LA AUTENTICIDAD DE LA IDENTIDAD ES CONSIDERADA LA PIEDRA DE TOQUE DE LA VERDAD PERSONAL

LA AUTENTICIDAD DE LA IDENTIDAD ES CONSIDERADA LA PIEDRA DE TOQUE DE LA VERDAD PERSONAL

Los recursos empleados por la izquierda para comprender el alcance de la derrota —los fracasos para expandir la revolución, la vuelta al bloque «comunista», los litigios neoconservadores— se han basado a menudo en supuestos psicológicos. Por ejemplo, el panfleto de Chaplin y Haggart12 recurre a psicoanalistas radi­cales en el intento de comprender la «psicología de las masas del thatcherismo» en Reino Unido y allanar el camino al optimismo. Los autores dicen que los «menores nacen con los instintos ‘na­turales’ del amor, del odio racional, la creatividad o la curiosidad. Por medio de la represión y el castigo en el entorno familiar, el menor aprende a asociar la ansiedad y el miedo con el amor y el deseo»13. Más adelante, los autores pasan a plantear que «el thatcherismo apela con convicción a constructos de gran calado psicológico, desarrollados a partir de las experiencias tempranas en la familia»14.

 

LA PSICOLOGÍA COMO IDEOLOGÍA

La alternativa a este diagnóstico psicológico, «útil para com­prender y contrarrestar el recurso del thatcherismo», estuvo basada en las ideas de Jung, quien, por cierto, no es la persona más estimada por la izquierda ni por las «razas» distintas a la blanca». A pesar de la política reaccionaria de Jung, los autores del panfleto aceptan que existe un lado «masculino» y otro «femenino» de la personalidad y una parte «oscura» con la que tenemos que conciliarnos para «desa­rrollarnos como individuos íntegros y maduros»16.

Por tanto, el intento de entender el alcance de la derrota permi­te reflexionar sobre la importancia de las emociones en la political?, aunque esta reflexión no resulta de gran ayuda si nos dejamos arras­trar a los abismos de la cultura psicológica, hasta el punto de perpetuar la idea de que existen determinadas verdades «psicológicas» sobre el yo que fijan los límites de lo que creemos que puede cambiar­se en el mundo.

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