EL NUDO DE LA CUESTIÓN

Thomas Mann desarrolla el conflicto de Las cabezas trocadas en el marco solemne, aunque irónico, de una «leyenda india», como la subtitula.
Al ubicarlo en ese contexto, nos instala de lleno en un mundo mágico y fantástico en el que todo se hace creíble, y donde plantea el nudo de la situación dramática, en términos inimitables.
Nanda y Chridaman eran dos jóvenes «poco diferentes en años y casta» que, en lejanos tiempos y en la remota India de los brahmanes, mantenían estrecha amistad. Juntos compartían sus horas de ocio, hallando gran placer en su mutua compañía, y si salían a cumplir encargos o trabajos repartían sus provisiones y la carga.
Juntos se encontraban también discurriendo sobre religión y el conocimiento de las esencias cuando sorprendieron, casualmente y sin que ella lo notara, a Sita, hermosa muchacha que estaba tomando su baño ritual en un río sagrado.
Chridaman quedó prendado de ella y Nanda, que la conocía, se ofreció a pedir su mano a los padres, como mediador, para su amigo.
Los hechos de esta historia sucedieron cuando habían transcurrido seis meses desde que se habían casado la hermosa Sita y el noble Chridaman. «Los recién casados acordaron con su amigo Nanda hacer un viaje hacia los padres de Sita que no habían vuelto a ver a su hija desde que abrazara a su esposo, y que deseaban convencerse de cómo le sentaba el placer conyugal. Aunque Sita esperaba, desde hacía algún tiempo, las alegrías maternales se arriesgaron a la expedición… Viajaban en un carro entoldado y encortinado del que tiraban un buey cebú y un dromedario; y Nanda, el amigo, guiaba la yunta.»
En ese viaje se fueron haciendo manifiestos, para cada uno de ellos, los sentimientos que estaban latentes desde mucho tiempo atrás, y la lucha entre la tentación de los deseos y la lealtad.
Tenemos ya planteada la situación triangular en que hay un tercero, Nanda, que controla a la pareja: «guiaba la yunta». Y, en Chridaman, se hicieron agudamente dolorosos los celos que le atormentaban al percibir las miradas que se cruzaban entre su amigo, tan preciado, y su mujer, tan querida.
El amigo guiaba, pero su gran ambivalencia hizo que «equivocara» el camino y, en lugar de llegar a la aldea natal de Sita, fueron a dar ante un templo tallado en las rocas que reconocieron como un santuario de Kali. Obediente a un impulso interior, Chridaman dio a conocer su deseo de bajarse y venerar a la diosa. Abandonó el carro, diciendo que lo esperaran un instante, mientras entraba a orar.
«La imagen de Kali despertaba terror. Rodeado de un arco de calaveras, y de manos y pies cortados, el ídolo salía de la roca … en el cráneo que una de sus manos llevaba a su boca humeaba la sangre…
«Chridaman se quedó con la mirada fija, con un terror que de momento en momento crecía hacia el éxtasis, y rogó: ‘¡Eterna, anterior a todo lo creado! ¡Madre sin esposo, cuyo vestido nadie levanta!… déjame que regrese a ti de nuevo por la puerta del cuerpo materno, que me deshaga de este yo y deje de ser Chridaman’,
«Pronunció estas oscuras palabras, tomó del suelo la espada, y se separó a sí mismo la cabeza del tronco,»
Se había cumplido el primer acto de la tragedia.
Si pensamos en los motivos inconscientes que determinaron este episodio debemos tomar en consideración la actuación de una tendencia psicopática en Nanda que, profundamente, debe haber sentido la necesidad de influir sobre Chridaman para «llevarlo», equivocadamente, al santuario de Kali; como también la tendencia regresiva de Chridaman que, ante la frustración y los celos, tuvo que recurrir a la relación con una imago materna más primitiva.
El terror que le inspiró su aparición incrementó al máximo sus tendencias suicidas y masoquistas, llevándolo a actuar la disociación cabeza-tronco, preexistente como veremos, con la máxima crueldad y ofrecer a la madre su propio cráneo ensangrentado. Con este acto atacaba también, y en forma definitiva, su identidad: «que me deshaga de este yo y deje de ser Chridaman».
Entretanto, los que le esperaban fuera comenzaron a inquietarse por la tardanza y Nanda decidió entrar al templo en su busca, donde se encontró con el horrible cuadro.
«Ahí yacía su amigo, la cabeza color de cera con el turbante suelto, separada del tronco, y su sangre deslizándose hacia el foso. Inclinado hacia adelante hizo movimientos indecisos hacia el Chridaman dividido en el suelo, no sabiendo a qué parte dirigirse, cuál abrazar, a cuál hablarle, si al cuerpo o a la cabeza».
La culpa persecutoria que experimentaba por sus sentimientos hacia la mujer y por haberlo «llevado» hasta allí se hizo intolerable para el desolado Nanda. «Yo quería quemarme contigo y de la misma manera quiero desangrarme contigo … y ejecutó con sus fuertes brazos y de la manera más exacta la sentencia que había pronunciado contra si mismo, de modo que su cuerpo cayó atravesado sobre el de Chridaman, y su simpática cabeza rodó junto a la de su amigo, donde quedó yaciendo con los ojos revueltos.»
Nanda se inmola ahí ante el padre, por la culpa proveniente de sus deseos edípicos hacia Sita, y se mata con la misma muerte que piensa haber causado al padre: se decapita, se castra, como siente haber decapitado y castrado. Por otra parte, en esta determinación estaba presente, al mismo tiempo, la satisfacción de un deseo de someterse homosexualmente al padre. Más regresivamente aún, deseaba desangrarse con él, fundirse en uno solo. Además, Nanda representa también una parte de Chridaman, de modo que su decapitación significa, a la vez, una entrega pasiva a la madre castradora y ávida de sangre a la cual se ofrece también en holocausto.
Finalmente, «también la hermosa Sita bajó del carro, y se puso en camino hacia la casa de la (diosa) madre donde se encontró con la sangrienta y terrible escena. Cayó sin conocimiento al suelo. Pero, ¿de qué le valía esto? El horrible estropicio podía esperar, como ya había esperado, mientras Sita creía, por su parte, estar esperando; permaneció sin mudanza tanto tiempo como hizo falta, y cuando la desdichada volvió en sí de nuevo todo estaba como antes». Luego de las presumibles lamentaciones, comenzó a acusarse de ser la causante de semejante desastre y se dispuso a estrangularse con las lianas que pendían de una higuera.
Ella también se sentía culpable no sólo por haber provocado el conflicto entre el esposo y el amigo, sino que, además, identificada con la diosa Kali, se sentía profundamente inspiradora de esas muertes. Por otra parte, también ella en su calidad de hija sometida a la madre cruel, buscó un tipo de muerte similar: el estrangulamiento como una forma de decapitación.
Cuando estaba a punto de realizar sus designios «le llegó una voz de los aires que indudablemente sólo podía ser la voz de la misma Kali, la inabordable, la oscura Madre de los Mundos».
Luego de un largo diálogo, tan sabroso como irónico, en que discurrieron sobre el destino y sobre si las cosas podían o no haber sido de otra manera, la diosa concluyó: «Me compadezco, ¡qué hacerle! aunque no lo mereces, de ti y del pálido ciego germen que está en tu seno, y también de los dos jóvenes que están adentro. Abre, pues, tus orejas y escucha lo que te digo: deja en paz ahora esa enredadera y vuelve a mi santuario, ante mi imagen y el estropicio que tú has ocasionado. Ahí no hagas melindres y no caigas desmayada, sino que toma las cabezas por la coronilla y vuélvelas a encajar en los pobres troncos. .. No acerques demasiado aprisa las cabezas a los cuerpos, a pesar de la gran fuerza de atracción que vas a sentir entre cabeza y tronco para que la sangre vertida tenga tiempo de regresar. La cosa se produce con celeridad mágica, pero se necesita un momentito! .. ¡Hazlo bien, y no vayas en tu aturdimiento a ponerles las cabezas al revés y anden con la cara en la nuca»…
En el fondo, detrás de lo que manifiestamente aparece como actitud más benévola, persiste la intención sometedora y castradora, ya que insinúa la condición homosexual en que coloca a los jóvenes.
«La hermosa Sita dio un salto y corrió con toda rapidez… y comenzó la obra prescripta, ante el rostro terrible de la diosa, con una actividad afiebrada y voladora»… Pero una vez finalizada su tarea, «cuando surgieron ante ella los jóvenes, la miraron y se miraron a sí mismos; o más bien: al hacerlo se miraron el uno al otro pues para mirarse a sí mismos hubieran debido mirar el uno al otro: de este modo habían sido reconstituidos». ¿Qué había ocurrido? Sita había encajado y afirmado con la bendición, en el uno la cabeza del otro: «en Chridaman la cabeza de Nanda (si a ese tronco sin la cosa principal cabe designarlo todavía como Chridaman) y la cabeza de Chridaman en Nanda, si es que todavía era Nanda un Nanda sin cabeza»…
¿Quién será ahora Nanda y quién Chridaman? ¿Quién será ahora el esposo y quién el amigo? ¿Quién es el padre del niño por nacer?
He ahí el tremendo problema.

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