Amar, metamorfosis, renacer.

Habíamos dicho que Chridaman no parecía haber podido admitir la paternidad de su hijo, y pensamos que aceptar la creatividad (como padre o madre) implica poder amar sin temor. Es decir, con su yo poco integrado y su identidad endeble como lo demuestra su relación con Nanda, no debe haber podido tolerar sin angustia la experiencia del orgasmo, vivida como desintegradora, y la prueba por el embarazo de que algo de él estaba en la mujer, como fantasía muy deseada y muy temida. La ansiedad que surge es la de deshacerse y vaciarse, y se equipara a enloquecer. Fue justamente eso lo que actuó nuestro personaje en la gruta de la diosa.
El miedo de amar, de desintegrarse en el otro, proviene de un vínculo con una madre-Moloc. Racker (18) cita material de pacientes que experimentaban el amor directamente como morir: «era como si el amor que tengo por mí mismo se desprendiera de mí; era como un perderse, disolverse». Considera que en estos casos ha habido graves frustraciones orales. El peligro de amar es tan grande porque la vivencia amorosa anterior, la frustración oral sentida como «ser chupado», ha sido tan traumática.
Es interesante hacer notar que Thomas Mann ubica esta historia fantástica entre gentes cuya religión sostiene la creencia en la reencarnación. Esta creencia agrega a la disociación mente-cuerpo fomentada por todas las religiones (el alma y la carne) la idea de que el alma puede habitar, sucesivamente, distintos cuerpos.
El concepto de la metamorfosis ha sido estudiado recientemente por Searles (24) , que la considera una «regresión filogenética», un retorno simbólico a un estado anterior para comenzar la evolución nuevamente. Sugiere que todos los procesos psicológicos ocurren en un movimiento pendular entre identidad y no identidad. La diferencia entre los individuos normales y los casos patológicos no estaría dada por una diferencia de calidad sino por la amplitud de oscilación del péndulo.
Según las religiones hindúes, el proceso se produce de acuerdo con la ley de Karma, palabra que se menciona fugazmente en la novela. Karma significa «acción», cuyos efectos se cumplen en «la otra vida»: su consecuencia es la reencarnación.
Los continuos deseos producen constantemente nuevo «karma» y así sigue la ronda de nacimientos y renacimientos.
Renacer eternamente es considerado como un castigo por los deseos que impulsan a vivir, y el vivir es fantaseado como estar prisionero en un cuerpo del cual es imposible librarse. Esto coincide con la descripción de la ansiedad claustrofóbica descripta por M. Klein, producida como consecuencia de la intrusión en un objeto por identificación proyectiva, objeto que se vuelve altamente persecutorio.
La contraparte de esta fantasía es la del Nirvana en que la absoluta falta de tensiones implica la satisfacción inmediata de todos los deseos, equivalente a la permanencia en un estado fetal y con¬dición maníaca en un objeto idealizado (20) .
Es probable que esta fantasía de Nirvana, como último jalón liberador de la ansiedad claustrofóbica, se hallara contenida en el objetivo suicida a que recurrieron los personajes de esta obra: «reu¬nirse con el ser universal», propósito explicado por uno de ellos, representaría la tentativa de fundirse con el objeto idealizado.
Por un lado, buscaban liberarse de sus cuerpos denigrados y temidos, destruyéndolos por el fuego, pero por otro el hijo resultó el cuerpo que siguió albergando aspectos proyectados y renacidos en él, pero en el cual, tal como lo he señalado, se reeditaba la disociación como mecanismo principal, significando una nueva amenaza para su sentimiento de identidad.
Sentimiento de identidad que, como nos lo recuerda Federn (3) , «depende de la unión entre los sentimientos del yo mental y los del yo corporal».
Bergman (1) lo ilustra con versos de Lucrecio, uno de los úl¬timos poetas y filósofos del paganismo, cuando dice: «nosotros sola¬mente somos nosotros, mientras almas y cuerpos en un mismo marco concuerden».

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