro y lo impuro. Ya no hay diferencia entre la buena y la mala violencia. Mientras lo puro y lo impuro permanecen dife­renciados, en efecto, es posible lavar hasta las mayores manchas. Una vez que se han confundido, ya no se puede purificar nada.

 

7. Ver. por ejemplo, «Les Tabous du forgeron», Diogéne, abril-junio de 1968.

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