CAPITULO VIII LA RELACION DEL AUTISMO CON LOS MECANISMOS OBSESIVOS EN GENERAL

CAPITULO VIII

LA RELACION DEL AUTISMO CON LOS MECANISMOS
OBSESIVOS EN GENERAL

Donald Meltzer

– Las experiencias descritas y comentadas en este libro, derivadas de la combi­nación de la observación detallada y el amplio respaldo de años de proceso analí­tico, contribuyeron a nuestra comprensión de los mecanismos mentales, con especial riqueza en el área de los mecanismos obsesivos. El problema de la «elec­ción de neurosis» con el cual Freud se debatió por el mero hecho de haberlo formulado (una de esas preguntas equivocadas que sólo dan lugar a respuestas equivocadas) promovió toda una variedad de teorías que especulaban con uno o dos factores, o incluso con un tipo de múltiples factores. El estadio de desarrollo de la. libido, los puntos de fijación, los factores traumáticos, los mecanismos de defensa, la relación madre-bebé, factores sociológicos, constitución heredada: és­tos y muchos más se han estudiado en esta investigación. Con facilidad podría considerarse, aunque erróneamente, que se ha formulado en este libro una teoría de un mecanismo específico del autismo, pero sería un error que este capítulo debe aclarar. Lo que intento mostrar es lo que se ha podido aclarar acerca de la esencia en la forma de actuar de los mecanismos obsesivos por la forma en que se los emplea en ésta, seguramente la más primitiva de las perturbaciones obsesivas. Por supuesto que desde el momento en que se designa a una perturbación obsesi­va con el nombre de autismo, suena como una afirmación nosográfica con impli­caciones etiológicas, pero no es ésa la intención. Se seleccionó la experiencia con Piffie como centro para este análisis, puesto que presentó mecanismos obsesivos de un tipo particularmente «puro», casi como en «cultivo puro».

Debo explicar desde el principio qué quiero significar con esta distinción, y evitar así muchas confusiones. El mecanismo fundamental, al que llamamos «ob­sesivo», debido a la enfermedad que ilustra su funcionamiento de la manera más expresiva, consiste en la separación y control omnipotente de los objetos, tanto internos como externos. Esta afirmación parece necesitar un complemento moti­vacional, «con el propósito de» o «para evitar o prevenir esto o aquello». Luego

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de pensarlo un poco más, resulta evidente que «control omnipotente de los obje­tos» es en sí una afirmación motivacional a la cual se pueden agregar afirmacio­nes de desarrollo motivacional secundario —»para evitar la ansiedad de separación» o «con el propósito de impedir la concepción de otro bebé»—. Pero debe distin­guirse de una declaración acerca del ello, que sólo podría adecuadamente hacer referencia a la fuente y al objetivo, y no al modo y al objeto. La confusión res­pecto de los mecanismos obsesivos surge relacionada con su utilización secundaria como mecanismos de defensa contra la ansiedad, más que de su uso primario —»para beneficio propio» se podría decir— como una expresión de actividad, en lugar de pasividad, en las relaciones objetales. ¿Por qué entonces «omnipotente» si solamente estamos hablando de una forma de relación activa con los objetos? Porque al estudiar estos mecanismos podemos reconocer que actúan sobre la base de una elipsis en la fantasía, una brecha en la lógica de causa y efecto, que salta del deseo a su realización sin hacer una pausa para lograr los medios de transfor­mación.

Es la «pureza» de esta operación a lo que me refiero con respecto a Piffie. Mientras que, por supuesto, él a menudo empleaba mecanismos obsesivos con propósitos defensivos, los desplegaba en su mayor riqueza como su modo favorito de dominar la creciente complejidad de sus relaciones objetales. Podría decirse que era un «científico nato» de la escuela experimental que elimina variables, que aísla los fenómenos simples para estudiarlos en una situación circunscrita. Parecería que quiero decir que la ciencia experimental emplea medios omnipoten­tes, lo cual es correcto cuando se la contrapone a la ciencia observacional y des­criptiva. Es por esta razón que los éxitos del laboratorio concernientes a las cien­cias físicas fracasan progresivamente en las orgánicas, y se acercan al fracaso casi total en las ciencias humanas.

El otro factor en la «pureza» de los mecanismos obsesivos de Piffie puede hallarse en la ausencia de sadismo en su forma de ser. Rara vez parecía emplear el control omnipotente como una forma de actividad sadista, tal como es posible observar en la enfermedad obsesiva seria, en la paranoia o —por excelencia— en la catatonía. La expresión «cultivo puro» es por otro lado, capaz de explicarse a sí misma. Su enfermedad transferencia! consistía en emplear los mecanismos obsesi­vos como defensa, en preferencia masiva, respecto de otros medios de defensa contra la ansiedad. Después de todo, los mecanismos obsesivos, tal como los ve­rnos desplegarse como defensa en el neurótico obsesivo, son la defensa más «razo­nable» contra el sufrimiento del complejo de Edipo. Simplemente impide el sufri­miento evitando la experiencia de una relación tricorporal. La bandera de la India sería su emblema ideal, si la rueda no tuviera borde. Consigo mismo como el eje de su mundo obsesivo de relaciones objetales, cada rayo sería felizmente aisla­do de todos los otros, excepto que, de algún modo, tales personas no parecen ser felices. Los fenómenos que constantemente examinamos en la transferencia son los producidos por la infelicidad, el deterioro y la rebelión, cada uno con sus ansiedades acompañantes, de estos intransigentes objetos. Lo mismo ocurre al maníaco-depresivo, que opera con objetos parciales y donde la separación del pe­zón-pene del pecho parece ser el paradigma de su conflicto emocional; los objetos se deterioran y se convierten en persecutorios.

Encontramos que los mecanismos autistas son intentos de una simplificación masiva de la experiencia, capaz de dispersar la experiencia de objetos en modali­dades sensoriales y motrices, pero que, por supuesto, se superponen a sí mismos y caen en el otro lado de la línea divisoria entre eventos y experiencias psíquicos. En realidad, las experiencias parecen estar reducidas a un nivel de simplicidad en que apenas aparecen como mentales, lo que explica por qué estos niños se consi­deran deficientes mentales o que sufren una enfermedad orgánica cerebral. Piffie ya había hecho un avance notable al superar su autismo inicial cuando fue remiti­do al tratamiento, y lo que estudiamos en él es el proceso de desarrollo de la personalidad, aún groseramente inmadura y psicótica, en el sentido estructural, consecuente a la pérdida de tiempo y terreno a que lo forzó su temprana enfer­medad. Desde el punto de vista constitucional, era por cierto el niño favorable­mente dotado del grupo, y su progreso en el análisis fue sin duda constante, no como el proceso de Barry, con avances y retrocesos, por ejemplo. Pero el ritmo se lentificaba por lo que con frecuencia parecía ser su capacidad de infinitas per­mutaciones en su fantasía. Cuando marcaba las junturas del linóleo, cuando arma­ba bebés parte por parte, en todas estas actividades parecía en ese momento ca­paz de una eterna preocupación. Es casi imposible explicar la deterrninaCión del punto final de una fase —porque tenían por suerte puntos finales— tanto como es casi imposible explicar el punto final de un ataque maníaco o del duelo. En estos últimos casos, es posible vislumbrar la satisfacción del sadismo o la operación de la decisión de abandonar la esperanza de la vuelta del objeto, pero en el caso de Piffie, cada punto crítico vino de manera inesperada, tal vez determinada más por algo como el fin de la tolerancia de la señora Hoxter, que por un proceso esen­cialmente interno del niño.

Creo que, como preludio a una discusión teórica más detallada de los me­canismos obsesivos, será útil recapitular en este punto las notas de un resumen de los primeros dos años del análisis de Piffie, en el verano de 1963. En esa época escribí lo siguiente:

Mis impresiones de Piffie son menos continuas y menos completas que las de Timmy, pero informaré lo que recuerdo.

Este niñito me da la impresión de ser lo suficientemente maduro como para descartar los atavíos del autismo; pero se enfrenta con un ambiente que (naturalmente) ya no está capacitado para proveerle del tipo de experiencia simple, repetitiva y aislada, de cuando era bebé, alrededor de la cual puede tener lugar la disociación primaria y la organización de la personalidad. Mi primera impresión es de asombro por el grado de concreción, humor, urgencia y florida imaginación con que es capaz de tomar desde el comienzo los juguetes y la caja como el pecho que alimenta, y el cuerpo de la terapeuta como una falda-inodoro, .haciendo una disociación de tipo más bien avanzado con referencia a un objeto bueno y de alguna manera integrado.

Mientras que el interés por la identificación proyectiva fue prominente en la relación de Piffie con el cuarto, las escaleras y la casa, no apareció como la principal dificultad en el material de juego. Vimos, más bien, que la .arrolladora posesividad y la exigencia sensual del objeto materno se expresaron por medio de lo que siento que es un primer derivado de los mecanismos autistas —es decir, su extrema preocupación por la segmentación (opuesto a «frag­mentación») y reconstitución de su objeto. El énfasis apareció como preponderantemente oral y se manifestó en tipos, extremadamente primitivos de mecanismos obsesivos de un alto grado

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de omnipotencia ‘(empaquetar, los dibujos de la mesa del comedor, el arreglo de los cráyones de colores, etcétera).

Esta omnipotencia del control parece que se organiza primariamente al servicio de• sus esfuerzos introyectivos, y tenemos cierta razón para creer que la despliega como una defensa contra su extrema vulnerabilidad a la experiencia traumática en relación con el pene paterno (el episodio del «hombre en la escalera»). En contraste con Timmy, cuyo objeto parecía quedar poseído por bebés rivales en cuanto se hacía frustrante o hiriente, el objeto de Piffie sólo parece ser bueno cuando se lo vacía de los penes, y entonces se transforma en pasivo y fácilmente esclavizado (eI material del almohadón, los trenes, el ordenamiento de los dibu­jos, etc.). Esto parece referirse primariamente a la situación de alimentación más que a la de papá bajando la escalera de mamá-inodoro. Es aún difícil decir qué constituye el núcleo traumático del tipo de experiencia de descubrimiento del pene dentro del pecho, pero supon­go que amenaza con destruir el tipo de idealización de Piffie de que su boca es la fuente de todo placer para el pecho, implicada (o más bien subsiguiente) a una severa negación de diversos tipos de agresión como morder, escupir, golpear y apuñalar con la lengua.

La reparación maníaca de este tipo de organización primariamente oral parece subyacer en buena parte de los «frotamientos» de tijeras, líneas, clavos y otros defectos en el linóleo del cuarto de juego. Uno siente que las tijeras-boca han sido disociadas y proyectadas en el pene del padre, y que la consiguiente protección hacia el pecho respecto del pene (nuevamen­te el episodio de la escalera, la hoja en la entrada, el desmantelamiento de las varillas de la escalera, etc.), se instrumentan con la beatería propia de un cruzado. (Compárese, por ejem­plo, la «Leyenda de la Vera Cruz», que comenzó como una rama del árbol de la ciencia del bien y del mal en el jardín del Edén, y que fuera plantada en la boca del cadáver de Adán por Seth, creció hasta llegar a convertirse en un árbol y fue reconocido por la reina de Saba, quien predijo la Crucifixión, se convirtió en la Vera Cruz y fue enterrada hasta que la encon­tró Santa Elena, la madre de Constantino, quien probó su autenticidad haciendo revivir con ella a un niño muerto.)

En resumen, Piffie parece ser un niño muy inteligente, cuya envidia destructiva y cuya crueldad aún no podemos estimar cuantitativamente. Su autismo parece haber surgido más tarde que el de Timmy y haber sido traído a tratamiento más temprano, luego de haberse establecido ciertas tendencias progresistas, en un medio no particularmente distinto desde el punto de vista descriptivo. En ambos niños el énfasis de la psicopatología parece puesto en el fracaso para desarrollar y utilizar las capacidades introyectivas, como medios de esta­blecer la identidad y afrontar la separación de los objetos externos. Al igual que Timmy, la disección del self y los objetos aparece como el paso primario en los recursos obsesivos, pero puede detectarse una diferencia importante, es decir, que Timmy emplea sus mecanismos primariamente como defensa contra el sufrimiento mental, mientras Piffie parece más inclinado a controlar los objetos de su voracidad posesiva y sensual, para protegerlos contra su sadismo di­sociado. En ambos niños la dependencia es seriamente negada. Otra manera de marcar la dife­rencia sería decir que Timmy se inclina a evadir las experiencias en una forma tan primitiva que cae casi fuera del dominio mental, mientras que Piffie está decidido a controlar sus expe­riencias para evitar una catástrofe. De esta manera, utiliza su maestría a través del pensa­miento para negar vigorosamente cualquier diferencia entre realidad interior y exterior. Por ejemplo, el hombre en la escalera es encarado como lo que inesperadamente crearon los ojos de Piffie, y no como lo que sorpresivamente apareció en la ventana de la señora Hoxter.

Es aún demasiado pronto para tener la convicción de que estos dos niños están correc­tamente clasificados desde el punto de vista metapsicológico, pero mi impresión es Que esta­mos viendo en operación los mismos mecanismos mentales en relación con distintos niveles de organización del desarrollo.

Diez años más tarde, tengo más confianza en la respuesta a este interrogante. De manera similar, el tiempo y la experiencia con otras enfermedades en las que similares mecanismos obsesivos desempeñan un papel importante reforzaron en mí la convicción de que tanto en los niños cuyo desarrollo ha quedado detenido por el autismo como en aquellos que han retomado su desarrollo pero que muestran

un tipo de psicosis postautista, puede verse el uso de estos mecanismos en su con­texto más primitivo. El extremo arcaísmo de la estructura de personalidad que los despliega, aislada, al parecer, de los modelos culturales o familiares, del pensamien­to, de los medios de comunicación y la conducta, demuestra con notable simplici­dad la esencia de la operación. Esta esencia puede ser brevemente expresada como el recurso de un aislamiento fenomenológico. Este término, aislamiento, se refiere al principio básico de la operación, pero no a su modo de funcionamiento. En el pasado la ha empleado la psiquiatría descriptiva para describir el «aislamiento del afecto» del contenido del pensamiento, y es realmente uno de los fenómenos clínicos de las enfermedades obsesivas. Pero para describir el mecanismo en sí, qui­siera utilizar un término más transitivo tal como «segmentación» o «desmantela­miento» (véase Sexual States of Mind, capítulo 15). Puede verse fácilmente que es­tos términos implican una suposición, es decir, que los procesos perceptuales primi­tivos incluyen una integración sensorial en un nivel neurofisiológico que está más cerca del cerebro que de la mente. Gran parte del trabajo de laboratorio sobre percepción llevado a cabo por la «psicología» de la Gestalt, por ejemplo, se preocupa por delinear estos hechos y sus modelos intrínsecos. Aún más, tengo la fuerte sospecha de que lo que Wilfred Bion ha formulado, más que descrito, como el dominio de la «función alfa», pertenece a esta categoría. Es, en cierto sentido, el material crudo del funcionamiento mental, los datos a los cuales se les atribuye significado.

Parecería ser éste el momento adecuado de un pequeño intermedio filosófico, para reunir los términos «mental», «concepto» y «palabra», a fin de aclarar que cuando utilizo el término «significado», no intento implicar algo obtenido me­diante un proceso de abstracción. Quisiera citar unos párrafos del libro Mental Acts, de Peter Geach, y mostrar su relación con la idea de Bion de que los concep­tos se forman por la conjunción constante de preconcepciones y realizaciones (realizations), siendo el primer pensamiento el de un objeto ausente. Geach es­cribe:

Quiero mantener una conclusión de mayor fuerza: no existe concepto alguno para el cual sea adecuado el método de la abstracción. Si hubiera alguna verdad en el abstraccionismo,

sería en todo caso adecuado para conceptos de cualidades sensoriales sencillas, para concep­tos como «rojo» o «redondo». Si tengo el concepto de «rojo», puedo emitir juicios expresa­bles en oraciones que contengan la palabra «rojo». Esta habilidad, sin embargo, no puede adquirirse por ninguna clase de atención o manchas rojas por ningún período de tiempo; incluso si luego de un período de atención a manchas rojas la habilidad se hiciera presente, aún nos negaríamos a decir que ha sido «aprendida» de ese modo. Podemos decir esto con tanta confianza como podemos decir que el uso ordinario de la palabra «rojo» no puede aprenderse por escucharla ceremoniosamente repetida en presencia de un objeto «rojo», basa­dos simplemente en que tal ceremonia no es el uso ordinario de la palabra «rojo».

Price (Thinking and Experience, Hutchinson, 1953) tiene el raro mérito entre los abs­traccionistas de haber señalado que la ceremoniosa definición ostensiva desempeña normal­mente un papel muy pequeño en el aprendizaje del lenguaje. Su propia teoría es que apren­demos el sentido de palabras tales como «gato» y «negro» mediante un doble proceso de abstracción; que

«el factor común, por ejemplo ‘gato’, en expresiones que por otro lado son fuera de lo común, gradualmente se correlaciona con un factor común en las situaciones ambienta­les observadas que de otro modo serían diferentes. De modo similar, ‘negro’ se hace

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gradualmente evidente a partir de otra serie de expresiones que son de otro modo di­símiles, y se correlaciona con una cualidad visible experienciada en situaciones de otro modo distintas» (pág. 215).

Esto es mucho más plausible que todo el material usual acerca de la definición ostensiva, pero aún pienso que está expuesto a dos fatales objeciones. Primero, es parte integral del uso de un término general que no estamos confinados a usarlo en situaciones que incluyen algún objeto al cual se aplica el término; podemos usar los términos «negro» y «gato» en situaciones que no incluyen ningún objeto negro o ningún gato. ¿Cómo puede esta parte de su uso obtenerse por abstracción? Y este uso es parte de los comienzos del lenguaje; el niño puede decir «jarro» (pot) en una «situación ambiental» en que el jarro brilla por su ausencia. Se­gundo, es por supuesto insuficiente, aun cuando el lenguaje se emplee para describir la situa­ción inmediata, que debemos pronunciar muchas palabras correspondientes a distintas carac­terísticas de la situación, pero la abstracción a que Price se refiere, escasamente explica el que hagamos más que esto (pág. 33-35).

El énfasis de Geach en «actos de juicio expresables en oraciones» es un punto que hemos tocado en el capítulo sobre mutismo. Quisiera aquí destacar su énfasis sobre la parte que juega el objeto ausente. La cuestión es que el «acto mental» del «juicio expresable en oraciones que contienen la palabra ‘rojo’ » no debe con­fundirse con la función primitiva de reaccionar a la presencia del rojo que puede establecerse en relación con abejas o tiburones. En otras palabras, tomo la posi­ción de que es el «juicio», y sólo el «juicio», lo que es el «acto mental» y que éste sea «expresable en oraciones» es la manifestación de que tiene «significado» y de ser entonces utilizable para la comunicación por otros medios en vez de la identificación proyectiva, por ejemplo, en «forma simbólica» (Cassirer), por medio de la «transformación» (Bion).

Ahora, mi tesis con respecto a los mecanismos autistas en particular y a los mecanismos obsesivos en general, es que su modo de funcionamiento implica un ataque a la capacidad de llevar a cabo «actos mentales», en el sentido de Geach. Mientras el niño autista lo logra mediante el «desmantelamiento» de su «sentido común» (Bion), es decir, su capacidad de experimentar percepciones integradas sensualmente a las cuales es posible atribuir significado, las formas menos primitivas del mecanismo obsesivo atacan constelaciones más específicas de la actividad mental, sin buscar una suspensión de la actividad mental en general. De todos modos, la importancia de esta afirmación sólo puede apreciarse si reco­nocemos que el «significado» es en su esencia emocional. En esta concepción se puede ver que sigo a Susanne K. Langer (Philosophy in a New Key, Oxford, 1951) más que a Bertrand Russell (An Investigation finto Meaning and Truth). En otras palabras, afirmo que en los mecanismos autistas en particular, como en los obsesivos en general, el modo de actividad esencial está dirigido a reducir una experiencia incipiente, a no tener sentido, a ser insignificante, desmantelándola hasta un estado de simplicidad que queda por debajo del nivel del «sentido co­mún», de modo que no puede funcionar como una «forma simbólica» para «contener» (Bion) significación emocional, y sólo puede, en sus diversas partes, encontrar articulaciones de un tipo mecánico y fortuito: Sospecho que estos últi­mos, en sus ejemplos más elaborados, se acercan a los «objetos bizarros» de Bion («Differentiation of the Psychotic from the Non-psychotic Part of the Personality», Int. J. Psa., vol. 38, 1957).

La ilustración más llamativa de esta tesis que puedo citar es la forma en que Piffie enfrentó la intrusión del «hombre en la escalera». El impacto emocional que tuvo en él es indudable, pero lo que impresiona especialmente es la manera sistemática con que se dedica a reducir la experiencia a una variedad de formas sin sentido, tal vez adecuadas solamente para ser aprehendidas corno formas geo­métricas. Creo que esta reducción tenía la intención —y lo hubiera logrado si no hubiera. sido por la intervención interpretativa– de vaciar de significado la experiencia, hacerla incapaz de representación simbólica y, en consecuencia, de co­municación interior para que pudiera ser utilizada como recuerdo. Es posible adver­tir ahora que estamos formulando una teoría del olvido que abarca una categoría de fenómenos mentales muy distinta de la formulada por Freud para las amnesias producidas por la represión. Podría abrirse así una ventana a la vasta tierra de nadie del pasado que se encuentra en el paciente catatónico, espacio y tiempo vacíos, salpicados con fragmentos desarticulados de recuerdos e imágenes en los cuales sólo pueden arraigar palabras aisladas más que oraciones, como con Jonathan (capí­tulo VII).

Esto nos lleva bastante lejos en nuestra comprensión del funcionamiento de los mecanismos obsesivos, pero no llega aún al corazón del misterio relacionado con su importancia en la vida mental en general. Parecería más bien que estamos sugiriendo que, en tanto el control omnipotente con la separación de los objetos crea una paralización del movimiento vital y una simplificación desde las expe­riencias a los eventos, la vida emocional se perjudica, y éste es el centro de la cuestión, la razón de que estos mecanismos estén tan disponibles para la defensa contra el sufrimiento mental. Pero queremos particularmente destacar que el empleo defensivo de estos mecanismos es secundario, y que su función primaria y más importante, generalmente algo escondida para el método psicoanálitico de investigación, es central en cuanto al logro de un alto grado de integración entre el desarrollo emocional y el intelectual. Al tiempo que pido al lector que conserve la experiencia de Piffie en mente, quiero presentar dos dibujos de una niña de nueve años realizados antes de la interrupción del análisis por el fin de semana. Esto sucedió unos quince años atrás y fue la primera indicación que tuve de la profundidad emocional y el potencial intelectual de una niña esquizoide que desde entonces se desarrolló como una artista y una intelectual muy pro­metedora.

En la época en que estos dibujos fueron realizados, esta niña aún permanecía muda en la situación analítica, después de dos años de sentarse a la mesa dándome la espalda mientras dibujaba, sin permitirme ver lo que hacía. Más bien, al dejar cada sesión tiraba el dibujo al piso, de modo muy semejante a la paciente de Abraham que dejaba caer objetos de su cinturón mientras caminaba por los bosques. Yo sólo podía, entonces, analizar su conducta y el dibujo de la sesión anterior, mientras ella aparentemente me ignoraba y llevaba a cabo su nuevo dibujo. A primera vista ambos dibujos no parecen estar relacionados; uno era una casa estilizada y el otro un diseño estilizado. Pero una observación más cuidadosa revela rápidamente que el diseño está compuesto de partes desmontadas del dibujo de la casa. Es importante notar que los dos dibujos fueron hechos con un intervalo de tres días y que yo tenía al primero fuera de la vista de la paciente mientras ella

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hacía el segundo. Quiero también llamar la atención sobre el hecho de que el desmantelamiento se hizo con mucho cuidado —los ladrillos, las ventanas, los mosaicos, etc.— con una excepción: las flores en los dos canteros perdieron su forma al convertirse en los colores del arco iris. Consideré que este segundo dibujo representaba un cuidadoso desmantelamiento y control de la mamá-analítica, con el objeto de evitar la experiencia de separación, los celos edípicos, etc. La única excepción a este gentil método parece haber sido el ataque sádico a los bebés internos, las flores.

Todo esto es muy interesante e incluso bastante convincente, pero no explica otro llamativo aspecto de ambos dibujos, es decir, que uno es vulgar y aun aburrido, mientras que el segundo es llamativamente hermoso y sutil. Obsérvense, por ejemplo, las proporciones de arquitectura georgiana escondidas en las formas. También es de especial interés que los numerosos y pequeños ceros, cruces y formas. de símbolos phi no aparecían en el dibujo original y fueron introducidos al día siguiente mientras yo estaba interpretando. La niña tomó el dibujo nueva­mente e hizo estos agregados, que consideré que representaban la manera en que experienciaba las palabras analíticas, como devolviendo vida y sexualidad al objeto desmantelado.

Ya en 1920 Melanie Klein parece haber oído de sus pequeños pacientes que a menudo estaban impulsados por su sed de conocimientos á explorar en su fantasía el interior del cuerpo materno como un mundo, y como el prototipo del «mun­do». La búsqueda de la verdad no parece haber sido una de las cualidades mentales que Freud sintiera que jugaban un papel importante en la vida de sus pacientes y, en consecuencia, subestimó su significado para el desarrollo. Habla de las «investigaciones sexuales» de los niños, pero el instinto epistemofílico no tenía papel alguno en su concepción del ello. Lo que parecería ser una crítica tiene más bien la intención de puntualizar una diferencia de enfoque, implícita en el análisis de adultos y de niños. Mientras que el primero tiene lugar, digamos, desde arriba, al utilizar los aspectos patológicos de la personalidad y su manifestación como transferencia, el análisis infantil investiga más desde abajo en consonancia con un proceso evolutivo. Esto es por supuesto una generalización, y en la práctica ambos se superponen en todo tratamiento. Sin embargo, era natural para Freud, fiel como era a la evidencia de los hechos y en lucha permanente contra las imposicio­nes tautológicas de ideas preconcebidas, que alcanzara a ver operando, en adultos neuróticos, las reliquias de sus luchas por minimizar el sufrimiento mental. Desde aquel punto de vista todo mecanismo de defensa es una mentira. Pero cuando se los ve en la perspectiva del desarrollo del niño, operando como recursos modula­dores, surge un significado muy distinto.

Esto es lo que podemos ver en nuestras investigaciones con estos niños autis­tas: que cuando la lucha contra el sufrimiento mental comienza a perder su predo­minio (y esto generalmente corresponde al salir el niño de su retraimiento narcisista en búsqueda de objetos buenos) en ese momento podemos observar que los mismos mecanismos que anteriormente se utilizaron para defensa, ahora se em­plean al servicio del desarrollo. Este delicado equilibrio tal vez esté mejor ilustrado por el episodio de Piffie con el hombre de la escalera y con los dos dibujos de mi pequeña paciente de la casa y el diseño. Puede verse, también, qué similares son

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estos dos episodios clínicos en su estructura, y cómo el proceso interpretativo pudo favorecer el desarrollo, gradualmente con Piffie, y casi inmediataniente con mi paciente, mucho más sana. Lo que quiero destacar es, en realidad, este aspecto gradual, la necesidad de explorar toda posible distorsión por combinación y permutación antes de rendirse a la verdad.

Piffie utilizaba con lentitud, pero sistemáticamente, la situación terapéutica para explorar en la transferencia las cualidades de su objeto materno. Para él era de enorme importancia la sospecha de que el papá-pene era peligroso para la madre y que le imponía sus batallones de bebés invasores y despojadores. Sólo muy despacio pudo abandonar esta idealización de sí mismo como defensor de la fe y reconocer sus propios impulsos y sentimientos a controlar como de naturaleza invasora y destructora. Para que este niño sensitivo pero sensual pudie­ra aceptar esta verdad, se debían calibrar y controlar cuidadosamente las dosis en que se las suministraba, y su confianza en el objeto no era tal que pudiera permi­tirle desempeñar esta función por él. Aquí estoy hablando primariamente de su objeto interno, aunque por supuesto las experiencias externas deben haber tenido cierta influencia, y en verdad su situación interna cumplió un papel impor­tante en dar forma a sus relaciones externas presentes, tanto en la transferencia como en todas partes. De todos modos se arrogó para sí mismo esta función moduladora y la pudo instrumentar mediante sus mecanismos obsesivos. Su con­ducta tenía todas las marcas de un experimento de laboratorio, en el cual muchos aspectos de la situación se mantenían constantes, de modo de poder estudiar la interacción de las variables. Pero en cierto sentido Piffie era un mal científico pues sólo se ocupaba de los hallazgos positivos y no de los negativos. Consideró al hombre en la escalera, por ejemplo, como un hallazgo negativo, comparable a un elemento contaminador en el campo experimental. Sin embargo, la historia de la ciencia podría escribirse como una lucha constante contra lo inesperado. Pero no era así en este caso. Cuando surgía una sorpresa, el Piffie científico daba lugar al Piffie fanático que trataba lo inesperado como una manifestación de su propio poder sobrenatural. El espíritu de Jesús se rinde al de Pablo, y Moisés rompe sus tablas; la búsqueda de la verdad vacila y ‘se reemplaza con la demanda de una creencia.

Este. delicado equilibrio ha sido descrito e investigado en otro lugar (Sexual States of Mind, capítulo 24) con respecto a la relación que el arte y la pornografía tienen con la sexualidad del artista y de la audiencia. En ese trabajo se acentuó el contenido del conflicto; ahora estamos más interesados en el proceso mental y sus mecanismos. La tradición nos llevó a presumir que el arte y la ciencia están pro­fundamente separados, siendo el primero expresivo, esencialmente una comuni­cación; mientras la última es una exploración. Probablemente nunca haya sido éste el caso. El gran artista y el científico siempre fueron la misma persona. Sus explo­raciones del mundo interno y externo requirieron siempre cierta forma de publi­cación. Su empleo de procedimientos inductivos y deductivos, de métodos des­criptivos y experimentales fue siempre determinado por las oportunidades provistas y los materiales disponibles. Estas oportunidades y materiales varían por supuesto de cultura en cultura, de siglo en siglo. Un avance en geometría puede expresarse fundamentalmente en las pinturas de Piero o Uccello. El avance en el

pensamiento religioso estalla como música, la metalurgia como escultura, la óptica como biología, la biología como pensamiento religioso, etcétera.

Mi punto de vista es que los mecanismos obsesivos, empleados al servicio de la búsqueda de la verdad, contribuyen a enriquecer el equipo del espíritu científico, pero operan, de todos modos, sobre la base de la omnipotencia. Lo que he llama­do la `.`fantasía elíptica que salta del deseo a su realización» no logra un delirio como lo hace la alucinación. Cuando «daba órdenes y todas las sonrisas se desva­necían» lo podría haber hecho por celos pero con la intención de crear una situa­ción controlada en la cual su amor, y su objeto amoroso, pudieran florecer. Pero hace en su omnipotencia un cálculo equivocado. Su objeto amoroso no florece sino que se marchita, las flores mueren al ser pintadas, el animal experimental muere, la sección congelada se deseca. En este sentido, la ciencia experimental es profundamente trágica, y el estudio de pequeños científicos como Piffie tal vez pueda ayudarnos a ver cómo este elemento trágico emerge de la falta de con­fianza en los objetos buenos. Esta falta de confianza es, en primera instancia, una carencia de convicción en su capacidad para modular el dolor de la revelación de la verdad al self frágil y vulnerable. En el segundo caso, hay desconfianza de que se vaya a revelar todo, finalmente el «por qué» y no sólo el «cómo» de las cosas.

La ciencia descriptiva es más moderada, paciente y confiada. Sé por expe­riencia propia que el psicoanálisis puede ser una ciencia experimental. Tengo la esperanza de que pueda convertirse en una ciencia descriptiva.

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