La génesis de los mitos y de los rituales 121

Las medidas especiales contra el incesto sólo se justifican si el rey per­manece especialmente expuesto a este tipo de transgresión. Cabe admitir, pues, que la definición fundamental de la realeza sigue siendo la misma en todos los casos. Incluso en una sociedad que excluye formalmente el incesto, el rey sustituye una víctima original de la que se supone que ha violado las reglas de la exogamia. Es en cuanto sucesor y heredero de esta víctima que el rey permanece especialmente predispuesto al incesto. Se espera encontrar en la copia todas las cualidades del original.

La regla general, la prohibición absoluta del incesto, aparece aquí reafirmada, pero de una manera tan especial que conviene entenderla fun­damentalmente como una excepción a la excepción e interpretar el recha­zo del incesto en el marco de las culturas que lo exigen. La cuestión esencial es ésta: ¿por qué la repetición de un incesto invariablemente atri­buido al expulsado original, al antepasado o al héroe mítico fundador, es considerada unas veces extremadamente favorable, y otras extremadamente nociva, y ello en unas sociedades muy próximas entre sí? Una contradicción tan formal en unas comunidades cuyas perspectivas religiosas —al margen del incesto del rey— permanecen muy próximas, desafía aparentemente cualquier esfuerzo de interpretación racional.

Observemos de entrada que la presencia de un tema religioso como el incesto del rey en una área cultural de considerable extensión supone la presencia de algunas «influencias» en el sentido tradicional del término. El tema del incesto no puede ser «original» en cada una de estas culturas. Esto constituye una evidencia innegable. ¿Significa que nuestra hipótesis general ha dejado de ser aplicable?

Afirmamos que la violencia fundadora es la matriz de todas las signifi­caciones míticas y rituales. Esto sólo puede sostenerse, al pie de la letra, de una violencia, por decirlo de algún modo, absoluta, perfecta y perfecta­mente espontánea que constituye un caso límite. Entre esta originalidad perfecta y, en el otro extremo, la repetición perfecta del rito, cabe su­poner una gama literalmente infinita de experiencias colectivas interme­dias. La presencia en un territorio amplio de temas religiosos y culturales comunes no -excluye en absoluto, en el plano local, una experiencia autén‑

tan eficaces que no sólo provocan una esterilidad radical, sino la supresión completa de las reglas. El carácter excesivo de estas costumbres se explica a la luz del conflicto entre la tradición del incesto real y la voluntad de no admitir una excepción a la prohibición exogámica. Los Pende, en efecto, manifiestan una intolerancia absoluta respecto al incesto de los jefes. Un jefe fue dimitido de sus funciones porque, siendo curandero, había curado a su hermana de un absceso en la ingle: «Has visto la desnu­dez de tu hermano —se le dijo—, ya no puedes ser nuestro jefe.» L. Makarius, op. cit., p. 671. Respecto a los pende, ver Sousberghe, L., «Etuis péniens ou gaines de chasteté chez les ba-Pende», Africa, XXIV, 1954; «Structures de parenté et d’allian­ce d’aprés les formules Pende», Mémoires de l’Académie royale des sciences coloniales beiges, t. IV, fase. 1, 1951, Bruselas, 1955.

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