Hubo un viraje: la imagen persecutoria de la madre fue despla¬zada sobre el padre y el marido, y en la transferencia sobre mí, adjudicándome en este período caracteres paternos. Reiteradamen¬te aparecían “los hombres” y “los analistas” como “locos y ladrones” (la locura era robar) en los más variados contextos.
Al mismo tiempo buscaba la ayuda de su madre para el cuida-dado de la niña, aunque controlada, sin dejarla en sus manos.
Lo más significativo era el tipo de relación que mantenía con la hija: una relación ideal e incondicional, de la que no permitía participar al marido. Limitó a un mínimo su contacto con el mun¬do externo y también su contacto sexual porque, según decía, “no podía hacerle eso a la nena”. En ese tiempo abandonó sus estudios, según ella, con carácter definitivo, despreciando la carrera que antes valorizaba tanto: podía prescindir de la “cabeza omnipotente” mien¬tras poseía el “pecho omnipotente”.
Este tipo de ligamen con la hija iba más allá de lo que pu¬diera entenderse como la natural estrecha relación madre-hijo de los primeros períodos de la vida del niño; se trataba de una actitud autista frente al mundo externo, donde formando con la niña una unidad simbiótica se apartaba de él.