NOTAS

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1. Un ejemplo es el Mindfields College, en Reino Unido, un centro que dice enseñar la «aplicación práctica del conocimiento psicológico saludable» y en la parte anterior del folleto se lee el siguiente lema: «Trabajar con las necesi­dades humanas innatas. ¡Sin monsergas psicológicas!». No cabe duda de que la colaboración con el Human Givens Institute (instituto de las necesidades humanas innatas) permite que este «colegio» universitario ofrezca una serie de cursos impartidos por gentes bienintencionadas, ávidas por lucrarse con la psicología, dando buena muestra de lo que generan las prestigiosas facultades y departamentos de la Psicología Dominante.

2. En el programa fundacional de la Cuarta Internacional Leon Trotsky (1938/200 se incorporó una serie de «reivindicaciones transicionales» para retomar y ampliar el análisis de Karl Marx y Frederick Engels (1965/1990) en el Manifiesto Comunista. Las reivindicaciones transicionales son peticiones razonables de, por ejemplo, franjas salariales progresivas y acceso a los libros de contabilidad, que funcionan en un doble sentido: por un lado, no pueden satisfacerse en el contexto capitalista porque van más allá de lo posible en esta sociedad, y, por otro, prefiguran una sociedad más democrática basada en las necesidades humanas (y en las oportunidades creativas abiertas por nue­vas, todavía impensables, experiencias subjetivas) y no en el lucro (y la cruel

 

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desigualdad y el secretismo necesarios para obtener beneficios de una mane­ra más eficaz).

  1. Aunque algunos marxistas han intentado pasar por alto la existencia de la naturaleza humana, este planteamiento es una mera farsa del marxismo basa­do en suposiciones sobre las necesidades y capacidades humanas (véase Geras, 1983). Sin embargo, deberíamos evitar caer en el denominado «realis­mo crítico» y sus pretensiones de dilucidar con exactitud la esencia de la «naturaleza primigenia» que define a la psicología humana. El realismo críti­co ha servido para contrarrestar los enfoques relativistas (que plantean que no podemos conocer en absoluto las lógicas económicas y sociales que estructu­ran las desigualdades de poder). No obstante, comete un craso error cuando pretende superar a la psicología, utilizando sus mismas reglas y nos dice qué es en realidad la psicología (véase, por ejemplo, Archer, 2003). De este modo, la «psicología» a veces figura en las explicaciones realistas como una pieza más del rompecabezas (véase, por ejemplo, Collier, 1994), utilizada para justificar enfoques terapéuticos alternativos, como la terapia de «reevaluación», ajenos a la psicología dominante (véase, por ejemplo, New, 1996). Algunas aproxi­maciones ostensiblemente críticas interesadas en la «encarnación» o la «corporización» (embodiment) —en oposición a la centralidad del lenguaje y a expensas de todo lo demás— caen en la misma trampa cuando apuestan por una línea de investigación del cerebro de corte psicoanalítica (véase, por ejemplo, Cromby, 2005). Algunos trabajos realistas críticos han abogado últi­mamente, desde un extraño vuelco a Dios, por un terreno de juego ecuánime e imparcial para los debates entre los teóricos seculares y los religiosos (véase Archer et al. , 2004).
  2. Conviene señalar que las metáforas de la visión y el habla también privilegian tipos de vida concretos, psicologías específicas construidas a partir de estos sentidos, a partir de los propios límites y de la liberación que evocan. Este problema, seguir atrapados en metáforas de gran valía para expresar los fallos de la sociedad actual, se aborda desde la investigación crítica sobre la discapa­cidad (véanse, por ejemplo, French y Swain, 2000, y Goodley y Lawthom, 2004). Se podría plantear que cuando concedemos protagonismo al lenguaje en el desarrollo de la «naturaleza secundaria», históricamente constituida, se margina a las personas que no hablan. No obstante, este «lenguaje» podría ser cualquier sistema simbólico compartido. Por ejemplo, las personas sordas tendrían un sistema de signos con las mismas funciones (véase Sacks, 1991/1988), y los menores con ceguera seguirían experimentando una rela­ción espejo con sus cuidadores, incluso si el «espejo» funcionara a través del sonido y el tacto (véase Urwin, 1998).
  3. En este caso, la actualización radical de la política marxista ofrecida por las «reivindicaciones transicionales» está influida, en efecto, por la tradición feminista socialista, que hace hincapié en la reproducción del poder a través de las relaciones más íntimas, incluso en el ámbito considerado «psicológico», y que apunta a que la lucha debe conectar los medios empleados con los fines propuestos. Por tanto, ésta es la política «prefigurativa» feminista basada en la reivindicación de que lo personal es político (véase, por ejemplo, Rowbotham et al., 1979), la cual refuerza la dimensión «transicional» de las políticas mar­xista más tradicionales (véase Parker, 1996).
  4. Por ejemplo, los análisis de la alta incidencia de psicólogos clínicos que man­tienen relaciones sexuales con sus clientes prestan atención a los abusos de poder. No obstante, existe, a su vez, un problema endémico de profesores que acosan a alumnas más jóvenes y que pasa desapercibido, y cuando se abordan estos asuntos se suele apelar a la noción espuria de los «límites», como si a

 

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todos nos fuera a ir bien por ceñirnos a nuestros roles e identidades preesta­blecidos. De nuevo, el problema del poder es redefinido en su origen y tratado psicológicamente.

  1. Los «psiquiatras democráticos» en Trieste sabían que podían reducir la medi­cación si dejaban de utilizarla para «curar» a los pacientes. No obstante, tenían que diagnosticar y prescribir fármacos para subvencionar los centros de salud mental comunitarios con fondos de la Unión Europea. La principal dificultad era conseguir que las personas abandonaran la medicación una vez concluido el tratamiento (véase Ramon y Giannichedda, 1989).
  2. Para un análisis del trabajo de la terapia narrativa que incluye «registro de anotaciones», véase Simblett (1997). Sobre cómo consensuar democrática­mente los programas conductuales para este tipo de fobias, véase Goldiamond (1974).
  3. La psicología medieval popular en Inglaterra era más insólita aún que los horóscopos en los periódicos de hoy en día (véase Bates, 1983). Si ahora logra­mos rechazar la psicología, luego será más fácil rehusar otras «explicaciones» místicas del comportamiento humano que se presentan como verdades uni­versales.

lo. Algunas descripciones de patrones de comportamiento pueden resultar escla­recedoras sin inmiscuirse en la «psicología» de las personas implicadas, y sería ridículo insistir en la obligación de obtener el consentimiento de las personas analizadas (véase, por ejemplo, Fox, 2004). Por ende, a las personas que participan en las investigaciones no se les debería obligar a que conserva­ran su anonimato y deberían exigir el derecho a que se mencionara su nombre si así lo desean (véase Parker, 2005a).

u. Por ejemplo, en Gran Bretaña la psicología clínica estuvo a punto de desapa­recer en los años ochenta debido a que los psicólogos no encontraban la forma de persuadir a los proveedores de servicios de salud (hospitales y autoridades locales) de las ventajas de su trabajo (véase Pilgrim y Treacher, 1992). Después de imponerse a los trabajadores de salud ambiental y laboral y a los trabajado­res sociales, y tras alcanzar una inquietante tregua con los psiquiatras, los psicólogos se han convertido en reconocidos expertos en la terapia cognitivo­conductual (TCC), que, junto con los tratamientos médicos, forma parte de tratamientos combinados de enfermedades ficticias, como la «esquizofrenia» (véase, por ejemplo, Bentall, 1990). De este modo, los psicólogos no desafia­ron la noción de «psicopatología», más bien se limitaron a luchar por el derecho a definirla y abordarla desde su perspectiva (véase Parker et al. 1995).

12. La campaña general contra las «etiquetas» en la educación y la psicología clí­nica también debe considerar que el diagnóstico puede utilizarse como una forma de acceder a los servicios (véase, por ejemplo, Hare-Mustin y Marecek, 1997). Los problemas que plantea este uso del diagnóstico son saber cuál es la mejor forma de utilizarlo y si la persona que es etiquetada sabe que es una estrategia o lo acepta como una sentencia de por vida.

13. El apoyo a los «soplones» sólo es posible cuando existe una red de activis­tas y el papel de la acción colectiva que supervise las decisiones morales de individuos concretos esté claramente definido (véase, por ejemplo, Virden, 2006).

14. Aquí es donde la «construcción social» y las perspectivas discursivas en psico­logía han proporcionado una valiosa munición para los que luchan por entender y desmantelar el conocimiento psicológico (véase Hansen et al., 2003).

15. Los debates sobre los distintos tipos de conocimiento liderados por los usua­rios de los servicios psicológicos que exigen que los profesionales den cuenta

 

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de sus decisiones y diagnósticos son de gran utilidad en este proceso (véase, por ejemplo, Bates, 2006).

  1. Desde la perspectiva cualitativa se han cuestionado la rígida distinción entre «objetividad» y «subjetividad» (véase, por ejemplo, Reason y Rowan, 1981) y la investigación feminista ha insistido en la idea de que aquello que considera­mos como «objetivo» en la psicología es una forma particular de subjetividad (véase, por ejemplo, Hollway, 1989).
  2. Un buen ejemplo de investigación histórica alejada de los planteamientos psi­cológicos y que muestra cómo nuestra «psicología» está atada a diferentes formas de tecnología se encuentra en Gordo López y Cleminson (2004).
  3. Para un ejemplo del análisis de la cultura psicoanalítica, véase Parker (1997), y véase también Parker (1998b) como un intento de aplicar este enfoque en el análisis de la influencia en la cultura de las psicologías de corte humanista y cognitiva.
  4. En Latinoamérica existen numerosos ejemplos de psicólogos que han forma­do parte de gobiernos y otros psicólogos pagados por los militares (y la CIA) para vigilar a los radicales. En este escenario la «psicología de la liberación» no surge como una nueva forma de identidad política, sino más bien como un conjunto de planteamientos y técnicas que pueden ser empleadas por los movimientos de liberación (véase, por ejemplo, Martín-Barón, 1994/1998).

2o. Para un análisis feminista socialista de las razones por las que las personas encuentran «aburridas» las secciones de economía de los periódicos, véase Haug (1987). Lo más destacable del análisis de Haug, realizado desde la tradi­ción alemana de psicología crítica, Kritische Psychologie (véanse Tolman y Maiers, 1991, y Hook, 2004), es que expone cómo las temáticas en los medios se estructuran en interesantes o aburridas, sin escarbar en explicaciones «psi­cológicas» de por qué la gente se aburre. En la filosofía hay una larga tradición de estudio del «aburrimiento» que, con gran agudeza, evita las memeces plan­teadas por la psicología al respecto (véase Osborne, 2006).

21. En 2oo6 el líder del Partido Conservador británico, David Cameron, apeló a un mayor interés en el «bienestar», después de presentarse como un político preocu­pado por los asuntos medioambientales y la conciliación entre la vida personal y la vida laboral (el alcance de su preocupación era manifiesto cuando el propio Cameron decidió desplazarse en bicicleta al Parlamento para proteger la capa de ozono, mientras que un coche oficial transportaba sus documentos de trabajo).

122. Para un análisis de la propaganda fascista sobre el papel de la mujer y de la posición de la mujer en las sociedades estalinistas del este de Europa, véase Salecl (1994). La organización Women Against Fundamentalism analizó cómo los líderes religiosos refuerzan la condición subordinada de las mujeres al romantizarlas como madres y procreadoras (véase http://waf.gn.apc.org).

  1. Para un análisis pormenorizado del recelo de las clases medias británicas y sus escritores preferidos hacia las «masas», junto al desprecio de la feminización, las dependientas, los tenderos, los oficinistas, los periódicos y la comida enlatada, véase Carey (1992). Aquí apreciamos con nitidez las condiciones políticas y econó­micas que asumen la psicología individual como parte del escenario que garantiza la vida civilizada.
  2. Véase Bates y House (2003) para una serie de argumentos contrarios a la «pro­fesionalización» de la psicoterapia y el asesoramiento psicológico.
  3. La experiencia de los integrantes de comunidades étnicas minoritarias se pato­logiza por partida doble cuando dejan de mostrar trastornos mentales culturalmente apropiados —detestados por locos y por no estar locos de la forma que los psiquiatras esperan que lo estén—, es analizada por Mercer (1986).
  4. Véase Dafermos et al. (2006) para un amplio rango de argumentos procedentes de distintas partes del mundo sobre las limitaciones de la psicología dominante.

 

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  1. Un ejemplo se basa en la teoría psicoanalítica para examinar la «decepción» y, de este modo, espolear el mensaje de que las esperanzas de la izquierda siem­pre fueron demasiado irreales y que precisan de una dosis de realismo y un conocimiento terapéutico para reconciliarse con el fracaso (Craib, 1994). Cuando los que en su momento fueron radicales abandonan este tipo de exa­men de conciencia agónico, los psicólogos se deben de frotar las manos con regocijo. Por tanto, el efecto reaccionario se ensalza toda vez que se divulgan los planteamientos «feministas» que mantienen que las antiguas políticas de izquierda eran demasiado machistas y que estaban condenadas al fracaso por­que sus militantes no tenían a la psicología en cuenta (véase, por ejemplo, Rustin, 2000).
  2. Las prácticas feministas que reparan en la «precariedad» de múltiples prácti­cas de resistencia al margen de los partidos políticos o movimientos liderados son valiosos antídotos contra los planteamientos psicológicos que presuponen la coherencia individual (véase, por ejemplo, Zavos et al., 2005).
  3. Mientras que la comprensión de la «ética» en psicología consiste, principal­mente, en el «consentimiento» de los participantes en las investigaciones (es decir, con la forma en la que los individuos comprenden las consecuencias de lo que les harán cuando recaben los «datos»), en otros ámbitos ha habido un examen más sostenido de cómo la ética conlleva una «fidelidad» a los aconte­cimientos en los que se participa y al compromiso adquirido con las acciones (véase, por ejemplo, Badiou, 2001/2004). Esta comprensión difiere, en gran medida, de la lógica psicológica que alienta a vacilar, a fracasar y, por consi­guiente, a paralizarnos ante el pensamiento de que las pretensiones de transformar el mundo estaban, desde un principio, condenadas al fracaso. Debemos permanecer firmes, fieles a la ética política que nos ayuda a escapar de las garras de la psicologización y mantiene abiertas las posibilidades del cambio social.

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