Edipo y la víctima propiciatoria 80

enemigos se asestan no siempre alcanzan a las personas, pero socavan la mo­narquía y la religión. Cada cual revela cada vez mejor la verdad del otro que denuncia pero sin reconocer nunca en ella la suya propia.

Cada cual se ve en el otro al usurpador de una legitimidad que cree defender y que no cesa de debilitar. No se puede afirmar o negar nada de uno de los dos adversarios que no se deba afirmar o negar inmediata­mente del otro. A cada instante, la reciprocidad se alimenta de los esfuer­zos de cada cual por destruirla. El debate trágico es exactamente el equiva­lente verbal del combate de los hermanos enemigos, Eteocles y Polinice.

En una serie de réplicas de las que nadie, que yo sepa, ha ofrecido una interpretación satisfactoria, Tiresias previene a Edipo en contra de la naturaleza puramente recíproca de la desdicha que avanza, esto es, de los golpes que cada uno asestará al otro. El mismo ritmo de las frases, los efectos de simetría, prefiguran e inician el debate trágico. En este caso, es la propia acción de la reciprocidad violenta lo que borra toda diferencia entre los dos hombres:

«Déjame irme a casa: es como mejor soportaremos/lo tuyo tú y lo mío yo, si me haces caso ya…

»Es que veo que tampoco tus proclamas vienen/a buen fin; y a fin de que no me pase a mí lo mismo…

»…Mas yo jamás por pienso/mis males diga, para no revelar los tuyos.

»No quiero hacerme daño ni tampoco a ti…

»Tu furia a mi dureza inculpas, y la suya/no ves que habita en mí, que a mí me la reprochas.» *

La indiferenciación violenta, la identidad de los antagonistas, hace brus­camente inteligibles unas réplicas que expresan perfectamente la verdad de la relación trágica. El hecho de que todavía hoy estas réplicas parezcan oscuras, confirma nuestro desconocimiento de esta relación. Por otra parte, dicho desconocimiento no es infundado. No es posible insistir, como veni­mos haciendo en este momento, en la simetría trágica, sin contradecir los datos fundamentales del mito.

Si bien el mito no resuelve explícitamente el problema de la diferencia, lo resuelve de manera tan brutal como formal. Esta solución es el parri­cidio y el incesto. En el mito propiamente dicho no hay ningún problema de identidad y de reciprocidad entre Edipo y los demás. Es posible, como mínimo, afirmar de Edipo algo que no se puede decir de nadie más. Es el único culpable del parricidio y del incesto. Se nos presenta como una excepción monstruosa; no se parece a nadie y nadie se le parece.

La lectura trágica se opone radicalmente al contenido del mito. No po­dría serle fiel sin renunciar al propio mito. Los intérpretes de Edipo rey

* Idem, pp. 25-26. (N. del T.) 

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