PRIMERAS ETAPAS DE LA PSICOTERAPIA

PRIMERAS ETAPAS DE LA PSICOTERAPIA

Mi primera impresión de Piffie, que entonces tenía tres años y medio, fue la de un niño atractivo, pequeño para su edad, pero compacto y regordete, que mostraba un grado de compostura y una falta de ansiedad engañosos. En la pri­mera sesión no mostró ninguna reacción cuando su madre se fue del cuarto de juego. Pasó mucho tiempo examinando cubos para construir y juguetitos, alineán­dolos, agrupándolos en una variedad de formas y luego los guardó cuidadosamente en cajitas. Me miró dos veces y su primer uso de mí fue hacerme sostener dos cubos que se habían caído. Durante las primeras semanas ésta fue una de las ac­tividades repetidas con más frecuencia. Era evidente que los juguetes (animalitos, casitas, autos, etc.) casi no tenían para él valor representativo, eran en gran me­dida trozos indiferenciados de sí mismo y de sus objetos. A diferencia de otros niños con un grado más severo de autismo, no desparramó estos trozos a su alre­dedor con el objetivo de producir caos en el cuarto, que tanto refleja el estado interno como anula la distinción entre el self y el no-self. En su lugar, Piffie demostró una perseverante necesidad de controlar los pedazos e imponerles su propio sentido privado del orden, en el cual la ubicación y el uso de continentes,

 

150                                                           S. HOXTER

como cajas, cumplían un papel importante. En las siguientes sesiones mostró furia y ansiedad cuando ciertos objetos cayeron al suelo y no querían conformar­se a su sistema. Comenzó entonces a usar mi falda de una manera algo diferente de las cajas, como un lugar para objetos que se habían caído, estaban en desor­den o eran molestos. Esto lo llevó muchas veces a explorar los contenidos de mi regazo, y a recobrar de allí cosas que entonces le eran en apariencia más signifi­cativas. Porque cuando las tomaba de mi falda fue más y más capaz de nombrarlas correctamente, y a partir de ese comienzo su uso del lenguaje aumentó sin pausas.

Daré algunos ejemplos de la tercera y cuarta semana de terapia. Primero que­ría asegurarse de que todos sus juguetes estuvieran como los había dejado antes del fin de semana: en una caja, que a su vez estaba en otra caja, la que estaba en una tercera caja, dentro de un cajón. En particular, quería encontrar la leona de juguete que, usando una de sus raras palabras, llamó Gigí, como el gato de su casa. Luego de un tiempo echó todos los juguetes en mi falda. Buscó luego a Gigí y la encontró con mucho placer; y repitió este juego de perder a Gigí en el mon­tón de juguetes y volver a encontrarla. Mi interpretación incluyó que quería que yo fuera una mamá que podía guardar todas sus cosas dentro de mí sin peligro; que Gigí (que representaba, pienso, las caricias y el consuelo del objeto materno perdido durante el fin de semana) se perdía y mezclaba con los «plop plops»* y otras cosas que él sentía haber puesto dentro de mí; cuando yo los sostenía, pensaba que podía mirar dentro de mí y encontrar nuevamente las partes buenas. Luego tomó y nombró una cantidad de otros juguetes, conejos, .ventanas en una casa y un «caballo-papá».

En una sesión de la cuarta semana descartó algunos cubos y los arrojó sobre. mi falda con cierta violencia. Con los cubos restantes trató de construir, y era evi­dente que los colores azul y amarillo jugaban un papel importante en su combina­ción. Nunca estaba satisfecho con su estructura y ésta se caía repetidamente; se sintió un poco desesperado, derramó algunas lágrimas, apretó sus dientes y me miró con furia. Finalmente tomó las piezas caídas, las puso en mi falda y trató de construir algo allí. Interpreté que me necesitaba como una mamá capaz de recibir sus ataques y los fragmentos de sí mismo. Para aclararle más mi interpretación, le mostré cómo los cubos amarillos y azules lo representaban, pues vestía un sué­ter amarillo y shorts azules. Esto lo deleitó, e inmediatamente fue a buscar algunos cubos rojos que ubicó sobre sus zapatos rojos, mostrándome cómo concordaban. Fue éste, para él, un momento de real insight y alivio. Tomó entonces una peque­ña torre con la parte superior roja y la sostuvo cerca de su pene. A continuación, con los cubos aún en mi falda, logró realizar exitosamente una construcción con cubos rojos como sus zapatos en la base, luego cubos azules por sus shorts y los amarillos por su suéter.

Esta manera de juntar las partes de sí y lograr una imagen más coherente de sí mismo y de su cuerpo, representó un paso elemental, pero importante, hacia el desarrollo de su sentido de identidad. Al poner partes de su self en mí como ma­dre continente, comenzó a descubrir una manera de poder enfrentar su senti‑

 

miento de estar en pedazos y de poder encontrarse a sí mismo. Durante un tiem­po, comenzó la mayoría de las sesiones buscando los cubos que concordaran con los colores de sus ropas y de las mías. Tenía ya un lenguaje lúdico con el cual expresar y pensar sus problemas. De esta manera, podía comunicarse y trabajar en lo que en ese momento entendí eran las vicisitudes de la integración y la des­integración, pérdida o daño a partes que él sentía que los dos teníamos que so­portar. Estas partes de su propio cuerpo y el mío podían diferenciarse y haber así más distinción entre él mismo y algo o alguien diferente.

Deja un comentario