El Sacrificio 14

astuta de la violencia sacrificial. En el universo griego, Ulises desempeña en ocasiones un papel bastante parecido. Conviene comparar la bendición de Jacob en el Génesis con la historia del cíclope en la Odisea, especialmente la maravillosa artimaña que permite al héroe escapar finalmente del mons­truo.

Ulises y sus compañeros están encerrados en el antro del Cíclope. Cada día, éste devora a uno de ellos. Los supervivientes acaban por ponerse de acuerdo para cegar conjuntamente a su verdugo con una estaca infla­mada. Loco de rabia y de dolor, el Cíclope obstruye la entrada de la gruta para apoderarse de sus agresores cuando intenten escapar. Sólo deja salir a su rebaño, que debe ir a pastar fuera. De la misma manera que Isaac, ciego, busca a tientas el cuello y las manos de su hijo pero sólo encuentra el pellejo de los cabritos, el Cíclope palpa al pasar los lomos de sus ani­males para asegurarse de que son los únicos que salen. Más astuto que él, a Ulises se le ha ocurrido la idea de ocultarse debajo de una oveja; agarrán­dose a la lana de su vientre, se deja llevar por ella hasta la vida y la libertad.

La comparación de ambas escenas, la del Génesis y la de la Odisea, hace más verosímil la interpretación sacrificial de ambas. En cada ocasión, llegado el momento crucial, el animal es interpuesto entre la violencia y el ser humano al que busca. Los dos textos se explican recíprocamente; el Cíclope de la Odisea subraya la amenaza que pesa sobre el héroe y que queda oscura en el Génesis; la inmolación de los cabritos, en el Génesis, y la ofrenda del sabroso guiso desprenden un carácter sacrificial que corre el peligro de pasar desapercibido en la oveja de la Odisea.

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El sacrificio siempre ha sido definido como una mediación entre un un sacrificador y una «divinidad». Dado que para nosotros, modernos, la divinidad carece de toda realidad, por lo menos en el plano del sacrificio sangriento, toda la institución, a fin de cuentas, es rechazada por la lectura tradicional al terreno de lo imaginario. El punto de vista de Hubert y Mauss recuerda la opinión de Lévi-Strauss en La Pensée sauvage. El sacri­ficio no responde a nada real. No hay que vacilar en calificarlo de «falso».

La definición que relaciona el sacrificio con una divinidad inexistente recuerda un poco la poesía según Paul Valéry; se trata de una operación meramente solipsista que las personas hábiles practican por amor al arte, dejando que las necias se ilusionen con la idea de que se comunican con alguien.

Evidentemente, los dos grandes textos que acabamos de leer hablan del sacrificio, pero ninguno de los dos menciona la menor divinidad. Si se introdujera una divinidad, su inteligibilidad, lejos de aumentar, se vería disminuida. Volveríamos a caer en la idea, común a la Antigüedad tardía y al mundo moderno, de que el sacrificio no desempeña ninguna función

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