CAPITULO X CONCLUSION

CAPITULO X
CONCLUSION
Donald Meltzer

  • En el momento en que culmina un libro y se han reunido sus diversas partes, tal vez en particular cuando varias personas han trabajado juntas y separadamente en él, como sucede en este caso, lo que emerge parece muy diferente de lo que se pensaba. Uno puede dar un paso atrás y ver cómo las pinceladas se confunden entre sí, hasta que resultan en un esquema cuya organización nunca se planeó o esperó. De pronto se hace evidente que al transformar las experiencias en un libro, uno ha cambiado; al convertirse en parte de la propia historia altera a la per­sona que ve lo que ha pasado tanto como le altera su visión del mundo exterior.

Encuentro, por ejemplo, al mirar hacia mi ihterior, que una particular admi­ración y afecto han crecido por estos niños, lo cual creo que puede separarse de los sentimientos hacia el método o trabajo analítico, los amigos involucrados, la parte grande de mi tiempo vital empleada, etcétera. No, es una admiración espe­cial por estos niños y, en cierta forma, por el autismo. Puedo, por ejemplo, ver que en el texto he establecido vinculaciones con Oates, Lincoln, la leyenda de la Vera Cruz, las Cruzadas, etcétera. ‘Claramente siento que hay en estos niños algo muy heroico y veo, aunque en forma exagerada e incapacitante, el germen de cierta grandeza, cierto «salto en la oscuridad», como lo llamaría Kierkegaard. Sospecho ,que soy testigo de este «caballero de la fe» que falló desde el comienzo, la excen­tricidad del individuo verdadero hipertrofiada más allá de sus raíces en la realidad psíquica. Es mi impresión que esta contratransferencia de mi parte es compartida por los que de verdad trabajaron y conocieron a estos niños. Yo sólo conocí a uno de ellos, Barry, y ftie en consulta antes de su análisis. Mi propia contratrans­ferencia es con el grupo como un individuo compuesto, cuya historia está organi‑

zada como los capítulos                            Es este vértice lo que deseo explorar como una
manera de reunir el material de este libro.

Comencemos con un problema teórico para volver luego a los niños. Han ha­bido solamente dos agregados importantes a la concepción de Freud del comienzo

 

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de la vida mental en el bebé, es decir, su idea del narcisismo primario como un estado en el cual la identificación con objetos que producen satisfacción era in­mediata, automática. Estas amplificaciones, fueron primero, la descripción hecha por Melanie Klein de la disociación e idealización primaria del self y el objeto, originariamente el pecho (es decir la madre como pecho). Mediante esta opera­ción el niño establecía las bases para los conceptos de bueno y malo, aunque con un criterio marcadamente exagerado e inmediato. Melanie Klein consideró que esto marcaba el comienzo de las relaciones objetales, la condición sine qua non que conduce a un desarrollo normal. El segundo corolario fue agregado por Esther Bick en 1968 con su descripción de las funciones psíquicas de la piel en el desarro­llo mental. Ella demostró de manera convincente la necesidad de tener una expe­riencia con un objeto continente con el cual el bebé pueda identificarse para así sentirse suficientemente contenido dentro de su propia piel y ser entonces capaz de tolerar el ser desprendido de los brazos de la madre cuando está despierto sin que sobrevenga la desintegración de su self corporal. También descubrió algunas de las consecuencias que tiene para la fortaleza del yo una piel psíquica defectuo­sa, y mostró cómo se establecían las funciones sustitutivas de la segunda piel para compensar este defecto. Bick vio que esto era un prerrequisito para la adecuada disociación e idealización y, por consiguiente, para la resolución satisfactoria de las confusiones entre lo bueno y lo malo.

Todo el material de los capítulos clínicos de este libro declara de manera inequívoca que estamos frente a niños en los cuales estos pasos del desarrollo se perdieron o fueron en principio inadecuados. No encontramos, sin embargo, la esperable proliferación de ansiedades persecutorias, suspicacia paranoide y per­versidad sádica. Por el contrario, los niños son suaves, tiernos y caen fácilmente en una desesperante depresión, más irritados que atemorizados por los omni­presentes bebés-rivales. Es sólo después de que el análisis y el desarrollo avanzan una cierta distancia, que la dureza y crueldad narcisistas, con los consecuentes miedos persecutorios y suspicacias paranoides hacen su aparición en Timmy o John. In­cluso Barry tiene muy poco temor a los perseguidores, y más bien es perseguido por los sentimientos depresivos generados por su daño continuo a su objeto, que realiza mediante una brutal invasión (el vendaje durante las vacaciones, por ejem­plo); y no desarrolló una organización narcisista hasta después del establecimiento de un mundo interno y la disociación e idealización del self y los objetos («ahora sé por qué soy tan horrible»). Los segundos cinco años de su análisis, lo mismo que el último año de Timmy y de John, se ocuparon del análisis de la organiza­ción narcisista (el golpearse la cabeza del equipo maníaco John-osito, por ejem­plo). Piffie, por otro lado, comenzó con la señora Hoxter en un estado que Barry apenas alcanzó después de nueve años de análisis. Es en este sentido que los niños están unidos en mi mente como un individuo compuesto, ilustrando los cambios exteriores en el equilibrio entre amor y odio que ordinariamente aparecería como un problema del temperamento, pero que pueden considerarse como las conse­cuencias del cambio en la estructura de la personalidad. En el camino hacia la mejoría de su estructura mental, los niños se hicieron manifiestamente más crue­les y duros debido a que la disociación e idealización hizo posible la organización narcisista.

 

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Ahora bien, hay cierta suerte de lección _escondida en estos hallazgos, algo relacionado con la disociación e idealización, de bueno y malo como categorías mentales, algo que hace surgir una pregunta acerca de su necesidad. El cargo contra Milton de que hizo de Satán el héroe en El paraíso perdido no carece de fundamento, ya que no se ha visto muchos hombres luchando como Milton para contener y tratar personalmente, responsablemente, con cada aspecto de sí mismo en relación con su objeto, Dios. Es evidente que Melanie Klein conside­raba que los procesos disociativos se instauran violentamente a partir de impul­sos destructivos, sin considerar el propósito o motivo por los que se utilizan. Ella siempre creía que la disociación era dañina para el objeto en cierto grado, y, por tanto, siempre razón de culpa y remordimiento. Y es verdad que, al estu­diar los procesos disociativos, observamos que tienen la cualidad de un juicio pro­nunciado y ejecutado sin considerar la sabiduría salomónica que puede subyacer por detrás. Hay una «irritante indagación de datos y razones», una búsqueda por lá «resolución final del problema X».

Pero probablemente sea también cierto que los procesos.disociativos son ne­cesarios para el tipo de decisiones que hacen posible la acción en el mundo exte­rior. Cada decisión implica poner en movimiento un plan singular entre varias alternativas; es experimental, implica riesgo, una cierta crueldad hacia uno mismo o los otros. Recuerdo cuando niño haber visto un filme científico sobre cristalo­grafía, que trataba del corte de un enorme diamante en bruto de mucho valor. Los cortadores estudiaron su estructura, trazaron líneas sobre los clivajes naturales supuestos, y luego, en el momento de mayor suspenso, aplicaron un pequeño cincel, le dieron un golpe suave y el diamante se cortó limpiamente en dos partes. Quedé muy impresionado. Pero también estoy muy impresionado por el sueño de Piffie a los catorce años sobre un objeto precioso que tiene líneas naturales de clivaje. Mientras la señora Bick parece haber descubierto el secreto de la fuerza del yo, Piffie ha descubierto tal vez el secreto de la elasticidad del yo, del doble­garse para conquistar: las cañas se doblan mientras el roble cae frente al temporal. En una palabra, contemporizar sabiendo desligarse. La orden dada por Lincoln a sus reclutas sería el mejor ejemplo en este punto.

El término contemporizar hace surgir inmediatamente el espectro de la hesi­tación, la indecisión, la dilación morosa y el compromiso, la marca de fábrica del carácter obsesivo. ¿Dónde radica la diferencia? ¿En qué forma la obsesión de Piffie difiere de la del «Hombre de las Ratas» de Freud? Una clara respuesta es que el paciente de Freud desplegó sus ideas obsesivas de separar y controlar, al servicio de su ambivalencia hacia su «dama», todo su amor y su odio. Los rasgos obsesivos de Piffie no sirven a su ambivalencia, que en realidad es muy poco manifiesta. Realmente su control omnipotente tiene la intención de servir a su deseo de poseer a su «señora Hoxter» tan completamente como John quiere a la «señora», pero finalmente a través de la comprensión de sus (de ella) meca­nismos internos, no de fuerza. Como el Mr. Magoo de Barry, Piffie es un enamo­rado que desea comprender a su objeto hasta tal punto que llegue a hacerlo tan dichoso que no necesite o quiera otros bebés o papás-penes. ¿Es ésta una forma primitiva de amor? Sí. ¿Egocéntrica? Sí. ¡Pero auténtica!

Debo también hacer una pausa en este momento para prestar atención a un

 

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fenómeno frecuente en mis exploraciones científicas a lo desconocido. Cuando me acerco a un nuevo mojón, encuentro en él una pequeña pila de rocas y una peque­ña bandera con la letra «B», presumiblemente por Bion. Debe haberse notado que hemos arrivado a los vértices A, O y C: amor, odio y conocimiento. En bionés parecería que estoy sugiriendo que la diferencia entre las obsesiones de Piffie y el Hombre de las Ratas es una diferencia de vértices: A y O para el Hombre de las Ratas, C para Piffie. Encontramos entonces que el amante, el artista y el científico son la misma persona, y que la ciencia puede comenzar muy temprano. Pero también puede sobrepasar sus fuentes y proliferar como una enfermedad. Esto también implica la posibilidad de no hacerlo y, por tanto, de un tipo de es­tructura de personalidad sana y elástica, que se construye por medios que no impliquen la disociación e idealización. Desde este punto de vista los conceptos de bueno y malo no serían necesariamente del tipo descrito por Money-Kyrle en su investigación de la lógica interna del desarrollo de la mente. Quisiera tam­bién señalar que esta investigación nos vuelve a los primeros trabajos de Melanie Klein, que puso énfasis sobre el instinto epistemofílico como una fuerza impul­sora del desarrollo, y el cuerpo de la madre como el «mundo» original que se explora.

Esto abre una ventana en el método psicoanalítico como una cosa en sí misma, en la cual la gente puede participar, a veces como. paciente, a veces como analista, a veces como ambos simultáneamente. ¿En qué consiste la emoción que se agita en este tipo de experiencia? Si el proceso está dominado por el vértice C, los hechos esenciales serán los de ser ambos conocedor y conocido, tal vez más quijotesco que el nombre de conquistador* que Freud se diera a sí mismo. En su esencia, sin embargo, el proceso- parecería merecer el nombre de «aventura» y, en momentos de fruición, parecería más apropiadamente acompañado —no, no acompañado, llenado, bañado—, bañado con el sentimiento de maravilla ante la belleza del mundo de la mente, el único mundo que realmente podemos «co­nocer».

Barry parece haber hecho su viaje a la luna, y durmió en un féretro del que fue rescatado por un «amigo». Cuando miró hacia arriba, lo que para la señorita

Weddell significa que miró el pezón materno en lugar de mirar hacia abajo, a su trase­ro, todo cambió. Estaba maravillado ante un objeto que lo podía rescatar de su dor‑

mir, sin la menor ayuda de su parte, mediante su música psicoanalítica de PATV,

DWTV y PAC —la conspiración psicoanalítica—. Su desconfianza de PAC se centra­ba en su sospecha de que su última meta era separarlo de su madre y capacitarlo

para ganarse la vida. Probablemente había en esto bastante verdad aunque no debie‑

ra haber sido así. Los psicoanalistas, por supuesto, no deberían tener otra meta que la de llevar adelante el proceso psicoanalítico. Pero esto es parte de la dificultad de

C y de su campo de incertidumbre; nos pr:,)híbe tener metas y criterios externos, lo que nos ubica en una posición muy vulnerable respecto a la crítica y al ridículo. Es precisamente en relación con estas dificultades que aparece la distinción entre fuerza y elasticidad. El Sansón de Milton* era fuerte en su creencia en Dios

* En español en el original. [T.I

* John Milton: Samson Agonistes. A Dramatic Poem. 1671. [T.I

 

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antes de caer rendido a la seducción de Dalla. Pero cuando estaba en Gaza sin sus ojos fue elástico, pudo resistir la seducción, contemporizar con las amenazas y esperar su oportunidad:

«Las órdenes no son una coacción. Si las obedezco,

Lo hago libremente, aventurándbme a desagradar

A Dios por temor del hombre, y preferir al hombre,

Postergando a Dios: . .»

(1375)

«Las órdenes del amo tienen fuerza irresistible

Para quienes le deben absoluta sumisión;

Y por la vida, ¿quién no cambiaría su determinación?

(Tan variable es la conducta de los hombres.)

Pero, por cierto, nada debemos acatar

Que sea escandaloso o prohibido por nuestra ley.»

(1409)

La diferencia esencial radica en alejarse de la disociación e idealización que equipara la nación de Israel con Dios y lo bueno, mientras los filisteos y Dagon constituyen lo malo; y diferenciar entre el mundo interno de Dios y la Ley y el mundo externo de amigos y enemigos; enemigos hoy los amigos de ayer, y tal vez mañana sean amigos una vez más. Mientras que lo bueno y lo malo se crean por la violenta disociación e idealización, la diferenciación interno-externa sigue una línea de clivaje, sólo necesita un pequeño golpe con el cincel y puede ser reunida nuevamente sin dolor, como el hermoso refugio de Piffie.

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