El Sacrificio 25

en realidad es completamente falsa y sirve de excusa a una infinidad de errores. Refleja la ignorancia de una sociedad, la nuestra, que disfruta desde hace tiempo de un sistema judicial que ya ha perdido la conciencia de sus efectos.

Si la venganza es un proceso infinito, no se le puede pedir que con­tenga la violencia, cuando ella es, para ser exactos, la que trata de con­tener. La prueba de que esto es así la aporta el propio Lowie cada vez que ofrece un ejemplo de «administración de la justicia», incluso en las sociedades que, en su opinión, poseen una «autoridad central». No es la ausencia del principio de justicia abstracta lo que se revela importante, sino el hecho de que la acción llamada «legal» esté siempre en manos de las propias víctimas y de sus allegados. En tanto que no exista un orga­nismo soberano e independiente capaz de reemplazar a la parte lesionada y reservarle la venganza, subsiste el peligro de una escalada interminable. Los esfuerzos para acondicionar la venganza y para limitarla siguen siendo precarios; exigen, a fin de cuentas, una cierta voluntad de conciliación que puede estar presente de la misma manera que puede no estarlo. Es inexacto, por consiguiente, una vez más, hablar de «administración de jus­ticia», incluso en el caso de instituciones tales como la composición o las diferentes variedades del duelo judicial. También en esos casos, según pare­ce, conviene limitarse a las conclusiones de Malinowski: «Para restaurar un equilibrio tribal alterado, sólo existen unos procedimientos lentos y complicados… No hemos descubierto ninguna costumbre o norma que re­cuerde nuestra administración de la justicia, conforme a un código y a unas reglas imprescriptibles.»

Si no existe ningún remedio decisivo contra la violencia de las socie­dades primitivas, ninguna cura infalible cuando se turba su equilibrio, cabe suponer que, en oposición a las medidas curativas, asumirán un papel de primer plano las medidas preventivas. Aquí es donde reaparece la defi­nición de sacrificio propuesta anteriormente, definición que la convierte en un instrumento de prevención en la lucha contra la violencia.

En un universo en el que el menor conflicto puede provocar desastres, de la misma manera que la menor hemorragia en un hemofílico, el sacri­ficio polariza las tendencias agresivas sobre unas víctimas reales o ideales, animadas o inanimadas, pero siempre susceptibles de no ser vengadas, uniformemente neutras y estériles en el plano de la venganza. Ofrece al apetito de violencia, al que la voluntad ascética no basta para consumirse, una solución parcial y temporal, ciertamente, pero indefinidamente reno­vable, y sobre cuya eficacia son demasiado numerosos los testimonios positivos como para que pueda ser ignorada. El sacrificio impide que se desarrollen los gérmenes de violencia. Ayuda a los hombres a mantener alejada la venganza.

En las sociedades sacrificiales, no hay situación crítica a la que no se responda con el sacrificio, pero existen determinadas crisis que parecen exigirlo especialmente. Estas crisis ponen siempre en cuestión la unidad

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