Roles socioculturales e identidad sexual.

Las diferencias biológicas conducen a desempeñar distintos roles sociales, o a desempeñar de manera distinta los otros roles. El es­pacio interior productivo de las mujeres es la base sobre la cual se organiza su vida, se vinculen directamente con eso o con sus acti­vidades. Lo que no es lógico es el concepto de Freud de lo feme­nino, partiendo del pene que no tiene, en vez de partir de aquello que sí tiene: el espacio interior productivo. Sería atribuir a la mujer una identidad negativa, como ser no-hombre.

Esta manera de ver proviene de pautas culturales que, como hemos señalado, ejercen una influencia de primer orden en la apre­ciación y determinación de la identidad sexual. Hasta no hace mucho tiempo se aceptaba en forma taxativa el mito de la superio­ridad del hombre sobre 1a mujer, «superioridad» que parecía corro­borarse por estudios científicos provenientes de distintas disciplinas. Freud mismo, siendo un observador revolucionario y crítico de los demás conceptos psico-biológico-sociales, no pudo sustraerse al con­cepto «falo-céntrico» de su época y desarrolló su teoría psicosexual femenina sobre la base de la «envidia al pene». Es decir, que la mujer, considerada desde los puntos de vista biológico, psicológico y cultural inferior al hombre, deseaba entonces como objetivo su­premo obtener un pene y convertirse en hombre.

Los factores culturales que caracterizaban la sociedad victo­riana perdieron su fuerza y se fueron modificando en el curso de los años posteriores. El papel social de la mujer en todos los terre­nos experimentó un cambio sustancial, sobre todo en las últimas décadas. Sin embargo, y a pesar de la creciente liberación lograda por la mujer en el ,campo sexual, subsistían —hasta hace pocos años— algunos de los viejos prejuicios que interferían en el desa­rrollo y consolidación de su identidad sexual. Los adolescentes varones —por lo general— seguían gozando de la prerrogativa de acercarse al conocimiento de los «secretos» del sexo y a las expe­riencias sexuales con mayor libertad, mientras que las convencio­nes y tabúes sociales determinaban que la niña adolescente se avergonzara del crecimiento de sus pechos y del desarrollo de su cuerpo, imponiéndosele un clima de misterio acerca de su condi­ción femenina. Paulatinamente fue perdiendo vigencia el mito de la superioridad biológica del hombre en la medida en que la mujer consiguió afianzarse en su identidad sexual y social. A la sostenida «envidia del pene» se opuso la «envidia del hombre por la capaci­dad productiva» de la mujer. En la actualidad ya no se plantea la superioridad o inferioridad en lo que respecta a las identidades sexuales, sino que son reconocidas como distintas aunque equipa­radas en su valor.

Pero el problema no termina allí. La mayor libertad sexual adquirida por la mujer no determinó que lograra idénticas venta­jas en otros contextos de su vida profesional y social. Este es el leitmotiv principal que subyace a los actuales movimientos de pro­testa de la mujer, definidos por la búsqueda de sus derechos y de su liberación (women-liberation). Una de sus más conocidas de­fensoras, Betty Friedman, sostenía que las viejas convenciones y actualmente una nueva mística femenina alentaban la ignorancia de la mujer acerca del problema de su identidad más allá de su biología, y que «así como la cultura victoriana no permitía a las mujeres aceptar la gratificación de sus necesidades sexuales, nuestra cultura no permite a las mujeres aceptar su necesidad de crecer y satisfacer sus potencialidades como seres humanos que no están definidos sólo por su rol sexual» (5) .

 

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