La génesis de los mitos y de los rituales 106

dispersión y de disgregación haciendo converger la violencia sobre la vícti­ma ritual. La metamorfosis de la violencia recíproca en violencia unilateral está explícitamente representada y revivida en el rito. Estoy seguro de que se verificaría lo mismo en un número infinito de ritos, si los observadores estuvieran siempre atentos a los indicios, en ocasiones poco visibles, que denotan la metamorfosis de la violencia recíproca en violencia unánime. En las buphonia griegas, ejemplo célebre, los participantes se pelean entre sí antes de atacar, todos juntos, a la víctima. Todas las batallas simultáneas que se sitúan generalmente al comienzo de las ceremonias sacrificiales, todas las danzas rituales cuya simetría formal, un perpetuo mano a mano, tiene en primer lugar un carácter conflictivo, pueden ser interpretadas como imitación de la crisis sacrificial.

Parece que, en el sacrificio dinka, el paroxismo no se produce con la muerte misma sino con las imprecaciones rituales que la preceden y que se suponen capaces de destruir a la víctima. Al igual que en la tragedia, pues, la víctima es inmolada esencialmente a fuerza de palabras. Y parece que estas palabras, aunque no siempre mantenidas por el ritual, son fun­damentalmente las mismas que la acusación lanzada por Tiresias contra Edipo. La ejecución consiste a veces en una auténtica embestida colectiva contra el animal. En este último caso, son especialmente buscadas las par­tes genitales. Ocurre lo mismo en el caso del pharmakos, que es azotado con plantas herbáceas en los órganos sexuales. Todo lleva a creer que la víctima animal representa una víctima original acusada, como Edipo, de parricidio o de incesto o de cualquier otra transgresión sexual que signi­fica la desaparición violenta de las diferencias, la responsabilidad principal en la destrucción del orden cultural. La inmolación es un castigo cuyas modalidades determina la naturaleza del crimen pero cuya repetición pro­cede de un pensamiento ritual que saca de ella unos beneficios sin medida posible con una simple disposición punitiva. Estos beneficios son reales; el pensamiento ritual es incapaz de comprender por qué se han obtenido; todas las explicaciones que propone son míticas; este mismo pensamiento ritual acaba por ver, en cambio, cómo estos mismos beneficios se obtienen y se esfuerza incansablemente en repetir la fructuosa operación.

Las señales de hostilidad y de desprecio, las crueldades de que es objeto el animal antes de su inmolación, son sustituidas, inmediatamente después, por los testimonios de un respeto típicamente religioso. Este respeto coin­cide con el alivio probablemente catártico que resulta del sacrificio. Si la víctima se lleva consigo a la muerte la violencia recíproca, ha desempe­ñado el papel que se esperaba de ella; pasa ahora por encarnar la Vio­lencia tanto bajo su forma benévola como malévola, esto es, la Omni­potencia que domina a los hombres desde muy arriba; es razonable, des­pués de haberla maltratado, que se le rindan honores extraordinarios. De la misma manera, también es razonable expulsar a Edipo cuando parece aportar la maldición, y razonable honrarle a continuación cuando su mar­cha aporta la bendición. Ambas actitudes sucesivas son igualmente racio­

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