Segundo trimestre

Segundo trimestre

Al regresar de las primeras vacaciones (Pascuas), Barry apareció en la puerta de entrada de la Clínica provocando una gran conmoción, entrando de golpe y arañando las puertas interiores de vidrio de una manera que recordaba la

 

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impresión original del gorila. En esta ocasión la impresión fue horripilante; pero, como en la primera sesión, se hizo evidente también el niño pequeño. Esta vez era.

un bebé frenético, famélico, quien en su impaciencia de llegar al pecho agarraba, arrebataba y despedazaba. En la sala de espera Barry desparramó todos los papeles en el piso, corría por el pasillo, en el consultorio vació totalmente su cajón en el suelo y en pocos minutos las paredes estuvieron cubiertas de tiza roja. Cuando usaba las tizas arañaba con ellas y las hacía chirriar; las tiraba al suelo y las pisoteaba de modo que el piso estaba cubierto predominantemente de rojo; tiraba agua sobre las tizas y correteaba por el cuarto dejando cruces rojas sobre todos los muebles, el diván y los almohadones.

Barry logró patear y aplastar el papelero, alternando con puntapiés a las piernas de la analista, tirarle del cabello, apresarle la cara y los pechos. Luego

desenrolló un rollo de cinta adhesiva, tratando de pegarlo a varios objetos del

cuarto, pero eventualmente lo apretujó entre sus manos y lo arrojó al suelo. A esta altura parecía que había descargado lo peor de su ataque. Mientras tanto, yo

había interpretado lo que pensaba que ocurría. Me tiró una alfombrilla, mojada y

roja, se levantó uno de los párpados como si fuera a vaciarse un ojo, se sacó el pulóver, apretándolo contra sí. ,Luego se inclinó sobre la cómoda a la manera del

viejito. Después de un momento se levantó la corbata a los labios como para besarla, la dobló y apoyó en ella su mejilla de una manera muy conmovedora. A continuación mordió la corbata varias veces con violencia antes de dejar la sesión.

En ese momento yo todavía no sabía que Barry había logrado hacer que mi cara sangrara un poquito cuando me arañó al principio de la sesión. La reacción

tierna y depresiva luego del holocausto recordaba claramente la segunda sesión, junto a una venganza rencorosa que surgía de su posesividad, cuando mordió la corbata antes de retirarse.

Una semana más tarde, poco antes del fin de la semana siguiente, al llegar a la Clínica, Barry provocó nuevamente una gran conmoción. Durante la primera

parte de la sesión tuvo una rabieta parecida a la ya descrita. Esta vez logró rasguñar levemente mi muñeca. La miró por un instante y dijo: «Usted habla demasiado»; me miró de reojo, puso los brazos sobre su cabeza y murmuró para sí —algo acerca de «sigue y sigue»—, luego se dio vuelta para arañar unas marcas en la pared y se fue.

Durante el fin de semana Barry estuvo aparentemente destrozado, incapaz de dormir de noche y con un poco de temperatura el lunes de mañana. Su madre me

telefoneó para preguntarme si debía llevarlo a la sesión. Cuando Barry me vio,

me clavó los ojos, luego murmuró algo así como «Yo pensé que usted estaba…», se volvió a su madre y dijo: «Dale a Robin (su perro) un poco de azúcar». El

principio de la ‘hora lo pasó en la pose del viejito de la segunda sesión; pero

gradualmente pareció revivir mientras yo hablaba. Movió su silla cerca del radiador sosteniéndola primero con una mano y luego con la otra. Después llevó la silla

hacia la mesa y de allí al rincón, lejos de donde yo estaba sentada. Mientras yo continuaba interpretando, comenzó a tener un aspecto somnoliento, puso su cabeza entre sus brazos sobre la mesa y aparentemente se durmió durante un breve lapso; levantó los ojos de. golpe y bajó nuevamente la cabeza, aliviado tal vez de

 

encontrarme aún allí. Continué hablando; volvió a levantar la vista y dijo: «Usted desaparece», y luego comenzó a prepararse para irse.

El martes, mientras caminaba delante de mí por el corredor, se inclinaba a un lado y al otro, golpeando las paredes y puertas a cada lado, como si estuviera descompuesto y mareado; finalmente se dejó caer en la silla tan pronto como llegó al consultorio. Luego de un rato escribió en la pared: «Yo soy ella», .y más tarde: «Estoy muy contento de estar aquí hoy». Luego dibujó una casa en el papel con tiza roja, con lo que inicialmente me parecieron llamas o dardos que la cruzaban de un lado al otro, pero que también podrían haber indicado torrentes de sangre. Hubo variaciones de este tema en varias hojas de papel.

Barry comenzó a pegar estos trozos de papel en la pared, primero con agua y luego con saliva. Al principio los había puesto formando un cuadrado, luego en una alta columna. En ese momento me pareció que era una especie de acción de enyesarme, de remendarme con papel higiénico (reparación onmipotente) después de los ataques destructivos que me habían hecho sangrar concretamente en las sesiones anteriores.

Comentario. La madre de Barry le comentó’ al psiquiatra director que durante las vacaciones su hijo había pasado muchas horas poniendo y quitando vendas de sus piernas y muy preocupado con ambulancias y hospitales. En el momento en que Barry logró realmente lastimarme, yo pensé que era un hecho desafortunado, tal vez incluso peligroso y conducente a un mayor sadismo; pero, al contrario, parece haber precipitado su preocupación y ansiedad depresiva.

Más tarde se pudo reconocer que estas sesiones terminaban con la primera fase del análisis, y mostraban la capacidad de Barry para aceptar la vulnerabilidad de un objeto. El objeto, la analista, tenía entonces una piel que podía ser dañada, pero que podía cicatrizar bajo el molde de yeso —los vendajes— entre las sesiones y en privado (Bick).

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