EL SACRIFICIO 09

En numerosos rituales, el sacrificio se presenta de dos maneras opues­tas, a veces como una «cosa muy santa» de la que no es posible abstenerse sin grave negligencia, y otras, al contrario, como una especie de crimen que no puede cometerse sin exponerse a unos peligros no menos graves.

Para explicar este doble aspecto, legítimo e ilegítimo, público y casi furtivo, del sacrificio ritual, Hubert y Mauss, en su Essai sur la nature et la fonction du sacrifice,’ invocan el carácter sagrado de la víctima. Es cri­minal matar a la víctima porque es sagrada… pero la víctima no sería sagrada si no se la matara. Hay en ello un círculo que recibirá al cabo de cierto tiempo, y sigue conservando en nuestros días, el sonoro nom­bre de ambivalencia. Por convincente y hasta impresionante que siga pa­reciéndonos este término, después del asombroso uso que de él ha hecho el siglo xx, tal vez sea el momento de reconocer que no emana de él ninguna luz propia, ni constituye una verdadera explicación. No hace más que señalar un problema que sigue esperando su solución.

Si el sacrificio aparece como violencia criminal, apenas existe violen­cia, a su vez, que no pueda ser descrita en términos de sacrificio, en la tragedia griega, por ejemplo. Se nos dirá que el poeta corre un velo poético sobre unas realidades más bien sórdidas. Es indudable, pero el sacrificio y el homicidio no se prestarían a este juego de sustituciones recíprocas si no estuvieran emparentados. Surge ahí un hecho tan evidente que parece algo ridículo, pero que no es inútil subrayar, pues en materia del sacri­ficio las evidencias primeras carecen de todo peso. Una vez que se ha decidido convertir al sacrificio en una institución «esencialmente» —cuan do no incluso «meramente»— simbólica, puede decirse cualquier cos El tema se presta de modo admirable a un determinado tipo de reflexión irreal.

 

1. Sacado de l’Année sociologique, 2 (1899).

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