Edipo y la víctima propiciatoria 83

El parricidio es la instauración de la reciprocidad violenta entre el padre y el hijo, la reducción de la relación paterna a la «fraternidad» conflictiva. La reciprocidad está claramente indicada en la tragedia. Como ya hemos dicho, Layo no cesa de ejercer una violencia contra Edipo antes de que éste se la devuelva.

Incluso cuando consigue absorber la relación del padre y del hijo, la reciprocidad violenta ya no deja nada fuera de su campo. Y absorbe esta relación de la manera más absoluta posible, convirtiéndola en una rivalidad que ya no se refiere a un objeto cualquiera sino a la madre, esto es, al objeto más formalmente reservado al padre y más rigurosamente prohibido al hijo. También el incesto es violencia, violencia extrema y, por consi­guiente, extrema destrucción de la diferencia, destrucción de la otra dife­rencia principal en el seno de la familia, la diferencia con la madre. Am­bos, el parricidio y el incesto, completan el proceso de indiferenciación vio­lenta. La idea que asimila la violencia a la pérdida de las diferencias debe culminar en el parricidio y en el incesto como término último de su trayec­toria. No queda ninguna posibilidad de diferencia; ningún ámbito de la vida puede escapar ya a la violencia.’

Así, pues, el parricidio y el incesto se definirán en función de sus con­secuencias. La monstruosidad de Edipo es contagiosa; se extiende en pri­mer lugar a todo lo que engendra. El proceso de la generación perpetúa la mezcla abominable de sangres que es de esencial importancia separar. El parto incestuoso se reduce a un desdoblamiento informe, a una siniestra repetición de lo Mismo, a una mezcla impura de cosas innombrables. El ser incestuoso expone la comunidad al mismo peligro, en suma, que los geme­los. Son exactamente los efectos, reales y transfigurados, de la crisis sa­críficial que siempre mencionan las religiones primitivas cuando enume­ran las consecuencias del incesto. Es revelador que las madres de gemelos sean con frecuencia sospechosas de haberlos engendrado en unas relaciones incestuosas.

Sófocles relata el incesto de Edipo al dios Himeneo, directamente im‑

1. En un ensayo titulado: «Ambiguité et renversement: Sur la structure énigma­fique d’Oedipe roi», Jean-Pierre Vernant ha definido perfectamente esta pérdida de la diferencia cultural. El parricido y el incesto, escribe, «constituyen… un atentado a las reglas fundamentales de un juego de damas en el que cada pieza se sitúa, en relación a las demás, en un lugar definido en un tablero de la Ciudad». Siempre, en efecto, los resultados de estos dos crímenes se expresan en términos de diferencia perdida: «La equiparación de Edipo y de sus hijos se expresa en una serie de imágenes brutales: el padre ha sembrado a los hijos allí mismo donde él ha sido sembrado; Yocasta es una esposa, no esposa sino madre cuyo surco ha producido en una doble cosecha al padre y a los hijos; Edipo ha sembrado a la que le ha en­gendrado, de donde él mismo ha sido sembrado, y de estos mismos surcos, de estos surcos «iguales», ha obtenido a sus hijos. Pero es Tiresias quien confiere a este voca­bulario de igualdad todo su peso trágico cuando se dirige a Edipo en los siguientes términos: Llegarán unos horrores que te igualarán contigo mismo y con tus hijos.» (425.)

Deja un comentario