MECANISMOS OBSESIVOS PRIMITIVOS

MECANISMOS OBSESIVOS PRIMITIVOS

Mucho del material descrito concerniente a las fantasías de Piffie acerca del interior de la madre como una casa a explorar para tomar posesión, puede comprenderse como expresando la liberación de los impulsos epistemofílicos normales en el bebé en desarrollo. Gran parte de este material indicaba, sin embargo, las formas en que los mecanismos obsesivos primitivos daban fuerza a ese impulso a poseer conocimiento, tanto como obstruían el desarrollo de la comprensión de los objetos totales.

Durante el segundo año de terapia y los siguientes, se puso a la tarea de domi­narme pedacito a pedacito con extrema perseverancia. Retrospectivamente parecería que había planeado de manera deliberada proveerme de suficiente interés y variedad corno para mantenerme feliz y producir una ilusión de cambio, mientras aseguraba privadamente que el desarrollo permaneciera en gran medida detenido.

 

Describiré dos series de actividades que son particularmente reveladoras de sus mecanismos obsesivos. Una se refiere a sus trazados y dibujos de los contenidos del cuarto. En cierta ocasión mientras dibujaba en un papel sobre el piso, hizo el descubrimiento casual de que al sombrear un área se revelaba el trazado de un cabello que se encontraba bajo el papel. Esto lo entusiasmó y durante muchos meses pasó parte de la mayoría de las sesiones haciendo trazados similares, a los que llamaba «álfombras». Estaba especialmente preocupado en trazar las fisuras y las cabezas de los clavos del piso, usando todos los colores y sus combinaciones. Hizo experimentos poniendo distintos objetos bajo el papel: un trozo de piolín, una goma, tijeras, etc., y todas las combinaciones, variaciones y modelos de esta colección de objetos. También hizo dibujos de los contenidos del cuarto; por ejemplo, una goma y un lápiz separados, una goma y un lápiz juntos, dos sillas juntas, dos sillas separadas, una silla de costado, una silla al revés, una silla sobre el diván, en el lavabo, en el papelero, etc., hasta el infinito. Estos dibujos fueron atesorados durante los años siguientes y volvió a ellos una y otra vez. Los retocaba, les agregaba detalles, emparejaba los bordes deflecados, los reunía como libros, los separaba nuevamente y formaba otros libros con un método distinto de clasificación. Más tarde agregó escritura a los dibujos —pero cada palabra de una oración era encapsulada dentro de un marco y, en consecuencia, aislada de su contexto—. Estas actividades eran una especie de diario y un depósito de memoria para él. Formaron también un museo de los trofeos ganados del interior y exterior de sus objetos maternos.

Revelan una forma concreta de introyección. Casi literalmente se apoderaba de mí pelo a pelo, a veces diciéndose con insistencia: » ¡Hazlo, hazlo!». Al frotar su crayón sobre la fisura del piso cubierta por el papel, parecía al mismo tiempo apretarse contra la fisura y tomar posesión de ésta al traspasarla al papel, donde permanecería cuidada por él con solicitud, pero aislada e inmortal.

Estas actividades parecían al principio referirse al trabajo con los procesos introyectivos. Más tarde me fue posible comprender que, para Piffie, esta actividad sólo era una ecuación simbólica, y pude así establecer que la introyección era literalmente para él un proceso de incorporación semejante a la colección de un catálogo.

Su método de encapsularme en partículas separadas y diminutas volvía el proceso casi indoloro. Cuando, por ejemplo, tomó un cabello de mi cabeza, era imposible que yo me quejara de violación sádica. Con diferencia de él, yo ya no era consciente de mi cabello perdido como una parte valorada de mí misma. Puede, sin embargo, considerarse la posibilidad de que él careciera de impulsos sádicos en una forma fuera de lo común. Es posible que el sadismo también haya formado parte del proceso y se fuera convirtiendo en partículas diminutas, casi invisibles. Posiblemente cada dibujo traspasó, no sólo una partícula de mí misma, sino también una partícula del sadismo de Piffie. Su agresión, especialmente manifestada cuando la empleaba con fines posesivos, también la utilizaba para mantenerse aferrado a los segmentos de su inmovilizado objeto.

Otra expresión de sus mecanismos obsesivos, esta vez vinculados al encapsula-miento, se hizo evidente en su actividad, largamente sostenida, de hacer paquetes. Unas pocas semanas antes de sus primeras vacaciones de verano comenzó a dedicar

 

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parte de cada sesión a poner un artículo, o pequeños grupos de artículos, en el medio de círculos concéntricos dibujados en un papel.Esto luego formó la envoltura de un paquete atado con piolín muy tirante. Al principio pensé que simplemente expresaba una fantasía de empacar para las vacaciones, pero el proceso continuó también después, hasta que en una oportunidad sólo un resto del crayón marrón quedó libre para su uso; una vívida ilustración del empobreci­miento que surge de la encapsulación. Esta actividad acompañó una secuencia de cinco vacaciones. La única explicación que daba era que los paquetes eran «para mantener la lluvia afuera».

Por cierto estaban cerrados a prueba de agua, diseñados para asegurar no sólo la exclusión de los rivales, sino también para asegurar que ninguna parte de mí, su objeto, pudiera escapar o tener alguna clase de asociación o «relación íntima» con alguna otra parte de mí misma. Este proceso es el opuesto a poner todos los huevos en una canasta. De manera similar, pequeñas porciones de Piffie eran depositadas a buen resguardo en apretadas envolturas maternales.

Sus actividades con frecuencia se relacionaban con el ensamblado de objetos. Hizo una serie interminable de gatitos de cartón con miembros segmentados y pegados con cinta adhesiva. También pintó una serie de «negocios de gatos». Cada vidriera mostraba filas de partes de gatos; una, cabezas, la siguiente, miembros, la siguiente, colas, etc., en distintos colores. Estas partes debían ser compradas en cuotas y entonces armadas. Pero luego de armadas de acuerdo con semejanza de colores y denominadas «gato padre», «gato madre», etc., estos gatos debían dividirse y rearmarse con partes multicolores y una total pérdida de identidad, lo que le daba muchísimo placer. En esta forma mostró sus fantasías de que los bebés no crecen sino que se arman con piezas ya hechas dentro de los contenidos del cuerpo materno, así como su decisión de tomar cualquier parte que le sirviera y, muy especialmente, su esfuerzo por controlar la composición de sus objetos.

A menudo quería que hiciera cosas para él. Cuando yo no lo complacía, simulaba que me cortaba las manos y se las ponía en las suyas. Esta actuación se convirtió en un gesto estilizado, que sugeriría el posible origen de ciertos movimientos bizarros de algunos niños autistas.

Cuando se preparaba para ir a la escuela por primera vez, sintió la necesidad de esta acción con particular fuerza. Día tras día dibujó las partes que sentía iba a necesitar. Mi cabeza, su cabeza, mi brazo derecho, su brazo derecho, etc. En cada oportunidad tomaba posesión de una de mis partes, dándome la suya a cambio y llamándome burlonamente «Bebé, señora Hoxter». Finalmente armó las partes en dos dibujos que fueron: Piffie se convirtió en la señora Hoxter y vicever­sa. Entonces, dudosamente equipado y vestido con mi disfraz, se preparó para la difícil y penosa prueba de la escuela.

A pesar de haberse preparado de esta manera, hizo un rápido progreso en sus lecciones, como ya he descrito. Durante este período hubo oportunidad de trabajar con las perturbaciones más normales y neuróticas. En consecuencia, cuando por razones externas fue necesario interrumpir la terapia a la edad de ocho años, pareció bastante apropiado hacerlo y reconocer los limitados logros y la expectativa de que en la adolescencia sería necesario nuevamente recurrir Al

 

tratamiento. Hubo un período bastante prolongado de preparación para el cierre y Piffie finalmente pareció determinado a enfrentarlo, diciendo: «Adiós para siempre, para siempre y para siempre. Nunca más la volveré a ver».

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