El Sacrificio 21

venganza, basta comprobar el considerable espacio que conceden a este tema los rituales. Y observar la paradoja, en ocasiones algo cómica, de unas referencias constantes a la venganza, de una auténtica obsesión por la venganza en un contexto en el que el peligro de venganza es absoluta­mente nulo, el de la muerte de un cordero, por ejemplo:

«Se disculpaba del acto que se disponía a realizar, gemía por la muerte del animal, lo lloraba como si fuera un pariente. Le pedía perdón antes de herirlo. Se dirigía al resto de la especie a la que pertenecía como a un vasto clan familiar al que suplicaba que no vengara el daño que iba a ocasionarle en la persona de uno de sus miembros. Bajo la influencia de las mismas ideas, po­día ocurrir que el autor de la muerte fuera castigado; se le gol­peaba o se le exilaba.5»

Los sacrificadores imploran a la especie entera, considerada como un vasto clan familiar, que no vengue la muerte de su víctima. Al describir en el sacrificio un crimen destinado tal vez a ser vengado, el ritual nos indica de manera indirecta la función del rito, el tipo de acción que está llamado a sustituir, y el criterio que preside la elección de la víctima. El deseo de violencia se dirige a los prójimos, pero no puede satisfacerse sobre ellos sin provocar todo tipo de conflictos; conviene, pues, desviarlo hacia la víctima sacrificial, la única a la que se puede herir sin peligro, pues no habrá nadie para defender su causa.

Al igual que todo lo que afecta a la esencia real del sacrificio, la ver­dad de la distinción entre sacrificable y no-sacrificable jamás llega a ser formulada directamente. Algunas extravagancias, algunos caprichos inexpli­cables, nos ocultarán su racionalidad. Determinadas especies animales, por ejemplo, quedarán formalmente excluidas mientras que la exclusión de los miembros de la comunidad, como si fuera la cosa más obvia, ni siquiera será mencionada. Al interesarse de manera demasiado exclusiva por los aspectos literalmente maníacos de la práctica sacrificial, el pensamiento moderno perpetúa, a su manera, la ignorancia. Los hombres consiguen evacuar con mucha mayor facilidad su violencia cuando el proceso de eva­cuación no se les presenta como propio, sino como un imperativo abso­luto, la orden de un dios cuyas exigencias son tan terribles como minu­ciosas. Al desplazar la totalidad del sacrificio fuera de lo real, el pensa­miento moderno sigue ignorando la violencia.

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5. H. Hubert y M. Mauss, Essai sur la nature et la fonction du sacrifice, en M. Mauss, Oeuvres, 1 (París, 1968), pp. 233-234.

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