La génesis de los mitos y de los rituales 117

Tanto detrás del pharmakos africano como detrás del mito de Edipo aparece el juego de una violencia real, de una violencia recíproca conclui­da con el homicidio unánime de la víctima propiciatoria. Prácticamente en todas partes aparecen los mitos de entronización y de rejuvenecimiento, así como, en determinados casos, la muerte real y definitiva del monarca va acompañada de simulacros de combates entre las dos facciones. Estos enfrentamientos rituales y, en ocasiones, la participación de todo el pue­blo, evocan de manera muy clara las divisiones de todo tipo y la agita­ción caótica con las que sólo el mecanismo de la víctima propiciatoria ha conseguido terminar. Si la violencia contra la víctima propiciatoria sirve de modelo universal es porque ha restaurado realmente la paz y la unidad. Sólo la eficacia social de esta violencia colectiva puede explicar un pro­yecto político-ritual que no sólo consiste en repetir incesantemente el pro­ceso sino en tomar la víctima propiciatoria como árbitro de todos los conflictos, en convertirla en una auténtica encarnación de toda soberanía.

En numerosos casos, la sucesión al trono supone una lucha ritual entre el hijo y el padre o también entre los propios hijos. He aquí la descripción que Luc de Heusch ofrece de este conflicto:

«A la muerte del soberano se abre una guerra de sucesión, una guerra cuyo carácter ritual no puede ser infravalorado. Se da por supuesto que los príncipes utilizan igualmente poderosas medicinas mágicas para eliminar a sus hermanos competidores.

mejor (aristos) se ha convertido en lo peor (kakistos). Las leyendas de Licurgo, de Mamas, de Oinoclos suponen -también, para expulsar el loimos, la lapidación del rey, su ejecución ritual, o, a falta de ella, el sacrificio de su hijo. Pero sucede también que se delega a un miembro de la comunidad la tarea de asumir este papel de rey indigno, de soberano al revés. El rey se descarga sobre un individuo que es como su imagen desviada de todo lo que su imagen puede suponer de negativo. Este es el caso del pharmakos: doble del rey, pero al revés, semejante a esos soberanos de car­naval que se corona por el tiempo de una fiesta, cuando el orden está patas arriba y las jerarquías sociales invertidas: se derogan las prohibiciones sexuales, el robo se convierte en lícito, los esclavos ocupan el lugar de los amos, las mujeres intercambian sus ropas con los hombres; entonces el trono debe ser ocupado por el más vil, el más feo, el más ridículo, el más criminal. Pero termina la fiesta, y el contra-ley es expulsado o ejecutado, llevándose consigo todo el desorden que encarna y del que purga al mismo tiempo a la comunidad.» Todo lo que Vernant reúne aquí no sólo te aplica a Edipo y a los reyes africanos sino a mil ritos más pues lo que está en juego es la operación real de la violencia. Bastaría con admitir el mecanismo de la unanimidad contra la víctima propiciatoria para entender que no estamos tratando con unas construcciones gratuitas de la superstición religiosa. Este es el motivo de que no debamos intepretar el papel de Sófocles como una dotación nueva, un suplemento de sentido, sino, al contrario, como un empobrecimiento, como la deconstrucción parcial de un sentido siempre mítico, tanto en la psicología y la sociología contemporánea como en los mitos de antaño. El poeta no «presta» ninguna «nueva significación» al chivo expiatorio real, se aproxima a la fuente universal de las significaciones.

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