Análisis crítico de Más allá del principio del placer. Esbozo de epistemología realista.

Les dejo este post con un análisis del problema freudiano del método, tomando como ejemplo Más allá del principio del Placer (Jenseits des Lustprinzips), una de las obras claves de Freud y en la cual introduce la arbitrariamente elaborada pulsión de muerte como uno de los determinantes más íntimos del comportamiento humano. Este enorme post o pequeño artículo tiene y muestra de un modo patente el corazón del problema del método freudiano y su analiticismo, su fundar metaprincipios y jugar entre ellos olvidándose de los fenómenos. Además de la crítica al abuso freudiano de los metaprincipios se puede encontrar aquí, en negativo, esbozado un proyecto de epistemología realista. Es decir el marco y las delimitación de lo que debería ser la correcta fundación de un metaprincipio sobre un fenómeno y el posterior «no abuso» del mismo. En definitiva, una via di mezzo entre el analiticismo y el fenomenologismo puro. Tal via di mezzo presupone la necesidad de fundar metaprincipios, pero, también, la necesidad de enmarcarlos dentro de ciertos límites epistemológicos, más allá de los cuales se caería en un uso arbitrario de los mismos. Soy consciente de que es un tema que puede interesar a muy pocos de los lectores habituales, pero no podía dejar de publicarlo por la urgencia del tema.

Análisis crítico de la «compulsión de repetición» en Más allá del principio del Placer

Índice

  1. La noción de repetición en el juego infantil
  2. La noción de repetición en el contexto terapéutico
  3. La noción de “compulsión de destino” como metainterpretación de la repetición
  4. El carácter “conservador” de la compulsión de repetición
  5. Reflexión crítica
    1. El problema del método
    2. El reduccionismo propio de la inemergencia
  6. Conclusión

1. La noción de repetición en el juego infantil:

Freud introduce dicha noción, en la obra que estamos analizando, comenzando por el juego infantil. Para ello se remonta a una obra de Pfeifer (1919) y a una experiencia personal sobre un niño en concreto.

Comienza criticando a Pfeifer por no dar preeminencia en el análisis del problema al punto de vista económico y a la ganancia de placer que este conlleva. Después de lo cual se aboca directamente al análisis de su experiencia personal. Nos describe al niño con una muy buena interacción con su medio y sobre todo con su madre, pero llama la atención sobre el hecho de que el niño poseía el hábito de arrojar lejos de sí todos los objetos que estaban a su alcance y al hacerlo acompañaba tal acto con una expresión de satisfacción que según el mismo Freud y su madre significaba: “se fue” (Fort). El niño jugaba a que sus juguetes se iban. Tal juego tenía una variante en especial con un carretel atado con un hilo, en la cual se añadía el hecho de que el juguete que desaparecía “retornaba” y era saludado amistosamente con un “acá está” (da), segunda fase que provocaba una mayor ganancia de placer que la primera.

Freud interpreta que la renuncia pulsional que implicaba el admitir sin protestas la partida de la madre se resarcía escenificando por sí mismo, en los objetos que estaban a su alcance, el desaparecer y regresar de su propia madre. Teniendo en cuenta que es imposible que la partida de la madre resultara para el niño agradable, Freud se pregunta “¿cómo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él?”. Descarta la tesis que escenificaba la partida para poder sentir el gozo de la vivencia del retorno porque la primera parte era muchas veces escenificada por sí sola y, en su proceso, cuantitativamente mucho mayor que la escenificación misma del regreso. Después de lo cual nos ofrece su interpretación. El primer factor de interpretación que nos ofrece ya es muy interesante: la ganancia de placer que provoca la repetición del juego es el cambio cualitativo del rol actuado. En la escena real de la partida de la madre y la consiguiente experiencia displacentera, el niño juega un rol pasivo, en cambio, en la repetición escenificada, su rol es activo. De modo que el rol de poder y decisión, o “pulsión de apoderamiento” según las palabras literales de Freud, es lo que aporta una ganancia de placer que hace posible la repetición.

Una segunda posibilidad de interpretación, según el mismo Freud, es la tesis de la venganza de la pérdida, es decir que la ganancia de placer es aportada por el hecho de vengarse en la personificación, concretizada en los objetos, de quien es perdido, como si dijese:  «Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo».

A pesar de ambas interpretaciones la pregunta central para Freud es: ¿Puede el esfuerzo {Drang} de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? La respuesta es que, necesariamente, la repetición se explica por una ganancia de placer subsiguiente y directamente asociada a ella.

La conclusión es que, en el juego infantil, siempre se fluctúa entre estas dos interpretaciones. Lo cierto es que, por el juego, se abreacciona la intensidad de la impresión, provocando la consecuente descarga emocional, por medio de su rol activo y dominante de la situación, y por medio de  la descarga y compensación vengativa sobre los actores de la impresión displacentera.

2. La noción de repetición en el contexto terapéutico:

En una breve descripción de la historia del Psicoanálisis, Freud pone como fundamento del salto, desde una clínica descriptiva a un psicoanálisis en rol activo (terapéuticamente hablando), la repetición catárquica del evento traumático.  Recuerda que hay una imposibilidad del recuerdo verbalmente reportado de la situación traumática, más bien esta tiende a revivirse de un modo dinámico en el ámbito de la transferencia.

Antes de entrar en el mérito propio del argumento, Freud nos advierte que no debemos caer en el error de “que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo «inconciente»”. Por el contrario “lo inconciente, vale decir, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia -a despecho de la presión que lo oprime”. Este sucede así porque  “La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a cabo la represión”. En este punto reconoce la insuficiencia lingüística de la Primera Tópica para interpretar lo inconciente, lo reprimido y la resistencia. De modo que lo que se debe oponer no es lo inconciente y lo conciente para poder explicar la mecánica de la resistencia y de lo reprimido. Freud retiene más adecuado para explicar esta problemática la oposición entre “yo coherente y lo reprimido”, porque en el interior mismo del yo es mucho lo inconciente, y parece ser que justamente a esta parte inconciente del yo Freud la considera su “núcleo”[1]. Esta substitución del lenguaje de la Primera Tópica por el de la Segunda es una mejora, que según Freud, nos hace pasar de una terminología meramente descriptiva a una terminología “sistemática o dinámica”[2].

La pregunta de fondo que conduce prácticamente todo  «Jenseits des Lustprinzips» se vuelve a repetir en el contexto terapéutico: ¿qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización forzosa de lo reprimido?. Por un lado, es claro que la resistencia del yo conciente está a favor del principio del placer, ahorrando el displacer que se liberaría por lo reprimido. Por otro lado, la compulsión de repetición hace revivenciar algo displacentero al yo. Esto podría explicarse por el hecho de que algún tipo de displacer es, en realidad, displacer para un sistema y satisfacción para otro. Sin embargo, Freud constata una nueva realidad que define como “asombrosa”, la compulsión revive vivencias pasadas que no contienen ninguna posibilidad de placer. A continuación hace una génesis descriptiva de la repetición compulsiva y constata también allí la inutilidad de la compulsión de repetición y la imposibilidad de identificarla de algún modo con el principio de placer.

3. La noción de “compulsión de destino” como metainterpretación de la repetición.

Sorprendentemente, ante la imposibilidad de explicar la compulsión de repetición, Freud ensaya otro camino, constata que este aparecer inexplicable de la compulsión de repetición es como “un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar” y tal hecho es llamado “destino fatal” y un “eterno retorno de lo igual”, todo esto ilustrado por patologías o simplemente casos que evidencian la actuación de tal principio. Después de lo cual se llega a la conclusión: “En vista de estas observaciones relativas a la conducta durante la trasferencia y al destino fatal de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer” , y, además, “esta nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio de placer que ella destrona”. Tal vez uno está tentado de pasar por alto la importancia de dicha afirmación, pero el párrafo inmediatamente posterior nos deja absolutamente en claro el carácter de “giro copernicano” de la afirmación hecha: “Ahora bien, si en lo anímico existe una tal compulsión de repetición, nos gustaría saber algo sobre la función que le corresponde, las condiciones bajo las cuales puede aflorar y la relación que guarda con el principio de placer, al que hasta hoy, en verdad, habíamos atribuido el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica”. El mismo Freud admite tal “giro copernicano”, que no cambia lo ya ganado en su interpretación del funcionamiento del aparato psíquico, sino que encuentra un principio de lectura del mismo, como él mismo dice: “más originario, más elemental, más pulsional”.

4. El carácter “conservador” de la compulsión de repetición

Freud dedica prácticamente todo el capítulo 4 de Más allá del principio del placer a construir toda una interpretación mecánico-biológico-psíquica de la vida en orden a sustentar su conclusión que es el carácter conservador de la compulsión de repetición y de toda compulsión, que define en el capítulo 5 del siguiente modo: “Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica”.  La intención de Freud es  “seguir hasta sus últimas consecuencias la hipótesis de que todas las pulsiones quieren reproducir algo anterior. No importa si lo que de esto saliere tiene aire de «profundo» o suena a algo místico”. Y es totalmente consecuente con su intento, de modo tal que no me atrevo a glosar el texto, sino que tengo que reportarlo íntegro por su fuerza y sinteticidad:

Desde su comienzo mismo, el ser vivo elemental no habría querido cambiar y, de mantenerse idénticas las condiciones, habría repetido siempre el mismo curso de vida. Más todavía: en último análisis, lo que habría dejado su impronta en la evolución de los organismos sería la historia evolutiva de nuestra Tierra y de sus relaciones con el Sol. Las pulsiones orgánicas conservadoras han recogido cada una de estas variaciones impuestas a su curso vital, preservándolas en la repetición; por ello esas fuerzas no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos. Hasta se podría indicar cuál es esta meta final de todo bregar orgánico. Contradiría la naturaleza conservadora de las pulsiones el que la meta de la vida fuera un estado nunca alcanzado antes. Ha de ser más bien un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución. Si nos es lícito admitir como experiencia sin excepciones que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas, no podemos decir otra cosa que esto: La meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo

Continúa el texto con un intento de explicación, totalmente insuficiente, respecto del surgir de la vida sobre el que pasa velozmente por alto a vuelo de pájaro. Todo el misterio mismo de la vida lo liquida de un plumazo diciendo que habría surgido “una intervención de fuerzas que todavía nos resulta enteramente inimaginable”. En definitiva, lo importante es que el último fundamento de la compulsión de repetición es una tendencia de repetición de un estado anterior a la misma vida, que es el estado inorgánico. Es decir, el estado de no vida o muerte. La pulsión de muerte es entonces el último fundamento de la Wiederholungzwang. Los capítulos 6 y el 7 (que de algún modo sirve de conclusión y cierra el libro) continúan con diversos tipos de argumentaciones de orden biológico-psíquico para reforzar la tesis alcanzada.

5. Reflexión crítica

A-El problema del método

Toda la metodología de la determinación del último fundamento de la Wiederholungzwang es un excelente ejemplo, sintomático de  la dificultad metodológica freudiana. Pero antes de entrar en mérito respecto de la “compulsión de repetición”, pongamos de relieve un texto aún más paradigmático en lo que respecta al problema del método:

“…no he habitado más que en la planta baja y el subsuelo del edificio. Usted afirma que si se cambia el punto de vista, se ve también un piso superior donde se alojan huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, etc… Si todavía tuviera una vida de trabajo por delante, me atrevería a asignar también a esos personajes de alto linaje una habitación en mi casita de una planta”.

Esto se llama en filosofía “inemergencia”, es decir, el intento de explicar algo cualitativamente superior en virtud de algo cualitativamente inferior, por el hecho de que aquello cualitativamente inferior de algún modo “media” y hace posible la realidad de lo cualitativamente superior, de algún modo condicionándolo. Demos un ejemplo actual, el “giro lingüístico” de la filosofía del siglo XX. En el siglo XX la filosofía tomó conciencia de la “mediación” de la palabra como vehículo del pensamiento; inmediatamente, como un péndulo, todas las fuerzas especulativas se dirigieron en dirección a la palabra, porque justamente la palabra como vehículo condiciona la posibilidad misma del pensar. Llegando a decir con el Primer Wittengstein: “Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen” (De lo que no se puede hablar hay que callar), entendiendo por hablar (con propiedad científica) todo lo que sea un uso y atribución directo y no metalingüístico del lenguaje. Anulando de un plumazo positivístico 2500 años de filosofía occidental.

Es mi opinión que con Freud sucede de algún modo lo mismo, se ponen de relieve un núcleo de elementos, ciertamente importantísimos en la explicación del funcionamiento del aparato psíquico del hombre, que median y condicionan la posibilidad de su funcionamiento, y  en virtud de tal mediación se terminan por convertir en una explicación omnicomprensiva de la realidad del hombre. No basta con decir que el psicoanálisis no tiene la pretensión de abarcar la totalidad del ser humano si, finalmente, se termina reivindicando para sí la explicación de los aspectos más “profundos” de ese ser humano. ¿Que significa hablar de lo más profundo del ser del hombre? ¿No es justamente hablar de lo más fundante del hombre en cuanto hombre? Alguien podría responder: “no nos interesa lo más profundo del ser del hombre, que de eso se encargue la filosofía, al psicoanálisis le interesa lo más profundo de la conducta del hombre”. Pero otra vez nos enfrentamos con el mismo problema: la conducta del hombre atañe a la esencia misma del hombre y a su ser libre, que es el último estrato fundante de la persona en cuanto tal. Pretender explicar lo “más profundo” del hombre es, ciertamente, pretender explicar la totalidad del ser humano, no, por supuesto, de un modo cuantitativo o enciclopédico de todas las áreas de desarrollo de las potencialidades del ser del hombre pero, sí, ciertamente, hay una pretensión de explicar la totalidad del ser humano de un modo cualitativo jerárquico y fundante: “me atrevería a asignar también a esos personajes (la religión, el arte, etc.) de alto linaje una habitación en mi casita de una planta”. Tal afirmación, de hecho ¿no es un intento de reducir el edificio del ser del hombre a su plata baja?, ¿qué significa “asignar una habitación en mi casita de una planta” sino encontrar también para estas manifestaciones del hombre una explicación de su realidad desde el punto de vista “profundo” psicoanalítico? Por tanto, si yo puedo dar una explicación de tal realidad “desde mi ámbito” (desde la “casita de una planta”) y es de tal modo exhaustiva tal explicación que estoy en condiciones de hacer habitar tal realidad en mi ámbito, es decir “asignarles una habitación” en mi sistema, entonces necesariamente termino convirtiendo tal realidad (religión, arte, etc.) en un epifenómeno de una realidad más profunda que es el último motivante de la conducta humana y que solo “habita” por derecho propio en mi sistema (“la casita”). Estoy convencido de que toda la interpretación freudiana del cristianismo, como de las religiones (“neurosis universal”), no es simplemente “el punto de vista psicológico” de los fenómenos religiosos, muy por el contrario, la fuerza de gravedad que impone el pretender para sí la explicación de lo “profundo” de la conducta, termina por generar una respuesta omnicomprensiva y superadora de aquello que se propone analizar. Puede verse, por ejemplo, en Tótem y Tabú, que la interpretación freudiana del pecado original excede claramente el límite de mostrar el aspecto psicológico de tal hecho, generando una explicación superadora y, por tanto, omnicomprensiva: “En el mito cristiano, el pecado original del hombre es indudablemente un pecado contra Dios Padre. Y bien, si Cristo redime a los hombres de la carga del pecado original sacrificando su propia vida, nos constriñe a inferir que aquel pecado fue un asesinato. Según la Ley del Talión, de profunda raigambre en el sentir humano, un asesinato sólo puede ser expiado por el sacrificio de otra vida; el autosacrificio remite a una culpa de sangre. Y si ese sacrificio de la propia vida produce la reconciliación con Dios Padre, el crimen así expiado no puede haber sido otro que el parricidio”; como éste, podríamos dar muchísimos ejemplos, pero es necesario aclarar que no me interesa criticar la interpretación freudiana en sí misma, sino poner de relieve que el método impone necesariamente la dirección de una creación sistemática onto-antropológica con pretensión de absoluto, es decir, una casita de una planta en la que se haría convivir, si se pudiera, el resto del universo.

B-El reduccionismo propio de la inemergencia

Habíamos definido la “inemergencia metodológica” como el explicar algo «cualitativamente superior en virtud de algo cualitativamente inferior por el hecho de que aquello cualitativamente inferior de algún modo “media” y hace posible la realidad de lo cualitativamente superior». Tenemos dos elementos y les podemos dar nombres para ser más claros, el elemento A, que es cualitativamente superior y el elemento B, que es cualitativamente inferior. Pero ninguno de estos elementos existe por sí solo, A y B dependen mutuamente de su existencia, B hace posible que A exista, pero no por eso se convierte en cualitativamente superior, por ejemplo, el aire es importantísimo para la existencia de la vida humana, pero no es lo más importante de la vida del hombre; o un ejemplo de mayor intimidad de inherencia, que es más pertinente a nuestra investigación, la palabra hace posible el pensamiento, pero el pensamiento no agota toda su intensidad cualitativa en ser palabra, trasciende la palabra, emerge cualitativamente sobre esta. Por tanto, A y B no pueden existir por separado, ya que A hace posible B y B hace posible A, pero sin estatuir una relación de identidad cualitativa (el pensamiento hace posible la palabra, determinándola formalmente a ser vehículo de las ideas, la palabra hace posible el pensamiento, dándole la concretización material que le hace posible existir de hecho, en otras palabras, volviéndolo “pensamiento encarnado”). Por lo que, si yo activo el proceso de investigación comparativa entre A y B, voy a encontrar que A posee una serie de características propias y B,  por su parte, las suyas. Es por esto que la “situación de investigación” debe ser, en lenguaje kantiano, “sintética”, es decir, “experimental”, en otras palabras, “tocando la realidad de A y B”, puesto que A y B constituyen una unidad, que podemos llamar C, que en su conjunto posee elementos cualitativos que no pueden ser reducidos a sus principios.  De esto se siguen dos posibles errores metodológicos:

* El primero, es querer estudiar analíticamente el problema olvidándose de C y, sin “tocar” la realidad total de C, querer explicarlo por “análisis” de sus componentes. Por el contrario, toda formulación de principios metafenomenológicos (en psicología podríamos cambiar esta expresión por metapsicológicos) debe ser hecha por formulación directa sobre la observación fenomenológica y no sobre el “análisis” de los elementos que componen C, el análisis unilateral de los elementos, sin el permanente retorno a la realidad de C como un todo, termina por disolverla en sus elementos. Perdiéndose, por tanto, las riquezas propias de C como un todo. En Freud el riesgo de la analiticidad es permanente y muy claro, una vez que se ha sustituido el todo del hombre por los elementos metapsicológicos que explican su más profundo funcionamiento, de allí en más, hay una tendencia a hablar más de los principios “substancializados” (inconciente, conciente, ello, super-yo, pulsión, repetición, etc) que de la realidad total del hombre. Demos un ejemplo evidente de este mecanismo en la obra que estamos analizando, en la cual Freud encuentra que la compulsión de repetición “destrona”, por ser más originaria, más elemental, más pulsional (es decir, por constituirse en un principio explicativo más profundo), el principio de placer como aquél que tiene “el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica”. Entonces formula una tesis de orden analítico que pretende seguir “hasta sus últimas consecuencias”: “la hipótesis de que todas las pulsiones quieren reproducir algo anterior”. Por un momento, en todo el capítulo 4, construye todavía un soporte fenomenológico de carácter mecánico-biológico-psíquico de la susodicha tesis, pero en el 5 abandona el cinturón de seguridad fenomenológico para satisfacer su hambre analítica de búsqueda de principios y llevarlo hasta las últimas consecuencias. En nuestro lenguaje, podríamos explicar el párrafo citado en el punto 4  del siguiente modo: Tenemos los seres vivos, que serían C, que se componen de elementos inorgánicos B, y algo que cualitativamente los excede, que es el principio de la vida (o la vida como principio) A; ahora bien, todo lo vivo muere, de modo que B se pone como condicionante de C y de A, no solo como elemento, sino también como finalidad: “La meta de toda la vida es la muerte”. Es decir, que algo que, aparentemente, es una cualidad de B condiciona de un modo absoluto aquello que es C y A, explicándolo. Creo que no puede ser más evidente la dificultad metodológica freudiana, es muy claro que la noción de vida y hasta la noción de muerte dependen de la vida. Si por un absurdo todo lo que existe fuese de cualidad inorgánica, no existiría ni siquiera el vocablo muerte, porque muerte se dice en relación a la vida y adquiere su significado como negación de la positividad de la vida. El caso es más evidente con lo inorgánico, etimológicamente, es negación de la positividad de lo orgánico. Lo que es más no puede venir de lo menos o, lo que es lo mismo, de la nada, nada sale. Freud insiste en que la naturaleza conservadora de las pulsiones aspira a alcanzar un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez, pero el carácter conservador de la pulsión de repetición solo tiene sentido en el ámbito de un ser vivo en el cual conservar una determinada experiencia traumática. Entonces, para que haya repetición, tiene que haber dos cosas: una unidad viva que sea impresionable para poder conservar tal impresión y tener la necesidad de conservarla y repetirla y, por otro lado, la misma impresión traumática. Pero en el ser vivo no hay “un estado anterior”, en lo inorgánico el ser vivo simplemente no existía, es un engaño de la imaginación proyectar el ser vivo como una construcción mental y pensarlo como existiendo en un estado anterior a la misma vida. Por tanto, si antes de la vida no hay ningún tipo de unidad vital que pueda recibir una impresión traumática, tampoco puede haber repetición de ella. Es cierto que los seres vivos tienen un ciclo y están condenados a descomponerse en sus elementos inorgánicos, pero ni este hecho, ni el hecho de que constatemos en la vida psíquica de esos seres vivos superiores que llamamos hombres una tendencia conciente al autoaniquilamiento, nos autoriza a concluir que la intencionalidad propia de la vida sea la muerte. La observación fenomenológica de todo el resto de los organismos vivos nos desautoriza totalmente a ello, la constatación universal es que la vida procura “autoconservarse” y evitar por todos los modos posibles la desintegración final o muerte. Podrá ser un misterio personal el sentido de la vida, podrá no encontrársele una última explicación, pero lo que ciertamente no se puede inferir es que, tomando el estado inorgánico de los elementos que componen el ser vivo y tomando una parte (que nunca deja de ser parte y no la totalidad) de la vida psíquica del hombre en sus fenómenos autodestructivos, el sentido de la vida sea la muerte. Observamos fenomenológicamente con una evidencia incontrastable que la intencionalidad de la vida es la autoconservación. Ahora bien, que existan elementos inorgánicos que la componen, que exista una ley según la cual los seres compuestos de materia deben desintegrarse, y que existan seres de un nivel psíquico superior que puedan tener conductas contrarias a la vida, no nos permite generar una abstracción analítica a partir de estos elementos y concluir que la meta, es decir, la dirección o intencionalidad u objetivo, de toda vida es la muerte. Obviamente es un mal paso metodológico de abstracción a partir de elementos heterogéneos que no nos permiten tal inferencia.

La intencionalidad de una cosa no puede deducirse a partir de los elementos que componen esa determinada cosa, por ejemplo, el agua está compuesta de hidrógeno y de oxígeno, y no conserva como parte de su naturaleza ninguna de las característica de ambos, siempre el todo emerge cualitativamente sobre las partes, por tanto, para conocer el todo se debe estudiar el todo, y las partes como partes del todo, no como principios explicativos que resuelven omnicomprensivamente la realidad del todo. Si existiese un científico que no conociese el agua y únicamente conociese el hidrógeno y el oxígeno, no podría, sólo en virtud de los elementos, descubrir jamás las cualidades de una posible unión constituyente de un todo: H2O.

Tampoco puede deducirse la intencionalidad de una ley fatal a la cual esa cosa está sometida, porque puede ser extrínseca a dicha intencionalidad, por ejemplo, en la física aristotélica se decía que existía una ley fatal para el estado natural de los cuerpos, y tal era el estar en reposo, pero el estar en reposo es algo totalmente extrínseco al cuerpo en sí mismo considerado, de modo que en el mundo físico las cosas tienden a perder su movimiento porque el contacto y la fricción con el medio material en el que se encuentran disminuyen su relativa energía inercial. Por eso se dice en la física moderna que el estado natural de los cuerpos es de reposo o movimiento rectilíneo uniforme. Con esto queremos mostrar que puede existir una ley que fatalmente se cumple en nuestro contexto, de hecho como decía Aristóteles todas las cosas en el mundo físico tienden a perder su energía inercial y a entrar en reposo, pero aún así permanecer extrínseca a la intencionalidad misma de la cosa a la que tal ley fatal determina, de hecho, la física moderna comprueba que, en el espacio, las cosas con movimiento no tienden a perder su movimiento relativo sino a conservarlo, por tanto no es connatural a las cosas el reposo entendido en el sentido aristotélico, sino que tal reposo le es extrínseco.

Finalmente, no se puede generalizar partiendo de la parcialidad de los fenómenos psíquicos del hombre, que seguramente exigen una metainterpretación totalmente a se y autónoma, a los fenómenos de la vida en general.

* El segundo error es subrayar tanto la importancia de la mediación, es decir, como B es importante para hacer posible A, que A termine disolviéndose en B, y sobre todo, disolviendo sus riquezas cualitativas que solamente tenían su fundamento en A. De este modo, en la filosofía positivística del lenguaje, el pensamiento no es más que palabras. O, en Freud, tenemos la frase de que “lo inconciente es el núcleo del yo”, que no es más que la fórmula que interpreta perfectamente el famoso iceberg freudiano con un diez por ciento visible de lo conciente y con el peso avasallante del noventa por ciento restante de lo inconciente. Por tanto, no es extraño que aquello que yo considero el punto A del hombre, que es su libertad como constitutivo más íntimo de la persona y de su conducta (y según mi opinión también del yo), sea un tema del que se hable sintomáticamente muy poco y se termine disolviéndolo en la batalla de las pulsiones.

En el contexto del libro que estamos analizando tal hecho se evidencia en el rechazo total a una “pulsión de perfeccionamiento”: “A muchos de nosotros quizá nos resulte difícil renunciar a la creencia de que en el ser humano habita una pulsión de perfeccionamiento que lo ha llevado hasta su actual nivel de rendimiento espiritual y de sublimación ética, y que, es lícito esperarlo, velará por la trasformación del hombre en superhombre. Sólo que yo no creo en una pulsión interior de esa índole, y no veo ningún camino que permitiría preservar esa consoladora ilusión”.  La inferencia es clara, si la meta de la vida es la muerte, la intencionalidad de perfección en el ámbito de la vida es una mera ilusión. No hay demasiado para decir al respecto, sin una “pulsión de perfección”, la libertad no es posible, es nada más que una ilusión. Sin una tendencia de perfección no es posible una elección conciente de la perfección, que ulteriormente se convierta en realización plena de tal tendencia, porque lo elegido es más perfecto que lo buscado compulsivamente. Es, también, totalmente coherente con la afirmación freudiana del inconciente como núcleo del yo y con el hecho de que el criterio último por medio del cual se establece la cualidad de principio fundante y explicativo del resto de las realidades es el hecho de ser: “más originaria, más elemental, más pulsional”. Lo que implica que lo último que califica el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica es la simpleza de lo “elemental” y la irracionalidad inconciente de lo “pulsional”. Si lo último que califica y explica la realidad de la conducta del hombre es lo más elemental en el sentido del constitutivo compositivo básico, obtenido por medio de la reducción analítica ya explicada, y, además de ello, el calificativo más profundo es lo pulsional, entonces no queda espacio en absoluto para considerar como lo más fundante de la persona en cuanto tal, la libre y conciente decisión electiva. Dicho de un modo más simple la libertad es una ilusión.

6. Conclusión

Simplemente, la intención del presente trabajo es  mostrar que una metodología implica necesariamente una dirección antropológica en la cual se termina resolviendo y de la cual no se puede prescindir. Ciertamente que el sistema freudiano está repleto de intuiciones brillantes, pero no es menos cierto que el método que impone proviene de una determinada visión onto-antropológica y termina por conducir, a quienes lo asimilan hasta las últimas consecuencias, a la susodicha visión.


[1] Usamos la traducción clásica al español de las obras completas, es interesante agregar que no difiere mucho en este punto tan sensible de la traducción de Luis López Ballesteros: “mucha parte del yo es seguramente inconsciente, sobre todo aquella que puede denominarse el nódulo del yo, y de la cual sólo un escaso sector queda comprendido en lo que denominamos preconsciente”. Es necesario aclarar, por un lado, que tal formulación fue corregida doctrinalmente en una nota al pie de El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 30; por otra parte, es interesante llamar la atención sobre el hecho de que, en su forma actual, esta oración data de 1921. En la primera edición (1920), rezaba: «Es posible que en el yo sea mucho lo inconciente; probablemente abarcamos sólo una pequeña parte de eso con el nombre de preconciente». Por lo que el agregado del “núcleo del yo” es posterior a la primera edición, lo que aumenta su especificidad e intencionalidad.

[2]Se había vuelto evidente, entonces, que tanto en lo que atañe a «el inconciente» como en lo que atañe a «el yo», la condición de conciente no era ya un criterio valedero para esbozar un modelo estructural de la psique. Por ende, Freud abandonó en este contexto, como marca diferenciadora, la condición de ser «conciente», y a partir de ese momento comenzó a considerarla simplemente como algo que podía adscribirse o no a un estado psíquico. De hecho, no restaba de este término más que su antiguo sentido «descriptivo». La nueva terminología introducida por él fue sumamente clarificadora e hizo posible ulteriores avances clínicos” James Strachey, Introducción al volumen 19 de las Obras Completas.

9 comentarios sobre “Análisis crítico de Más allá del principio del placer. Esbozo de epistemología realista.

  1. Este post es viejo, pero el otro día lo leí y no quería dejar de decirte que creo es uno de los mejores post que tenes publicado, además es un excelente ejemplo de cómo realizar correctamente una monografía (lo cual me vino bastante bien) y que me parece un aporte importante en los tiempos que hoy se viven en donde los antropocentrismos están tan de moda.

    …Son un montón las cosas que se me vinieron a la cabeza al leerlo, pero anoto algunos puntos para intentar ordenarlo.

    1- Algunas cositas técnicas en donde mi carácter lego en la materia, solo me permite azorar una idea vaga y ambigua (quizás los mismos conceptos los son):los conceptos de Yo – Consiente – Inconsciente -., Lo del principio del placer o lustprinzips -que suena más bonito- y por sobre todo el concepto de “pulsión” y la explicación de todo el aparato psíquico como una tendencia a su repetición…. No pretendo darle el trabajo de tener que resumir todo el sistema del psicoanálisis – o directamente ponerme el link de una facultad de psicología- pero si es posible y de a poquito y en otros post, cuéntenos un poco. Igual, importante es subrayarlo, el post está bien claro y la idea que de él surge la puede captar aún alguien que como yo, no juna ni los conceptos elementales que aparecen.

    2- Muy buena la concepción del hombre como síntesis., de lo físico y lo psíquico., De cuerpo y alma., De finito he infinito., De posibilidad y necesidad., Y el tema de volver a poner a la libertad como centro interno del hombre y del individuo en particular, centro o núcleo que le da suspenso y drama al asunto y que genera la necesidad de buscar conocer por un lado quien soy, pero también conocer quién es el otro en una serie de relaciones que me definen y que definen en esa alteridad., Y esto sin muchos a priori y más bien a tientas, propio de una libertad limitada y condicionada, pero no determinada – como de memoria se repite – que requiere de la experiencia y del contacto con la realidad casi como un medio cieguito que requiere de su varilla.
    Tengo la impresión de que este carácter interno de la libertad, como lo más propio de la condición humana ha pasada a ser -digo en general no en Freud, de quien nada o casi nada se- algo externo al hombre, casi como un valor que se busca realizar en el hombre o en el individuo y casi como un valor absoluto, sino el único valor. La cosa así vista pasa por “afirmarse”, por “ponerse” a uno mismo en donde el centro o núcleo es la voluntad…sin más, la voluntad-de-voluntad., Y la gran aspiración de esto y lo que justifica esta necesidad de no justificar nada es precisamente esa libertad desencarnada, convertida en absoluta, paradójicamente puesta para derribar todo absoluto, a no ser el absoluto absurdo. Así las cosas, el tema de la muerte y el “ser para la muerte” pasan a ser el mejor consuelo y le dan un cierto aire heroico a la experiencia que vuelve a centrar todo en ese nucleó de voluntad…sin más, en esa voluntad-de-nada.

    3- La pregunta que como trasfondo me surgía y a la que al comienzo me refería es que de lo expuesto – por vos- surge que Freud funda toda una serie de instituciones brillantes del psicoanálisis sobre una determinada visón onto-antropológica que realidad nunca justifica y que casi podría decirse que la prefiere y elige solamente porque le resulta más mas original, más elemental, y mas pulsional. Ahora bien, en primer lugar, y aclaro no es pregunta retorica sino solo pregunta, es posible justificar, está u otra visión onto-antropológica que no sea casi desde un antojo personal? Y en segundo lugar, si suponiendo que esa determinada visión del hombre influyo en todos sus estudios, necesariamente las instituciones por el creadas están impregnadas de esa visión, y si siendo así, y en caso de no compartir dicha visión, necesariamente hay que dejar de lado esas instituciones?
    P.d: no tengo mucha idea con esto de los blogs, pero si está mal comentar para atrás decime y no lo hago más, lo hice en este porque de verdad me parecía que estaba bueno… y ya que no tenía comentarios.

  2. Gracias por los elogios pero no es para tanto…
    1- Ok, Gabis, mi idea fue siempre hacer un diccionario de nociones, el buen maestro es siempre un traductor más que un infusor de ideas.
    2- Yo sostengo también la emergencia de la libertad y por ende de la voluntad, pero con un límite: el ser, no el conocer. «El ser para la muerte» se me hace una inferencia caprichosa, en este plano, en cuanto filósofo, soy un «buen escéptico» me quedo «al di qua» como dicen los Italianos, es decir «más acá». La muerte en Heiddegger esta cargada de significados muy concretos, sobre todo como el fin de todas las posibilidades, que termina siendo una versión bastante conocida y prosaica de la muerte. No, si vamos a ser escépticos en serio lo seamos hasta sus últimas consecuencias, no podemos saber si la muerte es el fin de todas las posibilidades o el salto a un nuevo paradigma de posibilidades, no lo sabemos, en cuanto filósofos, y no podemos saberlo, por lo que quedémonos «más acá» con unción y respeto sin afirmar y negar nada de la muerte. Si se pudiera filosofar en el seno materno, el nacimiento sería un concepto idéntico al de la muerte, el fin de todas las posibilidades tal como han sido conocidas en el seno materno, sin embargo desde afuera es «nacimiento» a un nuevo paradigma de vida. Por lo que así como Von Baltasar dijo una vez «dejen en paz al ser», yo repito hoy en día «dejen en paz a la muerte»…
    3- La respuesta a tu pregunta: ¿es posible justificar, está u otra visión onto-antropológica que no sea casi desde un antojo personal? es mi futura tesis doctoral en epistemología de la psicología, por lo que dejo para entonces la respuesta. Es demasiado profunda y central para responderla en cuatro líneas de un comentario.
    La segunda pregunta: de no compartir dicha visión, ¿necesariamente hay que dejar de lado esas instituciones? La respuesta es no, en varios lugares de este blog habrás encontrado que comparo a la ciencia con un vestido y a la ontología con la tela del vestido. Los vestidos pueden ser muy parecidos, casi idénticos, lo que difiere es la tela de la que están hechos. En esa identidad formal hay mucho espacio para dialogar y, sobre todo, para aprender. Por ejemplo en la ontoconstitución evolutiva de la psiquis humana fuera de la mirada psicoanalítica no hay nada o casi nada. Entonces vamos a dejar de lado todo lo escrito por ser meramente psicoanalítico, ni en pedo, en este blog hay muchísimas cosas de autores psicoanalíticos, de los cuales compro el molde del vestido y los construyo con mi propia tela….
    No importa que el post sea viejo, las discusiones, en la medida que tocan verdaderamente el ser, son atemporales, por otro lado los comentarios están en los widgets en la página principal, no importando de cuando sea el blog.

    4- Me llama la atención, habiendo hecho comentarios tan profundos, que no digas nada sobre lo más valioso de este post que es el esbozo de solución entre el analiticismo y el fenomenologismo…..

  3. S&E.
    1- Se agradece y se aprecia su buena predisposición para enseñar y compartir sus conocimientos.
    2-Respecto de la 1º pregunta que le hice le cuento que en mi infundado parecer, en última instancia no se puede tener pruebas que sean universalmente validas respecto de una concepción onto- antropológica del hombre y de ahí la importancia de la libertad y la voluntad. Pero obvio, espero su tesis – y espero entender algo de lo que en ella ponga je- para poder empezar a pensar el tema.
    Respecto a mi 2º pregunta… le cuento que en realidad lo que quise preguntar en forma indirecta – o más bien lo que no quise preguntar pero si ver que respondía- es más bien de carácter personal y es el hecho de consultar que tan mal esta que habiendo hecho uno una elección respecto de una determinada concepción del hombre, el poco tiempo que le dedico a formarme y pensar un poco, en vez de leer cosas que tengan que ver y que den fundamentos a dicha concepción y a dicha elección, lea cosas que muchas veces hasta la contradicen. De todas formas lo que usted me respondió me basta.

    3- Respecto de esto último que te llama la atención., Pasa lo que te decía al principio… carezco de los conocimientos mínimos como para hacer una apreciación acerca de lo central del post y hacerlo es precisamente sacar a translucir dicha ignorancia., Sin embargo y ya que sos generoso en enseñar, yo puedo ser generoso en mostrar ignorancia!, En este sentido, no sé, tan solo se me ocurre, que la compulsión en la repetición del evento traumático encuentra mejor explicación desde lo el principio del placer –que creo, se me ocurre, esta fenomenológicamente comprobado- y esto por eso que señalas de que “lo que resulta displacer para un sistema es satisfacción para otro”, pero también me parece acertado esto de Freud de que la traba, el impedimento para traer a lo consiente esto traumático no es la dicotomía entre consiente e inconsciente sino entre un yo consiente y un yo coherente con la idea que de si tiene, y que esto de que en el yo haya mucho de inconsciente (de pulsional, eso es lo que entiendo) no tiene porque implicar que eso sea lo más importante o lo central. Por otro lado, el tema de crear un meta principio –un tanto alejado de lo fenomenológico, según nos contas- que tenga por resultado final una “compulsión de muerte” y la negación de toda tendencia al perfeccionamiento, si bien será coherente dentro del sistema freudiano –supongo-, contrasta no solo con lo que universalmente ocurre con todo lo vivo y con la naturaleza en general sino también con la propia existencia humana, que no siempre y en todos los casos, pero si en muchos y variados casos y precisamente en situaciones extremas encuentra “razones” para seguir viviendo (y viviendo intensamente) aún cuando precisamente las circunstancias confirman que lo único que hay es muerte y que uno no escapa de esto.

    …En fin, mejor me dedico a estudiar algo que tenga que ver más con lo mío que ya suficiente tengo con eso y a leer sin comentar tanto, pero usted siga posteando no más, que algo quedara.

  4. 1- Es que justamente, Gabis, el problema está en qué significa «tener pruebas universalmente válidas» y por supuesto, con vos, admito la inadvertida importancia de la libertad y de la voluntad, aun en ese plano. Creo que en ese «tener pruebas universalmente válidas» puede estar sutilmente mezclada la post-cartesiana e inconsciente exigencia-confusión de certeza en vez de verdad. ¿Qué significa universalmente válido? ¿Aceptado por todos…los hombres? Ahí ya saltamos de la inteligencia a la voluntad, en última instancia -en la línea de análisis de la pregunta- no hay nada universalmente válido, imaginate hay gente que piensa que la llegada del hombre a la luna fue un armado de la NASA… otra que aceptar una concepción onto-antropológica universalmente válida…
    Por lo que hay que «salirse» del «válido» como último punto resolutivo, última medida, de la posibilidad de una onto-antropología, ahora sí, «verdadera». ¿Válida? no sé, me quedo al di qua, me quedo más acá, no tengo necesidad de una «validez universal» porque está en otro plano, porque tengo absoluta consciencia que la verdad es inverificable -la verificabilidad es el instrumento de la validez, entendida como más arriba la describo. La inteligencia, con sus elementos simbólicos, busca explicar algo que está absolutamente fuera de sí, algo que toca pero que a la vez la trasciende, por lo que no puedo ser injusto con ella, a ella solo le puedo pedir adecuación, verdad, que son categorías que pertenecen a su plano, no le puedo pedir «validez» ni «verificabilidad» porque en última instancia son categorías que se fundan dinámicamente en planos que trascienden la misma inteligencia, no en cuanto «contacto» porque la inteligencia toca también esas realidades, sino en cuanto al último punto resolutivo fundante de la categoría en sí, y que, a la postre, funda la trascendencia de lo que no le pertenece a la inteligencia. Esa es mi tesis la «verificabilidad» y la «validez», en última instancia, se fundan más en la libertad y en la voluntad que en la inteligencia. ¿Entonces caemos en la arbitrariedad? No, porque la voluntad tiene un límite el ser, mediado por la presentación inteligible, pero límite al fin. La voluntad «pone en acto» la afirmación cuando «debe» (mejor dicho «debería») ponerla, cuando la afirmación es «verdadera», es «adecuada». No se funda absolutamente en sí misma, su responsabilidad delante del ser se funda justamente en el ser que la hace responsable y le marca sus límites. Buscar, entonces, «validez universal» es buscar voluntades que pongan la misma afirmación, respecto de la misma cosa, desde el mismo punto de vista, al mismo tiempo, lo cual, si habíamos afirmado la libertad como emergente, es un quasi imposible.
    Sin entrar en el hecho «comunitario» y de «comunicación» de la validez, que pretende ser validez para «todos los hombres» lo que implica comunicación respecto de esos hombres, la alteridad del otro en cuanto otro, y el vivir del otro en medio de un paradigma en el cual «tal afirmación» se vuelve válida… por lo que está ínsita en la exigencia de validez universal la común condivisión de un paradigma. Irónicamente nos queda el problema de si exigir un paradigma común ¿es una exigencia válida?
    Bueno como ves el tema se complica en varios niveles de análisis, por eso no me quería meter, pero con tu última frase me tiraste la punta del ovillo por lo cual desenrosqué un par de metros de los kilómetros que hay para decir al respecto…

  5. Ok, muy bien en tomar lo que sirve, de lo que se puede seguir aprendiendo, y dejar lo demás.
    Importante que me aclare que la inteligencia puede alcanzar la verdad y que aunque esta la trascienda, lo mismo podemos (debemos) ponerla en acto. Es una obviedad que no siempre se reconoce.

  6. Una aclaración lingüística en cuanto al «alcanzar la verdad». Hay dos semánticas muy complicadas juntas en esta frase. Toda la semántica de «verdad» y sus posibles acepciones la dejamos tranquila por ahora, en algún momento navegaremos también por los mares turbulentos de tinta que se han derramado en la historia al respecto. Sin embargo, hay dos acepciones de «alcanzar» que es bueno explicitar ya que, justamente, uno da en el centro de la cuestión y el otro no podría ser más desviante de lo que significa «alcanzar la verdad». El primero, según el DRAE, se da en estos tres significados: 1- Llegar a juntarse con alguien o algo que va delante. || 2. Llegar a tocar, golpear o herir a alguien o algo. || 4. Llegar a percibir con la vista, el oído o el olfato
    El segundo se ve en el siguiente grupo de significados: || 3. Coger algo alargando la mano para tomarlo. || 7. Llegar a poseer lo que se busca o solicita. || 8. Tener poder, virtud o fuerza para algo.
    En definitiva «alcanzar» entendido como «tocar» o como «poseer». La verdad se alcanza como quien la toca y no como quien la posee. Dejando de lado y borrando de todo este análisis el prosaico lugar común del «poseedor de la verdad», que ciertamente tiene un fundamento muy remoto en esta distinción, pero me cae mal por el uso a modo de ariete que se hace de esa frase y que termina y desemboca en un escepticismo absoluto.
    Volviendo a nuestro análisis la verdad se toca en el acto de mirar el mundo en primera persona «por medio» de nuestras fórmulas -como un objeto in quo- que crean una Weltanschauung, así la alcanzamos. La verdad no se posee como un prisionero cautivo de un sistema, así no la alcanzamos, así la prostituimos, corrompemos y pervertimos con algo que, en realidad, nos pertenece y es posesión nuestra, no de la realidad.

  7. Mmm, Sis, creo que yo me refería a “alcanzar la verdad” en esta primera acepción que decís, y si mal no entendí, pareciese que hay cierto aire de abnegación, de desinterés y hasta casi de humildad en esta primera acepción que pones, primero por esto de marcar que la verdad es algo exterior a uno, que uno solo llega a tocar, a percibir, pero que no se confunde con uno, además esto de que la expresamos por medio de “nuestras fórmulas” da a entender la insuficiencia de nuestro lenguaje y consiguientemente de nuestros sistemas frente a la verdad – insuficiencia por lo menos en cuanto a pretender que los términos utilizados en ese sistema son los únicos que pueden contener verdad, o que nada hay de verdad (y consiguientemente es a priori falso) fura de ese sistema- por otro lado hablas de una opinión del mundo y de una responsabilidad – y no obligación, que tiene más connotación coactiva – delante el Ser… Y un poco excediéndome, quizá yo la caracterizo mal, pero por lo menos así caracterizada tengo mis dudas de que la verdad resulte muy popular.

    Por otro lado, de esta segunda acepción que pones…y un poco que me entran dudas de cuál es la relación que tiene con la verdad, porque si de lo que se trata es de poder, de poseer, de dominar., Como que es medio una aporía vincularlo a la verdad, porque ¿Qué importa para poseer o dominar la adecuación o la realidad?, importa que se pueda! Y ya con esto alcanza, después se puede buscar algún sistema que adecue, y si no, siempre se puede inventar…”Lo que no es, puede llegar a ser”, afirma la Sra. Legrand.

    Es decir, lo que no me termina de serrar es si la verdad puede resultar legitimadora de lo que no es más que un ejercicio de poder o si la verdad requieres ser puesta… o si el solo hecho de expresarse como ejercicio de poder ya es una prostitución de la verdad.

    p.d: al principio puse la palabra desinterés y ahora no estoy del todo seguro., Pero ya no me voy a poner a cambiarla

  8. No, Gabis, en esa primera acepción no conlleva ni abnegación, ni desinterés ni humildad, hay algo anterior a toda categoría hay simplemente «contacto». Todas las otras categorías que vos mencionás son posteriores y se fundan, en última instancia, en la voluntad. El «contacto» es acción y pasión en el lenguaje aristotélico, ahora no tengo tiempo pero la etimología de alcanzar viene de «cal» y de «talón» que son dos palabras homógrafas en latín: calx, calcis, los expertos las derivan de raíces griegas distintas calx= piedra, cal la derivan de χάλιξ= guijarro y calx= talón la derivan de una unión entre la raíz sánscrita kar= herir y λάξ= «con el pie» adverbio (al final no era tan loca la etimología de Tomás para piedra= lapis, según él viene de laedem pedis «herir el pie»). La mayoría de los diccionarios de español, seguramente copiándose unos a otros, hace derivar «alcanzar» de talón, sin embargo la derivación inmediata es de cal, ya que era la línea que se hacía en las competencias y que había que atravesar para ganar. De todos modos es muy interesante la homografía talón-piedra (cal), y que «alcanzar» de un modo u otro venga de ambas, ya que indica justamente eso «el contacto del talón con la piedra» y es muy interesante que provoque una «herida» una apertura a una realidad distinta de sí. En algún manual de metafísica leí que acción y pasión son una y la misma cosa, Gredt creo, estoy convencido de ello, son el cóncavo y convexo de una misma curva, la herida no es toda del talón porque sin la piedra no existiría, ni es toda de la piedra porque tampoco existiría sin el talón. La piedra es acción, el talón es pasión, y dan como resultado un tertium quid que no se puede atribuir a ninguno de los dos extremos de modo exclusivo: «la herida». Ese es el contacto originario a partir del cual se forma y retorna todo conocimiento. Las fórmulas que creamos son vidrios que nos dejan ver cada vez más la realidad, vehículos in quo se hace presente el ser y nos permiten «hacer contacto». En el momento en que empezamos a mirar la fórmula y dejamos la tensión por el ser…. chau… surge el sistema (cerrado, por supuesto, todos tenemos un sistema pero debe ser abierto, es decir no eje gravitatorio de la realidad, sino gravitante sobre la realidad). La segunda acepción corresponde al sistema cerrado, a la pretensión de hacer gravitar la realidad en torno al sistema.

    La verdad no legitima ni deja de legitimar, es algo anterior, es pura adecuación, que se vive de un modo solipsista en primera persona y, por tanto, es incomunicable para otros y hasta para sí mismo, la verdad es la adecuación de la fórmula con el ser (adaequatio rei et intellectus) pero esa adecuación es inverificable porque tendría que comunicarla a otro o a mi mismo mediante….una fórmula, que a su vez habría que verificar, y así al infinito.

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