Edipo y la víctima propiciatoria 93

esconderme, o degolladme, o despeñadme / sobre el mar, en donde nunca me veáis ya más!» *

El grado de comprensión a que accede el poeta respecto al mito y a su génesis, sólo constituye aquí un problema secundario, sin repercusión sobre la lectura del mito. Esta lectura utiliza la tragedia como medio de aproximación pero se basa totalmente en sus propios resultados, en su aptitud para descomponer los temas en la violencia recíproca y para recom­ponerlos en función de la violencia unilateral y unánime, esto es, del meca­nismo de la víctima propiciatoria. Este mecanismo no es tributario de ningún tema especial, ya que los engendra a todos. No es posible llegar a él a partir de una lectura simplemente temática o estructural.

Hasta ahora sólo hemos visto en Edipo la mancha infame, el receptácu­lo de la vergüenza universal. El Edipo anterior a la violencia colectiva, el héroe de Edipo rey es esencialmente eso. Existe otro Edipo, el que surge del proceso violento considerado en su conjunto. Este Edipo definitivo es el que se nos permite entrever en la segunda tragedia edipiana de Sófocles, Edipo en Colona.

En las primeras escenas seguimos tratando con un Edipo esencialmente maléfico. Cuando descubren al parricida en el territorio de su ciudad, los habitantes de Colona retroceden aterrorizados. En el curso de la obra, sin embargo, se produce un cambio notable. Edipo sigue siendo peligroso, terro­rífico incluso, pero al mismo tiempo pasa a ser muy precioso. Su futuro cadáver constituye una especie de talismán que Colona y Tebas se disputan con aspereza.

¿Qué ha ocurrido? El primer Edipo va asociado a los aspectos malé­ficos de la crisis. No hay en él ninguna virtud positiva. Si su expulsión es «buena», es de manera exclusivamente negativa, de la misma manera que es bueno para un organismo enfermo la amputación de un miembro gangre­nado. En Edipo en Colona, al contrario, la visión se ha ampliado. Después de haber llevado la discordia a la ciudad, la víctima propiciatoria, con su alejamiento, ha restaurado el orden y la paz. Mientras que todas las violen­cias anteriores jamás han conseguido otra cosa que redoblar la violencia, la violencia contra esa víctima, de manera milagrosa, ha hecho cesar toda vio­lencia. El pensamiento religioso se ve obligatoriamente impulsado a inte­rrogarse sobre la causa de esta diferencia extraordinaria. Esta interrogación no es desinteresada. Afecta de muy cerca al bienestar e incluso a la existen­cia de la comunidad. Como el pensamiento simbólico y, a decir verdad, el conjunto del pensamiento humano, nunca ha conseguido descubrir el meca­nismo de la unanimidad violenta, se inclina necesariamente hacia la víctima y se pregunta si ésta no es responsable de las maravillosas consecuencias que provoca su destrucción o su exilio. La atención no sólo se dirige hacia los rasgos distintivos de la violencia decisiva, al tipo de homicidio, por ejemplo, que ha desencadenado la unanimidad, sino también a la propia

* Idem, p. 65. (N. del T.)

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