IDENTIDAD FEMENINA

Su identidad femenina no podía sostenerse sobre la base de esas fantasías narcisistas y «hambrientas» que le impedían acercarse a la resolución normal de su Edipo positivo.
Volvió a caer entonces, como consecuencia del «hambre» desen¬cadenada por la situación de migración, en la confusión de sexos y la rivalidad con el marido y los hombres.
«Papá me quiso dar dinero. Pero ahora me trata como a una mantenida: no quiere que Ricardo lo sepa; sólo faltaría el tapado de visón… Últimamente estoy otra vez mal con Ricardo. Debe influir la nena: se despierta de noche y grita llamándolo, y dice ‘mío, mío’; pronuncia bien ahora. El otro día dijo que papá era malo porque no le quería poner un caramelo ahí, y se señalaba la vagina».
El hecho de que la madre no le hubiera servido para una buena identificación de su rol sexual maduro, ya que «todo lo que viene de mamá es falso» y que el padre hubiese estimulado preferente¬mente un tipo de relación perversa («la mantenida») o las tendencias infantiles masturbatorias («el estudio como distracción») hizo abortar sus posibilidades de consolidar su identidad femenina y su relación con los aspectos de la realidad en la que tenía que funcio¬nar como tal.
El déficit de su identidad femenina la impulsaba a la fantasía de la posesión de un pene omnipotente puesto en el intelecto, con el cual poder castrar al padre. La misma frustración edípica tempra¬na le incrementaba sus impulsos oral-sádicos, localizados en una va¬gina hambrienta que ambicionaba tomar posesión del objeto («mío, mío») para quedarse con él.
Este fracaso en su identidad femenina la llevaba al manteni¬miento de un tipo de sexualidad infantil con características perver¬sas, que impregnaba sus fantasías edípicas.
Ante la proximidad de la separación por las vacaciones de ve¬rano, para ella anticipo de la gran separación, el material que se repetía con matices de desesperación era la sensación de desubicación, de no tener dónde estudiar, ambulando por las calles, porque «todos los bares estaban cerrados y no había ni un lugar donde sentarse». Entre otras cosas, se sentía perdida y desamparada por quedarse sin la comida del análisis, y dicho sentimiento constituía la expresión de su mayor ansiedad referida a la separación por su viaje, y a la vez de su dependencia y hambre de mí, que le costaba tolerar.
Era lógico que la separación por las vacaciones le significara en esta ocasión enfrentarse con toda la ansiedad contenida en la mi¬gración. Pero quisiera destacar, sobre todo, la forma en que trató de protegerse frente a los sentimientos que le resultaban intolera¬bles: dependencia y hambre. Se hizo más manifiesto su rechazo a admitir su dependencia oral del análisis. Los bares cerrados en la realidad (vacaciones del análisis) reflejaban, esta vez, algo que ha¬bía constituido una realidad psíquica interna durante todo este pe¬ríodo premigratorio: el «bar cerrado» interno aunque hubiera aná¬lisis, por su incapacidad de identificarse introyectivamente con un pecho de buena leche. Le era muy difícil sentir que ella tenía algún valor para mí, si no era viéndome muy necesitada de ella, y pensaba que si volviera, yo no la reconocería: no existiría para mí.
La vivencia de que «no le daban» no estaba referida a que no le dieran cosas materiales, a que el pecho no hubiera dado leche, sino que no había sentido contacto afectivo real: «en mamá todo parece falso».
Yo, revestida de esa imagen materna, sólo la atendía «por la plata»: las heces omnipotentes que servían para atacar, para con¬quistar, para aplacar o para autoabastecerse. El hecho de que yo no me opusiera activamente a su viaje, tratando de retenerla, era vivido como que no la necesitaba y no me importaba que se fuera. Esto le significaba, entre otras cosas, «no existir», como así también haber perdido su identidad. Ella creía «no ser nadie» que pudiera importar.
Pienso que necesitaba también invertir la situación, sentirse muy omnipotente, ya que cuando ella necesitaba mucho y no le daban, se sentía no existir.
E. Bick (2) dice que cuando el niño llora y la madre no acu¬de se siente humillado y siente que no existe para la madre.
Por lo tanto recurrió nuevamente a introyecciones patológicas de «figuras fuertes» (yo, yéndome de vacaciones) desde dentro de las cuales por identificación proyectiva intentaba controlar sádica y omnipotentemente a sus objetos. Pero, ¿qué ocurría? Dentro de ella esas figuras se mezclaban con aspectos diferentes de esos objetos to¬tales y parciales, que la hacían entrar en confusión, ya que entonces no podía discriminar lo bueno de lo malo, con un serio trastorno de su identidad (locura) y con el peligro de que su buena relación conmigo (padre) sé perdiera por sus ataques provenientes del sec¬tor identificado con sus objetos malos.

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