Perspectiva kleiniana.

Melanie Klein y sus colaboradores (10) , al estudiar exhaustiva­mente los primeros períodos de la vida del niño, se ocuparon espe­cialmente de las fantasías inconscientes básicas subyacentes a la relación con los objetos. Una vez que el niño aprende a distinguir las cosas que lo gratifican de las que le producen dolor, aprende a dividir el mundo en dos clases de objetos: buenos y malos. Ama a los primeros y odia a los segundos. La leche y el pecho son malos si en alguna forma lo han frustrado. Son buenos, en cambio, cuando él se siente bien y ha sido gratificado por ellos. En esta primera etapa, el niño experimenta todas estas impresiones y sensaciones principalmente a través de sus fantasías que están referidas tanto a su cuerpo como a sus afectos y a los objetos hacia los cuales estos afectos están dirigidos. Como el niño tiene pocos recursos para expresar su amor o su odio, utiliza los productos y actividades corporales como medios para expresar los deseos y emociones con­tenidos en sus fantasías. El aliento, la orina y la materia fecal serán «buenos» o «malos» según las fantasías correspondientes. De modo que las fantasías, que atañen primordialmente al cuerpo, re­presentan impulsos dirigidos hacia los objetos. Al no diferenciar aún la fantasía de la realidad, los actos fantaseados de incorpora­ción (pecho, leche, aire, etcétera) o de expulsión (heces, orina, saliva, etcétera) son equivalentes a los reales para su experiencia. Esto puede conducirlo a la convicción de que ha dañado o destruido realmente a su madre (si así lo hizo en la fantasía), lo cual le provoca culpa y el sentimiento de ser perseguido por su agresión.

 

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